LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS 22, 19-23
SALMO 137LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 11, 33-36
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 16, 13- 20
¿Qué le pasa hoy al profeta Isaías?
Realmente, me está dando miedo. Parece como si se hubiera hartado por algo y
empieza a manifestar un enfado monumental. Y cuando se enfada, realmente a uno
le entra el miedo en el cuerpo. ¿Qué habrá hecho ese mayordomo de palacio, ese
tal Sobná para merecer tal severo castigo? Es destituido del cargo y se le
arrebata sus poderes para dárselo a otro. Este mayordomo de palacio tiene que
haber hecho algo muy serio para haber tenido semejante reprimenda y castigo. Pues
sí hermanos, se merece mencionado castigo. Este señor estaba en una situación
privilegiada, en la corte del rey, y se aprovecha de su situación
para su beneficio personal y olvida las obligaciones hacia los demás que tal
situación implica. Es una persona insensible porque se ha dedicado a
'vivir para sí' y cuando uno 'vive pensando en uno mismo y en sus beneficios' siempre salen perjudicados aquellos que no
les queda más remedio que terminar resignándose.
Porque, por desgracia, siempre nos
encontramos a personas que, aún teniendo que ser más humildes por la carga del
peso que llevan sobre sus hombros a causa de la responsabilidad asumida, se
creen que todos tenemos que 'estar danzando' en torno a ellos. Lo único que les
falta es que les ofrezcamos incienso como a los falsos ídolos. Es que resulta
hermanos, que esto Cristo lo denuncia:
Uno recibe poderes para servir y no para servirse. Cuando
Jesucristo entrega el poder de 'las llaves' a una persona se le exige, con gran
severidad, un proceso de conversión al Señor que puede conducirle al martirio. El que es llamado para servir
está exhortado a asemejarse a un fósforo,
a una cerilla que es prendida para
ofrecer fuego generando la luz de Cristo Jesús a todos los hermanos. ¿Ahora
entienden porque el profeta Isaías estaba enfadado? Conociendo las razones de
su enfado yo también las comparto.
A continuación ha sido proclamado el
Salmo responsorial que ha puesto 'la
guinda' en el pastel. Dice:
«El Señor es
sublime, se fija en el humilde,
y
de lejos conoce al soberbio».
O sea, bien claro nos lo dice: Dios conoce de lejos al soberbio. Una sentencia de San
Agustín reza así:
«La
soberbia no es grandeza, sino hinchazón;
y lo que está hinchado parece grande pero no está sano».
¿Que le pasaba a este mayordomo de
palacio, a ese tal Sobná del que nos habla el profeta Isaías? Que tenía un falso espíritu de servicio, QUE ES SOBERBIO. Tenía tan ajustada la
máscara de la soberbia que uno no sabía distinguir donde acababa esa máscara y
dónde empezaba su rostro, su cara. Es como si la máscara hubiera echado raíces
hasta abarcar toda su cabeza. Este mayordomo podía perfectamente aparentar ser una persona abnegada y muy
generosa que daba la impresión de que nunca pensaba en sí misma; sin embargo
llegaba a manifestar, con gran pena «si
no fuera por mí, nada se haría, soy el único que hace algo» y es más, si
alguien tomase la iniciativa para hacer algo se constituiría, automáticamente,
en su enemigo. O podía tener un falso
espíritu de generosidad, aparentando una persona generosa, que lo regala
todo, siendo obsequios magníficos, aparatosos y lujosos. Ahora bien, que todo
lo que da lo hace para que los demás vean su generosidad, llegando a humillar
muchas veces al que lo recibe. Si a este mayordomo de palacio le hubiéramos
podido hacer un escáner o una resonancia magnética a su alma hubiéramos podido
sacar una gran lección para no caer en sus mismos errores.
Y como no podía ser de otra manera, San
Pablo nos ha dado una grandísima lección. Una lección de la que a mí
me ha quedado 'un tanto cortado'. Con un tacto exquisito nos he hecho una corrección
fraterna en toda regla. Puede dar la
impresión de que San Pablo 'viene suave' y que 'no mate ni a una mosca',
pero sólo lo parece. San Pablo canta a la sabiduría divina y haciendo esto nos
está revelando la verdad de nuestra situación personal. Nosotros
pidiendo todo el rato explicaciones a Dios, quejándonos de Él porque las cosas
no nos salen, porque nuestras expectativas no se cumplen, incapaces de perdonar
de corazón al hermano, con una despensa de odios abarrotada, nos encontramos
con la carta de San Pablo y 'se nos cae la cara de vergüenza'. Nos hemos creído
los más generosos de todos, los más buenos, los más cumplidores, aquellos que
tomamos las decisiones más acertadas porque
pensamos que nuestros criterios de pensar y actuar son los mejores, y
resulta que hemos estado perdiendo el tiempo al no estar contando con la
sabiduría de Dios. San Pablo nos dice que dejemos de actuar como
estamos actuando. Que lo único que se nos pide es que acojamos con amorosa
humildad la Palabra de Dios, que interioricemos la predicación; que sigamos con
sencillez de corazón sus caminos. Y la verdad es que a uno 'le queda fuera de
juego' porque eso ni se lo esperaba. De tal modo que hay que reconocer que
cuando uno tiene 'montado el chiringuito' pensando en servirse, en obtener el
máximo de beneficio, en conseguir méritos, en ir adquiriendo prestigio ante los
demás, al leer la carta de San Pablo uno se da cuenta que cada uno 'vamos a lo
nuestro' y, para remate fiesta, creyendo que estamos viviendo dentro de los
márgenes aceptables por Dios. Todos nosotros, participamos en mayor o menor
manera, del modo de proceder de aquel mayordomo de palacio que nos relata el profeta
Isaías.
A lo que viene Jesucristo y te lanza
una pregunta muy directa a ti: «¿Quién
decís que soy yo?». Si yo reconozco que Cristo es el Mesías, el Señor, el Ungido,
toda mi existencia debería de gravitar en torno a Él. Y si no gravita en torno
a él, y si no gira alrededor de Cristo ¿en torno a quien estoy girando?
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