Homilía del
Domingo 5º de Cuaresma, Ciclo C
Jn 8, 1-11 El pasaje evangélico de la adúltera.
En
este quinto domingo nos encontramos con el pasaje evangélico de la adúltera.
Siempre hemos dado por sentado que la adúltera demostró claramente su
arrepentimiento y que nunca más volvería a cometer ese pecado, a lo que Jesús
le ha perdonado y le ha dado la absolución.
Un pasaje evangélico con polémica.
Los
cristianos de los primeros siglos entendieron que este modo de proceder no era acertado,
hasta tal punto que se llegaron a plantear el eliminar esta página del
evangelio. Durante dos siglos la mayor parte de los antiguos manuscritos de la
Biblia no aparece esta historia. Sólo a partir del siglo III encontró un lugar
en el evangelio. Durante dos siglos se ha buscado dejar apartado este episodio.
¿Por qué? Porque contenía una frase incriminada pronunciada por Jesús a la
adúltera: «Tampoco yo te
condeno».
San
Agustín daba una explicación diciendo que los fieles con poca fe, e incluso
enemigos de la verdadera fe, pudieron pensar que a acogida del Señor a esta
pecadora diera la patente de inmunidad a estas mujeres adúlteras. Y pudieron
pensar los esposos y hermanos de la comunidad cristiana que esta frase «tampoco yo te condeno» podría ser mal interpretada
y mal entendida, por lo tanto, lo mejor era omitir este pasaje evangélico.
Sin
embargo, el verdadero motivo de la sospecha de este episodio era otro. En los
primeros siglos de la Iglesia se había adoptado una pastoral muy estricta en lo
que respecta al perdón. Era una pastoral del perdón muy severa que no era
acertada ni coincidía con la misericordia mostrada por Jesús de Nazaret con
aquellos que cometían pecados.
Hacia
la mitad del segundo siglo el número de cristianos aumentó considerablemente,
pero la calidad en la vida cristiana disminuyó. De tal modo que se empezó a
justificar entre los cristianos cada comportamiento y los pecados graves
cometidos después del bautismo. El pecado grave cometido después del bautismo
no era un incidente excepcional, sino que se tomaban ya ‘muy a la ligera’, se
daba poca importancia a todo. Por eso los cristianos que deseaban ser fieles se
habían vuelto muy estrictos hacia los pecadores, de tal modo que había tres
pecados que no eran perdonados: Quienes los cometían eran expulsados de la
comunidad. Esos pecados eran para aquellos que habían renegado o apostatado de
la fe, el asesinato y el adulterio. Fue un episodio que creó muchos problemas
en la Iglesia primitiva.
«En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al
amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y,
sentándose, les enseñaba».
Jesús
viene del monte de los Olivos, proviene del Oriente de donde sale el Sol. El
monte de los Olivos es 60 metros más alto respecto a la explanada del Templo.
Luego Jesús desciende el monte de los Olivos, cruza el torrente Cedrón y entra
por la Puerta Oriental de la explanada del Templo. En ese lado oriental se
encuentra el famoso Pórtico de Salomón que se menciona en el evangelio de Juan
y en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Bajo este pórtico los rabinos se
sentaban para dar instrucciones sobre la Biblia y ofrecer asesoramiento legal a
quienes se lo requerían. Junto a la Puerta Oriental para entrar a la explanada
del Templo se encontraban dos edificios, uno al lado de la Puerta Oriental y
otro edificio ubicado en la entrada del Atrio de las Mujeres: Eran los llamados
tribunales superiores. Y en estos edificios, desde la mañana hasta la tarde se
reunían 23 jueces para resolver las causas más importantes. En las ciudades
había también estos edificios, pero cuando se trataban de casos graves era
necesario recurrir a Jerusalén, donde la justicia era administrada en nombre de
Dios y según las disposiciones de la Torá.
La Cámara de Piedra Tallada
Y más adelante, ya
adentrados en el Templo estaba un cuarto edificio llamado ‘Salón de las piedras
talladas’ (en hebreo: לִשְׁכַּת הגָּזִית, romanizado: liškaṯ haggāziṯ),
también conocido como la Cámara de piedra tallada, era el lugar de
reunión o cámara del consejo del Sanedrín durante el
período del Segundo
Templo (siglo VI a. C.-
siglo I). El Sanedrín dejó de reunirse en el ‘Salón de las piedras
talladas’ cuando el Imperio Romano restringió la autonomía de Judea y eliminó
el poder del Sanedrín para imponer sanciones penales. Ese ‘Salón de las piedras
talladas’ era el lugar donde se reunían los miembros del Sanedrín, el cual
estaba compuesto por 71 jueces presidido por el Sumo Sacerdote, el cual era
Caifás en el tiempo de Jesús. Y el Sanedrín no podía emitir sentencias de pena
de muerte, por eso tenían que pedir permiso al gobernador romano tal y como
sucederá en el caso de Jesús de Nazaret.
En Jerusalén
siempre se administraba la justicia en nombre de Dios. Recordemos el Salmo 122
a aquel peregrino que llega al monte de los Olivos y proclama «¡Que alegría
cuando me dijeron: Vamos a la casa de Yahvé!»; contemplando el Templo del
Señor y a la derecha del Templo estaba el palacio del rey donde se administraba
la justicia, que era donde habían sido colocados los asientos de la casa de
David. De hecho, el rey pronunciaba sentencias en nombre de Dios cuando subió
al trono; él no era legislador, sino que únicamente tenía que aplicar el
cumplimiento de la ley de Dios. En este Templo, en esa Cámara de Piedra
Tallada, la justicia era aplicada en nombre de Dios.
Allí mismo nos
encontraremos con un conflicto con dos formas de entender la justicia; la de
los escribas y de los fariseos que apelan a la Ley y que están convencidos de
que ellos representan el pensamiento y el juicio de Dios y el que presenta
Jesús. Jesús viene a mostrar la verdadera justicia de Dios.
¿Cuál es la verdadera justicia de Dios?
Cuando empieza el
día, «de madrugada» se reúnen los jueces
en ese lugar indicado para hablar en nombre de Dios. Jesús entra en el Templo y
se sienta asumiendo la posición del maestro. Seguramente se sentaría en el
Pórtico Norte.
«Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en
adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
«Maestro,
esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos
manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le
preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo».
En este punto
entran en escena los escribas y los fariseos. Ellos no soportaban que se
presentase la imagen de un Dios que en vez de castigar a los pecadores se ponga
a celebrar una fiesta con ellos y les acoja. Ellos consiguieron capturar a una
presa para presentárselo a Jesús: una mujer sorprendida en adulterio. Y lo
hicieron para ponerle en dificultad a Jesús. No le llevaron al hombre, porque
el hombre no les interesa. El adulterio de esta mujer es sólo una escusa para
tenderle una trampa a Jesús.
Los fariseos y
saduceos pudieron a la mujer en medio, de tal modo que colocan a la mujer en el
centro de la atención. Y ahora se mostrará dos modos distintos de hacer
justicia.
Los fariseos y los
saduceos para erradicar, para acabar con el mal sostienen que hay que obedecer
lo que dijo Moisés, el cual mandó apedrear a estas mujeres. Ellos sostienen que
la Torá, la Ley ordena resolver el problema suprimiendo, eliminando a aquellos
que se comportan de este modo. Y para ellos sólo cabría la discusión si
eliminarla lapidándola o estrangulándola tal y como dice la Mishná o Misná
(del hebreo מִשְׁנָה, 'estudio, repetición'). En el libro del Levítico, en el
capítulo 20 dice: «Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo,
serán condenados a muerte: el adúltero y la adúltera» (cfr. Lv 20, 10).
La mujer tenía vergüenza:
El Talmud la amparaba
La mujer debió
sentir una gran vergüenza y con mucho miedo porque los acusadores eran muy
impetuosos y violentos y sabía que iba a acabar lapidada. En realidad las
sentencias no se cumplían a muerte tal y como nos comenta la Biblia. La razón
está en que en el libro del Talmud (hebreo: תַּלְמוּד [talmūd], «instrucción,
enseñanza»), el cual es un libro sagrado y que recoge las tradiciones sagradas
de Israel establece que un Sanedrín sólo podría decretar una pena de muerte
cada 70 años.
Cuando la Torá habla de Pena de Muerte…
Cuando la Torá
prescribe la pena de muerte no es para ejecutarla, sino para dejar en claro que
se trata de un delito muy grave. La pena de muerte también está mencionada en
la Biblia para quien abofetea a su padre (cfr. Lv 20, 9) o numerosos casos que
recoge el Levítico. Estas sentencias de muerte eran sólo para señalar la
gravedad del mal que se estaba haciendo.
La Torá sirve para
señalar el mal. Nos dice que ese fruto está envenenado, que trae la perdición.
La Torá dice que si estás cometiendo adulterio lo que estás haciendo es
envenenar tu vida, la cual es un regalo de Dios y es preciosa. La Torá lo que
te indica es ‘estate atento, ten cuidado con ese veneno’. Por lo tanto,
la mujer no debía de tener mucho miedo; sabía que podía ser castigada, pero no
mucho más.
La propuesta de los
saduceos:
Para eliminar el mal
suprimamos a quien lo haga.
La propuesta de
los escribas para resolver el mal del mundo y erradicarlo definitivamente es
eliminar a quienes lo hagan; es la manera más sencilla de resolver el problema.
Para hacerle entender que no se debe de hacer sufrir a la gente, se le hace
sufrir; para hacerle entender que no se debe de robar, se le roba a él. Ellos
-fariseos y saduceos- razonan así porque creen que tienen la Ley a su lado,
consigo.
Los saduceos y
fariseos, ante esta escena dicen a Jesús: «tú, ¿qué
dices?», que es tanto como decirle: ‘¿cuál es la manera que tú
dice para eliminar el mal?’. Y ellos se lo preguntaban para encontrar un
motivo para acusarlo. El objetivo de esta pregunta era ponerle una trampa e
incriminarlo: ¿Dios ama a los pecadores o se pronuncia contra la Torá? Si se
posiciona contra la Torá le han capturado y le llevarían al Sanedrín, ante el
Sumo Sacerdote para impartirle una pena ejemplar. Ante la pregunta insistente
de los fariseos y saduceos no responde.
El gesto extraño de Jesús.
«Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como
insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
«El que esté sin pecado, que le tire la primera
piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos,
al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, Y
quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se
incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus
acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella
contestó: «Ninguno, Señor».
Jesús
dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Ante la pregunta
que le hacen él no responde, sino que comienza a escribir con su dedo en la
tierra. Jesús tenía dos objetivos; salvar a la mujer porque según sostienen los
fariseos y saduceos es el amigo de publicanos y pecadores, luego Jesús debe de
salvar a la mujer. Sin embargo, Jesús tiene otro objetivo; salvar a sus
acusadores, porque Jesús los ama y desea que sean felices y pretende que ellos
también acojan con alegría la nueva imagen de Dios; un Dios que se comporta de
un modo diferente con los que se equivocan y pecan.
¿Cómo lo hace?
Emplea una pedagogía muy eficaz. Jesús sabe que tiene frente a él a toda una
manada de personas furiosas que le trajeron de malos modos a esa mujer
adúltera. Y el modo de actuar ante la turba, ya que uno empieza a gritar, el
otro lo hace más fuerte; uno empieza a empujar y acaban dándose con palos,
piedras y matándose como salvajes, cometiendo acciones abominables y no
sintiéndose como responsables porque se amparan y esconden en el grupo. La
mejor manera de que ellos recuperen su dignidad y se comporten como seres
humanos, sacándoles de la manada, es hacerles pensar que ellos son los
responsables de lo que hacen.
Un silencio muy elocuente…
El primer
significado del signo de Jesús es el silencio que se crea a su alrededor;
el silencio da miedo porque nada te distrae y tienes que reflexionar y empiezan
a salir a la luz los pensamientos inquietantes que uno siempre desea eliminar. Es
como si Jesús dijese con ese silencio: «‘detente un momento, haz una pequeña
reflexión; piensa qué cosa te ha motivado a traer y a acusar a esta mujer’;
‘La mujer ha hecho daño a su esposo, ella ha arruinado el prestigio y el
amor de su familia y de otras familias. ¿Creíste que estabas haciendo algún
bien cuando la trajisteis? ¿Pensaste en que ibas a ayudarla a reconducir y a
recuperarse en la vida? ¿No crees que con tu comportamiento estás añadiendo más
daño y dolor a lo que ella ya tiene? ¿Sabes por qué estas ten enfadado con ella
si ella a ti no te ha hecho nada malo? Si piensas detenidamente en las razones
por las que la trajiste aquí, tal vez te avergüences. No te escondas en la
turba, sino que sal y mírate a ti mismo».
Este silencio lo
soportan los acusadores. De hecho, nos cuenta el relato que empezaron a
insistir en el interrogatorio. No quieren que el silencio se prolongue. El
texto griego emplea este verbo: επεµενον (ἐπιμένω -epiméno), ‘decir
permanentemente con gran insistencia’. Es entonces cuando Jesús levanta erguida
la cabeza, permaneciendo sentado, (ἀνακύπτω, anakúpto, ‘enderezar,
erguir’; κύπτω, kúpto, ‘doblase hacia delante’) y les dice: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
Jesús les dice que no la lapiden todos a la vez, sino que sea uno a uno,
ordenadamente, para que ellos se den cuenta de si son tan puros y tan buenos
como se piensan que son. Si la solución del mal es la de eliminar al que comete
el pecado, ten cuidado porque tal vez seas tú uno de los que tengan que ser
eliminados.
¿Cuáles son las
piedras que actualmente se arrojan?
En nuestras
comunidades y en la Iglesia las piedras que hoy se lanzan son diferentes a las
de entonces. Son las piedras del chisme, de la calumnia, del acoso silencioso,
son las piedras de las habladurías; las piedras de la propagación de los
errores que se difunden. Se lanzan estas piedras con la lengua pensando que se
refleja y se desea hacer el bien a las personas cuyas historias se airean, se
exhiben como espectáculo público. ¿Estás seguro de que nadie te lanzará a ti
las piedras? Esa noticia picante, esa noticia morbosa, malsana de un hermano o
de una hermana ¿lo comentas para ayudar o para una particular satisfacción? El
caso es que después te deja con un sabor muy amargo en la boca.
Y vuelve a escribir con el dedo…
Y después de
contestarles Jesús, «inclinándose otra vez, siguió
escribiendo». ¿Qué significa realmente el que Jesús estuviera
escribiendo con el dedo en el suelo? La interpretación más tradicional es que
Jesús ha empezado a escribir en el suelo los pecados de los acusadores, y los
más mayores, al verlo, se sintieron más impresionadas e interpeladas por Jesús que
avergonzadas se fueron marchando. Pero… ¿cómo puede Jesús escribir los pecados
de los acusadores para hacer que se avergüencen delante de todos? Jesús los
ama, los quiere salvar, los quiere liberar, no los quiere humillar.
…en la piedra.
En primer lugar,
Jesús no puede escribir con la arena ni con la tierra porque no había. En la
esplanada del Templo no había arena, era el pavimento, luego el dedo de Jesús
únicamente estaba acariciando la piedra del suelo. Jesús estaba ‘escribiendo’
con su dedo en la piedra; esto nos remite al único texto en la Biblia en la que
el dedo de Dios escribe en la piedra de las dos tablas del Decálogo (cfr. Ex
31, 18). El Decálogo es la indicación de cómo tú tienes que hacerlo para poder
vivir y de los errores y pecados que has de evitar ya que es el veneno que te
quita la vida. La Torá (en hebreo: תּוֹרָה ) está escrita en la piedra. Y
esta gente lo sabía, que cuando el dedo de Dios se movió escribió la Ley sobre
la piedra. De hecho, los acusadores cuando le vieron a Jesús escribiendo con su
dedo en la piedra del suelo se acordaron perfectamente de ese pasaje bíblico.
Recordemos lo que
profetizó Jeremías en que Dios escribirá su Ley, ya no en piedra, sino en el
corazón (cfr. Jr 31 ,33) y será ese corazón quien impulse a hacer el bien. Con
ese gesto Jesús está diciendo a los acusadores: ‘¿Tienes todavía el corazón
de piedra o ya tienes el corazón nuevo y transformado que han asimilado los
pensamientos y los sentimientos de Dios?’.
Cuando estas
personas han oído la respuesta de Jesús y que se puso de nuevo a escribir con
su dedo empezaron a alejarse, apartándose (ἐξέρχομαι exérjomai), comenzando
por los más ancianos (πρεσβύτερος). Se fueron marchando primero los más viejos
porque ellos fueron los que primero lo entendieron. Este primer objetivo, el
tratar con la turba furiosa, lo ha conseguido.
La mujer de pie en el centro y Jesús sentado.
Y ahora Jesús se
queda sólo con la mujer que sigue en medio. La mujer estaba colocada en pie en
el centro y Jesús estaba sentado. Durante toda la discusión con los furiosos
acusadores, durante el juicio, la mujer había permanecido de pie con las otras
personas, mientras que Jesús estaba sentado. Se había incorporado, pero siempre
manteniéndose sentado. Es verdad que la tradición desafortunadamente nos pone «Jesús se incorporó», ‘Jesús se puso en pie’, pero
no; lo correcto es decir ‘Jesús alzando la mirada o mirando hacia arriba’. Jesús
está sentado abajo y la mujer está en lo alto. Nos remite al episodio de Zaqueo
cuando Zaqueo estaba subido a un sicómoro y Jesús cuando llegó a aquel sitio «alzó
la mirada» y le dijo que bajase que convenía que hoy se quedara en su casa
(cfr. Lc 19, 5). Jesús está siempre al servicio del pecador, por eso está por
debajo físicamente de ellos, y lo hace porque lo ama: Ésta es la imagen de Dios
que Jesús nos presenta.
La sentencia de Jesús.
Dice Jesús a la
mujer «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno
te ha condenado?». Ella
responde que ninguno, a lo que a continuación viene la sentencia de Jesús: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
No inventamos el
arrepentimiento de la mujer ni la promesa ni el propósito de no pecar más. No
hay señales de arrepentimiento por parte de la mujer. Aquí tenemos otro mensaje:
Jesús distingue de un modo muy nítido y muy claro entre el pecado y el pecador.
Jesús no aprueba el mal que se ha realizado, no justifica el pecado. El adulterio
es un pecado grave y causa mucho daño a quien lo comete y tiene consecuencias dramáticas
ya que pueden desmoronarse familias, romperse matrimonios, y generar daños
colaterales serios a los hijos y a los demás miembros de la familia.
Jesús tiene una
moral sexual muy rigurosa y exigente. El discurso de la montaña va mucho más
allá de lo que decían los rabinos: no solo condena el adulterio, sino que llama
adúltero el mirar a una mujer deseándola, porque en el corazón (cfr. Mt 5, 28).
La traición del amor conyugal/esponsal comienza en el corazón. Jesús está totalmente
de acuerdo con la Torá que denuncia el mal e indica lo que es veneno. A la mujer
lo que le está diciendo es ‘no te hagas daño, no sigas bebiendo de ese veneno
porque te mata’. Dios condena el mal, pero no a sus hijos. Ésta es la nueva
imagen de Dios que Jesús ha introducido en el mundo.
Dios no hace justicia
destrozando a la persona y enviándola al infierno; esto es un modo de ejercitar
una venganza. Es importante recuperar la imagen de Dios que tanto han
destrozado los escribas y los fariseos. No podemos proyectar en Dios nuestra
venganza.
A Jesús le condenarán
en el Sanedrín por el anuncio de la imagen de este Dios que es rechazado frontalmente
y beligerante por los fariseos, saduceos, sumos sacerdotes y demás familia que
vivían del gran negocio del Templo de Jerusalén.
Jesús no condena a la persona, pero cuando salga del camino, ayúdala a recuperar la vida: Esto es hacer justicia.