Domingo II
del Tiempo Pascual, Ciclo C
27.04.2025 Jn 20, 19-31
Los
discípulos estaban con las puertas cerradas por miedo a los judíos. No se habla
de los apóstoles, ni de los Doce menos uno. Se refiere a los discípulos, es
decir, a todos aquellos que, en cualquier momento o lugar, a pesar de su
perplejidad, incertidumbre y fragilidad, han otorgado su plena adhesión al
Maestro.
El
evangelista desea que nos reconozcamos en esos discípulos asustados y cerrados
en casa con todos nuestros miedos.
Nos
cuentan que son los judíos; pero según el evangelio de Juan, diciendo que eran
los judíos no se refiere ni indica a los israelitas o a los habitantes de la
región de Judea. Indican a todos aquellos que, en cualquier lugar y tiempo, se
oponen a Jesús y a su evangelio. Ellos representan a todos aquellos que
prefieren la tiniebla a la luz; la mentira antes que la verdad; el odio al
amor.
El
miedo de esta comunidad nace del hecho de saberse consciente de tener que
lidiar con un mundo hostil. Esta pequeña comunidad ha de proponer una sociedad
alternativa y fraterna en un contexto de un imperio que se basa en la
esclavitud. Debe anunciar el amor incondicional de un Dios que es Padre de
todos y que ama a todos de un modo incondicional en un mundo pagado e idólatra.
Esa pequeña comunidad esta urgida a aprender a denunciar al uso de la espada en
un mundo donde prevalece la ley del más fuerte donde se recurre a la violencia
para poder dominar y someter. Esta pequeña comunidad está llamada a proponer
una sociedad alternativa.
Esta
comunidad cerrada en el cenáculo es la imagen de la Iglesia que teme la
confrontación y la comparación con el mundo. Resuena las palabras de San Juan
Pablo II, pronunciadas aquella frase pronunciada al inicio de su fecundo
pontificado, aquel 22 de octubre de 1978: "¡No tengáis miedo, abrid las
puertas a Cristo!". O aquella frase del Papa Benedicto XVI pronunciada
en el discurso en la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid en 2011: "Queridos
amigos, que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al
futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento
de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda
la tierra”.
Cuando
la Iglesia tiene miedo, ¿qué es lo que hace? Se repliega sobre sí misma, se
encierra con miles de candados. El miedo es un pésimo consejero que nos hace
ser agresivos, intolerantes, fanáticos; donde el diálogo cesa y no se proponen
nuevos planteamientos.
Los
miedos están justificados, pero han se de ser superados a la luz del Espíritu
Santo, ya que la Iglesia se ha de confrontar con una sociedad cada vez menos
dispuesta a aceptar propuestas evangélicas. Hablar de renuncia, de sacrificio,
de atención al otro son propuestas que son desafiantes y que están pasadas de
moda en esta sociedad. Ante esto sucede que la Iglesia está tentada a
mantenerse alejada de esta sociedad. A la Iglesia se le acusa de ser
retrógrada, anticuada, de ser personas acordes a planteamientos medievales… y
esto hace que muchos renuncien a llevar el anuncio del evangelio al mundo.
¿Qué
nos libera de todos estos miedos?
Lo
que nos saca y nos libera de todos estos miedos es la presencia de Jesús en
medio de nosotros. Jesús nos dice: «Paz a
vosotros». El acontecimiento que cambia todo es el encuentro con el resucitado;
la alegría de saber y de experimentar que Cristo resucitado está en medio con
su comunidad.
Juan
no está contando o narrando una aparición de Jesús, no nos dice que Jesús se
hizo visible y luego se volvió invisible. El evangelista Juan no habla de
apariciones de Jesús, no dice que fue visto; dice que está en medio de la
comunidad. Habla de un modo nuevo de estar presente en medio de los discípulos.
Cuando Jesús estaba condicionado por la propia condición humana estaba sometido
a los límites del espacio y del tiempo; cuando estaba en Jerusalén no podía
estar con su madre en Nazaret. Hoy el resucitado ya no tiene esos límites, él
está siempre en medio de su comunidad en cualquier lugar y en cualquier tiempo.
Los miedos solo pueden desaparecer cuando estos discípulos toman conciencia
de que ellos no están solos ya que el resucitado está en medio de ellos.
Las
manos significan la acción, sus obras.
«Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los
discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a
vosotros».
Jesús
al mostrar las manos y el costado era el mostrar su propia identidad; que el
crucificado es el resucitado. Pero el significado del gesto de Jesús va más
allá: La mano indica la acción, las obras que una persona ha realizado. Con las
manos se puede acariciar o golpear, puedes ayudar a la vida o puedes matarla,
puedes levantar o aplastar, si hemos dado de comer al hambriento y de beber al
sediento, etc. Al mostrarles las manos les está recordando todo lo que con
ellas ha realizado y ellos han sido testigos directos de todo ello, para que
pasándolo por su memoria y su corazón lo hagan ellos también. Nuestra vida será
juzgada por las obras que nos revelen lo que hemos sido y lo que somos.
Jesús
ha venido al mundo para mostrarnos las manos de Dios. En el Antiguo Testamento
se habla mucho de las manos de Dios que hacen obras maravillosas en favor del
hombre, pero también se habla de las manos de Dios cuando golpean, por ejemplo,
cuando Dios extendió las manos sobre Egipto con las diez plagas. Recordemos el
capítulo 15 del libro del Éxodo cuando los caballos y caballeros egipcios
fueron ahogados en el mar Rojo y dice la Escritura: «Lo hizo tu diestra,
resplandeciente de poder; tu diestra, Señor, aplasta al enemigo» (cfr. Ex
15, 6). Y también en el libro de los Macabeos cuando el séptimo de los hermanos
antes de morir dijo rey verdugo, gobernante del Imperio Seléucida, Antíoco
IV Epífanes: «Y tú, que eres el causante de todas las desgracias de los
hebreos, no escaparás de las manos de Dios» (cfr. 2 Mac 7, 31). En la
epístola a los Hebreos se dice: «¡Es terrible caer en las manos del Dios
vivo!» (cfr. Hb 10, 31); donde el autor está hablando de aquellos que han
hecho opciones de muerte y por lo tanto utiliza, de modo dramático, el lenguaje
que empleaban los rabinos que amenazaban con sus sermones.
En
las manos de Jesús vemos la revelación definitiva y perfecta de la obra que
Dios realiza. Con las manos Jesús da la vista al ciego; acaricia a los
leprosos, a los cuales nadie se podía acercar; parte los panes y los peces a
los hambrientos; levanta al paralítico que no podía moverse; son manos que
bendicen a los niños; son las manos que lavaron los pies a sus discípulos en la
Última Cena; son las manos que siempre han estado al servicio de la vida.
Manos con los agujeros de los clavos.
Son
manos heridas con los clavos. ¿Quiénes clavaron esas manos? Aquellos que
querían perpetuar las obras de la violencia, aquellos que apuestan por el
ataque y que hacen la guerra; son las manos que toman en lugar de dar. Son
aquellas manos que se mueven por los criterios del mundo viejo; son las manos
que están para dominar y no para servir; esas son las manos que han taladrado
las manos del Maestro. Son las manos que han rechazado la propuesta del hombre
nuevo que ha venido a traer el Hijo de Dios. Las manos de Jesús son usadas sólo
para el amor, incluso a los enemigos.
Además
de mostrar sus manos Jesús también muestra su costado. De su costado brotó
sangre y agua. La sangre y el agua en la Biblia indican la vida. De ese costado
surge las fuerzas y nuestras capacidades para el amor. Y nos cuenta el evangelista
que al verlo los discípulos «se llenaron de alegría».
La alegría nace cuando acoges y encarnas su propuesta de amor porque estamos
programados para amar como Jesús amó; sólo así estaremos en armonía con nuestra
identidad.
El
Señor les otorga una misión
«Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y,
dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Jesús
les involucra en una misión, una misión que da la vida. Les confía una misión para
que lleven su mensaje a personas que viven y piensan de un modo totalmente diferente
al suyo. Si en el mundo hubiera reinado la fraternidad, el amor y la paz no nos
habría enviado el Señor. El Padre ha enviado a su Hijo al mundo y ha amado este
mundo; y este mundo necesita del evangelio. Frente a las fuerzas del mal nos
sentimos débiles porque el demonio está constantemente tentándonos, tal y como
lo hizo con Jesús. Es el poder abrumador del mal el que nos asusta. Si sólo nos
fiamos de nuestras frágiles fuerzas tendríamos muchos motivos para resignarnos
y renunciar a la misión.
¿Cómo
nos ayuda el Señor ante estas fuerzas del mal?
Nos
dice que «sopló sobre ellos», sopló sobre
sus discípulos. El verbo griego es ἐμφυσάω (émfusáo)
representa que de dentro de Jesús les insufla su Espíritu a sus discípulos,
les otorga su propia vida divina a los discípulos. Este verbo ἐμφυσάω (émfusáo)
es importante porque únicamente aparece dos veces en el Antiguo Testamento. La
primera es cuando Dios sobre esa arcilla que él mismo había modelado sopló ese
aliento de vida; es un acto creativo. Y la segunda vez lo encontramos en el
profeta Ezequiel cuando habla a esos huesos secos y cuando sopla el aliento
divino sobre ellos todo retorna a la vida.
El
soplo del aliento del resucitado es un acto creativo; nos anima con su propio
aliento de vida. No solamente vamos a la misión con nuestras propias fuerzas humanas,
sino que también contamos con la fuerza divina frente a la cual ninguna fuerza
maligna puede derrotarnos.
La
tarea encargada por el Señor Resucitado es…
El
resucitado sigue diciéndonos que «a quienes les
perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les
quedan retenidos». El Concilio de Trento ha sostenido que este
versículo confirma que el resucitado ha instituido el sacramento de la
penitencia. Pero tengamos presente que aquí el resucitado no se dirige a los
Doce; sino que se dirige a todos los discípulos que se les confía la remisión
de los pecados. Tengamos en cuenta el verbo griego usado, el verbo ἀφίημι (afíemi),
que significa ‘dejar, abandonar, despedir’. ¿Qué cosa ha de hace el
discípulo? El discípulo debe acercarse a aquellos que son esclavos del
pecado y asegurarse de que abandonen esta condición pecadora; que abandonen
las sendas del pecado para que se adentren en el camino de la vida. En la Iglesia
cabemos todos, pero no cabe todo; de ahí que abandonen la condición pecadora,
de ahí la urgente conversión.
Si
uno tiene pecado y has conseguido que abandone ese pecado habrás recuperado al
hermano. Pero si a causa de la condición poco evangélica de tu vida mantienes a
tu hermano en su condición de pecado, la responsabilidad será tuya. No cabe ambigüedades
en el mensaje ni medias tintas.
¿Sólo
Tomás era el incrédulo?
«Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con
ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le
decían: «Hemos
visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la
señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto
la mano en su costado, no lo creo».
La
incredulidad de Tomás se ha convertido en proverbial, parece que sólo él pedía
pruebas racionales y verificable de la resurrección. Sin embargo, recordemos que
el evangelista Marcos nos dice en la última página de su Evangelio que después
de todas las manifestaciones del resucitado a los Once, Jesús les regañó por su
incredulidad (cfr. Mc 16, 14). El evangelista Lucas dice que el resucitado se
apareció a los apóstoles los cuales estaban asustados y asombrados, tanto que
Jesús les preguntó lo siguiente: «¿Por qué os turbáis? ¿Por qué albergan dudas
vuestra mente?» (cfr. Lc 24, 38). El evangelista Mateo en el último capítulo
de su evangelio dice que cuando Jesús se apareció en el monte en Galilea,
algunos aún dudaban (cfr. Mt 28, 17). Entonces todos dudaron, no sólo el pobre
Tomás.
¿Por
qué se centró el evangelista en Tomás?
El
evangelista Juan parece centrarse en Tomás todas las dudas. Recordemos que eran
dudas que estaban presente en todos. Juan escribe su evangelio en torno al año
95 d.C. y Tomás ya está muerto y Juan quiere responder a las objeciones e
interrogantes que tenían y se planteaban los cristianos de su comunidad. Son
cristianos de la tercera generación, por lo que ninguno de ellos había conocido
a Jesús de Nazaret y ellos luchan por creer. ¿Cuáles son las razones que nos
pueden convencer para creer que el Señor ha resucitado? Ya no es posible tener
la experiencia que tuvieron los primeros discípulos ya que ellos sí que
pudieron constatar la evidencia de que Jesús de Nazaret estaba vivo.
El
evangelista Juan desea ayudar a los hermanos de su comunidad a disolver y
solucionar estas preguntas, y elige a Tomás como símbolo de la dificultad
que tienen los discípulos para creer que Jesús que ha donado la vida por
amor está vivo.
Tomás, el Gemelo.
Se
insiste en el evangelio en llamar a Tomás con el apodo de ‘Mellizo’, en griego ∆ίδυμος
(Dídumos), que se traduce por ‘gemelo, doble’. ¿Gemelo de quién? Gemelo de
cada uno de nosotros, es una invitación a comprender los aspectos en los que
nos guía Tomás, para seguir el camino que Tomás hizo para que también nosotros
podamos llegar a creer en el resucitado.
¿Qué
camino recorrió Tomás para seguirle nosotros, sus gemelos? Tomás no estaba con
ellos cuando vino Jesús. Ahora viene la pregunta: ¿Por qué Tomás no estaba entonces
con ellos? ¿Por qué Tomás se había alejado de la comunidad de los discípulos? Esto
sucede hoy, un hermano que abandona la comunidad. Pero voy a dejar claro una
cosa: Tomás no es un gemelo de los que abandonan la Iglesia murmurando ni maldiciendo
a la gente porque se siente superior o mejor y desprecia a los hermanos. Tomás
no es gemelo de este tipo de personas.
Tomás
ni siquiera es gemelo de aquellos que abrazan a otra religión y abandona a la
comunidad cristiana. Tomás no es alguien que lo haya dejado todo para ir por su
propio camino.
Tomás ha mantenido
una conexión con quien compartió su propia elección y sigue al Maestro; recordemos
que regresó con la comunidad pasado únicamente ocho días; Tomás es el gemelo de
todo discípulo que sufre, que está apenado por algo que pasó y que se aleja de
la comunidad, pero se aleja momentáneamente. Tal vez se haya alejado porque no
entiende algo, por un enfado con un hermano, por una desilusión, porque no
comprende ciertas elecciones o decisiones, porque se resistía a aceptar una
corrección fraterna. Tomás es el gemelo de aquel que ha creído en el mundo
nuevo y dio su adhesión al Maestro. Tomás es aquel que cuando se aleja de la
comunidad está sufriendo y deseando estar otra vez dentro; sino sufre no se
asemeja, no es gemelo de Tomás.
¿Qué
hacen los otros Diez cuando encuentran a Tomás? «Y
los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Los
discípulos se lo decían; en griego se usa el verbo λέγω (légo) que significa ‘explicar,
relatar con palabras, repetir’, no únicamente ‘decir’. Le repetían que
habían encontrado al resucitado. Tomás es gemelo de todos aquellos que quieren
tener pruebas tangibles y visibles del resucitado y que aún no han visto al
Señor y están llamados a la fe gracias al testimonio de la fe de los hermanos.
¿Dónde
puedo encontrar al resucitado?
Al resucitado lo
puedes ver y encontrar sólo con la comunidad de los discípulos reunida en el
día del Señor. Si quieres encontrarte con el resucitado ten la experiencia de Tomás.
¡Quédate con la comunidad!, ¡retorna con la comunidad que se reúne en el Día
del Señor!
La
experiencia Pascual de Tomás.
«A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y
Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y
dijo:
«Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos;
trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó
Tomás: «Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque
me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».
Ocho días después,
ya en el Día del Señor, cuando la comunidad de los creyentes es convocada para
la fracción del pan; y cuando la comunidad está reunida el resucitado también
está en medio de los discípulos. Saluda ofreciendo su paz (εἰρήνη, eirene),
‘prosperidad, paz, unidad’. Y se dirige a Tomás y le invita a tocar sus manos y
su costado; las manos remiten a los clavos y el costado a la lanza; es decir,
remite al drama del Calvario.
El evento del
Calvario es un evento muy trágico e infeliz y el resucitado quiere que tengamos
siempre presente este momento del Calvario porque ahí es donde Dios ha mostrado
hasta donde llega su amor. Y Jesús, al decir a Tomás que meta su dedo en sus
llagas y la mano en su costado lo que le está diciendo es que esta propuesta de
vida donada por amor lo hagamos propia.
¿Dónde podemos
tocar y ver al resucitado? En la Eucaristía. En ese pan eucarístico está toda
la historia de amor de Cristo donada por amor.
La
respuesta de Tomás.
«Señor mío y Dios mío!». Al comienzo del evangelio
de Juan dice que nadie jamás ha visto a Dios, el Hijo Unigénito nos lo reveló. El
rostro de Jesús de Nazaret nos muestra la belleza del rostro de Dios. Tomás es
el primero que ha reconocido en Jesús de Nazaret la revelación encarnada del
rostro de Dios. Nadie antes había logrado proclamar a Jesús como Dios.
Estamos en los
años en el que en Roma reina el emperador Domiciano, un megalómano que llenó el
imperio con sus estatuas y que había erigido templos en su honor había decido
ser venerado y adorado como un Dios. De hecho, había establecido que toda
circular emitida en su nombre se debía iniciar con estas palabras: ‘Domiciano,
nuestro señor y nuestro dios, ordena que…’.
¿Qué les dice el
evangelista Juan a los cristianos de su comunidad presentando la respuesta que da
Tomás? Quiere decirnos que el verdadero discípulo no reconoce a ningún hombre
como Dios. Reconoce como único Dios a aquel que ha mostrado la belleza del
rostro de Dios en Jesús de Nazaret.
La palabra de respuesta de Jesús.
Creer no es adherirse
a un paquete de verdades, significa entregar la propia vida a la persona a la
cual te sientes amada. El bienaventurado es aquel que ama como Jesús ha amado.
Conclusión
del evangelio de Juan.
«Muchos otros signos, que no están escritos en este libro,
hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que
creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis
vida en su nombre».
El
evangelista Juan explica el propósito de su evangelio. Quería presentar el
mayor de los signos de Jesús, que es la donación total de su vida. Y ha contado
lo suficiente para entender cuánto nos ha amado Jesús de Nazaret. Escribió este
evangelio para que a través de esta palabra podamos llegar a creer y recibir
como regalo la vida que ha traído al mundo el Hijo de Dios.