sábado, 26 de abril de 2025

Homilía del Domingo II de Pascua, Ciclo C Tomás, 'tu gemelo'

 

Domingo II del Tiempo Pascual, Ciclo C

27.04.2025   Jn 20, 19-31

          En el evangelio de hoy el evangelista Juan nos contará lo acontecido en la tarde del domingo de Pascua.

 «Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros».

         Los discípulos estaban con las puertas cerradas por miedo a los judíos. No se habla de los apóstoles, ni de los Doce menos uno. Se refiere a los discípulos, es decir, a todos aquellos que, en cualquier momento o lugar, a pesar de su perplejidad, incertidumbre y fragilidad, han otorgado su plena adhesión al Maestro.

         El evangelista desea que nos reconozcamos en esos discípulos asustados y cerrados en casa con todos nuestros miedos.

                                              ¿Quiénes infunden miedo a esta pequeña comunidad?

         Nos cuentan que son los judíos; pero según el evangelio de Juan, diciendo que eran los judíos no se refiere ni indica a los israelitas o a los habitantes de la región de Judea. Indican a todos aquellos que, en cualquier lugar y tiempo, se oponen a Jesús y a su evangelio. Ellos representan a todos aquellos que prefieren la tiniebla a la luz; la mentira antes que la verdad; el odio al amor.

         El miedo de esta comunidad nace del hecho de saberse consciente de tener que lidiar con un mundo hostil. Esta pequeña comunidad ha de proponer una sociedad alternativa y fraterna en un contexto de un imperio que se basa en la esclavitud. Debe anunciar el amor incondicional de un Dios que es Padre de todos y que ama a todos de un modo incondicional en un mundo pagado e idólatra. Esa pequeña comunidad esta urgida a aprender a denunciar al uso de la espada en un mundo donde prevalece la ley del más fuerte donde se recurre a la violencia para poder dominar y someter. Esta pequeña comunidad está llamada a proponer una sociedad alternativa.

         Esta comunidad cerrada en el cenáculo es la imagen de la Iglesia que teme la confrontación y la comparación con el mundo. Resuena las palabras de San Juan Pablo II, pronunciadas aquella frase pronunciada al inicio de su fecundo pontificado, aquel 22 de octubre de 1978: "¡No tengáis miedo, abrid las puertas a Cristo!". O aquella frase del Papa Benedicto XVI pronunciada en el discurso en la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid en 2011: "Queridos amigos, que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra”.

         Cuando la Iglesia tiene miedo, ¿qué es lo que hace? Se repliega sobre sí misma, se encierra con miles de candados. El miedo es un pésimo consejero que nos hace ser agresivos, intolerantes, fanáticos; donde el diálogo cesa y no se proponen nuevos planteamientos.

         Los miedos están justificados, pero han se de ser superados a la luz del Espíritu Santo, ya que la Iglesia se ha de confrontar con una sociedad cada vez menos dispuesta a aceptar propuestas evangélicas. Hablar de renuncia, de sacrificio, de atención al otro son propuestas que son desafiantes y que están pasadas de moda en esta sociedad. Ante esto sucede que la Iglesia está tentada a mantenerse alejada de esta sociedad. A la Iglesia se le acusa de ser retrógrada, anticuada, de ser personas acordes a planteamientos medievales… y esto hace que muchos renuncien a llevar el anuncio del evangelio al mundo.

¿Qué nos libera de todos estos miedos?

         Lo que nos saca y nos libera de todos estos miedos es la presencia de Jesús en medio de nosotros. Jesús nos dice: «Paz a vosotros». El acontecimiento que cambia todo es el encuentro con el resucitado; la alegría de saber y de experimentar que Cristo resucitado está en medio con su comunidad.

         Juan no está contando o narrando una aparición de Jesús, no nos dice que Jesús se hizo visible y luego se volvió invisible. El evangelista Juan no habla de apariciones de Jesús, no dice que fue visto; dice que está en medio de la comunidad. Habla de un modo nuevo de estar presente en medio de los discípulos. Cuando Jesús estaba condicionado por la propia condición humana estaba sometido a los límites del espacio y del tiempo; cuando estaba en Jerusalén no podía estar con su madre en Nazaret. Hoy el resucitado ya no tiene esos límites, él está siempre en medio de su comunidad en cualquier lugar y en cualquier tiempo. Los miedos solo pueden desaparecer cuando estos discípulos toman conciencia de que ellos no están solos ya que el resucitado está en medio de ellos.

        

Las manos significan la acción, sus obras.

«Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros».

         Jesús al mostrar las manos y el costado era el mostrar su propia identidad; que el crucificado es el resucitado. Pero el significado del gesto de Jesús va más allá: La mano indica la acción, las obras que una persona ha realizado. Con las manos se puede acariciar o golpear, puedes ayudar a la vida o puedes matarla, puedes levantar o aplastar, si hemos dado de comer al hambriento y de beber al sediento, etc. Al mostrarles las manos les está recordando todo lo que con ellas ha realizado y ellos han sido testigos directos de todo ello, para que pasándolo por su memoria y su corazón lo hagan ellos también. Nuestra vida será juzgada por las obras que nos revelen lo que hemos sido y lo que somos.

         Jesús ha venido al mundo para mostrarnos las manos de Dios. En el Antiguo Testamento se habla mucho de las manos de Dios que hacen obras maravillosas en favor del hombre, pero también se habla de las manos de Dios cuando golpean, por ejemplo, cuando Dios extendió las manos sobre Egipto con las diez plagas. Recordemos el capítulo 15 del libro del Éxodo cuando los caballos y caballeros egipcios fueron ahogados en el mar Rojo y dice la Escritura: «Lo hizo tu diestra, resplandeciente de poder; tu diestra, Señor, aplasta al enemigo» (cfr. Ex 15, 6). Y también en el libro de los Macabeos cuando el séptimo de los hermanos antes de morir dijo rey verdugo, gobernante del Imperio Seléucida, Antíoco IV Epífanes: «Y tú, que eres el causante de todas las desgracias de los hebreos, no escaparás de las manos de Dios» (cfr. 2 Mac 7, 31). En la epístola a los Hebreos se dice: «¡Es terrible caer en las manos del Dios vivo!» (cfr. Hb 10, 31); donde el autor está hablando de aquellos que han hecho opciones de muerte y por lo tanto utiliza, de modo dramático, el lenguaje que empleaban los rabinos que amenazaban con sus sermones.

         En las manos de Jesús vemos la revelación definitiva y perfecta de la obra que Dios realiza. Con las manos Jesús da la vista al ciego; acaricia a los leprosos, a los cuales nadie se podía acercar; parte los panes y los peces a los hambrientos; levanta al paralítico que no podía moverse; son manos que bendicen a los niños; son las manos que lavaron los pies a sus discípulos en la Última Cena; son las manos que siempre han estado al servicio de la vida.

 

         Manos con los agujeros de los clavos.

         Son manos heridas con los clavos. ¿Quiénes clavaron esas manos? Aquellos que querían perpetuar las obras de la violencia, aquellos que apuestan por el ataque y que hacen la guerra; son las manos que toman en lugar de dar. Son aquellas manos que se mueven por los criterios del mundo viejo; son las manos que están para dominar y no para servir; esas son las manos que han taladrado las manos del Maestro. Son las manos que han rechazado la propuesta del hombre nuevo que ha venido a traer el Hijo de Dios. Las manos de Jesús son usadas sólo para el amor, incluso a los enemigos.

         Además de mostrar sus manos Jesús también muestra su costado. De su costado brotó sangre y agua. La sangre y el agua en la Biblia indican la vida. De ese costado surge las fuerzas y nuestras capacidades para el amor. Y nos cuenta el evangelista que al verlo los discípulos «se llenaron de alegría». La alegría nace cuando acoges y encarnas su propuesta de amor porque estamos programados para amar como Jesús amó; sólo así estaremos en armonía con nuestra identidad.

 

El Señor les otorga una misión

         «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

         Jesús les involucra en una misión, una misión que da la vida. Les confía una misión para que lleven su mensaje a personas que viven y piensan de un modo totalmente diferente al suyo. Si en el mundo hubiera reinado la fraternidad, el amor y la paz no nos habría enviado el Señor. El Padre ha enviado a su Hijo al mundo y ha amado este mundo; y este mundo necesita del evangelio. Frente a las fuerzas del mal nos sentimos débiles porque el demonio está constantemente tentándonos, tal y como lo hizo con Jesús. Es el poder abrumador del mal el que nos asusta. Si sólo nos fiamos de nuestras frágiles fuerzas tendríamos muchos motivos para resignarnos y renunciar a la misión.

¿Cómo nos ayuda el Señor ante estas fuerzas del mal?

         Nos dice que «sopló sobre ellos», sopló sobre sus discípulos. El verbo griego es ἐμφυσάω (émfusáo) representa que de dentro de Jesús les insufla su Espíritu a sus discípulos, les otorga su propia vida divina a los discípulos. Este verbo ἐμφυσάω (émfusáo) es importante porque únicamente aparece dos veces en el Antiguo Testamento. La primera es cuando Dios sobre esa arcilla que él mismo había modelado sopló ese aliento de vida; es un acto creativo. Y la segunda vez lo encontramos en el profeta Ezequiel cuando habla a esos huesos secos y cuando sopla el aliento divino sobre ellos todo retorna a la vida.

         El soplo del aliento del resucitado es un acto creativo; nos anima con su propio aliento de vida. No solamente vamos a la misión con nuestras propias fuerzas humanas, sino que también contamos con la fuerza divina frente a la cual ninguna fuerza maligna puede derrotarnos.

 

La tarea encargada por el Señor Resucitado es…

         El resucitado sigue diciéndonos que «a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». El Concilio de Trento ha sostenido que este versículo confirma que el resucitado ha instituido el sacramento de la penitencia. Pero tengamos presente que aquí el resucitado no se dirige a los Doce; sino que se dirige a todos los discípulos que se les confía la remisión de los pecados. Tengamos en cuenta el verbo griego usado, el verbo ἀφίημι (afíemi), que significa ‘dejar, abandonar, despedir’. ¿Qué cosa ha de hace el discípulo? El discípulo debe acercarse a aquellos que son esclavos del pecado y asegurarse de que abandonen esta condición pecadora; que abandonen las sendas del pecado para que se adentren en el camino de la vida. En la Iglesia cabemos todos, pero no cabe todo; de ahí que abandonen la condición pecadora, de ahí la urgente conversión.

         Si uno tiene pecado y has conseguido que abandone ese pecado habrás recuperado al hermano. Pero si a causa de la condición poco evangélica de tu vida mantienes a tu hermano en su condición de pecado, la responsabilidad será tuya. No cabe ambigüedades en el mensaje ni medias tintas.

 

¿Sólo Tomás era el incrédulo?

«Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».

         La incredulidad de Tomás se ha convertido en proverbial, parece que sólo él pedía pruebas racionales y verificable de la resurrección. Sin embargo, recordemos que el evangelista Marcos nos dice en la última página de su Evangelio que después de todas las manifestaciones del resucitado a los Once, Jesús les regañó por su incredulidad (cfr. Mc 16, 14). El evangelista Lucas dice que el resucitado se apareció a los apóstoles los cuales estaban asustados y asombrados, tanto que Jesús les preguntó lo siguiente: «¿Por qué os turbáis? ¿Por qué albergan dudas vuestra mente?» (cfr. Lc 24, 38). El evangelista Mateo en el último capítulo de su evangelio dice que cuando Jesús se apareció en el monte en Galilea, algunos aún dudaban (cfr. Mt 28, 17). Entonces todos dudaron, no sólo el pobre Tomás.

 

¿Por qué se centró el evangelista en Tomás?

         El evangelista Juan parece centrarse en Tomás todas las dudas. Recordemos que eran dudas que estaban presente en todos. Juan escribe su evangelio en torno al año 95 d.C. y Tomás ya está muerto y Juan quiere responder a las objeciones e interrogantes que tenían y se planteaban los cristianos de su comunidad. Son cristianos de la tercera generación, por lo que ninguno de ellos había conocido a Jesús de Nazaret y ellos luchan por creer. ¿Cuáles son las razones que nos pueden convencer para creer que el Señor ha resucitado? Ya no es posible tener la experiencia que tuvieron los primeros discípulos ya que ellos sí que pudieron constatar la evidencia de que Jesús de Nazaret estaba vivo.

         El evangelista Juan desea ayudar a los hermanos de su comunidad a disolver y solucionar estas preguntas, y elige a Tomás como símbolo de la dificultad que tienen los discípulos para creer que Jesús que ha donado la vida por amor está vivo.

 

 

 

         Tomás, el Gemelo.

         Se insiste en el evangelio en llamar a Tomás con el apodo de ‘Mellizo’, en griego ∆ίδυμος (Dídumos), que se traduce por ‘gemelo, doble’. ¿Gemelo de quién? Gemelo de cada uno de nosotros, es una invitación a comprender los aspectos en los que nos guía Tomás, para seguir el camino que Tomás hizo para que también nosotros podamos llegar a creer en el resucitado.

         ¿Qué camino recorrió Tomás para seguirle nosotros, sus gemelos? Tomás no estaba con ellos cuando vino Jesús. Ahora viene la pregunta: ¿Por qué Tomás no estaba entonces con ellos? ¿Por qué Tomás se había alejado de la comunidad de los discípulos? Esto sucede hoy, un hermano que abandona la comunidad. Pero voy a dejar claro una cosa: Tomás no es un gemelo de los que abandonan la Iglesia murmurando ni maldiciendo a la gente porque se siente superior o mejor y desprecia a los hermanos. Tomás no es gemelo de este tipo de personas.

         Tomás ni siquiera es gemelo de aquellos que abrazan a otra religión y abandona a la comunidad cristiana. Tomás no es alguien que lo haya dejado todo para ir por su propio camino.

Tomás ha mantenido una conexión con quien compartió su propia elección y sigue al Maestro; recordemos que regresó con la comunidad pasado únicamente ocho días; Tomás es el gemelo de todo discípulo que sufre, que está apenado por algo que pasó y que se aleja de la comunidad, pero se aleja momentáneamente. Tal vez se haya alejado porque no entiende algo, por un enfado con un hermano, por una desilusión, porque no comprende ciertas elecciones o decisiones, porque se resistía a aceptar una corrección fraterna. Tomás es el gemelo de aquel que ha creído en el mundo nuevo y dio su adhesión al Maestro. Tomás es aquel que cuando se aleja de la comunidad está sufriendo y deseando estar otra vez dentro; sino sufre no se asemeja, no es gemelo de Tomás.

 

         ¿Qué hacen los otros Diez cuando encuentran a Tomás? «Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Los discípulos se lo decían; en griego se usa el verbo λέγω (légo) que significa ‘explicar, relatar con palabras, repetir’, no únicamente ‘decir’. Le repetían que habían encontrado al resucitado. Tomás es gemelo de todos aquellos que quieren tener pruebas tangibles y visibles del resucitado y que aún no han visto al Señor y están llamados a la fe gracias al testimonio de la fe de los hermanos.

 

¿Dónde puedo encontrar al resucitado?

Al resucitado lo puedes ver y encontrar sólo con la comunidad de los discípulos reunida en el día del Señor. Si quieres encontrarte con el resucitado ten la experiencia de Tomás. ¡Quédate con la comunidad!, ¡retorna con la comunidad que se reúne en el Día del Señor!

 


La experiencia Pascual de Tomás.

«A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto
».

Ocho días después, ya en el Día del Señor, cuando la comunidad de los creyentes es convocada para la fracción del pan; y cuando la comunidad está reunida el resucitado también está en medio de los discípulos. Saluda ofreciendo su paz (εἰρήνη, eirene), ‘prosperidad, paz, unidad’. Y se dirige a Tomás y le invita a tocar sus manos y su costado; las manos remiten a los clavos y el costado a la lanza; es decir, remite al drama del Calvario.

El evento del Calvario es un evento muy trágico e infeliz y el resucitado quiere que tengamos siempre presente este momento del Calvario porque ahí es donde Dios ha mostrado hasta donde llega su amor. Y Jesús, al decir a Tomás que meta su dedo en sus llagas y la mano en su costado lo que le está diciendo es que esta propuesta de vida donada por amor lo hagamos propia.

¿Dónde podemos tocar y ver al resucitado? En la Eucaristía. En ese pan eucarístico está toda la historia de amor de Cristo donada por amor.

 

La respuesta de Tomás.

«Señor mío y Dios mío!». Al comienzo del evangelio de Juan dice que nadie jamás ha visto a Dios, el Hijo Unigénito nos lo reveló. El rostro de Jesús de Nazaret nos muestra la belleza del rostro de Dios. Tomás es el primero que ha reconocido en Jesús de Nazaret la revelación encarnada del rostro de Dios. Nadie antes había logrado proclamar a Jesús como Dios.

Estamos en los años en el que en Roma reina el emperador Domiciano, un megalómano que llenó el imperio con sus estatuas y que había erigido templos en su honor había decido ser venerado y adorado como un Dios. De hecho, había establecido que toda circular emitida en su nombre se debía iniciar con estas palabras: ‘Domiciano, nuestro señor y nuestro dios, ordena que…’.

¿Qué les dice el evangelista Juan a los cristianos de su comunidad presentando la respuesta que da Tomás? Quiere decirnos que el verdadero discípulo no reconoce a ningún hombre como Dios. Reconoce como único Dios a aquel que ha mostrado la belleza del rostro de Dios en Jesús de Nazaret.

         La palabra de respuesta de Jesús.

Creer no es adherirse a un paquete de verdades, significa entregar la propia vida a la persona a la cual te sientes amada. El bienaventurado es aquel que ama como Jesús ha amado.

Conclusión del evangelio de Juan.

         «Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre».

         El evangelista Juan explica el propósito de su evangelio. Quería presentar el mayor de los signos de Jesús, que es la donación total de su vida. Y ha contado lo suficiente para entender cuánto nos ha amado Jesús de Nazaret. Escribió este evangelio para que a través de esta palabra podamos llegar a creer y recibir como regalo la vida que ha traído al mundo el Hijo de Dios.


sábado, 19 de abril de 2025

Domingo de la Pascua de Resurrección del Señor, Ciclo C

 

Domingo de la Pascua de la Resurrección del Señor, Ciclo C

20.04.2025

Juan 20, 1-9

         Muchos conocen a Jesús de Nazaret como un hombre bueno y generoso que vivió en Palentina en tiempos de dos emperadores romano, Octavio Augusto y Tiberio; estando Poncio Pilato como prefecto romano de la provincia de Judea. Muchos de los cristianos aprecian la doctrina de Jesús y de su propuesta moral pero no llegan a ir a la base de la fe cristiana: ¿Jesús ha resucitado o permaneció en el sepulcro?

         En el pasaje evangélico de hoy resonará por siete veces una palabra que no queremos escuchar: sepulcro (μνημεῖον; mnemeíon), que tiene que ver con la raíz de la palabra ‘anamnesis’ al estar relacionada con la memoria, con el recordar.

         El primer personaje: María la Magdalena.

«El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

         María la Magdalena es el primer personaje; ella era una discípula muy conocida en la comunidad primitiva. Si nos remitimos al capítulo 8 del evangelio de Lucas nos encontramos a un grupo de mujeres que acompañan a Jesús y a los discípulos que les asistían con sus bienes.

Lamentablemente a partir del siglo VI María de Magdala está identificada con María de Betania, o sea con la pecadora que ungió con aceite perfumado los pies de Jesús y de la cual nos habla Lucas en el capítulo siete. También la identificaron tal y como Lucas dice que Jesús había echado de ella siete demonios se había creído que ella había llevado una vida disoluta ante de encontrarse con Jesús. María de Magdala no tiene nada que ver con ninguna de estas dos mujeres.

En los evangelios se la presenta en dos momentos importantes; en el Calvario, ya que ella estaba presente en el momento de la muerte de Jesús y en la sepultura y luego se la presenta en su visita al sepulcro en la mañana de Pascua. El evangelista Juan presenta a María la Magdalena con una imagen bíblica tomada del Cantar de los Cantares donde el amante va en busca de su amor y después de varias aventuras y búsquedas finalmente lo encuentra y lo abraza. La amada en el Cantar dice: "Por las noches, en mi lecho, buscaba al amor de mi alma; lo buscaba, y no lo encontraba" (Cantares 3,1). Esto se asemeja a la angustia de María Magdalena al encontrar el sepulcro vacío y su búsqueda desesperada de Jesús.

María la Magdalena: Enamorada.

La Magdalena es presentada como la enamorada de Jesús; enamorada en el sentido de una persona cautivada por su mensaje y por esa nueva forma de ser una persona nueva regenerada en el Espíritu; nada que ver con lo erótico. El enamorarse es una imagen bíblica, ya que en el evangelio de Juan aparece muy claramente la figura de Jesús como esposo es el hilo conductor que acompaña a todo el evangelio. Un enamorado de Cristo es aquel que ha renunciado a una familia, a un modo de vivir cómodo, a un estatus social privilegiado, etc., por estar con Cristo: ese es un enamorado de Cristo. Hay personas que se alegran de tener a Cristo con ellos, se entusiasman, pero ese entusiasmo va desapareciendo como el gas de la gaseosa. Esos no están enamorados, sino encaprichados que se parecen a las nubes de la mañana o el rocío mañanero que tan pronto como llegan los primeros rayos del amanecer se van desvaneciendo. Les hay también admiradores de Cristo, pero la admiración no es el enamoramiento.

Sólo los enamorados son aquellos que siguen involucrados y se juegan la vida en la propuesta que les hace la persona amada. María la Magdalena estaba involucrada en el amor a Cristo porque desde que le conoció todo había cambiado en su vida; había adquirido un sentido nuevo. Si uno no está enamorado de Cristo nunca llegarás a creer que él haya resucitado.

Hay personas que primero te dicen ‘dame una prueba de que Cristo ha resucitado y luego creeré en él y me enamoraré’. Esto no funciona así. Si tú no te enamoras no llegarás a creer que él ha resucitado. No hay ninguna evidencia verificable de que haya resucitado, sólo que el sepulcro estaba vacío. Uno sólo puede creer en la resurrección de Cristo cuando uno se ha enamorado de Cristo.

María acudió cuando aún

la noche no había concluido.

María la Magdalena fue al sepulcro cuando aún había obscuridad; es que la noche aún no se había terminado; este dato indica de un lado la prisa de María para llegar al sepulcro, típico de los enamorados. Hay un profundo simbolismo de la obscuridad, ya que es la obscuridad la que envolvió el mundo en el momento en el que el mal reside en la mentira y en el odio. Cuando Judas Iscariote abandona el Cenáculo nos cuenta el evangelista Juan que ‘era de noche’. Y ahora esta noche comienza a disolverse, «al amanecer» (πρωῒ σκοτίας; proí skotías, por la mañana en la penumbra/en la obscuridad/tiniebla). Esta obscuridad representa la obscuridad interior que tiene María la Magdalena en su corazón. Y ella tiene una pregunta que le preocupa en ese momento, de la cual no obtiene respuesta; es esa pregunta que todos tenemos cuando perdemos a una persona a la que amamos porque era relación de amor se acabó. Esto es lo que siente el corazón de la Magdalena.

¿Qué es lo que vio María la Magdalena?

¿Qué es lo que vio la Magdalena? Ella «vio» que había sido rodada la piedra del sepulcro. El verbo ‘ver’ tiene su peculiaridad. En la lengua griega hay muchos verbos con diversos y diferentes matices con este verbo.

La mirada de la Magdalena viene presentada con el verbo βλέπει (βλέπω, blépo), que en griego significa ‘lo que puedo ver con mis ojos materiales, con mis sentidos, lo que pueden ver todos’. ¿Qué cosa es lo que ella ve? Ella ve que la piedra había sido rodada y que ya no tapaba la entrada del sepulcro. Ella ni siquiera entra a ver si falta el cuerpo de Jesús.

El evangelista con la figura de esta mujer nos dice que quien está verdaderamente enamorado de Cristo ya no puede estar sin él, ya que su vida no tendría sentido. Si uno no está enamorado poco importa si Jesús haya resucitado o no. La Magdalena ya no puede prescindir de Jesús. María la Magdalena estaba enamorada, no era una siempre admiradora.

¿Qué es lo que hace ahora la Magdalena? Ella corre, «se volvió corriendo a la ciudad para contárselo a Simón Pedro y al otro discípulo al que Jesús tanto quería». Y ella les dice: «se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto».

Magdalena incluye en su investigación la importancia y necesidad de tener a los hermanos de la Comunidad. Ella no hace este camino ella no lo hace sola. Este estar enamorada la llevará a ver al resucitado, no con los ojos materiales, sino que es una mirada que va más allá de lo verificable. Magdalena es una de las que viven esa bienaventuranza de Jesús: ‘Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios’, porque ellos verán lo invisible.

María va en busca de los otros enamorados.

Magdalena va a buscar a personas que, como ella, están enamoradas del Maestro. Va a buscar a Pedro y al resto de los discípulos. Ella va donde ellos porque ella quiere vivir este momento con los que ahora están viviendo este momento de crisis y de obscuridad. El mensaje que nos ofrece es precioso: el amor por Cristo no se debe de vivir de un modo individual e íntimo, sino en unión con todos los demás hermanos de la Comunidad.

Magdalena comunica a los hermanos lo que ella materialmente ha visto y les comenta su suposición: ‘se han llevado el cuerpo de Jesús’. En ese momento la Magdalena sale de escena entrando dos discípulos; los cuales continuarán el camino de fe de esta enamorada. Veamos cómo reacciona Pedro al mensaje de la Magdalena.

El Discípulo sin nombre.

«Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró».

Eran dos discípulos los que corrieron hacia el sepulcro. De uno sabemos su nombre, Pedro; sin embargo, el segundo discípulo no sabemos su nombre. La tradición lo ha identificado con Juan, el hijo del Zebedeo, pero no era Juan. Este discípulo no tiene nombre porque tiene un carácter simbólico.  El evangelista ha introducido a este discípulo sin nombre para representar al discípulo auténtico; por lo tanto es una invitación a identificarnos con este discípulo sin nombre. En el inicio del evangelio de Juan nos encontramos que es un discípulo del Bautista que está al lado de Andrés, hermano de Simón Pedro; y cuando su maestro Juan el Bautista indicando a Jesús dice ‘este es el cordero de Dios’ el discípulo sin nombre inmediatamente sin vacilaciones sigue a Jesús (cfr. Jn 1, 35-41).

Luego este discípulo sin nombre aparece durante la Última Cena; en un momento determinado Jesús dice ‘os aseguro que uno de vosotros me va a traicionar’ (cfr. Jn 13, 23), pero Pedro no entiende porque no ha adquirido aún la sensibilidad para darse cuenta de quién se trata; es entonces cuando Pedro hace señas al discípulo amado para que preguntase a Jesús a quién se refería. El discípulo amado conoce los secretos íntimos del corazón de Jesús, por lo tanto sabe distinguir entre los que están de la parte del Maestro y del hombre nuevo y los que aún están atados al mundo viejo.

Durante la Pasión, cuando todo el mundo huye, en este momento difícil y de crisis, el discípulo amado está siempre al lado del Maestro, no lo abandona. Aunque todos huyan, él está con Jesús (cfr. Jn 19, 26).

Luego aparecerá en el lago de Tiberiades o mar de Galilea donde él indicará que el hombre que se encuentra en la orilla ‘es el Señor’ (cfr. Jn 21, 7).

Lo que encontraron dentro del sepulcro.

Este discípulo sin nombre al llegar al sepulcro se inclina y observa los lienzos y el sudario pero no entra en el sepulcro. La puerta de entrada al sepulcro es baja y uno se tiene que inclinar, que es lo que hizo este discípulo. El sepulcro de Jesús o nicho funerario de Jesús era un arcosolio, un nicho semicircular con una base de apoyo adosado ubicado en una primera cámara donde Jesús, con toda probabilidad estaba el cuerpo de Jesús de un modo temporal para ser, posteriormente colocado en una segunda cámara inmediata. Era una sepultura que consistía en dos fases; la primera fase era el día en el Jesús falleció, los familiares y amigos enterraron el cuerpo en uno de los nichos ubicados en la primera cámara para que, posteriormente poner ese cuerpo en la segunda cámara. La piedra enorme que tapaba el sepulcro representaba y servía para separar el mundo de los vivos del de los muertos.

El discípulo amado observa el lienzo (ὀθόνιον, odsónion), como la ropa de cama, no las vendas. No eran vendas porque eso nos hace pensar en las momias de Egipto. Los judíos en tiempos de Jesús envolvían el difunto en un lienzo de unos cuatro metros de largo por uno de ancho; este lienzo venia colocado debajo del cuerpo y luego pasado por encima de la cabeza hasta los pies. Y cubriendo la cabeza se ponía el sudario. Después con tres vendas se fijaba todo este lienzo al cuerpo para que se adhiriese al cuerpo; una venda o vendaje se colocaba a nivel del cuello, otro a la altura de la cintura y el tercero en los tobillos. Y todo esto estaba colocado en ese plano de arco ubicado en la primera cámara o estancia.

Estamos en el versículo 5 que lo expresa así en griego: «καὶ παρακύψας βλέπει κείμενα τὰ ὀθόνια, οὐ μέντοι εἰσῆλθεν». Hay un verbo griego que es κείμενα (κεῖμαι, keímai) que significa ‘yacer estirado’ o ‘estar desinflado’ como si ese lienzo que estaba cubriendo el cuerpo de Jesús estuviera desinflado en la misma posición donde lo dejaron, pero sin tener dentro el cuerpo. Pero faltaban esos ‘cordones’ o vendas que se usaron para atar esa sábana o sudario al cuerpo de Jesús. Se puede entender cómo este discípulo al ver aquello no lo entiende y se queda reflexivo mientras esperaba que entrase al sepulcro Pedro.

La catequesis inserta.

El discípulo amado no entra en el sepulcro, espera a Pedro para poder entrar. Esto es en sí mismo una catequesis; Aquí hay dos discípulos enamorados del Maestro: el número dos indica toda la Comunidad, los cuales buscan una respuesta en su corazón: ‘¿Dónde se ha ido el Señor? Nosotros le dejamos aquí, ¿dónde ha ido?’. Ellos se dicen ‘cuando le conocimos nuestra vida adquirió otro sentido’ y se ponen a buscar juntos. Primero llega el que más enamorado está del Maestro, pero espera a Pedro porque está esperando una respuesta. Siempre nos encontramos en el evangelio de Juan a estos dos discípulos. Nuestra Iglesia es presentada por estos dos discípulos; uno que llega primero y el otro que llega después. Esa espera del primer discípulo representa el deseo de estar unidos, aunque seamos todos tan diversos: saben esperarse, respetarse. La Iglesia sabe comprender las incertidumbres y las lentitudes en los procesos de la fe y de la conversión personal. Tiene prudencia y paciencia para entender y ayudar a creer en medio de la lentitud y de la fragilidad de los hermanos. Esto es lo que nos dice esa espera del discípulo sin nombre, el cual al estar más enamorado corre más que Pedro, pero sabe esperar a su hermano. Es toda una catequesis para nosotros.

Deducción de los Dos Discípulos:

El Cuerpo de Jesús no pudo ser robado.

«Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino doblado/enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos».

El discípulo que había llegado primero al sepulcro no entró, se limitó a observar únicamente desde fuera lo que ahí´ estaba ocurriendo. Pedro vio lo mismo que el discípulo amado, es decir, el lienzo de cuatro metros de largo por uno de ancho desinflado, vació, sin el cuerpo del Maestro. El cuerpo ya no estaba ahí. Y vieron el sudario que cubrió la cabeza de Jesús estaba doblado en un sitio aparte. Sin embargo, el verbo empleado en griego ἐντυλίσσω (entulísso) no se traduce por doblado sino enrollado, envuelto. Esto es importante porque el texto griego desea recoger una imagen: es como si el sudario hubiera conservado la forma de la cabeza de Jesús. El sudario no estaba junto a la sábana de lino. Todo esto que ellos vieron les hizo llegar a la clara conclusión que el cuerpo de Jesús no pudo ser robado. Un ladrón no deja las cosas de ese modo, sino muy precipitadamente y con prisas ya que corre el riesgo de ser descubierto; no olvidemos que además estaban unos soldados romanos custodiando el sepulcro.

Pedro no sólo ve,

sino discierne, reflexiona.

El evangelista emplea otro verbo con Pedro para designar lo que todo el mundo puede ver y observar en las cosas materiales. Se emplea el verbo θεωρεῖ (θεωρέω, theoréo) que significa ‘discernir’, ‘contemplar con una reflexión sobre lo que se tiene delante’. La traducción que nos ofrecen es «vio los lienzos tendidos». Ya hemos visto que no es ‘ver’, sino discernir, contemplar con una reflexión sobre lo que sus ojos están percibiendo’. Pedro mira de un modo diferente, no de una manera distraída, sino totalmente centrado para buscar el sentido de lo que ahí está presenciando. En ese contemplar con esa reflexión recapacitó en esos tres años en los que estuvo con Jesús y pasó por su corazón sus palabras y el destino que Jesús ya le iba indicando y que en aquellos momentos ni entendía. Ahora es cuando Pedro entiende que ‘en el tercer día resucitaré’. La última palabra de Jesús no iba a acabar con la muerte y Pedro comienza a entender. Pedro se dio cuenta que el destino final de una vida donada por amor no es el sepulcro, sino la entrada en la plenitud de la vida eterna. Pedro comienza a recordar todo aquello que el Maestro les contaba sobre su destino.

Los dos discípulos no fueron testigos presenciales, en vivo y en directo, de un milagro espectacular ni de la presencia de los ángeles ni de otros seres celestiales.

Un modo de ver diferente: ver con la fe.

Pedro tuvo una revelación interior pero aún no había visto al resucitado. Sin embargo, el otro discípulo nos cuenta la Escritura que «vio y creyó». Aquí hay un tercer verbo griego que no está correctamente traducido; es ese ‘vio’. El verbo griego usado es εἶδεν (ὁράω, joráo) que es el verbo propio de la fe; del ver lo que los ojos materiales no pueden ver. Es el modo de ver de los creyentes, que ve mucho más allá de lo que los otros pueden percibir por los sentidos. Este es modo de ver de los discípulos. Ver más allá de lo que se puede verificar. El discípulo amado empieza a percibir el misterio de la Pascua; la victoria de la vida.

A la fe no se llega por lo racional, sino por el enamoramiento. La fe es racional, pero es una razón enamorada.

jueves, 17 de abril de 2025

Homilía del Jueves Santo, Ciclo C

 

Jueves Santo 2025

Jn 13, 1-15

         Jueves Santo, día del amor fraterno. Día donde Cristo nos sigue ofreciendo sus lecciones de amor para que nosotros aprendamos a vivir como discípulos suyos.

Un género literario: el testamentario

         La Biblia recuerda los últimos discursos pronunciados por los grandes personajes; discursos que se han pronunciado al término de sus vidas, por ejemplo, Jacob reúne a todos sus hijos estando en Egipto y se dirige a cada uno de ellos para recomendarles cómo se deben de comportar en la vida y otorgar a cada uno sus bendiciones (cfr. Gn 49). Incluso Moisés al término de su vida hace un largo discurso en el que resume todo el trabajo que realizó y recomienda a su pueblo la fidelidad al Señor (cfr. Dt 31-33). Incluso en el libro de los Hechos de los Apóstoles, el propio Pablo, presenta lo que ha sido su propia vida, recomendando ser fiel al evangelio que ha anunciado. Estos discursos son importantes porque son el testamento que ofrecen estos personajes al pueblo.

         El evangelista Juan ha empleado este término literario para dar la máxima importancia a las últimas palabras que nos entregó y lo coloca como el testamento de Jesús. Sin embargo, este testamento de Jesús no se inicia con un testamento con sus palabras, sino que da comienzo con una escena en la cual los discípulos se quedaron asombrados y desconcertados: El lavatorio de los pies. Esa cena lo introduce con un modo muy solemne.

 

«Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

Estaban cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena».

Introducción al lavatorio de los pies.

         La cena del lavatorio de los pies precede a las palabras testamentarias de Jesús que ocupan cinco capítulos del evangelio de Juan. Es una escena introducida de un modo muy solemne por el evangelista. En primer lugar hace referencia a ‘su hora’. Todos nos acordamos de la escena de las bodas de Caná cuando Jesús respondió a la madre que ‘no ha llegado mi hora’. Se refiere a la hora de su gloria. Cuando escuchamos la palabra ‘gloria’ pensamos inmediatamente en aplausos y los triunfos; pero cuando Jesús habla de ‘su hora’, de ‘su gloria’ está hablando del momento en el que finalmente podrá irradiar en su rostro la imagen del Dios amor que ha venido a presentarnos.

 

La vida de Jesús se resume en un verbo.

La vida de Jesús se resume en un verbo, el verbo amar: «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo». Toda la vida de Jesús era amor. El evangelista emplea el verbo ἀγαπάω (agapao), un verbo bastante poco usado en la Grecia clásica, sin embargo en el Nuevo Testamento se emplea 143 veces. Es un verbo que indica el amor de Dios, el cual es un amor incondicional, es un amor que se entrega incluso a aquellos con los que no se dará una reciprocidad en el amor; se dirige fundamentalmente a aquellos que necesitan ser amados; es un amor sin condiciones; ama al desagradable, al provocativo, incluso a las peores personas, y ama así porque lo que quiere hacer es verlos felices. Toda la vida de Jesús se resume en este verbo: ἀγαπάω.

Ahora ha llegado el momento de amarlos al máximo, de tal modo que más allá es imposible poder llegar: regalar la vida.

La figura de Judas Iscariote.

         El evangelista presenta a la figura de Judas Iscariote como un diablo. El término ‘diablo’ procede del verbo griego διαβάλλω (diabállō); es cualquiera que se entromete e interfiere en la relación de amor entre Dios y la humanidad. Es el que no acepta esa relación de amor porque ha comprendido la novedad del rostro de Dios, pero lo rechaza frontalmente y desea perpetuar la imagen que recibieron de las catequesis de los escribas y de los fariseos. Juan recuerda el propósito de la presencia de Judas porque en la escena del lavatorio de los pies Judas no acepta que se arrodille ante él porque no acepta este nuevo modo de relacionarse con Dios y no acoge la propuesta del hombre nuevo.

La posición asumida en la mesa por los judíos

Durante la celebración de la Cena Pascual.

Triclinio.

         Ellos durante la celebración de la Cena Pascual no estaban sentados a la mesa como estamos acostumbrados a ver en las representaciones en las pinturas. Ellos estaban acostados. El verbo empleado por todos los evangelistas es ἀνάκειμαι (anákeimai), que significa estar acostado, estar reclinado, estar tendido en la mesa. El verbo ἀνάκειμαι describe la postura en la que los comensales participaban en las comidas importantes, reclinados sobre lechos o divanes alrededor de la mesa, apoyándose sobre el codo izquierdo y comiendo con la mano derecha.

¿Qué significa este gesto de comer así? Significaba que los que estaban en la mesa durante la celebración de la Cena Pascual se consideraban personas libres. Este gesto lo habían tomado de los griegos, los cuales lo habían tomado prestado de los persas, los cuales ya en el siglo VI a.C., cuando celebraban una victoria o una gran fiesta no se sentaban al a mesa, sino que se tumbaban. Los romanos habían recuperado este gesto y se recostaban los hombres y las mujeres. Los judíos sólo los hombres se recostaban a la mesa durante esta celebración de la Cena Pascual.

Debemos imaginar el gesto del lavatorio de los pies teniendo presente el modo de cómo estaban recostados en la mesa; para Jesús el realizar este lavatorio de los pies de los discípulos estaban en la posición cómoda para poder dar toda la vuelta, ya que los pies de sus discípulos ya estaban en la posición. No nos podemos imaginar a Jesús en el centro de la mesa lavándoles los pies, sino posiblemente estuviera sentado en el último lugar de la mesa, en la esquina del triclinio.

El triclinio (del latín triclinium, y este del griego τρικλίνιον - triklínion, que significa "de tres lechos") era el comedor formal principal en las casas de la antigua Grecia y, especialmente, en la antigua Roma. Se caracterizaba principalmente por tener tres lechos o sofás de comedor (klinai) dispuestos en forma de herradura o de "U" alrededor de una mesa baja. Cada uno de estos lechos estaba diseñado para que se recostaran aproximadamente tres personas, apoyándose sobre el codo izquierdo y dejando la mano derecha libre para comer.

         «Y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena».

         Jesús era totalmente consciente de que había cumplido su misión que había venido de Dios y que iba a retornar al Padre. Jesús regresa al Padre porque había venido del Padre.

 

Juan no nos cuenta la institución de la Eucaristía.

«Se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido».

El evangelista describe muy detenidamente la escena del lavatorio de los pies; deseaba subrayar cada detalle de lo que allí aconteció. Desea que el gesto de Jesús quede impreso para siempre en las mentes de sus discípulos.

Si uno escucha el texto «y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía» se esperaba que continuase que Jesús instituyese la Eucaristía, tomando el pan les invitase a comer del pan y a beber del cáliz. Sin embargo, el evangelista Juan es el único que no nos cuenta la institución de la Eucaristía. Es extraño porque este evangelista ha dedicado el capítulo sexto de su evangelio al discurso del Pan de Vida, al pan Eucarístico. En lugar de contarnos la institución de la Eucaristía continúa de otro modo su relato; nos dice que durante la cena Jesús se levantó de la mesa o triclinio. Cuando Jesús se levantó de la mesa se debió de hacerse silencio entre todos los comensales porque los apóstoles se iban a llevar una gran sorpresa porque ellos no están entendiendo lo que está haciendo el Maestro.

Jesús deja su ropa, se quita el manto. Este es un gesto de Jesús que ha quedado olvidado en las pinturas y en las esculturas, así como en las explicaciones que se dan de esta escena del lavatorio de los pies. Los hebreos, en tiempos de Jesús, vestían con una especie de calzones y luego la túnica; tenían el cinturón en esta túnica y luego la capa. En griego la capa se llamaba ὁ ἱμάτιον (jo jimátion); la túnica se llamaba τὰ ἱμάτια (ta imatia) y luego estaba el calzón. Nos dice el evangelista que Jesús se quitó τὰ ἱμάτια, es decir ‘se quitó las prendas exteriores de vestir’, no dice que se quitase el manto (el evangelista no dice ὁ ἱμάτιον), el cual era un fastidio ya para comer, ya para lavar los pies a los discípulos; no se quitó el manto porque ya lo tenía quitado antes de comer. Se quitó la túnica y ¿esto qué significa?

¿Qué significa que se quitase la túnica?

         Aquí se da un gesto extremadamente significativo que debió de sorprender a los discípulos y no entendieran lo que estaba haciendo el Maestro. Sin embargo Jesús continúo solamente con los calzones, el cual es el uniforme del esclavo, tal y como los hebreos estaban en Egipto. Dios se hace esclavo del hombre. Es un Dios que ha trastornado la mentalidad de los discípulos durante la última Cena. En esa desnudez se nos está revelando el verdadero rostro de Dios. Sobre esa desnudez -únicamente sobre ese calzón- Jesús se colocará el delantal, una toalla (λέντιον [léntion], toalla, delantal, lienzo de lino), del cual no se desprenderá cuando se vuelva a poner la túnica. porque es la imagen del esclavo; una desnudez revestida de servicio con esa toalla ceñida a la cintura.

El vestido de la fiesta de las bodas.

         Cuando Jesús nos cuenta la parábola de las bodas, hay un momento en el que uno de los invitados no va vestido con un traje de fiesta esponsal. ¿Cuál es el vestido de la fiesta esponsal en el banquete eucarístico? Cuando nos acercamos a la Eucaristía el esposo que nos trae nos pregunta si queremos unir nuestra vida a la suya. Luego estamos llamados a presentarnos en la fiesta de las bodas con el vestido de bodas. ¿Cómo ha de ser ese vestido? El vestido es el mismo que el del esposo, el vestido del esclavo. De no tener el hábito del siervo, de la disponibilidad, de estar dispuesto a donarnos, a donar la vida al servicio del hermano nuestro encuentro esponsal con Cristo no es auténtico. Cuando uno no tiene este vestido de bodas no puede entrar en el banquete de bodas ya que está fuera de esta propuesta de hombre que plantea Jesucristo.

Lavarles los pies.

         Jesús se ciñe la toalla, «luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos», empieza a lavar los pies de los discípulos sin hacer ninguna distinción; ya que el servicio de amor es igual para todos, porque todos son igualmente amados por Dios. Luego se pone a «secándoselos con la toalla que se había ceñido».

¿Qué sentido tenía lavar los pies para los judíos? En primer lugar, era un gesto tradicional de acogida a los invitados. En la primera epístola a Timoteo se nos dice que las viudas que entraban dentro del orden o la institución de las viudas que había en la Iglesia primitiva, tenían algunos cometidos, entre ellos lavar los pies a los santos, es decir de aquellos anuncian el Evangelio (εἰ ἁγίων πόδας ἔνιψεν; si lavó los pies de los santos) (cfr. 1 Tm 5, 9-10). También era entendido como un gesto servil y humillante; recordemos el comentario rabínico al libro del Éxodo en el que se decía que ‘el esclavo hebreo no debía de lavar los pies a su amo, porque el hebreo no es un esclavo’, por lo tanto se debía de negar de lavar los pies a su amo. Pero no necesariamente era un gesto servil porque demostraba amor de la esposa; uno demostraba su amor lavando los pies al marido o a los hijos, en señal de reverencia hacia el padre.

         Jesús es Dios que muestra todo su amor, aunque tenga que realizar un gesto un tanto humillante, pero lo hace porque quiere revelar el rostro del Padre Celestial.

Reacción de Pedro.

         «Llegó a Simón Pedro, y este le dice: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?». Jesús le replicó: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde». Pedro le dice: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». Simón Pedro le dice: «Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza». Jesús le dice: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos». Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».

         La escena del lavatorio de los pies se hizo en un ambiente de profundo recogimiento, en el silencio; un silencio de sorpresa de los discípulos que no entienden lo que Jesús está haciendo. Este silencio lo rompe Pedro cuando Jesús va a lavarle los pies y él no se deja. Pedro se da cuenta de que Jesús está trastocando el orden de valores que tiene aceptado como lógico y normal por todos. Para Pedro el orden lógico y normal era que el maestro y el rabino sea servido por los discípulos que deben de sentirse honrados al lavarle los pies. Y aquí Jesús estaba poniendo todo patas arriba; Pedro no acepta este gesto de Jesús.

¿Por qué Pedro no acepta este gesto de Jesús?

No lo acepta porque empieza a comprender que Jesús está reproduciendo el rostro del Padre del Cielo. Pedro siente que toda la catequesis que había asimilado de los rabinos no servía. Pedro siempre se había imaginado y había creído en el Dios servido por el hombre. Pedro al ver a Jesús con el hábito del esclavo quedó totalmente impactado. Es el misterio de Dios que ama y se arrodilla ante el hombre y ante este misterio Pedro se revela; no acepta que Dios se haga siervo. Esta imagen de Dios que es siervo para el hombre es una llamada urgente a que cada cual se involucre en el amor al hermano.

La imagen que Pedro tenía en mente era la imagen presentada por Moisés en el libro del Deuteronomio en el discurso que hace al pueblo de Israel diciendo que ‘el Señor tu Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores; es un Dios grande, fuerte y terrible’ (cfr. Dt 10, 17). Por eso costaba tanto a Pedro aceptar esta nueva imagen de Dios presentada por Jesús. O en el libro de Ester cuando dice que ‘Dios es el más alto y el más grande’ o en libro de Judit diciendo que ‘el Señor es grande y glorioso, maravilloso en su poder e invencible’ (cfr. Jdt 13, 14). Éste es el rostro de Dios que tiene Pedro en la mente.

Jesús comprende esta dificultad; comprende que es difícil cambiar esta imagen de Dios. Por eso le dice: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde». Lo comprenderá cuando haya visto hasta el final hasta dónde llega el amor del Padre: Será en el Calvario cuando Jesús donará la vida. Por eso Jesús no pretende que Pedro lo entienda de repente.

Ante la negativa de Pedro, Jesús le responde: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». Si no lo permites, te separarás de mí. Jesús le está diciendo que ‘yo necesito lavarte los pies a ti’, porque el mundo nuevo empezará cuando Jesús baje hasta el último peldaño del mundo. Jesús está diciendo a Pedro: ‘Déjame bajar hasta el último peldaño del servicio que lava los pies al discípulo’.

Estamos necesitados del amor del hermano.

Hacernos servir nos hace no sentirnos autosuficientes y esto nos humilla, ya que estamos orgullosos de bastarnos con nosotros mismos y nos gusta ser autosuficientes, no depender de nada ni de nadie; pero Jesús nos hizo necesitados del don del otro hermano. Es fundamental acoger al otro y los regalos que el otro nos ofrece; y la lógica que desea Dios en que entremos es la lógica del don gratuito del amor incondicional, incluso el del enemigo. Es que resulta que nuestra lógica es la del intercambio; de hecho, cuando aceptamos un regalo enseguida nos preguntamos ‘¿cómo ahora se lo pago?’, ya que queremos ajustar cuentas lo antes posible. Todo esto porque entendemos que cuando se nos regala algo tenemos que tender al equilibrio que debe de permanecer.

Es en la familia donde se realiza esta dinámica del regalo gratuito; allí los servicios se realizan sin pedir pago porque allí la lógica del amor es la que regula las relaciones; y cuando uno realiza un servicio de amor no necesariamente recibe un cambio de amor inmediato; por ejemplo, el don que los padres dan a los hijos, el don de la vida, el don del servicio el cual no necesariamente viene a ser compensado por los hijos.

Cuando uno entra en la dinámica de Jesús, uno devuelve el amor no por obligación ni por compromiso, sino porque descubre que amando es feliz; se ha adentrado en la lógica nueva que Jesús ha venido a introducir en el mundo. No la lógica del intercambio, sino la lógica del amor gratuito.

Pedro reacciona diciendo «Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza». Pedro no estaba entendiendo lo que le estaba diciendo Jesús. Pedro sigue pensando en las purificaciones rituales; a lo que Jesús le está contestando que aquel que se ha bañado, o sea, aquel que ha entrado en el agua nueva, en el agua de la vida que él ha venido a traer a este mundo, ya no precisa de la purificación, porque ya se es puro; uno ya está purificado por la Palabra que Jesús nos da. Pero uno de los presentes no está purificado, haciendo referencia a Judas Iscariote.

La lección de Jesús.

Después de esta reacción de Pedro viene la lección de vida que Jesús nos quiere dar.

«Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».

         Jesús se vuelve a vestir, se vuelve a poner la túnica y se recuesta de nuevo a la mesa. Este gesto del lavatorio de los pies no es un gesto que se realizase al inicio de la cena como se solía hacer; sino que este gesto del lavatorio de los pies fue realizado durante la cena. El evangelista nos dice que cuando Jesús se viste con la túnica no se quita la toalla con la que se había ceñido anteriormente. No se lo quita porque esa toalla o delantal es el símbolo del servicio a la humanidad que Jesús continuará llevando a cabo; el uniforme de Dios es el del servicio.

         Pedro se está dando cuenta que para que el hombre sea grande se ha de asemejar a la imagen de Dios; pero es que la imagen de Dios es la del servicio total y sin reservas. Y debe de ser como Jesús el siervo, el que siempre está dispuesto a amar de un modo incondicional. Jesús no solamente ha lavado los pies a sus discípulos una vez, sino que constantemente lo hace, ya que esta es la naturaleza de Dios.

         Cuando Jesús nos dice en la Eucaristía «haced esto en mi memoria», lo que nos dice que nos debemos de involucrar en este tipo de amor en esta relación esponsal que muere por amor al hermano. Si hacemos esto en su memoria seremos dichosos ya que los hijos nos asemejaremos a Dios Padre. De este modo seremos hombres y mujeres en plenitud.