Jueves
Santo 2025
Jn 13, 1-15
Jueves
Santo, día del amor fraterno. Día donde Cristo nos sigue ofreciendo sus
lecciones de amor para que nosotros aprendamos a vivir como discípulos suyos.
Un género literario: el testamentario
La
Biblia recuerda los últimos discursos pronunciados por los grandes personajes;
discursos que se han pronunciado al término de sus vidas, por ejemplo, Jacob
reúne a todos sus hijos estando en Egipto y se dirige a cada uno de ellos para
recomendarles cómo se deben de comportar en la vida y otorgar a cada uno sus
bendiciones (cfr. Gn 49). Incluso Moisés al término de su vida hace un largo
discurso en el que resume todo el trabajo que realizó y recomienda a su pueblo
la fidelidad al Señor (cfr. Dt 31-33). Incluso en el libro de los Hechos de los
Apóstoles, el propio Pablo, presenta lo que ha sido su propia vida,
recomendando ser fiel al evangelio que ha anunciado. Estos discursos son
importantes porque son el testamento que ofrecen estos personajes al pueblo.
El
evangelista Juan ha empleado este término literario para dar la máxima
importancia a las últimas palabras que nos entregó y lo coloca como el
testamento de Jesús. Sin embargo, este testamento de Jesús no se inicia con un
testamento con sus palabras, sino que da comienzo con una escena en la cual los
discípulos se quedaron asombrados y desconcertados: El lavatorio de los pies. Esa
cena lo introduce con un modo muy solemne.
«Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había
llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo
amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban
cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón
Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús,
sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a
Dios volvía, se levanta de la cena».
Introducción al lavatorio de
los pies.
La
cena del lavatorio de los pies precede a las palabras testamentarias de Jesús
que ocupan cinco capítulos del evangelio de Juan. Es una escena introducida de
un modo muy solemne por el evangelista. En primer lugar hace referencia a ‘su
hora’. Todos nos acordamos de la escena de las bodas de Caná cuando Jesús
respondió a la madre que ‘no ha llegado mi hora’. Se refiere a la hora
de su gloria. Cuando escuchamos la palabra ‘gloria’ pensamos inmediatamente en
aplausos y los triunfos; pero cuando Jesús habla de ‘su hora’, de ‘su gloria’
está hablando del momento en el que finalmente podrá irradiar en su rostro la
imagen del Dios amor que ha venido a presentarnos.
La vida de Jesús se resume en un verbo.
La vida de Jesús
se resume en un verbo, el verbo amar: «Habiendo
amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo».
Toda la vida de Jesús era amor. El evangelista emplea el verbo ἀγαπάω (agapao),
un verbo bastante poco usado en la Grecia clásica, sin embargo en el Nuevo
Testamento se emplea 143 veces. Es un verbo que indica el amor de Dios, el cual
es un amor incondicional, es un amor que se entrega incluso a aquellos con los
que no se dará una reciprocidad en el amor; se dirige fundamentalmente a
aquellos que necesitan ser amados; es un amor sin condiciones; ama al desagradable,
al provocativo, incluso a las peores personas, y ama así porque lo que quiere
hacer es verlos felices. Toda la vida de Jesús se resume en este verbo: ἀγαπάω.
Ahora ha llegado
el momento de amarlos al máximo, de tal modo que más allá es imposible poder
llegar: regalar la vida.
La
figura de Judas Iscariote.
El
evangelista presenta a la figura de Judas Iscariote como un diablo. El término
‘diablo’ procede del verbo griego διαβάλλω (diabállō); es cualquiera que se
entromete e interfiere en la relación de amor entre Dios y la humanidad. Es
el que no acepta esa relación de amor porque ha comprendido la novedad del
rostro de Dios, pero lo rechaza frontalmente y desea perpetuar la imagen que
recibieron de las catequesis de los escribas y de los fariseos. Juan recuerda
el propósito de la presencia de Judas porque en la escena del lavatorio de los
pies Judas no acepta que se arrodille ante él porque no acepta este nuevo modo
de relacionarse con Dios y no acoge la propuesta del hombre nuevo.
La
posición asumida en la mesa por los judíos
Durante
la celebración de la Cena Pascual.
Triclinio.
Ellos
durante la celebración de la Cena Pascual no estaban sentados a la mesa como
estamos acostumbrados a ver en las representaciones en las pinturas. Ellos
estaban acostados. El verbo empleado por todos los evangelistas es ἀνάκειμαι
(anákeimai), que significa estar acostado, estar reclinado, estar tendido en la
mesa. El verbo ἀνάκειμαι describe la postura en la que los comensales
participaban en las comidas importantes, reclinados sobre lechos o divanes
alrededor de la mesa, apoyándose sobre el codo izquierdo y comiendo con la mano
derecha.
¿Qué significa
este gesto de comer así? Significaba que los que estaban en la mesa durante la
celebración de la Cena Pascual se consideraban personas libres. Este
gesto lo habían tomado de los griegos, los cuales lo habían tomado prestado de
los persas, los cuales ya en el siglo VI a.C., cuando celebraban una victoria o
una gran fiesta no se sentaban al a mesa, sino que se tumbaban. Los romanos
habían recuperado este gesto y se recostaban los hombres y las mujeres. Los
judíos sólo los hombres se recostaban a la mesa durante esta celebración de la
Cena Pascual.
Debemos imaginar
el gesto del lavatorio de los pies teniendo presente el modo de cómo estaban
recostados en la mesa; para Jesús el realizar este lavatorio de los pies de los
discípulos estaban en la posición cómoda para poder dar toda la vuelta, ya que
los pies de sus discípulos ya estaban en la posición. No nos podemos imaginar a
Jesús en el centro de la mesa lavándoles los pies, sino posiblemente estuviera
sentado en el último lugar de la mesa, en la esquina del triclinio.
El triclinio (del
latín triclinium, y este del griego τρικλίνιον - triklínion, que
significa "de tres lechos") era el comedor formal principal en las
casas de la antigua Grecia y, especialmente, en la antigua Roma. Se
caracterizaba principalmente por tener tres lechos o sofás de comedor (klinai)
dispuestos en forma de herradura o de "U" alrededor de una mesa baja.
Cada uno de estos lechos estaba diseñado para que se recostaran aproximadamente
tres personas, apoyándose sobre el codo izquierdo y dejando la mano derecha
libre para comer.
«Y Jesús, sabiendo que el Padre
había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena».
Jesús
era totalmente consciente de que había cumplido su misión que había venido de
Dios y que iba a retornar al Padre. Jesús regresa al Padre porque había venido
del Padre.
Juan no nos cuenta la institución de la Eucaristía.
«Se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una
toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se
pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había
ceñido».
El evangelista
describe muy detenidamente la escena del lavatorio de los pies; deseaba
subrayar cada detalle de lo que allí aconteció. Desea que el gesto de Jesús
quede impreso para siempre en las mentes de sus discípulos.
Si uno escucha el
texto «y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto
todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía» se esperaba
que continuase que Jesús instituyese la Eucaristía, tomando el pan les invitase
a comer del pan y a beber del cáliz. Sin embargo, el evangelista Juan es el
único que no nos cuenta la institución de la Eucaristía. Es extraño porque este
evangelista ha dedicado el capítulo sexto de su evangelio al discurso del Pan
de Vida, al pan Eucarístico. En lugar de contarnos la institución de la
Eucaristía continúa de otro modo su relato; nos dice que durante la cena Jesús
se levantó de la mesa o triclinio. Cuando Jesús se levantó de la mesa se debió
de hacerse silencio entre todos los comensales porque los apóstoles se iban a
llevar una gran sorpresa porque ellos no están entendiendo lo que está haciendo
el Maestro.
Jesús deja su
ropa, se quita el manto. Este es un gesto de Jesús que ha quedado
olvidado en las pinturas y en las esculturas, así como en las explicaciones que
se dan de esta escena del lavatorio de los pies. Los hebreos, en tiempos de
Jesús, vestían con una especie de calzones y luego la túnica; tenían el
cinturón en esta túnica y luego la capa. En griego la capa se llamaba ὁ ἱμάτιον (jo jimátion); la túnica se
llamaba τὰ ἱμάτια (ta imatia) y luego estaba el calzón. Nos dice el evangelista
que Jesús se quitó τὰ ἱμάτια, es decir ‘se quitó las prendas
exteriores de vestir’, no dice que se quitase el manto (el evangelista no
dice ὁ ἱμάτιον), el cual era un fastidio ya para comer, ya para lavar los
pies a los discípulos; no se quitó el manto porque ya lo tenía quitado antes de
comer. Se quitó la túnica y ¿esto qué significa?
¿Qué
significa que se quitase la túnica?
Aquí
se da un gesto extremadamente significativo que debió de sorprender a los
discípulos y no entendieran lo que estaba haciendo el Maestro. Sin embargo
Jesús continúo solamente con los calzones, el cual es el uniforme del esclavo,
tal y como los hebreos estaban en Egipto. Dios se hace esclavo del hombre. Es
un Dios que ha trastornado la mentalidad de los discípulos durante la última
Cena. En esa desnudez se nos está revelando el verdadero rostro de Dios. Sobre esa
desnudez -únicamente sobre ese calzón- Jesús se colocará el delantal, una
toalla (λέντιον [léntion], toalla, delantal, lienzo de lino), del cual
no se desprenderá cuando se vuelva a poner la túnica. porque es la imagen del
esclavo; una desnudez revestida de servicio con esa toalla ceñida a la cintura.
El
vestido de la fiesta de las bodas.
Cuando
Jesús nos cuenta la parábola de las bodas, hay un momento en el que uno de los
invitados no va vestido con un traje de fiesta esponsal. ¿Cuál es el vestido de
la fiesta esponsal en el banquete eucarístico? Cuando nos acercamos a la
Eucaristía el esposo que nos trae nos pregunta si queremos unir nuestra vida a
la suya. Luego estamos llamados a presentarnos en la fiesta de las bodas con el
vestido de bodas. ¿Cómo ha de ser ese vestido? El vestido es el mismo que el
del esposo, el vestido del esclavo. De no tener el hábito del siervo, de la
disponibilidad, de estar dispuesto a donarnos, a donar la vida al servicio del
hermano nuestro encuentro esponsal con Cristo no es auténtico. Cuando uno no
tiene este vestido de bodas no puede entrar en el banquete de bodas ya que está
fuera de esta propuesta de hombre que plantea Jesucristo.
Lavarles
los pies.
Jesús
se ciñe la toalla, «luego echa agua en la jofaina y
se pone a lavarles los pies a los discípulos», empieza a lavar los
pies de los discípulos sin hacer ninguna distinción; ya que el servicio de amor
es igual para todos, porque todos son igualmente amados por Dios. Luego se pone
a «secándoselos con la toalla que se había ceñido».
¿Qué sentido tenía lavar los pies para los
judíos? En primer lugar, era un gesto tradicional de acogida a los invitados.
En la primera epístola a Timoteo se nos dice que las viudas que entraban dentro
del orden o la institución de las viudas que había en la Iglesia primitiva,
tenían algunos cometidos, entre ellos lavar los pies a los santos, es decir de
aquellos anuncian el Evangelio (εἰ ἁγίων πόδας ἔνιψεν; si lavó los pies de los
santos) (cfr. 1 Tm 5, 9-10). También era entendido como un gesto servil y
humillante; recordemos el comentario rabínico al libro del Éxodo en el que se
decía que ‘el esclavo hebreo no debía de lavar los pies a su amo, porque el
hebreo no es un esclavo’, por lo tanto se debía de negar de lavar los pies
a su amo. Pero no necesariamente era un gesto servil porque demostraba amor de
la esposa; uno demostraba su amor lavando los pies al marido o a los hijos, en
señal de reverencia hacia el padre.
Jesús
es Dios que muestra todo su amor, aunque tenga que realizar un gesto un tanto
humillante, pero lo hace porque quiere revelar el rostro del Padre Celestial.
Reacción
de Pedro.
«Llegó a Simón Pedro, y este le dice: «Señor, ¿lavarme los
pies tú a mí?». Jesús le replicó: «Lo que yo hago, tú
no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde». Pedro le dice: «No
me lavarás los pies jamás». Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes parte
conmigo». Simón Pedro le dice: «Señor, no solo los
pies, sino también las manos y la cabeza». Jesús le dice: «Uno que se ha
bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio.
También vosotros estáis limpios, aunque no todos». Porque sabía quién lo iba a
entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».
La
escena del lavatorio de los pies se hizo en un ambiente de profundo
recogimiento, en el silencio; un silencio de sorpresa de los discípulos que no
entienden lo que Jesús está haciendo. Este silencio lo rompe Pedro cuando Jesús
va a lavarle los pies y él no se deja. Pedro se da cuenta de que Jesús está
trastocando el orden de valores que tiene aceptado como lógico y normal por
todos. Para Pedro el orden lógico y normal era que el maestro y el rabino sea
servido por los discípulos que deben de sentirse honrados al lavarle los pies. Y
aquí Jesús estaba poniendo todo patas arriba; Pedro no acepta este gesto de
Jesús.
¿Por
qué Pedro no acepta este gesto de Jesús?
No lo acepta
porque empieza a comprender que Jesús está reproduciendo el rostro del Padre
del Cielo. Pedro siente que toda la catequesis que había asimilado de los
rabinos no servía. Pedro siempre se había imaginado y había creído en el Dios
servido por el hombre. Pedro al ver a Jesús con el hábito del esclavo quedó
totalmente impactado. Es el misterio de Dios que ama y se arrodilla ante el
hombre y ante este misterio Pedro se revela; no acepta que Dios se haga siervo.
Esta imagen de Dios que es siervo para el hombre es una llamada urgente a que
cada cual se involucre en el amor al hermano.
La imagen que
Pedro tenía en mente era la imagen presentada por Moisés en el libro del
Deuteronomio en el discurso que hace al pueblo de Israel diciendo que ‘el
Señor tu Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores; es un Dios
grande, fuerte y terrible’ (cfr. Dt 10, 17). Por eso costaba tanto a Pedro
aceptar esta nueva imagen de Dios presentada por Jesús. O en el libro de Ester
cuando dice que ‘Dios es el más alto y el más grande’ o en libro de Judit
diciendo que ‘el Señor es grande y glorioso, maravilloso en su poder e
invencible’ (cfr. Jdt 13, 14). Éste es el rostro de Dios que tiene Pedro en la
mente.
Jesús comprende
esta dificultad; comprende que es difícil cambiar esta imagen de Dios. Por eso
le dice: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora,
pero lo comprenderás más tarde». Lo comprenderá cuando haya visto
hasta el final hasta dónde llega el amor del Padre: Será en el Calvario cuando
Jesús donará la vida. Por eso Jesús no pretende que Pedro lo entienda de
repente.
Ante la negativa
de Pedro, Jesús le responde: «Si no te lavo, no
tienes parte conmigo». Si no lo permites, te separarás de mí. Jesús
le está diciendo que ‘yo necesito lavarte los pies a ti’, porque el mundo nuevo
empezará cuando Jesús baje hasta el último peldaño del mundo. Jesús está
diciendo a Pedro: ‘Déjame bajar hasta el último peldaño del servicio que
lava los pies al discípulo’.
Estamos
necesitados del amor del hermano.
Hacernos servir
nos hace no sentirnos autosuficientes y esto nos humilla, ya que estamos
orgullosos de bastarnos con nosotros mismos y nos gusta ser autosuficientes, no
depender de nada ni de nadie; pero Jesús nos hizo necesitados del don del
otro hermano. Es fundamental acoger al otro y los regalos que el otro nos
ofrece; y la lógica que desea Dios en que entremos es la lógica del don
gratuito del amor incondicional, incluso el del enemigo. Es que resulta que
nuestra lógica es la del intercambio; de hecho, cuando aceptamos un regalo
enseguida nos preguntamos ‘¿cómo ahora se lo pago?’, ya que queremos
ajustar cuentas lo antes posible. Todo esto porque entendemos que cuando se nos
regala algo tenemos que tender al equilibrio que debe de permanecer.
Es en la familia
donde se realiza esta dinámica del regalo gratuito; allí los servicios se
realizan sin pedir pago porque allí la lógica del amor es la que regula las
relaciones; y cuando uno realiza un servicio de amor no necesariamente recibe
un cambio de amor inmediato; por ejemplo, el don que los padres dan a los
hijos, el don de la vida, el don del servicio el cual no necesariamente viene a
ser compensado por los hijos.
Cuando uno entra
en la dinámica de Jesús, uno devuelve el amor no por obligación ni por
compromiso, sino porque descubre que amando es feliz; se ha adentrado en la
lógica nueva que Jesús ha venido a introducir en el mundo. No la lógica del
intercambio, sino la lógica del amor gratuito.
Pedro reacciona
diciendo «Señor, no solo los pies, sino también las
manos y la cabeza». Pedro no estaba entendiendo lo que le estaba
diciendo Jesús. Pedro sigue pensando en las purificaciones rituales; a lo que
Jesús le está contestando que aquel que se ha bañado, o sea, aquel que ha
entrado en el agua nueva, en el agua de la vida que él ha venido a traer a este
mundo, ya no precisa de la purificación, porque ya se es puro; uno ya está
purificado por la Palabra que Jesús nos da. Pero uno de los presentes no está
purificado, haciendo referencia a Judas Iscariote.
La
lección de Jesús.
Después de esta
reacción de Pedro viene la lección de vida que Jesús nos quiere dar.
«Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso
otra vez y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me
llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el
Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los
pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros,
vosotros también lo hagáis».
Jesús
se vuelve a vestir, se vuelve a poner la túnica y se recuesta de nuevo a la
mesa. Este gesto del lavatorio de los pies no es un gesto que se realizase al
inicio de la cena como se solía hacer; sino que este gesto del lavatorio de los
pies fue realizado durante la cena. El evangelista nos dice que cuando Jesús se
viste con la túnica no se quita la toalla con la que se había ceñido
anteriormente. No se lo quita porque esa toalla o delantal es el símbolo
del servicio a la humanidad que Jesús continuará llevando a cabo; el uniforme
de Dios es el del servicio.
Pedro
se está dando cuenta que para que el hombre sea grande se ha de asemejar a la
imagen de Dios; pero es que la imagen de Dios es la del servicio total y sin
reservas. Y debe de ser como Jesús el siervo, el que siempre está dispuesto a
amar de un modo incondicional. Jesús no solamente ha lavado los pies a sus
discípulos una vez, sino que constantemente lo hace, ya que esta es la
naturaleza de Dios.
Cuando Jesús nos dice en la Eucaristía «haced esto en mi memoria», lo que nos dice que nos debemos de involucrar en este tipo de amor en esta relación esponsal que muere por amor al hermano. Si hacemos esto en su memoria seremos dichosos ya que los hijos nos asemejaremos a Dios Padre. De este modo seremos hombres y mujeres en plenitud.