sábado, 3 de mayo de 2025

Homilía del Tercer Domingo de Pascua, ciclo C 04.05.2025 Jn 21, 1-14

 

Homilía del Tercer Domingo de Pascua, ciclo C

04.05.2025    Jn 21, 1-14

 (No se incluye en este comentario los versículos del 15 al 19. En otra ocasión)

 

         En las dos anteriores manifestaciones del Resucitado (cfr. Jn 20, 1-9 y Jn 20, 19-31) han sido dentro del marco de la celebración eucarística en el Día del Señor, con las puertas cerradas y además fueron en la ciudad de Jerusalén. El evangelista Juan quería presentarnos la experiencia espiritual de las comunidades cristianas, donde los hermanos se reúnen para la fracción del pan, y en donde deben tomar conciencia de la presencia del Resucitado en medio de ellos.

 

¿El cristiano sólo encuentra al Resucitado

En el Día del Señor?

         Inmediatamente a los hermanos de esas comunidades les surge esta pregunta: ¿Sólo nos encontramos con el Señor Resucitado en el Día del Señor? ¿Qué pasa entre semana cuando estamos en plena actividad profesional, personal, familiar, etc.? Ante esta pregunta el evangelista Juan responde contándonos una tercera reunión con el Resucitado con los discípulos; además Juan lo hace en un contexto totalmente diferente a los dos anteriores.

 

¿Dónde se manifiesta ahora el Resucitado?

«En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades». Ya no estamos en Jerusalén, la ciudad santa, donde se practica la religión pura, donde se ofrecen los sacrificios en el Templo.

Estamos en Galilea, en la región donde la práctica religiosa no siempre es conforme a las estrictas disposiciones de los rabinos. Además, no es domingo, no es el Día del Señor, es un día laboral, un día de trabajo. Nos vamos a encontrar a un grupo de discípulos en un mismo lugar, pero no en un lugar sagrado, sino en un ambiente profano, en medio de sus faenas cotidianas, ocupados en su trabajo como pescadores en el mar de Tiberíades.

 

Un Lago que es un Mar:

influjo de Herodes Antipas

El evangelista Juan emplea el término griego θάλασσα (dsálassa), ‘mar’, no emplea el término ‘lago’ como lo hacen en las traducciones modernas en español. Emplea la palabra ‘mar’. Sabemos que es un simple lago, pero el evangelista lo quiere convertir en un mar, ¿por qué? Porque le interesa, por el simbolismo histórico que esto representa.

Juan recurre al simbolismo y a la imagen bíblica para comunicar su mensaje. Lo llama ‘mar’ porque en toda la literatura del Antiguo Medio Oriente el mar es el símbolo del mundo de la impureza, de lo demoniaco, de los inhumano, de todo lo contario a la vida. Y Juan nos dice que los discípulos pencan en este mar. Hace una clara referencia a la misión que Jesús confió a sus discípulos; echar las redes al mar, ya que son pescadores de hombres (cfr. Mt 4, 19; Mc 1, 17), e introducirles en la verdadera vida.

Lo llama ‘mar de Tiberíades’ y no emplea el término tradicional de ‘lago de Genesaret’ (τὴν λίμνην Γεννησαρέτ) (cfr. Lc 5, 1). Juan se refiere a la ciudad semi pagana que Herodes Antipas se hizo construir porque dejó la primera capital Séforis y se estableció en un lugar hermoso del lago de Galilea; por supuesto que lo dedicó a su amigo y protector Tiberio. De hecho, Herodes Antipas se fue a vivir allí junto a Herodías unos años antes de que Jesús hubiera iniciado su vida pública.

Tiberíades (cfr. Jos 19, 35, antigua ciudad de Rakkat, heredad de la tribu de Neftalí) era una ciudad impura porque estaba construida sobre un cementerio y los rabinos no lo frecuentaban. En los evangelios no se recoge ninguna visita de Jesús a esta ciudad. Era la ciudad de Herodes Antipas donde introdujo usos, costumbres y modos de vivir paganos; introdujo una mentalidad idolátrica contraria a la identidad espiritual de los hijos de Abrahán: Este es el simbolismo del mar de Tiberíades.

Es aquí donde la comunidad de los discípulos está llamada a trabajar. Es este mar del paganismo, de esta sociedad secularizada e idolátrica, en la cual sólo importa el dinero, el poder y la búsqueda del placer. Es en este mar donde los discípulos están llamados a sacar a los hombres y traerlos a la verdadera vida para que se conviertan en hombre verdaderos. Jesús ha enviado a sus discípulos a pescar en este mar, el mar de esta vida pagana.

 

El Resucitado se manifiesta en medio

de sus actividades profesionales,

en lo cotidiano.

«Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar». Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo». Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada».

 Toda la historia en la que ahora nos vamos a adentrar es una parábola de la actividad a la que está llamada a realizar la Iglesia en el mundo: Pescar a los hombres. Para ello Juan emplea varias imágenes.

 

La primera imagen: La barca de Pedro.

La barca de Pedro es siempre el símbolo de la Iglesia; y los discípulos subidos a esta barca representa la comunidad cristiana. Si los contamos son 7. ¿Por qué no son 12? Porque doce es el símbolo de Israel. En cambio, el número 7 o 70 indica el número de todas las naciones de la tierra. Estos siete son el símbolo de la comunidad cristiana que debe de estar abierta al mundo.

 

 

¿Quiénes están en esa barca?

Vamos a ver por quién están formada esta comunidad. Con cada uno de ellos tenemos una historia personal. Representan las varias situaciones espirituales de los miembros de la comunidad cristiana de todos los tiempos. En algunos de ellos reconoceremos nuestra historia personal.

El primero es Pedro: Él es el discípulo que lucha por acoger la propuesta del hombre nuevo planteado por Jesús. Sigue pensando que para ser una persona con éxito significa acumular bienes, tener poder y seguir a Jesús. Pedro cree que eso le ayuda a tener éxito en la vida. Es el discípulo que trata de seguir a Jesús, pero acomodándolo o poniéndolo de acuerdo con sus propios proyectos, los cuales son el tener poder, tener, aparecer. Es el discípulo de hoy que dice sí a Jesús, pero sigue pensando como antes, que en los momentos de dificultad le cuesta sostener su propia fe.

Luego está Tomás: Tomás llamado nuestro ‘gemelo’. Es el que ama a Jesús y está también ligado a la comunidad, pero por alguna razón llega a alejarse de la comunidad retornando a sus propios pasos, a su vida anterior. Desea una prueba para creer, pero el Resucitado no es mueve por el mundo de lo verificable por los sentidos, ya que sólo puede ser visto por aquellos que se sienten involucrados en una relación de amor con él. Sólo los que aman pueden experimentar la presencia del Resucitado.

El tercer personaje es Natanael: Es el israelita en el cual no hay mentira (Jn 1, 47). Natanael cuando encuentra a Jesús le da su propia adhesión, le da su propio apoyo convencido y entusiasta. Natanael es la imagen de la persona sincera, abierta a la verdad. Él tiene sus propias ideas -«¿Puede salir algo bueno de Nazaret?» (cfr. Jn 1, 46)- y las defienden obstinadamente y cuando alguna cosa del evangelio no le cuadra o no le convence tiende a cerrar su corazón. Él tiene sus propias convicciones, pero cuando escucha la verdad del evangelio, después de muchas resistencias, terminan acogiéndolo reconociendo que responde a las necesidades más profundas de su ser. 

Los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan: Ellos representan el alma fanática de la comunidad. Les recordamos de aquella ocasión en la que Juan se presenta a Jesús y le dice ‘hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y se lo hemos impedido porque no es de los nuestros’ (cfr. Mc 9 ,38). Cuando estando en Samaría, los samaritanos no querían dar hospitalidad a Jesús porque iba a Jerusalén, entonces Santiago y Juan dicen ‘Señor, ¿quieres que digamos que caiga sobre ellos el fuego del cielo como lo hizo Elías y que consuma a estos incrédulos?’ (cfr. Lc 9, 54-55; 2 Re 1, 9-12). Jesús se vuelve y los reprende severamente. Eran conocidos como los "Hijos del Trueno" por su temperamento impetuoso (Mc 3,17). Quieren imponer a todos sus propias convicciones; están siempre dispuestos a crear polémicas, contiendas y ven enemigos por todas partes.

Luego hay dos que no tienen nombre: Son anónimos. Si nos reconocemos en ninguno de los caracteres que antes se han ido exponiendo, quizás nos encontremos en algunos de estos dos discípulos anónimos, con nuestras características buenas y menos buenas, con toda nuestra fragilidad. También pueden representar a aquellos que son discípulos de Cristo y aún no lo saben. Son aquellos que se dejan mover por el Espíritu, que hacen en bien, trabajan con el mismo objetivo de ayudar a los demás y de hacer este mundo más humano.

Es una comunidad muy abierta los que están en esta barca, donde hay espacio para todos aquellos que quieren trabajar para construir un mundo nuevo; hay un espacio para todos los hombres de buena voluntad.

 

 

El discípulo sin la luz de Cristo

Es una bombilla fundida.

Este grupo se pone a trabajar ‘de noche’. En la primera parte de la noche está totalmente obscuro. Juan nos está diciendo con esta imagen de la obscuridad, de la noche, que la actividad de los discípulos no puede desarrollarse sin la luz de Cristo y sin su Evangelio. Si actuamos de este modo no obtendremos ningún resultado. Cuando acaba la noche y despunta los primeros rayos del día y amanece todo cambia.

 

Jesús está de pie en la orilla.

«Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice:
«Muchachos, ¿tenéis pescado?». Ellos contestaron: «No». Él les dice:
«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces
»

La noche termina, la obscuridad en la que están envueltos los discípulos se disuelve porque llega la luz. Jesús está de pie en la orilla, pero ellos no lo reconocen. Jesús no se esconde, no se camufla; son sus propios ojos los que no saben reconocerlo. Jesús está de pie en la orilla. Jesús no está en el mar, está en la orilla. Los discípulos están en el mar empeñados en llevar la misión que les había sido confiada. Jesús les está acompañando en una condición diferente a la de antes; ahora está resucitado. No les ha dejado solos, pero ellos aún no se han acostumbrado a verle en este nuevo estado resucitado, le echan de menos, echan de menos sus palabras, sus gestos, su presencia tangible.

 

El Resucitado con cariño

nos reconforta en las decepciones.

El resucitado emplea un apelativo cariñoso a estos discípulos que han estado trabajando toda la noche y están cansados y decepcionados porque no han pescado nada. Les llama «muchachos». En griego se emplea el término παιδίον (paidíon), que significa ‘niños’. Cuando el Señor nos percibe tristes y desanimados porque muy poca gente o nadie quiere escuchar el mensaje de Jesús, cuando después de tanta preparación para poder impartir unas catequesis nos encontramos con la escasa respuesta por parte de la gente. Es entonces cuando nos dice ‘muchachos, niños’, le sentimos cercano, cariñoso con nosotros, nos reconforta su presencia, nos anima en medio de la decepción del rechazo; es como esa dosis de dulzura que precisamos ante tanta incomprensión y amargura.

Es esa misma experiencia que tuvieron los Doce salieron a hacer la Traditio Symboli, donde fueron de dos en dos a anunciar el evangelio por las casas, por las calles, por las plazas, etc., pero volvieron cansados, tristes, desanimados por la escasa acogida, tal y como nos relata el evangelista Marcos (cfr. Mc 6, 30-31) al omitir la alegría y el gozo que sí recoge el evangelista Lucas (cfr. Lc 10, 17-20). El relato que recoge el evangelista Marcos se percibe esta ternura y dulzura que tiene Jesús al animar a sus discípulos y levantarles de su pesimismo al decirles: «Venid vosotros solos a un lugar solitario para descansar un poco». Esa invitación del Maestro a descansar está en la misma sintonía de esa palabra cercana y entrañable de «muchachos», ya que ellos precisan desahogar sus almas en Cristo y limpiarse las heridas que les han generado aquellos que se oponen a ese modelo de hombre nuevo que el Maestro les ha traído.

Este modo de dirigirnos con esa ternura la agradecemos y nos vemos reconfortados. Nos acompaña con su presencia y con su palabra en nuestra labor.

 

La indicación y consejo del Resucitado.

El Resucitado indica a los discípulos cómo obtener resultados: «Echad la red a la derecha de la barca». La parte derecha indica la parte buena, el lado positivo. Ellos antes habían lanzado la red del lado equivocado, del lado malo, negativo. Tienen que lanzar la red en la parte buena del hombre ya que en esa parte buena del hombre reside el Espíritu de Dios; ya que el hombre como criatura que es tiene la impronta de su Creador. Echar a la derecha también significa buscar la bendición y el favor de Dios (cfr. Sal 110,1); así como hacerlo con el poder de Dios con la confianza de quien lleva los hilos de la historia es el Señor.

El Maestro quiere que enganchemos las partes positivas de las personas, lo bueno que tienen dentro las personas para sacarlos fuera de las aguas del mar. Y cuando escuchan la palabra del Señor la pesca se hace fructífera, de tal manera que «no podían sacarla, por la multitud de peces». Indica la multitud de los hombres salvados de las aguas del mar.

Son muchos los hermanos que, gracias a la proclamación de la Palabra y del anuncio del Kerigma (κήρυγμα), gracias a que los catequistas, presbíteros y obispos han obedecido a Cristo lanzando esa red a la derecha -y han creído en la bondad de las personas, así como en la necesidad que tenían de ser alimentadas del alimento celestial-, esos hermanos que antes vivían como paganos y desorientados por el pecado, ahora son personas nuevas, renacidas, resucitadas.

 

¿Quién tiene esa mirada que le permite

Reconocer al Resucitado?

Ahora aparece en escena el discípulo amado del Señor. Este discípulo amado es el que tiene esa mirada que le permite reconocer al Resucitado.

«Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: «Es el Señor». Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces».

En el evangelio de Juan aparece desde el principio un discípulo cuyo nombre no se indica. «Y aquel discípulo a quien Jesús amaba». Cuando Juan el Bautista ve pasar a Jesús dice a sus discípulos «este es el Cordero de Dios» (cfr. Jn 1, 36), éstos al oírle hablar así dos de sus discípulos siguieron a Jesús. Uno de esos discípulos era Andrés, el hermano de Simón Pedro (cfr. Jn 1, 40); en cambio el otro discípulo no tiene nombre.

 

Algunas características del Discípulo Amado.

¿Quién es ese discípulo ‘sin nombre’? Si el evangelista Juan no nos lo quiere decir es porque se debe de dejar así, en el anonimato. ¿Qué es lo que caracteriza a este discípulo ‘sin nombre’? Este discípulo amado es aquel que, tan pronto como Juan el Bautista le presenta a Jesús, enseguida se da cuenta de que ha encontrado en Jesús a una persona extraordinaria que puede decidir sobre su vida. Es entonces cuando este discípulo no duda, lo sigue con determinación e inmediatamente y le da su propia adhesión.

Este discípulo durante la Última Cena cuando Pedro deseaba conocer quién iba a traicionar al Maestro (cfr. Jn 13, 21-26), «el discípulo al que Jesús tanto quería» sabía distinguir muy bien quien están de parte de Jesús y los que están en contra.

Y cuando las cosas se ponen difíciles es el discípulo que entra al mismo tiempo que Jesús en el patio interior de la casa del sumo sacerdote, mientras que los otros discípulos le han abandonado (cfr. Jn 18, 15). Y luego es el discípulo que sigue al Maestro camino al Calvario y le ve donar la propia vida por amor estando cosido en el madero de la cruz (cfr. Jn 19, 26).

Es este discípulo el que llega primero al sepulcro en la mañana de Pascua. Mira y ve que el sepulcro está vacío y comienza a entender que algo impresionante ha sucedido (cfr. Jn 20, 3-8) y empieza a creer que Jesús ha resucitado.

Este discípulo es capaz de ver lo que es invisible a los ojos materiales. Reconoce la presencia del Resucitado en la orilla del mar; los otros discípulos que están con él no ven al Resucitado porque no tienen esa mirada pura para reconocerle.

 

¿Por qué Juan no nos dice su nombre?

¿Quién es? Dejémoslo sin nombre. Es el amado; representa al discípulo que está totalmente involucrado en el amor por Cristo. Es la imagen del discípulo auténtico. La razón por la que el evangelista Juan no pone nombre a este discípulo amado es porque quiere que cada uno de nosotros nos reconozcamos en este discípulo. Estamos llamados a ser ese discípulo.

 

Ceñirse el Delantal

Simón Pedro habiendo oído de boca del discípulo amado «es el Señor», se ciñe su manto porque estaba desnudo y se echa al agua. Esto suena muy raro ¿se pone la ropa para meterse en el agua? ¿no suele ser lo más normal quitarse la ropa para meterse en el agua? Pedro llevaba la túnica estando en la barca, no estaba pescando desnudo, sobre todo porque cuando se pesca de noche uno se tiene que proteger del frío.

¿Qué significa esta desnudez de Pedro y este ceñirse el vestido? Hay un verbo importante que se está utilizando en este versículo: διαζώννυμι (diazónnumi). Este verbo griego (διαζώννυμι) significa ‘revestirse, enfatiza la acción de atar o ceñir algo alrededor del cuerpo’. Este verbo aparece únicamente cuatro veces en todo el Nuevo Testamento; está ahora aquí, cuando Pedro se viste y se repite cuando Jesús se vistió del delantal, símbolo del servicio, en el lavatorio de los pies. (cfr. Jn 13, 4-5). También aparece en Lucas 12, 37 y en Hechos 21, 11.

El delantal que Pedro no quería usar porque rechazó el gesto de Jesús para convertirse en siervo y comenzar a lavar los pies de los demás hermanos; el descender hasta el último eslabón porque el que sirve es grande y no ser servido. Jesús estaba vestido con este uniforme del sirviente. Este uniforme era el que Pedro se negaba a ponerse; sin embargo, ahora en cambio Pedro ha entendido que el Resucitado tenía razón y por eso él también ahora se ciñe del manto tal y como lo hizo el Maestro. Ahora Pedro se ciñe el hábito del siervo, el vestido del sirviente; Pedro se pone el uniforme que caracteriza al verdadero cristiano.

Pablo habla varias veces de esta vestimenta nueva que el discípulo siempre ha de tener puesta. En la epístola a los Colosenses nos dice: «revestíos, pues, de sentimientos de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia» (cfr. Col 3, 12). El amor es servicio.

En la epístola a los Romanos nos lo dice así: «revestíos de Jesucristo, el Señor» (cfr. Rom 13, 14). Quien te vea te ha de reconocer por este uniforme que es el del servidor.

Pedro en su primera epístola nos escribe esto: «Revestíos todos de humildad en vuestras mutuas relaciones, pues Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes» (cfr. 1 Pe 5, 5).

 

         El agua el inicio de una nueva vida.

Pedro después de vestirse se sumerge en el agua. El agua es el inicio de una nueva vida para Pedro. Con las aguas bautismales se comienza una nueva vida. Y detrás de Pedro vienen los demás con la barca. Ahora que han escuchado la voz del Señor, su compromiso y su trabajo ha logrado un gran resultado.

 

El pan es Jesús.

«Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger». Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Vamos, almorzad». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos».

No se dice que estos siete vean a Jesús. Lo que ellos ven son las brasas con un pescado puesto encima y pan. El pan es Jesús. En la Eucaristía el Resucitado continúa ofreciéndose como pan. El Resucitado que continúa ofreciéndose se nos presenta como pan de la Eucaristía. Jesús en la Eucaristía nos invita a asumir su vida de amor, a unir nuestra vida a la suya, haciéndonos pan. El pan que ven ellos es Jesús.

 

Ese pez eres Tú.

Ellos también ven el pez. El pez que ellos ven no es uno de los que han sacado ellos del mar. Ese pez ya estaba ahí con Jesús. Jesús durante su vida también pescó; Jesús ha sacado del mar a tanta gente, la cuales vivían deshumanizados, de pecado, muertas espiritualmente. Fue Jesús quien sacó de las aguas de la muerte a Leví el publicano, el cual estaba apegado por el ídolo del dinero; fue Jesús quien sacó del mar a Zaqueo, el cual estaba totalmente inmerso en una vida pagana, ya que únicamente pensaba en acumular dinero. Jesús sacó del mar a la adúltera; Jesús sacó del agua del mar de la muerte a los que estaban poseídos por espíritus inmundos. Todas estas personas fueron llevadas a la vida. Es que ellos se han convertido en alimento de vida para los hermanos; es el pez que se convierte en alimento.

Zaqueo puso todas sus riquezas a disposición de los pobres. Son los peces que Jesús ha traído a la vida, a rescatado de la fosa de la muerte, que se convierten en alimento de vida para los hermanos.

 

153 Peces Grandes:

El fruto de la actividad apostólica.

Entonces dice Jesús: «Traed de los peces que acabáis de coger». Es entonces cuando Simón Pedro subió a la barca y saca la red repleta de 153 peces grandes. Esos peces es el fruto de la actividad apostólica de la comunidad cristiana; es la humanidad que ha de ser llevada a Cristo. Este número indica la totalidad de la humanidad que es llevada a Cristo.

 

La red no se rompe.

La red no se rompe. El verbo griego empleado es σχίζω (sjízo) que significa ‘partir, dividir’, ‘el cisma’ en el interior de la comunidad. Esta comunidad no se desgarra a pesar de la multitud enorme de hombres que han entrado en esta comunidad; son los hombres rescatados de las olas del mar.

Desde el inicio de la Iglesia se han dado fuertes incomprensiones y malentendidos; sin embargo, en la Iglesia primitiva siempre se ha mantenido la unidad. La comunidad cristiana está llamada a dar testimonio del amor que sabe mantenernos unidos en la diversidad.


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