Homilía del Domingo IV de Pascua, Ciclo C
Jn 10, 27-30‘El buen pastor’, ‘el pastor hermoso’ (ὁ ποιμὴν ὁ καλός)
En
el cuarto domingo de Pascua se nos regala un texto evangélico donde Jesús se
nos presenta como el pastor hermoso (ὁ ποιμὴν ὁ καλός). No dice ‘yo soy el buen
pastor’, sino que dice ‘yo soy el buen pastor hermoso’.
El pastor hermoso, no únicamente el pastor bueno.
No habla aquí de
bondad, sino de belleza. Si buscamos la belleza no puedes evitar enamorarte del
Señor; si quieres convertirte en una persona hermosa, síguele. El Señor nos
invita a no seguir a los pastores feos, porque te puedes quedar encantado a
admirado por ellos y uno se puede dejar seducir por los pastores feos (cfr. Ez 34,
1-10) que se apacientan a sí mismos; que no fortalecen a la oveja débil; que no
curan a la enferma; que no hacen volver a la descarriada ni buscan a la
perdida; que gobiernan con dureza y crueldad; que provocan con su negligencia y
mal liderazgo la dispersión de las ovejas. Estos pastores son los pastores
feos, que generan fealdad, lo aborrecible. Y si tú les sigues te vuelves como
ellos.
El contexto del texto evangélico.
Festividad de Janucá
Jesús está en el
Templo de Jerusalén y está paseando bajo el pórtico de Salomón. En Jerusalén se
está celebrando la fiesta de la dedicación del Templo; la fiesta de La
Festividad de Janucá (también conocida como Hanucá o la Fiesta de las Luces) חנוכה.
En el siglo II
a.C. el Templo fue profanado por los seleúcidas. Los seléucidas eran los reyes
que habían heredado toda la parte oriental del inmenso imperio de Alejandro
Magno, los cuales habían gobernado Siria y Palestina. Habían intentado
introducir el paganismo en Jerusalén e impedir la práctica de la Torá.El rey
Antíoco IV Epífanes intentó imponer la cultura helenística y prohibió las
prácticas religiosas judías. Pero sus propósitos fracasaron porque el pueblo se
rebeló (duró tres años la lucha) y en el año 165 a.C. los seleúcidas fueron
expulsados por la revuelta de los hermanos Macabeos. Se procedió a purificar el
Templo y volverlo a consagrar al Señor el Templo que había estado profanado. Debido
a esto se volvió a encender la lámpara sagrada durante ocho días. Esta es la
razón por la que, ya desde los tiempos de Jesús hasta el día de hoy, durante
ocho días durante la fiesta de Janucá, en toda la ciudad brilla con las luces
del candelabro de nueve brazos (Januquiá (חנוכייה) o también se le conoce como
Menorá de Janucá); es una fiesta de la luz. Esta fiesta es como si fuera
nuestra Navidad, coincidiendo en las fechas de invierno.
En este contexto
los dirigentes se dirigen a Jesús que está paseando por el Templo y le
preguntan cosas como estas: «¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si tú
eres el Cristo, dínoslo abiertamente» (cfr. Jn 10, 24). La pregunta es
ladina y maliciosa porque esta pregunta se hizo en el momento en el que se
estaba celebrando la liberación de Israel de las manos de los paganos, del rey
Antíoco IV Epífanes. Y los dirigentes de Israel querían la liberación de Israel
de la potencia romana; ellos esperaban la venida del hijo de David para
liberarlos, tal y como pasó con los Macabeos en el pasado. Ellos esperaban el
león de la tribu de Judá, del que habló Jacob, el Mesías que tenía que tomar el
poder y establecer el dominio de Israel sobre el dominio de todos los pueblos
de la tierra. Éste es el contexto del texto y Jesús paseando por el pórtico de
Salomón. Sin embargo, éste no es el reino de Dios que Jesús ha venido a
construir, por lo que no responde a sus expectativas del Mesías davídico. Por
lo que Jesús, a todos aquellos que esperan a este tipo de Mesías guerrero les
dice: ‘No sois de mi rebaño; no tienes nada que ver conmigo’ (cfr. Jn
10, 26).
La lógica de los pastores feos.
Los pastores
anteriores a Jesús, los pastores feos, eran ladrones, bandidos, mercenarios,
lobos. Son los pastores feos que no han entendido ni aceptado la lógica nueva
que Jesús quiere introducir en el mundo; sobre todo porque siguen pensando con
los criterios del mundo viejo. En el mundo viejo se gobierna a base de fuerza y
de aplastar al otro; debemos de competir, de luchar, de degollarnos entre
nosotros, de calumniarnos para eliminar al enemigo; ésta es la lógica que crea
el mundo de los lobos.
No ser lobos, sino corderos.
Y Jesús ha
venido a poner fin a la lógica del mundo viejo y dar inicio a una humanidad
nueva compuesta no por lobos, sino por corderos, es decir de gente que ama.
El pastor da la belleza
sin límite; el cordero es el que es capaz de amar incluso a aquellos que le
quitan la vida. Este cordero, dice el libro del Apocalipsis en el capítulo
siete (cfr. Ap 7, 9-12),que se encuentra en el centro del diseño de Dios.
Cuando Dios creó el mundo, pensó en el cordero, cuyo rostro irradia toda la
belleza de Dios, que es amor y sólo amor. Ser cordero y no lobo significa
aceptar su propuesta de un hombre nuevo y hacerse cordero con Jesús. Y este
Cordero, que es Jesús, nos conducirá a las fuentes de agua viva (cfr. Sal 23, 2;
Jn 4, 10).
Los que sigan a
los pastores feos son empujados hacia las profundidades de la muerte.
¿Qué les sucede a los siguen al pastor hermoso?
«En aquel tiempo, dijo Jesús:«Mis ovejas escuchan mi voz, y yo
las conozco, y ellas me siguen».
La relación que
se da entre el pastor hermoso y los corderos que le siguen es presentada por
Jesús con tres verbos: ‘escuchan mi voz’, ‘las conozco’ y ‘me
siguen’.
El primer verbo: ‘Escuchan mi voz’.
‘Escuchar es un
verbo muy importante en la tradición religiosa de Israel. Este verbo está
recogido en el Antiguo Testamento unas 1159 veces y en el Nuevo Testamento 445
veces. ‘Escucha Israel’, ‘Shemá Israel’(שְׁמַעיִשְׂרָאֵל
(Sh'máYis-ra-él): Escucha, Israel). Es el modo adecuado por el que el Señor
desea que el hombre viva y que sea feliz. El Señor nos dice ‘escúchame,
préstame tu oído’. El Señor no nos impone nada, sólo quiere ser escuchado y que
nos adhiramos a su palabra.
A diferencia de
los dioses paganos, el Dios de Israel no se muestra a su pueblo haciéndose ver,
mostrándonos su rostro. El Dios de Israel sólo pronuncia su voz y desea que
nosotros lo escuchemos. Dios dirige a su
pueblo con su voz. En el capítulo cuatro del Deuteronomio, en el Sinaí dice
Moisés al pueblo, ‘has oído sus palabras,
no vista ninguna imagen; sólo una voz’ (cfr. Dt 4, 12). El pueblo de Israel
es el pueblo que escucha la voz del Señor; escuchar es poner en práctica su
palabra.
El piadoso
israelita, cuando dos veces al día recita la más sagrada de las oraciones el ‘Shemá Israel’ lo hacen tapándose los
ojos. ¿Por qué se tapan los ojos? Porque no tienen que ser distraídos por lo
que vean. Toda la atención del israelita piadoso se pone a escuchar la voz del
Señor. Y Jesús ha crecido en esta tradición religiosa, fue educado en la
espiritualidad de la escucha. Por eso se presenta la escucha como la primera
característica de los corderos.
Esta voz de Dios
no se escucha sólo cuando habla, ni cuando hace discursos o cuenta parábolas.
El cordero habla con su vida. Escucharlo significa mantener la mirada siempre
fija en Cristo, para ser como él, corderos en un mundo de lobos.
El Segundo verbo: ‘Las Conozco’.
‘Yo las conozco’.
No se trata de un conocimiento únicamente de tipo intelectual. En la Biblia
verbo conocer, en hebreo יָדַע yadá, es
empleado para indicar la comunión de vida; es la implicación amorosa del esposo
y de la esposa que comparten toda la vida; tienen los mismos objetivos;
cultivan los mismos sueños y llevan adelante los mismos proyectos. El gesto
máximo conyugal, el encuentro esponsal en la Biblia es llamado ‘conocimiento’
(cfr. Gn 4, 1). Es un conocimiento que lleva consigo la donación de uno mismo
al otro, es comunicación. El verbo hebreo יָדַע yadá nunca es empleado para la sexualidad animal en la Biblia, porque
aquí no hay conocimiento sino únicamente instinto. Las relaciones sexuales son
únicamente humanas sólo cuando es comunicación de amor, descubrimiento,
conocimiento recíproco.
Jesús, al emplear este verbo, recurre a la imagen esponsal para definir
la plena comunión de vida que se instaura entre él y el cordero y los que le
dan a él su propia adhesión convirtiéndose en corderos como él. Es la plena
sintonía de pensamientos y de emociones que se establecen entre los enamorados.
El Tercer verbo: ‘Me Siguen’.
Seguirlo
significa actuar, sentir, pensar y amar como corderos; eligiendo ser corderos
como Jesús. Seguirle significa el ir siempre a donde haya alguien que tenga
necesidad. El que lo sigue está dispuesto a poner toda su vida al servicio de
la evangelización y del hermano. Si uno no dona su vida por amor no eres un
cordero y no perteneces al rebaño del pastor hermoso.
La promesa para los que
pertenecen a su rebaño.
«Y yo les doy la vida
eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano».
Nos encontramos también con tres verbos;
La Primera promesa
La primera es ‘donar’; «Y yo les doy la vida eterna». Hay un regalo que nos da el pastor, les dona
la vida eterna. Hay un término en griego para designar la vida ζωή (zoḗ) para
referirse a la vida en su sentido biológico, que es la que viene de la tierra y
regresa a la tierra, que corresponde a plantas y animales. Y añadir a esa
palabra ζωή (zoḗ) que es el adjetivo αἰώνιος (aiónios) ‘eterno’,
que indica que es la vida del Eterno, la vida que no viene de la tierra, sino
que viene del cielo; viene de Dios que dona su propia vida y que se va
descubriendo en la medida en que uno se adentra en la dinámica de la vida
espiritual en medio de una comunidad y que ha entrado en su diseño de amor. Dios
desde la creación del mundo ya había proyectado involucrarnos eternamente en
una relación de amor con él.
Este regalo no es un premio que se nos entrega al final de la vida
biológica, se nos dona hoy. Por medio de la vida biológica se nos comunica, por
puro amor, la vida del Eterno, porque la vida del Eterno es amor y solo amor.
La Segunda promesa
El segundo verbo es «no perecerán para
siempre». Los corderos
de Jesús lo son para la eternidad. El amante no puede abandonar a la persona
amada. Recordemos la plegaria del salmista en el salmo 16. Él es viejo y es
consciente de que su vida está concluyendo, es un enamorado de Dios y ha vivido
toda su vida como una relación de amor con Dios; y sabe una cosa, que el
enamorado no puede estar sin el amado; de tal manera que dice a Dios que él no
puede estar sin él: «Por eso se me alegra
al corazón, sienten regocijo mis entrañas, todo mi cuerpo descansa tranquilo:
pues no me abandonarás al Seol, no dejarás a tu amigo ver la fosa. Me enseñarás
el sendero de la vida, me hartarás de gozo en tu presencia, de dicha perpetua a
tu derecha» (Sal 16, 9-11). Es en este contexto donde el salmista dice «no
dejarás a tu amigo ver la fosa», aunque el término hebreo no es amigo, sino
enamorado חֲ֝סִידְךָ֗ (ḥăsīḏəḵā),
al enamorado no puede dejarlo en el sepulcro. Era un razonamiento que no partía
de la inmortalidad del alma, sino de una relación de amor con Dios.
Hay una historia
que perece, que será borrada, no dejará rastro; es la historia de todos
aquellos que no han vivido como corderos sino como lobos, competiendo por la
grandeza de este mundo. Y Jesús nos dice: «¿De
qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? ¿O qué podrá
dar el hombre a cambio de su alma?» (cfr. Mt 16,26; Mc 8, 36-38; Lc 9, 25).
Sólo el que es cordero y como cordero edifica su vida en el amor, pertenece a
la historia de Dios y permanecerá para siempre.
Jesús nos dice que no tengamos miedo de donar nuestra vida (cfr. Mt 16,
25; Mc 8, 35; Lc 9, 24), porque ni una pizca de vuestro amor se perderá.
La Tercera promesa
La tercera promesa es «y nadie las
arrebatará de mi mano». La vida terrena siempre estará sujeta a
peligros de ladrones y maleantes. Esto puede hacer que perdamos el contacto con
la voz del pastor. Y puede haber momentos en los que nosotros le perdamos de
vista, pero él no nos pierde ni un momento de vista. Nadie nos puede separar de
su mano (cfr. Rom 8, 38-39). Esta es la belleza y la certeza de nuestro destino
último; ser bienvenidos para siempre con los brazos abiertos de Dios. Puede
haber miserias morales, defectos, pecados, decisiones desafortunadas en nuestra
vida, pero nunca serán más fuertes que el amor de Cristo. Recordemos lo que nos
dice San Juan en su primera epístola: «En
esto sabremos que somos de la verdad, y tendremos nuestra conciencia tranquila
ante él, y aunque nuestra conciencia nos condene, pues Dios, que lo sabe todo,
está por encima de nuestra conciencia» (cfr. 1 Jn 3, 19-20). Si hemos
concedido nuestra adhesión al Pastor estamos seguros.
Jesús nos revela la voluntad
del Padre
sobre cada uno de nosotros.
«Lo que mi Padre me
ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de
mi Padre. Yo y el Padre somos uno».
La voluntad del
Padre está recogida en la primera carta a Timoteo es que todos los hombres se
salven (cfr. 1 Tm 2, 4). Los israelitas eran bastante reacios a llamar a Dios
con el apelativo de ‘padre’. Ellos sostenían que ya tenían a un padre: Abrahán.
Pero para Jesús, sin embargo, Dios es el padre. Y cuando dice que ‘el Padre y
yo somos uno’ indica la profunda comunión íntima de vida que pasa entre él y el
Padre; es cierto que nosotros únicamente podemos tartamudear sobre este asunto,
ya que adentrarse en la vida íntima de la Trinidad es un misterio profundo de
amor. Lo que Jesús nos quiere decir es que Dios nos ha amado tanto que desea
que nosotros, los corderos, participemos de su misma vida en la comunión de
amor de las tres personas divinas.
San Juan, en su
primera epístola nos dice: «Mirad qué
amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! Por
eso el mundo no nos conoce, porque no le reconoció a él. Queridos, ahora somos
hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que,
cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es»
(cfr. 1 Jn 3, 2).
No hay comentarios:
Publicar un comentario