martes, 29 de abril de 2025

Evangelio Mt 11, 25-30 "Soy manso y humilde de corazón". Onomástica de la Madre Provincial Hermanitas Ancianos Desamparados, Provincia de San José

 

Eucaristía en Acción de Gracias en su Onomástica

Por la Madre Provincial Sor Ana Palmira Díaz Diego

29.04.2025

Evangelio: Mt 11, 25-30

       Cuando empecé a reflexionar y a hablarlo con el Señor le preguntaba ¿qué les digo yo a esta comunidad de Hermanitas de los Ancianos en la fiesta de la onomástica de la Madre Provincial? Es entonces cuando me vino a la mente la siguiente inspiración: Háblalas de la Palabra para alimentarlas y fortalecerlas en su vocación. Y eso es lo que me he dispuesto a hacer ahora mismo.

 

 

Para poder entender el pasaje evangélico de hoy hay que situar el momento difícil que está viviendo Jesús. Ha dejado Nazaret y se traslada a Cafarnaúm. Al principio había recibido una entusiasta bienvenida y acogida de su mensaje por parte de la gente; también es cierto que estaba precedido por el testimonio que de él había dado Juan el Bautista; el Bautista era muy estimado por el pueblo. Los fariseos y saduceos siempre han estado acechando a Jesús, pero la gente sencilla estaba con él. Vosotras y un servidor, somos de ese grupito de personas que estamos con Jesús y que, a pesar de los años -algunas más que otros- seguimos entusiasmos de estar con él.

 

Juan el Bautista decepcionado de Jesús.

Sin embargo, en los capítulos 11 y 12 del evangelio de Mateo se nota un cambio de las personas a la hora de acoger a Jesús. La razón es que no entienden lo que Jesús les propone; no entienden que Jesús se ponga de la parte de los pobres, de los pecadores, de los excluidos, ni entendían que Jesús comiera y hablara con los publicanos/recaudadores de impuestos. Hasta tal punto que el primero en escandalizarse es el propio Juan el Bautista. Porque Juan el Bautista sostenía su tesis de borrar del mundo el pecado con el propio pecador: «Ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego» (cfr. Mt 3, 10). Juan el Bautista proyectaba la purga donde es recogido el grano y quemada la paja en el fuego con un juicio inminente. Por lo tanto, según Juan el Bautista, el Mesías debía de llegar para acabar con toda la gente mala y pecadora que hubiera en el mundo. Al darse cuenta que Jesús es el Mesías, pero no es el Mesías que él esperaba empieza a entrar en crisis; porque no sólo Jesús no toma represalias contra los pecadores, sino que incluso celebraba comidas con ellos sin ocultarse. El propio Jesús nos llega a decir ‘dichoso el que no se escandalice de mi’ (cfr. Mt 11, 6) porque Jesús ha venido para poner ‘las cosas patas arriba’, el poner ‘patas arriba’ todas las convicciones que tenía Juan el Bautista.

 

La gente buscaba su propio y egoísta interés…

La gente ¿por qué se acercaba a Jesús? Porque esperaba curaciones, esperaban milagros, querían obtener algunos favores; es decir, estaban con él por el propio interés. Y cuando Jesús ha empezado a hablar de conversión del corazón; cuando empezó a proclamar las bienaventuranzas que eran muy diferentes a las bienaventuranzas que ellos aspiraban (el enriquecerse, el imponerse, el empoderarse, el ser servido, etc.) es cuando Jesús ha comenzado a interesar menos a la gente.

Lo mismo pasa a tantos cristianos que piensan que cumpliendo y adorando a Dios serán los protegidos y los más favorecidos por ese dios dándoles las cosas que ellos aspiran de la vida terrena. Pero cuando abrieron el evangelio y se dieron cuenta que la propuesta de Jesús del hombre nuevo pasa por ponerse al servicio del hermano, que uno se tiene que olvidar de uno mismo, etc., pues este Jesús cada vez interesa menos y tanto entusiasmo se va enfriando.

 

…Surge la hostilidad hacia Jesús.

Y cuando las personas no obtienen lo que desean de Jesús, cuando su modelo de hombre nuevo no coincide con lo que ellos desean es cuando empiezan a difamar a Jesús y a crearse un clima de cierta hostilidad y rechazo. Empiezan a decir cosas como que «este no echa fuera los demonios sino por Belcebú, príncipe de los demonios» (cfr. Mt 12, 24). Jesús se convierte en contrincante y en enemigo de muchos de sus intereses. Incluso llega Jesús llega a manifestar esta expresión: «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que se habrían arrepentido en cilicio y ceniza. Por tanto os digo que en el día del juicio será más tolerable el castigo para Tiro y para Sidón, que para vosotras. Y tú, Cafarnaúm, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que se han hecho en ti, habría permanecido hasta el día de hoy. Por tanto os digo que en el día del juicio será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti» (cfr. Mt 11, 20-24). Dice ese «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida!», no como amenaza, sino como una lamentación de un profundo luto porque han perdido la oportunidad de la historia.

 

Ni sus parientes le comprenden…

Estamos en el contexto que ni siquiera sus parientes creen en él; hasta tal punto que vienen desde Nazaret para llevarlo con ellos a casa, y será el momento donde Jesús dirá que ha dado inicio a una nueva familia (cfr. Mt 12, 46-50).

En este clima o contexto de desconfianza, de protesta, de fracaso es cuando Jesús eleva al Padre una conmovedora oración.

 

La oración que Jesús eleva al Padre.

«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.

Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».

Nosotros nos lamentamos, Jesús no.

Las cosas se están poniendo mal para Jesús. Ya nadie le escucha, no interesa lo que está predicando. Cuando nosotros pasamos por esta situación nosotros nos desanimamos y empezamos a lamentarnos al constatar que a la gente lo único que le interesa es divertirse y disfrutar, no les interesa la predicación del evangelio; además empezamos a decir que somos pocos los hermanos de las comunidades cristianas y nadie se anima a sumarse, etc. Nosotros nos quejamos, en cambio Jesús no.

 

¿Qué es lo que hace Jesús en esta situación de fracaso?

¿Qué es lo que hace Jesús en esta situación de fracaso de su predicación, de su labor apostólica? Bendice al Padre. Bendecir es ‘decir bien’; es una expresión de alegría porque en el diálogo con Dios descubre que hay un plan detrás de todo esto. Es una situación que falla, de fracaso, pero hay un plan de Dios que Jesús ha descubierto mirando al Padre; de este modo el Hijo ve las cosas tal y como las ve el Padre. Ante esto Jesús lo reconoce y lo proclama con alegría ya que ha comprendido que todo lo que le ha sucedido entra dentro de los planes y del diseño del Padre. Por lo tanto, tiene un significado hermoso, positivo.

Es una llamada para que todos aquellos que atraviesan momentos difíciles asumamos una actitud de alabanza con la oración al Padre. De no hacerlo nuestras ansiedades, nuestros pesimismos, nuestras preocupaciones nos dominarán. El Señor nos educa para que miremos a lo alto cuando los momentos duros nos acechen; es fundamental ver las cosas y acontecimientos tal y como las ve Dios; al hacerlo toda nuestra vida cambiará. Al hacerlo las tempestades se serenarán, la paz se irá imponiendo, las decisiones que tomemos serán más reposadas y más equilibradas.

¡Qué hermoso es contemplar a Jesús sonriendo y brillante en los momentos difíciles!

 

Llama a Dios con el apelativo de Padre.

Encontramos que Jesús llama a Dios con el apelativo de Padre unas 181 veces.

Los pueblos paganos cuando empleaban el nombre de Dios como padre se referían a un padre creador pero caprichoso, impredecible y exigente. Ese dios tenía que ser servido con holocaustos y sacrificios de sangre.

El Padre de Jesús es completamente diferente. Es un Padre que no pretende esperar nada del hombre, no quiere ser servido por el hombre; simplemente quiere que aceptemos sus dones, sus regalos porque solo aceptando y acogiendo sus dones puede el hombre ser feliz.

 

Desea que nos adentremos en esa intimidad con Dios.

Jesús emplea el apelativo que emplea los niños Ἀββᾶ (Abba), en la forma aramea אַבָּא (pronunciado abba). Es el término propio para introducirnos en esa intimidad con Dios. Cuando nosotros entramos en esta intimidad con Dios veremos los momentos difíciles de un modo más sereno, tal y como los vivió Jesús. De ahí que Jesús nos introduzca en esa relación tierna, cercana y entrañable con el Padre. Tenemos un Padre del Cielo al cual podemos recurrir y dirigirnos en la oración cuando las cosas se ponen complicadas y delicadas; el cual nos ayudará a ver y comprender las cosas tal y como él las ve y percibe.

 

Señor del Cielo y de la Tierra.

Jesús llama a Dios Padre «Señor del cielo y de la tierra». Es el Dios Pantocrátor (del griego παντοκράτωρ, pantokrátōr), es decir, que tiene en sus manos los destinos de los pueblos (cfr. Sal 47, 2; Sal 66, 7; Sal 75, 7; Sal 82, 8, etc.) y los destinos de la historia, incluso cuando las cosas ocurran fuera de los esquemas de nuestros criterios. Si lo vemos con los ojos de Jesús caeremos en la cuenta que la historia está dirigida por Dios.

 

¿Qué cosa no han recibido los sabios y entendidos?

         Y se refiere al Padre haciendo alusión a dos cosas; una positiva y otra negativa. La primera es la negativa «porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos».

¿Qué cosa no han recibido los sabios y entendidos? Es el Dios que ama a todos sin distinción, que no hace distinción entre buenos y malos; que tiene como atención especial para los malvados, los enfermos por el pecado porque están arruinando su vida; por eso Dios se preocupa por ellos porque los ama. Dios aborrece el mal, pero ama totalmente a sus hijos. Esto los sabios y los entendidos de la época de Jesús no lo podían aceptar porque ellos estaban enfrascados y protegidos por su propia sabiduría. Para los sabios solo cabía el dios al que había que ofrecer sacrificios y holocaustos y no aceptan que los hijos sean felices ni que pueda dar su espíritu divino. Estos sabios y entendidos no aceptan que acogiendo el espíritu y la vida de Dios les pueda cambiar la vida; ellos se encuentran muy seguros con su sabiduría y sus conocimientos y nada ni nadie les va a alterar nada de lo ya establecido desde la antigüedad. Ellos no aceptan lo que dice la primera carta de San Juan ‘si Dios nos ha amado tanto debemos amarnos los unos a los otros’ (cfr. 1 Jn 4, 11). Estas cosas los sabios y entendidos no lo comprenden, no lo entienden, tienen la mente ofuscada a causa de su sabiduría humana. No es que Dios quiera esconder estas cosas a estas personas, pero lo que ocurre es que aquel que está seguro de su propia sabiduría ya se encuentra tranquilo, ya no busca porque cree saber ya todo y no necesita de nada más. Son todos aquellos cristianos que dicen saber y conocer todo y no precisan ya de catequesis, ni de una palabra de orientación, ni de corrección. Creen que lo que aprendieron en las catequesis de la Primera Comunión les sigue valiendo ahora que están ya que más que bien creciditos. Esta gente es la que está blindada a la Palabra dada por el Señor; ya que ellos no están en condiciones de acoger la revelación plena que Jesús les viene a comunicar.

 


¿Qué ha sido revelado a los pequeños?

Luego está el lado positivo que son los que captan y aceptan esta revelación de Dios, sólo los pequeños. Son los pequeños, no los ignorantes. No se trata de un conocimiento que se adquiere con razonamientos; es una revelación que viene de Dios. Es lo que Jesús dice a Pedro: «Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (cfr. Mt 16, 16-17). Los sabios de este mundo han rechazado la revelación mas los pequeños lo han acogido con agrado porque ellos sí que aceptan el diseño, el modelo, el paradigma del hombre nuevo y de sociedad nueva que viene a traernos Jesús.

 

Dos momentos en los que Jesús se sorprende

         Una primera vez en la que Jesús se sorprende es cuando va a Nazaret y no es acogido (cfr. Mc 6, 5-6).

Otra vez que se maravilla es frente a la fe del centurión, ya que no se esperaba una fe tan grande en un pagano (cfr. Mt 8, 5-13).

Se puede añadir una tercera vez en la que Jesús se sorprende o maravilla por algo que no se esperaba: la incomprensión y el rechazo de la propuesta del hombre nuevo, del rostro de Dios, por parte de los sabios y de la persona mejor preparadas; ya que ellos sabían las escrituras y las enseñaban a la gente, pero no las comprendían. La razón de ese rechazo es su propia autosuficiencia; no sentían la necesidad de cambiar ya que ellos se habían instalado y no estaban dispuestos a cambiar de postura ni de cambiar de posición.

 

La razón de la alegría de Jesús.

Jesús se alegra y da gracias a Dios porque el designio del Padre se cumple en medio de experiencias de pobreza, de debilidad y de fracaso.

El primer mensaje que el Señor nos envía es precisamente es que reconozcamos siempre la belleza del diseño/designio de Dios. Esto es posible cuando nosotros elevamos los ojos a lo alto, tal y como lo hizo Jesús, y dejamos iluminar nuestro mundo con su luz.

¿Es que estoy enfadado y molesto porque no entiendo nada y me siento mal? ¡Cristo ha resucitado y yo no lo estoy experimentando y estoy cabreado! Tranquilo hermano, esto tiene un sentido, puede ser que el Señor te esté entrenando -como en un gimnasio- para poder afrontar una gran batalla en la que ayudes a salvar y a crecer en la fe a muchos de tus hermanos. Tal vez el Señor te quiera poner como una luz en medio del camino obscuro de la vida para que seas como ese faro que ilumine la vida de muchos hermanos que están desorientados y que sean, gracias a tu estar ahí, orientados hacia Cristo. Todo tiene su sentido. Lo que sucede es que el Demonio no quiere que estés ahí, porque desea que los hermanos sigan desorientados y se pierdan. Acuérdate de Aarón que le involucraron en la fabricación del becerro chapado en oro (cfr. Ex 32, 1-6). También Aarón sufrió esa crisis, pero salió perdonado y fortalecido.

         Si en medio de la crisis nos ponemos bajo la mirada del Padre, saldremos fortalecidos y con una potente experiencia pascual. El único que conoce al Padre es el Hijo porque está en plena sintonía y ha venido al mundo para mostrarnos su rostro a cada uno de nosotros.

 

La gente sencilla está sometida a una esclavitud.

«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

La gente sencilla es la que tiene el corazón abierto para recibir la revelación que viene del Cielo y que Jesús nos presenta con su mensaje. A estas personas Jesús les percibe cansados y agobiados. Jesús se comporta como el enamorado que dice ‘yo no quiero ver a la gente infeliz y desasosegada’.

Jesús se da cuenta que esta gente está esclavizada. ¿Por qué están esclavizadas? Están esclavizadas porque la gente sabia e inteligente les ha colocado pesos insoportables de preceptos y disposiciones, las cuales no tienen nada que ver con lo que dice la Palabra de Dios. Muchas cosas se han impuesto en nombre de Dios y ellos son insensibles e indiferentes ante el sufrimiento que eso origina. El propio Jesús lo dice respecto a los maestros de la ley y de los fariseos: «pero ellos no mueven ni un dedo para llevarlas» (cfr. Mt 23, 2-4).

 

¿Cómo discernimos si una cosa procede o no de Dios?

Jesús, como en nuevo Moisés, están intentando liberar a este pueblo sencillo; Jesús no sólo les ayuda a moverlo, sino que incluso nos quiere llevar en brazos porque la Palabra de Dios es para hacemos felices y no para torturarnos ni oprimirnos.

Si queremos saber si una cosa viene de Dios sólo tenemos que ver a la persona que lo escucha, si sonríe y si está feliz es que viene de Dios.

Santa Teresa de Ávila (1515-1582), esta mística española describe en sus obras, como "El Castillo Interior", las profundas experiencias de unión con Dios que llenan el alma de una alegría inefable. Ella habla de cómo la presencia de Dios trae consigo una alegría que no se puede comparar con los placeres del mundo. Aunque sus expresiones varían, la idea central es que la intimidad con Dios es la fuente de una alegría verdadera y sobrenatural.

San Juan Pablo II en su exhortación apostólica "Gaudete in Domino" ("Alegraos en el Señor"), reflexiona sobre la alegría cristiana y su fundamento en Dios.

Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars que dedicó su vida al cuidado de los ancianos desamparados, viendo en ellos el rostro de Cristo, en esta entrega total, realizada por amor a Dios, era una fuente de profunda satisfacción y, por ende, de alegría interior. Obraba siempre "por Dios, con el recto fin de agradarle y servirle". Esta orientación hacia Dios en sus acciones era central en su vida. La alegría viene de Dios.

El Señor nos dice «yo os aliviaré», yo ‘os daré reposo’; el descanso o reposo que nos dice nos remite a la tierra prometida una vez salido de la esclavitud de Egipto. Jesús desea que hagamos este éxodo hacia la palabra liberadora. Muchos dicen que la religión católica es la religión del no: no matar, no robar, no fornicar, etc. Están llamados a hacer ese éxodo liberador al sí a la vida; sí a compartir los bienes, sí a respetar a la otra persona, etc. Sí a ese modelo de hombre planteado por Jesús.

 

El tema del yugo.

¿De qué yugo está hablando? Está hablando del yugo de la ley, de la Torá (en hebreo: תּוֹרָה‎ Torah). La Torá era el yugo que el israelita tenía que cargar. Recordemos a Pedro en el capítulo 15 del libro de los Hechos de los Apóstoles cuando hace su discurso y dice si se debe de continuar observando estas tradiciones y añade inmediatamente «¿por qué queréis ahora poner a prueba a Dios, tratando de imponer a los discípulos un yugo que ni nosotros ni nuestros antepasados hemos podido soportar?» (cfr. Hch 15, 10).

El discípulo de Cristo sólo tiene un yugo, el que llevó Jesús; el yugo de Jesús es el amor. El amor es la vida del Espíritu que se nos ha sido donada. Quien escucha y sigue a este Espíritu está llevando el yugo del amor de Jesús.

 


Es el yugo que se adapta a nuestra persona.

Dice que el yugo «es llevadero»; en griego no se dice ‘llevadero’, sino χρηστός (jrestós), significa que ‘se adapta bien a quien lo porta’. ¿Por qué se adapta? ¿Por qué razones? Porque nuestra naturaleza de hijo de Dios está hecha para esto; porque hemos sido hechos para amar. Es el yugo que se adapta a nuestra persona.

 

Manso y humilde.

Y el Señor nos dice «que soy manso y humilde de corazón». ¿Qué significa corazón manso y humilde? El corazón es el centro de donde parte todas las elecciones y pensamientos de la persona. El corazón de Jesús, que es el corazón de Dios en griego es πραΰς (praús), es decir ‘que es el hombre que nunca pide abusos ni acoso, y nunca cae en la tentación de reaccionar con la violencia, ni vengarse’.

Mateo es un judío que escribe a una comunidad judía y en su evangelio presenta a Jesús como en nuevo Moisés. Y es precisamente de Moisés el que recibe este elogio de la Escritura: «Moisés era el hombre más humilde y sufrido del mundo» (cfr. Num 12, 3). Jesús es el nuevo Moisés que nos acaudilla por el éxodo hacia la libertad y la vida en plenitud.

Y su corazón también es ταπεινός (tapeinós). ¿Qué significa? Humilde, es el que está pronto a doblegarse a recibir órdenes y cuando alguno le manda lo que hace es inclinar la cabeza. Jesús es humilde porque ha servido hasta el final a Dios, llegando a morir en una cruz por amor.

Si nos dejamos guiar por el Espíritu y queremos tener un corazón como el de Jesús, también nosotros debemos inclinar la cabeza ante quien nos solicite su ayuda. E inclinamos la cabeza al Señor porque estamos enamorados y únicamente deseamos estar con nuestro amado.

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