Domingo V
de Pascua, Ciclo C
Jn 13, 31-33a.34-35
Mandamiento Nuevo
El
mandamiento de Jesús no es una doctrina, sino un gesto profundo de amor y de
servicio; el lavatorio de los pies. Es un gesto de servicio que es despreciado
por los planteamientos mundanos, ya que es considerado como un gesto de lo más
bajo en la clase social, un gesto mezquino, pero si este gesto se hace con amor
se convierte en sublime. El amor es el lenguaje universal que todo el mundo
comprende. El servicio se ofrece.
El
bocado no aceptado.
Estamos
en el capítulo trece del evangelio de Juan, en el marco de la última Cena con
sus discípulos. Es su testamento. Nos cuenta el versículo anterior, el 30, que «en
cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche». Judas no come el pan de
la Eucaristía; ya que comer hubiera significado la aceptación, la asimilación
de Jesús; pero Judas no puede. No puede porque su corazón ya está ocupado por
Satanás, es decir, por su conveniencia. Jesús quiere llegar al corazón de
Judas, pero el corazón de Judas está ocupado por la bolsa del dinero. Y el
evangelista señala un cierto desprecio hacia Judas ya que ni le nombra en el
versículo siguiente: «Cuando salió, dijo
Jesús»; no nombra a la persona que salió del Cenáculo.
Y al decir que «era
de noche» no es una anotación meramente cronológica, sino teológica. Judas
abandona definitivamente la esfera de la luz, de la vida para entrar en la
oscuridad, en la muerte, en la cual él ha asumido con libertad. El único
evangelista que habla del arrepentimiento de Judas (el cual devuelve las
treinta monedas de plata y reconoce haber entregado a un inocente) y de su
ahorcamiento es Mateo (cfr. Mt 27, 3-5) y posteriormente el libro de los Hechos
de los Apóstoles (cfr. Hch 1, 15-26).
En
la hora de las tinieblas su amor
se
sigue entregando sin reservas.
Jesús dice: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es
glorificado en él». El libro de los signos ha concluido
(capítulos 2 al 12) y ahora, ya en el capítulo 13 estamos en el libro de la
Pasión y la Gloria o el libro de la Hora de Jesús. Jesús interpreta la salida
de Judas del Cenáculo, del discípulo que le va a traicionar, como el momento de
glorificación del hijo del hombre; es decir, aquel que teniendo la condición
divina se entrega a los hombres como una oferta de amor incondicional. Un amor
que no reacciona con violencia ante el odio. Es un amor incondicional que se le
ofrece y se le entrega incluso al enemigo para manifestar la gloria del amor. Es
este el comportamiento que transforma el corazón de cada hombre.
Las tinieblas, la
hora de la noche, la hora de la entrega en la cruz no ofuscará a Jesús ni le
hará atenuar en su amor, sino que se dará un mayor énfasis a su entrega; un
amor que es más fuerte y más potente que el odio de su adversario. Ya que ese
amor es un amor de pleno servicio; la gloria reside en el servicio, en la
entrega total al hermano por amor.
Nos
sostiene y consuela en mitad
de
la prueba del servicio.
«Hijitos, me queda poco de estar con vosotros».
Se dirige maternalmente a sus discípulos y los llama «hijitos» (τεκνίον,
tekníon), es la única vez que aparece en el evangelio de Juan. Es
una expresión de ternura hacia los cristianos para consolarles y consolidarles
en esa lucha diaria y cotidiana en la entrega al servicio al otro sin esperar
nada.
Jesús que va
libremente a la muerte causada por la traición de Judas y aceptada por amor,
sabe que nadie le puede acompañar. Nadie le puede acompañar porque sus
discípulos no son capaces de ese amor generoso y total; de hecho, en breve
le abandonarán y le dejarán sólo (cfr. Mt 26, 31; Zac 13, 7). Es un momento de
gran soledad para Jesús. Jesús, incluso en esta soledad, era capaz de mostrar
su amor incluso al traidor.
El
mandamiento Nuevo para su Comunidad.
Es en este
contexto cuando Jesús formula el mandamiento para su comunidad basado en la
similitud de su amor sin límites. Con este mandamiento Jesús indica al
discípulo cómo situarse en la esfera del amor divino.
En la lengua
griega el término ‘nuevo’ se escribe de dos maneras:
Una de ellas es ‘νέος’
(néos), que es para decir algo que empleamos por vez primera (un jersey
nuevo, un pantalón nuevo, un libro nuevo, un nuevo trabajador, un nuevo juez,
etc.) que indica algo nuevo desde el punto de vista cronológico, es decir, en
el tiempo.
El otro término para decir ‘nuevo’ es el
término griego ‘καινός’ (kainós), e indica lo nuevo desde el punto de
vista de la cualidad, desde lo cualitativamente e indica calidad suprema; se
trata de una cualidad mejor que sustituye y que reemplaza todo lo demás. El
evangelista escribe ‘ἐντολὴν καινὴν’, mandamiento nuevo, es decir, mejor.
Un
mandamiento que se nos propone…
Jesús
no impone el mandamiento, sino que se nos propone, ofrece a sus discípulos.
¿Cómo nos manda este mandamiento pidiéndonos algo que es lo único que no se nos
puede mandar? Puedes mandar obedecer, servir, puedes mandar casi de todo, pero
uno no puede mandar el hecho de que amemos. Puedes perdonar a tu enemigo, pero
amarlo es una opción más compleja, personal y nadie te puede coaccionar. Es
como la amistad, uno no puede obligar a ser amigo de otra persona.
Jesús emplea el
término ‘mandamiento’ (ἐντολή, entolé) sólo por relacionarlo
con los mandamientos de Moisés. No es un nuevo mandamiento que se añade a los
ya existente. La cualidad de esa novedad sustituye a todos los demás
mandamientos.
…nos
propone una Nueva Alianza.
Jesús nos manda lo
único que no nos puede mandar; no nos puede mandar que nos amemos. Si Jesús lo
hace esa para contraponer y para contrastar los mandamientos dados a Moisés.
Esto está en plena sintonía con lo que dice Juan en su prólogo: «Porque la
Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por
Jesucristo» (Jn 1, 17). En la epístola a los Hebreos se nos dice que Jesús
se convirtió en garante de una mejor alianza (cfr. Hb 7, 22).
Jesús propone una
nueva alianza con sus discípulos. Mientras que la primera alianza fue impuesta
por Moisés y establecía una relación entre los siervos y su Señor y basado en
la obediencia a sus leyes ahora Jesús nos propone una nueva alianza entre un
Padre y sus hijos; una nueva alianza basada en la práctica de su amor.
Mientras que en la
primera alianza se mantiene siempre la distancia entre el Dios que ordena y
manda y los siervos que obedecen sumisos; en la segunda alianza con Cristo, el
hijo y el Padre son unidos en el amor (cfr. Jn 17, 21).
El
modelo del amor no es el hombre, sino Jesús.
Jesús con su nuevo
mandamiento supera el precepto del amor contenido en el libro del Levítico
cuando se ordena que ‘ama a tu prójimo como a ti mismo’ (cfr. Lv 19,
18). De esta manera, en el libro del Levítico, la norma del amor estaba en el
hombre; sin embargo, en Jesús la norma/modelo/ejemplo de ese amor no es el
hombre, sino Jesús: «Como yo os he amado,
amaos también unos a otros». Recordemos que el amor de Jesús
pasa por el lavatorio de los pies, el cual es un gesto de servicio sin
precedentes. Jesús nos deja en claro que este amor se expresa a través del
servicio. Es el servicio el que da la libertad y la libertad a los hombres.
Quien
no sirve no ama.
El Señor nos
invita a amarnos. ¿Cómo nos está invitando? ¿hemos de morir todos en la cruz
para amar como él? No; lo que nos dice es que nos amemos los unos a los otros
lavándonos los pies mutuamente, sirviéndonos como esclavos los unos a los
otros. Esto tiene numerosas aplicaciones prácticas: ya sea desde el estar
pendiente de la salud de una persona, atenderle, hacerle recados, visitarle,
hablar con él, compartiendo dinero con las personas necesitadas, prestándote
como voluntario en la parroquia o en una acción social y caritativa, enseñando
a los que no saben, apoyando emocionalmente a los que lo precisen, etc. No es
posible recogerlo todo porque es inabarcable la cantidad de situaciones tan
variadas que se plantean en la vida cotidiana. Quien no sirve no ama. El
amor de Jesús respeta siempre la libertad del otro y responde al odio con un
amor más grande.
Es
un amor de identificación con Dios.
En este
mandamiento Jesús no pide nada ni para sí ni para Dios, sino sólo para los demás.
Dios es presentado no como alguien al que hay que servir por parte de los
hombres, sino como alguien que se pone al servicio, ofreciéndose a sí mismo con
su propia capacidad de amar. Jesús nos pide que nos amemos como Dios nos ama; y
en ese amor al otro se revela el amor a Dios.
En la primera
epístola de San Juan nos dice que ‘nosotros amamos porque él nos ha amado
primero’ (1 Jn 4, 19). Y sigue diciéndonos que «si alguno dice: ‘yo amo
a Dios’, y a la vez odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su
hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Jn 4, 20).
Dios no es el
objeto del amor del hombre, sino que se funde con el hombre para darle su
propia capacidad de amar. Es un amor de identificación con Dios, que se
traduce en un amor de donación.
El
Dios de Jesús no absorbe nuestras energías.
Ese «como
yo os he amado» no es un amor que indique la medida o una
comparación en este amor, sino se trata de una motivación; si uno es capaz de
amar como Jesús es porque uno es amado por Jesús. Es el maestro el que
transmite al discípulo esa capacidad y habilidad de amar.
El Dios que Jesús nos presenta no absorbe las energías de los hombres,
sino que nos da de los suyo y se fusiona con nosotros para comunicarnos su
propia capacidad de amar.
El amor cuando se traduce
En servicio se hace Visible.
«En esto conocerán
todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros».
El amor cuando se
traduce en servicio se hace visible. Esta manifestación visible es el único
distintivo, la única insignia de que somos creyentes en Jesús. Cuando el
servicio se pone a la luz el mundo puede ver a Cristo. Colocando el amor al
servicio de los demás se excluye a cualquier otro mandamiento, se excluye
porque lo supera y con creces. El amor que se traduce en servicio es un
lenguaje universal que no conoce límites ni fronteras. Y es el único distintivo
reconocido por todos que manifiesta la presencia del Padre en la humanidad. Poniendo
en práctica este servicio por amor cambia nuestra relación con el Padre y
nuestra relación con los demás.
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