lunes, 19 de mayo de 2025

Homilía del Domingo V de Pascua, ciclo C Jn 13, 31-33a.34-35 UN MANDAMIENTO NUEVO

 

Domingo V de Pascua, Ciclo C

Jn 13, 31-33a.34-35

Mandamiento Nuevo

         El mandamiento de Jesús no es una doctrina, sino un gesto profundo de amor y de servicio; el lavatorio de los pies. Es un gesto de servicio que es despreciado por los planteamientos mundanos, ya que es considerado como un gesto de lo más bajo en la clase social, un gesto mezquino, pero si este gesto se hace con amor se convierte en sublime. El amor es el lenguaje universal que todo el mundo comprende. El servicio se ofrece.

 

El bocado no aceptado.

         Estamos en el capítulo trece del evangelio de Juan, en el marco de la última Cena con sus discípulos. Es su testamento. Nos cuenta el versículo anterior, el 30, que «en cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche». Judas no come el pan de la Eucaristía; ya que comer hubiera significado la aceptación, la asimilación de Jesús; pero Judas no puede. No puede porque su corazón ya está ocupado por Satanás, es decir, por su conveniencia. Jesús quiere llegar al corazón de Judas, pero el corazón de Judas está ocupado por la bolsa del dinero. Y el evangelista señala un cierto desprecio hacia Judas ya que ni le nombra en el versículo siguiente: «Cuando salió, dijo Jesús»; no nombra a la persona que salió del Cenáculo.

Y al decir que «era de noche» no es una anotación meramente cronológica, sino teológica. Judas abandona definitivamente la esfera de la luz, de la vida para entrar en la oscuridad, en la muerte, en la cual él ha asumido con libertad. El único evangelista que habla del arrepentimiento de Judas (el cual devuelve las treinta monedas de plata y reconoce haber entregado a un inocente) y de su ahorcamiento es Mateo (cfr. Mt 27, 3-5) y posteriormente el libro de los Hechos de los Apóstoles (cfr. Hch 1, 15-26).

 

En la hora de las tinieblas su amor

se sigue entregando sin reservas.

Jesús dice: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él». El libro de los signos ha concluido (capítulos 2 al 12) y ahora, ya en el capítulo 13 estamos en el libro de la Pasión y la Gloria o el libro de la Hora de Jesús. Jesús interpreta la salida de Judas del Cenáculo, del discípulo que le va a traicionar, como el momento de glorificación del hijo del hombre; es decir, aquel que teniendo la condición divina se entrega a los hombres como una oferta de amor incondicional. Un amor que no reacciona con violencia ante el odio. Es un amor incondicional que se le ofrece y se le entrega incluso al enemigo para manifestar la gloria del amor. Es este el comportamiento que transforma el corazón de cada hombre.

Las tinieblas, la hora de la noche, la hora de la entrega en la cruz no ofuscará a Jesús ni le hará atenuar en su amor, sino que se dará un mayor énfasis a su entrega; un amor que es más fuerte y más potente que el odio de su adversario. Ya que ese amor es un amor de pleno servicio; la gloria reside en el servicio, en la entrega total al hermano por amor.

 

Nos sostiene y consuela en mitad

de la prueba del servicio.

«Hijitos, me queda poco de estar con vosotros». Se dirige maternalmente a sus discípulos y los llama «hijitos» (τεκνίον, tekníon), es la única vez que aparece en el evangelio de Juan. Es una expresión de ternura hacia los cristianos para consolarles y consolidarles en esa lucha diaria y cotidiana en la entrega al servicio al otro sin esperar nada.

Jesús que va libremente a la muerte causada por la traición de Judas y aceptada por amor, sabe que nadie le puede acompañar. Nadie le puede acompañar porque sus discípulos no son capaces de ese amor generoso y total; de hecho, en breve le abandonarán y le dejarán sólo (cfr. Mt 26, 31; Zac 13, 7). Es un momento de gran soledad para Jesús. Jesús, incluso en esta soledad, era capaz de mostrar su amor incluso al traidor.

 


El mandamiento Nuevo para su Comunidad.

Es en este contexto cuando Jesús formula el mandamiento para su comunidad basado en la similitud de su amor sin límites. Con este mandamiento Jesús indica al discípulo cómo situarse en la esfera del amor divino.

En la lengua griega el término ‘nuevo’ se escribe de dos maneras:

Una de ellas es ‘νέος’ (néos), que es para decir algo que empleamos por vez primera (un jersey nuevo, un pantalón nuevo, un libro nuevo, un nuevo trabajador, un nuevo juez, etc.) que indica algo nuevo desde el punto de vista cronológico, es decir, en el tiempo.

El otro término para decir ‘nuevo’ es el término griego ‘καινός’ (kainós), e indica lo nuevo desde el punto de vista de la cualidad, desde lo cualitativamente e indica calidad suprema; se trata de una cualidad mejor que sustituye y que reemplaza todo lo demás. El evangelista escribe ‘ἐντολὴν καινὴν’, mandamiento nuevo, es decir, mejor. 

 

Un mandamiento que se nos propone…

         Jesús no impone el mandamiento, sino que se nos propone, ofrece a sus discípulos. ¿Cómo nos manda este mandamiento pidiéndonos algo que es lo único que no se nos puede mandar? Puedes mandar obedecer, servir, puedes mandar casi de todo, pero uno no puede mandar el hecho de que amemos. Puedes perdonar a tu enemigo, pero amarlo es una opción más compleja, personal y nadie te puede coaccionar. Es como la amistad, uno no puede obligar a ser amigo de otra persona.

Jesús emplea el término ‘mandamiento’ (ἐντολή, entolé) sólo por relacionarlo con los mandamientos de Moisés. No es un nuevo mandamiento que se añade a los ya existente. La cualidad de esa novedad sustituye a todos los demás mandamientos.

…nos propone una Nueva Alianza.

Jesús nos manda lo único que no nos puede mandar; no nos puede mandar que nos amemos. Si Jesús lo hace esa para contraponer y para contrastar los mandamientos dados a Moisés. Esto está en plena sintonía con lo que dice Juan en su prólogo: «Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo» (Jn 1, 17). En la epístola a los Hebreos se nos dice que Jesús se convirtió en garante de una mejor alianza (cfr. Hb 7, 22).

Jesús propone una nueva alianza con sus discípulos. Mientras que la primera alianza fue impuesta por Moisés y establecía una relación entre los siervos y su Señor y basado en la obediencia a sus leyes ahora Jesús nos propone una nueva alianza entre un Padre y sus hijos; una nueva alianza basada en la práctica de su amor.

Mientras que en la primera alianza se mantiene siempre la distancia entre el Dios que ordena y manda y los siervos que obedecen sumisos; en la segunda alianza con Cristo, el hijo y el Padre son unidos en el amor (cfr. Jn 17, 21).

 

El modelo del amor no es el hombre, sino Jesús.

Jesús con su nuevo mandamiento supera el precepto del amor contenido en el libro del Levítico cuando se ordena que ‘ama a tu prójimo como a ti mismo’ (cfr. Lv 19, 18). De esta manera, en el libro del Levítico, la norma del amor estaba en el hombre; sin embargo, en Jesús la norma/modelo/ejemplo de ese amor no es el hombre, sino Jesús: «Como yo os he amado, amaos también unos a otros». Recordemos que el amor de Jesús pasa por el lavatorio de los pies, el cual es un gesto de servicio sin precedentes. Jesús nos deja en claro que este amor se expresa a través del servicio. Es el servicio el que da la libertad y la libertad a los hombres.

 

Quien no sirve no ama.

El Señor nos invita a amarnos. ¿Cómo nos está invitando? ¿hemos de morir todos en la cruz para amar como él? No; lo que nos dice es que nos amemos los unos a los otros lavándonos los pies mutuamente, sirviéndonos como esclavos los unos a los otros. Esto tiene numerosas aplicaciones prácticas: ya sea desde el estar pendiente de la salud de una persona, atenderle, hacerle recados, visitarle, hablar con él, compartiendo dinero con las personas necesitadas, prestándote como voluntario en la parroquia o en una acción social y caritativa, enseñando a los que no saben, apoyando emocionalmente a los que lo precisen, etc. No es posible recogerlo todo porque es inabarcable la cantidad de situaciones tan variadas que se plantean en la vida cotidiana. Quien no sirve no ama. El amor de Jesús respeta siempre la libertad del otro y responde al odio con un amor más grande.

 

Es un amor de identificación con Dios.

En este mandamiento Jesús no pide nada ni para sí ni para Dios, sino sólo para los demás. Dios es presentado no como alguien al que hay que servir por parte de los hombres, sino como alguien que se pone al servicio, ofreciéndose a sí mismo con su propia capacidad de amar. Jesús nos pide que nos amemos como Dios nos ama; y en ese amor al otro se revela el amor a Dios.

En la primera epístola de San Juan nos dice que ‘nosotros amamos porque él nos ha amado primero’ (1 Jn 4, 19). Y sigue diciéndonos que «si alguno dice: ‘yo amo a Dios’, y a la vez odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Jn 4, 20).

Dios no es el objeto del amor del hombre, sino que se funde con el hombre para darle su propia capacidad de amar. Es un amor de identificación con Dios, que se traduce en un amor de donación.

 


El Dios de Jesús no absorbe nuestras energías.

Ese «como yo os he amado» no es un amor que indique la medida o una comparación en este amor, sino se trata de una motivación; si uno es capaz de amar como Jesús es porque uno es amado por Jesús. Es el maestro el que transmite al discípulo esa capacidad y habilidad de amar.

El Dios que Jesús nos presenta no absorbe las energías de los hombres, sino que nos da de los suyo y se fusiona con nosotros para comunicarnos su propia capacidad de amar.

 

El amor cuando se traduce

En servicio se hace Visible.

«En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros».

El amor cuando se traduce en servicio se hace visible. Esta manifestación visible es el único distintivo, la única insignia de que somos creyentes en Jesús. Cuando el servicio se pone a la luz el mundo puede ver a Cristo. Colocando el amor al servicio de los demás se excluye a cualquier otro mandamiento, se excluye porque lo supera y con creces. El amor que se traduce en servicio es un lenguaje universal que no conoce límites ni fronteras. Y es el único distintivo reconocido por todos que manifiesta la presencia del Padre en la humanidad. Poniendo en práctica este servicio por amor cambia nuestra relación con el Padre y nuestra relación con los demás.


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