sábado, 26 de abril de 2025

Homilía del Domingo II de Pascua, Ciclo C Tomás, 'tu gemelo'

 

Domingo II del Tiempo Pascual, Ciclo C

27.04.2025   Jn 20, 19-31

          En el evangelio de hoy el evangelista Juan nos contará lo acontecido en la tarde del domingo de Pascua.

 «Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros».

         Los discípulos estaban con las puertas cerradas por miedo a los judíos. No se habla de los apóstoles, ni de los Doce menos uno. Se refiere a los discípulos, es decir, a todos aquellos que, en cualquier momento o lugar, a pesar de su perplejidad, incertidumbre y fragilidad, han otorgado su plena adhesión al Maestro.

         El evangelista desea que nos reconozcamos en esos discípulos asustados y cerrados en casa con todos nuestros miedos.

                                              ¿Quiénes infunden miedo a esta pequeña comunidad?

         Nos cuentan que son los judíos; pero según el evangelio de Juan, diciendo que eran los judíos no se refiere ni indica a los israelitas o a los habitantes de la región de Judea. Indican a todos aquellos que, en cualquier lugar y tiempo, se oponen a Jesús y a su evangelio. Ellos representan a todos aquellos que prefieren la tiniebla a la luz; la mentira antes que la verdad; el odio al amor.

         El miedo de esta comunidad nace del hecho de saberse consciente de tener que lidiar con un mundo hostil. Esta pequeña comunidad ha de proponer una sociedad alternativa y fraterna en un contexto de un imperio que se basa en la esclavitud. Debe anunciar el amor incondicional de un Dios que es Padre de todos y que ama a todos de un modo incondicional en un mundo pagado e idólatra. Esa pequeña comunidad esta urgida a aprender a denunciar al uso de la espada en un mundo donde prevalece la ley del más fuerte donde se recurre a la violencia para poder dominar y someter. Esta pequeña comunidad está llamada a proponer una sociedad alternativa.

         Esta comunidad cerrada en el cenáculo es la imagen de la Iglesia que teme la confrontación y la comparación con el mundo. Resuena las palabras de San Juan Pablo II, pronunciadas aquella frase pronunciada al inicio de su fecundo pontificado, aquel 22 de octubre de 1978: "¡No tengáis miedo, abrid las puertas a Cristo!". O aquella frase del Papa Benedicto XVI pronunciada en el discurso en la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid en 2011: "Queridos amigos, que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra”.

         Cuando la Iglesia tiene miedo, ¿qué es lo que hace? Se repliega sobre sí misma, se encierra con miles de candados. El miedo es un pésimo consejero que nos hace ser agresivos, intolerantes, fanáticos; donde el diálogo cesa y no se proponen nuevos planteamientos.

         Los miedos están justificados, pero han se de ser superados a la luz del Espíritu Santo, ya que la Iglesia se ha de confrontar con una sociedad cada vez menos dispuesta a aceptar propuestas evangélicas. Hablar de renuncia, de sacrificio, de atención al otro son propuestas que son desafiantes y que están pasadas de moda en esta sociedad. Ante esto sucede que la Iglesia está tentada a mantenerse alejada de esta sociedad. A la Iglesia se le acusa de ser retrógrada, anticuada, de ser personas acordes a planteamientos medievales… y esto hace que muchos renuncien a llevar el anuncio del evangelio al mundo.

¿Qué nos libera de todos estos miedos?

         Lo que nos saca y nos libera de todos estos miedos es la presencia de Jesús en medio de nosotros. Jesús nos dice: «Paz a vosotros». El acontecimiento que cambia todo es el encuentro con el resucitado; la alegría de saber y de experimentar que Cristo resucitado está en medio con su comunidad.

         Juan no está contando o narrando una aparición de Jesús, no nos dice que Jesús se hizo visible y luego se volvió invisible. El evangelista Juan no habla de apariciones de Jesús, no dice que fue visto; dice que está en medio de la comunidad. Habla de un modo nuevo de estar presente en medio de los discípulos. Cuando Jesús estaba condicionado por la propia condición humana estaba sometido a los límites del espacio y del tiempo; cuando estaba en Jerusalén no podía estar con su madre en Nazaret. Hoy el resucitado ya no tiene esos límites, él está siempre en medio de su comunidad en cualquier lugar y en cualquier tiempo. Los miedos solo pueden desaparecer cuando estos discípulos toman conciencia de que ellos no están solos ya que el resucitado está en medio de ellos.

        

Las manos significan la acción, sus obras.

«Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros».

         Jesús al mostrar las manos y el costado era el mostrar su propia identidad; que el crucificado es el resucitado. Pero el significado del gesto de Jesús va más allá: La mano indica la acción, las obras que una persona ha realizado. Con las manos se puede acariciar o golpear, puedes ayudar a la vida o puedes matarla, puedes levantar o aplastar, si hemos dado de comer al hambriento y de beber al sediento, etc. Al mostrarles las manos les está recordando todo lo que con ellas ha realizado y ellos han sido testigos directos de todo ello, para que pasándolo por su memoria y su corazón lo hagan ellos también. Nuestra vida será juzgada por las obras que nos revelen lo que hemos sido y lo que somos.

         Jesús ha venido al mundo para mostrarnos las manos de Dios. En el Antiguo Testamento se habla mucho de las manos de Dios que hacen obras maravillosas en favor del hombre, pero también se habla de las manos de Dios cuando golpean, por ejemplo, cuando Dios extendió las manos sobre Egipto con las diez plagas. Recordemos el capítulo 15 del libro del Éxodo cuando los caballos y caballeros egipcios fueron ahogados en el mar Rojo y dice la Escritura: «Lo hizo tu diestra, resplandeciente de poder; tu diestra, Señor, aplasta al enemigo» (cfr. Ex 15, 6). Y también en el libro de los Macabeos cuando el séptimo de los hermanos antes de morir dijo rey verdugo, gobernante del Imperio Seléucida, Antíoco IV Epífanes: «Y tú, que eres el causante de todas las desgracias de los hebreos, no escaparás de las manos de Dios» (cfr. 2 Mac 7, 31). En la epístola a los Hebreos se dice: «¡Es terrible caer en las manos del Dios vivo!» (cfr. Hb 10, 31); donde el autor está hablando de aquellos que han hecho opciones de muerte y por lo tanto utiliza, de modo dramático, el lenguaje que empleaban los rabinos que amenazaban con sus sermones.

         En las manos de Jesús vemos la revelación definitiva y perfecta de la obra que Dios realiza. Con las manos Jesús da la vista al ciego; acaricia a los leprosos, a los cuales nadie se podía acercar; parte los panes y los peces a los hambrientos; levanta al paralítico que no podía moverse; son manos que bendicen a los niños; son las manos que lavaron los pies a sus discípulos en la Última Cena; son las manos que siempre han estado al servicio de la vida.

 

         Manos con los agujeros de los clavos.

         Son manos heridas con los clavos. ¿Quiénes clavaron esas manos? Aquellos que querían perpetuar las obras de la violencia, aquellos que apuestan por el ataque y que hacen la guerra; son las manos que toman en lugar de dar. Son aquellas manos que se mueven por los criterios del mundo viejo; son las manos que están para dominar y no para servir; esas son las manos que han taladrado las manos del Maestro. Son las manos que han rechazado la propuesta del hombre nuevo que ha venido a traer el Hijo de Dios. Las manos de Jesús son usadas sólo para el amor, incluso a los enemigos.

         Además de mostrar sus manos Jesús también muestra su costado. De su costado brotó sangre y agua. La sangre y el agua en la Biblia indican la vida. De ese costado surge las fuerzas y nuestras capacidades para el amor. Y nos cuenta el evangelista que al verlo los discípulos «se llenaron de alegría». La alegría nace cuando acoges y encarnas su propuesta de amor porque estamos programados para amar como Jesús amó; sólo así estaremos en armonía con nuestra identidad.

 

El Señor les otorga una misión

         «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

         Jesús les involucra en una misión, una misión que da la vida. Les confía una misión para que lleven su mensaje a personas que viven y piensan de un modo totalmente diferente al suyo. Si en el mundo hubiera reinado la fraternidad, el amor y la paz no nos habría enviado el Señor. El Padre ha enviado a su Hijo al mundo y ha amado este mundo; y este mundo necesita del evangelio. Frente a las fuerzas del mal nos sentimos débiles porque el demonio está constantemente tentándonos, tal y como lo hizo con Jesús. Es el poder abrumador del mal el que nos asusta. Si sólo nos fiamos de nuestras frágiles fuerzas tendríamos muchos motivos para resignarnos y renunciar a la misión.

¿Cómo nos ayuda el Señor ante estas fuerzas del mal?

         Nos dice que «sopló sobre ellos», sopló sobre sus discípulos. El verbo griego es ἐμφυσάω (émfusáo) representa que de dentro de Jesús les insufla su Espíritu a sus discípulos, les otorga su propia vida divina a los discípulos. Este verbo ἐμφυσάω (émfusáo) es importante porque únicamente aparece dos veces en el Antiguo Testamento. La primera es cuando Dios sobre esa arcilla que él mismo había modelado sopló ese aliento de vida; es un acto creativo. Y la segunda vez lo encontramos en el profeta Ezequiel cuando habla a esos huesos secos y cuando sopla el aliento divino sobre ellos todo retorna a la vida.

         El soplo del aliento del resucitado es un acto creativo; nos anima con su propio aliento de vida. No solamente vamos a la misión con nuestras propias fuerzas humanas, sino que también contamos con la fuerza divina frente a la cual ninguna fuerza maligna puede derrotarnos.

 

La tarea encargada por el Señor Resucitado es…

         El resucitado sigue diciéndonos que «a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». El Concilio de Trento ha sostenido que este versículo confirma que el resucitado ha instituido el sacramento de la penitencia. Pero tengamos presente que aquí el resucitado no se dirige a los Doce; sino que se dirige a todos los discípulos que se les confía la remisión de los pecados. Tengamos en cuenta el verbo griego usado, el verbo ἀφίημι (afíemi), que significa ‘dejar, abandonar, despedir’. ¿Qué cosa ha de hace el discípulo? El discípulo debe acercarse a aquellos que son esclavos del pecado y asegurarse de que abandonen esta condición pecadora; que abandonen las sendas del pecado para que se adentren en el camino de la vida. En la Iglesia cabemos todos, pero no cabe todo; de ahí que abandonen la condición pecadora, de ahí la urgente conversión.

         Si uno tiene pecado y has conseguido que abandone ese pecado habrás recuperado al hermano. Pero si a causa de la condición poco evangélica de tu vida mantienes a tu hermano en su condición de pecado, la responsabilidad será tuya. No cabe ambigüedades en el mensaje ni medias tintas.

 

¿Sólo Tomás era el incrédulo?

«Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».

         La incredulidad de Tomás se ha convertido en proverbial, parece que sólo él pedía pruebas racionales y verificable de la resurrección. Sin embargo, recordemos que el evangelista Marcos nos dice en la última página de su Evangelio que después de todas las manifestaciones del resucitado a los Once, Jesús les regañó por su incredulidad (cfr. Mc 16, 14). El evangelista Lucas dice que el resucitado se apareció a los apóstoles los cuales estaban asustados y asombrados, tanto que Jesús les preguntó lo siguiente: «¿Por qué os turbáis? ¿Por qué albergan dudas vuestra mente?» (cfr. Lc 24, 38). El evangelista Mateo en el último capítulo de su evangelio dice que cuando Jesús se apareció en el monte en Galilea, algunos aún dudaban (cfr. Mt 28, 17). Entonces todos dudaron, no sólo el pobre Tomás.

 

¿Por qué se centró el evangelista en Tomás?

         El evangelista Juan parece centrarse en Tomás todas las dudas. Recordemos que eran dudas que estaban presente en todos. Juan escribe su evangelio en torno al año 95 d.C. y Tomás ya está muerto y Juan quiere responder a las objeciones e interrogantes que tenían y se planteaban los cristianos de su comunidad. Son cristianos de la tercera generación, por lo que ninguno de ellos había conocido a Jesús de Nazaret y ellos luchan por creer. ¿Cuáles son las razones que nos pueden convencer para creer que el Señor ha resucitado? Ya no es posible tener la experiencia que tuvieron los primeros discípulos ya que ellos sí que pudieron constatar la evidencia de que Jesús de Nazaret estaba vivo.

         El evangelista Juan desea ayudar a los hermanos de su comunidad a disolver y solucionar estas preguntas, y elige a Tomás como símbolo de la dificultad que tienen los discípulos para creer que Jesús que ha donado la vida por amor está vivo.

 

 

 

         Tomás, el Gemelo.

         Se insiste en el evangelio en llamar a Tomás con el apodo de ‘Mellizo’, en griego ∆ίδυμος (Dídumos), que se traduce por ‘gemelo, doble’. ¿Gemelo de quién? Gemelo de cada uno de nosotros, es una invitación a comprender los aspectos en los que nos guía Tomás, para seguir el camino que Tomás hizo para que también nosotros podamos llegar a creer en el resucitado.

         ¿Qué camino recorrió Tomás para seguirle nosotros, sus gemelos? Tomás no estaba con ellos cuando vino Jesús. Ahora viene la pregunta: ¿Por qué Tomás no estaba entonces con ellos? ¿Por qué Tomás se había alejado de la comunidad de los discípulos? Esto sucede hoy, un hermano que abandona la comunidad. Pero voy a dejar claro una cosa: Tomás no es un gemelo de los que abandonan la Iglesia murmurando ni maldiciendo a la gente porque se siente superior o mejor y desprecia a los hermanos. Tomás no es gemelo de este tipo de personas.

         Tomás ni siquiera es gemelo de aquellos que abrazan a otra religión y abandona a la comunidad cristiana. Tomás no es alguien que lo haya dejado todo para ir por su propio camino.

Tomás ha mantenido una conexión con quien compartió su propia elección y sigue al Maestro; recordemos que regresó con la comunidad pasado únicamente ocho días; Tomás es el gemelo de todo discípulo que sufre, que está apenado por algo que pasó y que se aleja de la comunidad, pero se aleja momentáneamente. Tal vez se haya alejado porque no entiende algo, por un enfado con un hermano, por una desilusión, porque no comprende ciertas elecciones o decisiones, porque se resistía a aceptar una corrección fraterna. Tomás es el gemelo de aquel que ha creído en el mundo nuevo y dio su adhesión al Maestro. Tomás es aquel que cuando se aleja de la comunidad está sufriendo y deseando estar otra vez dentro; sino sufre no se asemeja, no es gemelo de Tomás.

 

         ¿Qué hacen los otros Diez cuando encuentran a Tomás? «Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Los discípulos se lo decían; en griego se usa el verbo λέγω (légo) que significa ‘explicar, relatar con palabras, repetir’, no únicamente ‘decir’. Le repetían que habían encontrado al resucitado. Tomás es gemelo de todos aquellos que quieren tener pruebas tangibles y visibles del resucitado y que aún no han visto al Señor y están llamados a la fe gracias al testimonio de la fe de los hermanos.

 

¿Dónde puedo encontrar al resucitado?

Al resucitado lo puedes ver y encontrar sólo con la comunidad de los discípulos reunida en el día del Señor. Si quieres encontrarte con el resucitado ten la experiencia de Tomás. ¡Quédate con la comunidad!, ¡retorna con la comunidad que se reúne en el Día del Señor!

 


La experiencia Pascual de Tomás.

«A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto
».

Ocho días después, ya en el Día del Señor, cuando la comunidad de los creyentes es convocada para la fracción del pan; y cuando la comunidad está reunida el resucitado también está en medio de los discípulos. Saluda ofreciendo su paz (εἰρήνη, eirene), ‘prosperidad, paz, unidad’. Y se dirige a Tomás y le invita a tocar sus manos y su costado; las manos remiten a los clavos y el costado a la lanza; es decir, remite al drama del Calvario.

El evento del Calvario es un evento muy trágico e infeliz y el resucitado quiere que tengamos siempre presente este momento del Calvario porque ahí es donde Dios ha mostrado hasta donde llega su amor. Y Jesús, al decir a Tomás que meta su dedo en sus llagas y la mano en su costado lo que le está diciendo es que esta propuesta de vida donada por amor lo hagamos propia.

¿Dónde podemos tocar y ver al resucitado? En la Eucaristía. En ese pan eucarístico está toda la historia de amor de Cristo donada por amor.

 

La respuesta de Tomás.

«Señor mío y Dios mío!». Al comienzo del evangelio de Juan dice que nadie jamás ha visto a Dios, el Hijo Unigénito nos lo reveló. El rostro de Jesús de Nazaret nos muestra la belleza del rostro de Dios. Tomás es el primero que ha reconocido en Jesús de Nazaret la revelación encarnada del rostro de Dios. Nadie antes había logrado proclamar a Jesús como Dios.

Estamos en los años en el que en Roma reina el emperador Domiciano, un megalómano que llenó el imperio con sus estatuas y que había erigido templos en su honor había decido ser venerado y adorado como un Dios. De hecho, había establecido que toda circular emitida en su nombre se debía iniciar con estas palabras: ‘Domiciano, nuestro señor y nuestro dios, ordena que…’.

¿Qué les dice el evangelista Juan a los cristianos de su comunidad presentando la respuesta que da Tomás? Quiere decirnos que el verdadero discípulo no reconoce a ningún hombre como Dios. Reconoce como único Dios a aquel que ha mostrado la belleza del rostro de Dios en Jesús de Nazaret.

         La palabra de respuesta de Jesús.

Creer no es adherirse a un paquete de verdades, significa entregar la propia vida a la persona a la cual te sientes amada. El bienaventurado es aquel que ama como Jesús ha amado.

Conclusión del evangelio de Juan.

         «Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre».

         El evangelista Juan explica el propósito de su evangelio. Quería presentar el mayor de los signos de Jesús, que es la donación total de su vida. Y ha contado lo suficiente para entender cuánto nos ha amado Jesús de Nazaret. Escribió este evangelio para que a través de esta palabra podamos llegar a creer y recibir como regalo la vida que ha traído al mundo el Hijo de Dios.


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