Domingo de
la Pascua de la Resurrección del Señor, Ciclo C
20.04.2025
Juan 20, 1-9
Muchos
conocen a Jesús de Nazaret como un hombre bueno y generoso que vivió en
Palentina en tiempos de dos emperadores romano, Octavio Augusto y Tiberio;
estando Poncio Pilato como prefecto romano de la provincia de Judea. Muchos de
los cristianos aprecian la doctrina de Jesús y de su propuesta moral pero no
llegan a ir a la base de la fe cristiana: ¿Jesús ha resucitado o permaneció en
el sepulcro?
En
el pasaje evangélico de hoy resonará por siete veces una palabra que no
queremos escuchar: sepulcro (μνημεῖον; mnemeíon), que tiene que ver con la raíz
de la palabra ‘anamnesis’ al estar relacionada con la memoria, con el recordar.
El primer personaje: María la
Magdalena.
«El primer día de la semana, María la Magdalena fue al
sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del
sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a
quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no
sabemos dónde lo han puesto».
María
la Magdalena es el primer personaje; ella era una discípula muy conocida en la
comunidad primitiva. Si nos remitimos al capítulo 8 del evangelio de Lucas nos
encontramos a un grupo de mujeres que acompañan a Jesús y a los discípulos que
les asistían con sus bienes.
Lamentablemente a
partir del siglo VI María de Magdala está identificada con María de Betania, o
sea con la pecadora que ungió con aceite perfumado los pies de Jesús y de la
cual nos habla Lucas en el capítulo siete. También la identificaron tal y como
Lucas dice que Jesús había echado de ella siete demonios se había creído que
ella había llevado una vida disoluta ante de encontrarse con Jesús. María de
Magdala no tiene nada que ver con ninguna de estas dos mujeres.
En los evangelios
se la presenta en dos momentos importantes; en el Calvario, ya que ella estaba
presente en el momento de la muerte de Jesús y en la sepultura y luego se la
presenta en su visita al sepulcro en la mañana de Pascua. El evangelista Juan
presenta a María la Magdalena con una imagen bíblica tomada del Cantar de los
Cantares donde el amante va en busca de su amor y después de varias aventuras y
búsquedas finalmente lo encuentra y lo abraza. La amada en el Cantar dice:
"Por las noches, en mi lecho, buscaba al amor de mi alma; lo buscaba, y
no lo encontraba" (Cantares 3,1). Esto se asemeja a la angustia de
María Magdalena al encontrar el sepulcro vacío y su búsqueda desesperada de
Jesús.
María
la Magdalena: Enamorada.
La Magdalena es
presentada como la enamorada de Jesús; enamorada en el sentido de una persona
cautivada por su mensaje y por esa nueva forma de ser una persona nueva regenerada
en el Espíritu; nada que ver con lo erótico. El enamorarse es una imagen
bíblica, ya que en el evangelio de Juan aparece muy claramente la figura de
Jesús como esposo es el hilo conductor que acompaña a todo el evangelio. Un
enamorado de Cristo es aquel que ha renunciado a una familia, a un modo de
vivir cómodo, a un estatus social privilegiado, etc., por estar con Cristo: ese
es un enamorado de Cristo. Hay personas que se alegran de tener a Cristo con
ellos, se entusiasman, pero ese entusiasmo va desapareciendo como el gas de la
gaseosa. Esos no están enamorados, sino encaprichados que se parecen a las
nubes de la mañana o el rocío mañanero que tan pronto como llegan los primeros
rayos del amanecer se van desvaneciendo. Les hay también admiradores de Cristo,
pero la admiración no es el enamoramiento.
Sólo los
enamorados son aquellos que siguen involucrados y se juegan la vida en la
propuesta que les hace la persona amada. María la Magdalena estaba involucrada
en el amor a Cristo porque desde que le conoció todo había cambiado en su vida;
había adquirido un sentido nuevo. Si uno no está enamorado de Cristo nunca
llegarás a creer que él haya resucitado.
Hay personas que
primero te dicen ‘dame una prueba de que Cristo ha resucitado y luego creeré
en él y me enamoraré’. Esto no funciona así. Si tú no te enamoras no
llegarás a creer que él ha resucitado. No hay ninguna evidencia verificable de
que haya resucitado, sólo que el sepulcro estaba vacío. Uno sólo puede creer
en la resurrección de Cristo cuando uno se ha enamorado de Cristo.
María
acudió cuando aún
la
noche no había concluido.
María la Magdalena
fue al sepulcro cuando aún había obscuridad; es que la noche aún no se había
terminado; este dato indica de un lado la prisa de María para llegar al
sepulcro, típico de los enamorados. Hay un profundo simbolismo de la obscuridad,
ya que es la obscuridad la que envolvió el mundo en el momento en el que el mal
reside en la mentira y en el odio. Cuando Judas Iscariote abandona el Cenáculo
nos cuenta el evangelista Juan que ‘era de noche’. Y ahora esta noche
comienza a disolverse, «al amanecer» (πρωῒ σκοτίας; proí skotías, por
la mañana en la penumbra/en la obscuridad/tiniebla). Esta obscuridad
representa la obscuridad interior que tiene María la Magdalena en su corazón. Y
ella tiene una pregunta que le preocupa en ese momento, de la cual no obtiene
respuesta; es esa pregunta que todos tenemos cuando perdemos a una persona a la
que amamos porque era relación de amor se acabó. Esto es lo que siente el
corazón de la Magdalena.
¿Qué
es lo que vio María la Magdalena?
¿Qué es lo que vio
la Magdalena? Ella «vio» que había sido rodada la piedra del sepulcro. El verbo
‘ver’ tiene su peculiaridad. En la lengua griega hay muchos verbos con diversos
y diferentes matices con este verbo.
La mirada de la
Magdalena viene presentada con el verbo βλέπει (βλέπω, blépo), que en griego
significa ‘lo que puedo ver con mis ojos materiales, con mis sentidos, lo que
pueden ver todos’. ¿Qué cosa es lo que ella ve? Ella ve que la piedra había
sido rodada y que ya no tapaba la entrada del sepulcro. Ella ni siquiera entra
a ver si falta el cuerpo de Jesús.
El evangelista con
la figura de esta mujer nos dice que quien está verdaderamente enamorado de
Cristo ya no puede estar sin él, ya que su vida no tendría sentido. Si uno no
está enamorado poco importa si Jesús haya resucitado o no. La Magdalena ya no
puede prescindir de Jesús. María la Magdalena estaba enamorada, no era una
siempre admiradora.
¿Qué es lo que
hace ahora la Magdalena? Ella corre, «se volvió
corriendo a la ciudad para contárselo a Simón Pedro y al otro discípulo al que
Jesús tanto quería». Y ella les dice: «se
han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto».
Magdalena incluye
en su investigación la importancia y necesidad de tener a los hermanos de la
Comunidad. Ella no hace este camino ella no lo hace sola. Este estar enamorada
la llevará a ver al resucitado, no con los ojos materiales, sino que es una
mirada que va más allá de lo verificable. Magdalena es una de las que viven esa
bienaventuranza de Jesús: ‘Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos
verán a Dios’, porque ellos verán lo invisible.
María
va en busca de los otros enamorados.
Magdalena va a
buscar a personas que, como ella, están enamoradas del Maestro. Va a buscar a
Pedro y al resto de los discípulos. Ella va donde ellos porque ella quiere
vivir este momento con los que ahora están viviendo este momento de crisis y de
obscuridad. El mensaje que nos ofrece es precioso: el amor por Cristo no se
debe de vivir de un modo individual e íntimo, sino en unión con todos los demás
hermanos de la Comunidad.
Magdalena comunica
a los hermanos lo que ella materialmente ha visto y les comenta su suposición:
‘se han llevado el cuerpo de Jesús’. En ese momento la Magdalena sale de escena
entrando dos discípulos; los cuales continuarán el camino de fe de esta
enamorada. Veamos cómo reacciona Pedro al mensaje de la Magdalena.
El
Discípulo sin nombre.
«Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los
dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y
llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no
entró».
Eran dos
discípulos los que corrieron hacia el sepulcro. De uno sabemos su nombre,
Pedro; sin embargo, el segundo discípulo no sabemos su nombre. La tradición lo
ha identificado con Juan, el hijo del Zebedeo, pero no era Juan. Este discípulo
no tiene nombre porque tiene un carácter simbólico. El evangelista ha introducido a este discípulo
sin nombre para representar al discípulo auténtico; por lo tanto es una
invitación a identificarnos con este discípulo sin nombre. En el inicio del evangelio
de Juan nos encontramos que es un discípulo del Bautista que está al lado de
Andrés, hermano de Simón Pedro; y cuando su maestro Juan el Bautista indicando
a Jesús dice ‘este es el cordero de Dios’ el discípulo sin nombre
inmediatamente sin vacilaciones sigue a Jesús (cfr. Jn 1, 35-41).
Luego este discípulo
sin nombre aparece durante la Última Cena; en un momento determinado Jesús dice
‘os aseguro que uno de vosotros me va a traicionar’ (cfr. Jn 13, 23),
pero Pedro no entiende porque no ha adquirido aún la sensibilidad para darse cuenta
de quién se trata; es entonces cuando Pedro hace señas al discípulo amado para
que preguntase a Jesús a quién se refería. El discípulo amado conoce los
secretos íntimos del corazón de Jesús, por lo tanto sabe distinguir entre los
que están de la parte del Maestro y del hombre nuevo y los que aún están atados
al mundo viejo.
Durante la Pasión,
cuando todo el mundo huye, en este momento difícil y de crisis, el discípulo
amado está siempre al lado del Maestro, no lo abandona. Aunque todos huyan, él
está con Jesús (cfr. Jn 19, 26).
Luego aparecerá en
el lago de Tiberiades o mar de Galilea donde él indicará que el hombre que se
encuentra en la orilla ‘es el Señor’ (cfr. Jn 21, 7).
Lo
que encontraron dentro del sepulcro.
Este discípulo sin
nombre al llegar al sepulcro se inclina y observa los lienzos y el sudario pero
no entra en el sepulcro. La puerta de entrada al sepulcro es baja y uno se
tiene que inclinar, que es lo que hizo este discípulo. El sepulcro de Jesús o
nicho funerario de Jesús era un arcosolio, un nicho semicircular con una base de
apoyo adosado ubicado en una primera cámara donde Jesús, con toda probabilidad
estaba el cuerpo de Jesús de un modo temporal para ser, posteriormente colocado
en una segunda cámara inmediata. Era una sepultura que consistía en dos fases;
la primera fase era el día en el Jesús falleció, los familiares y amigos enterraron
el cuerpo en uno de los nichos ubicados en la primera cámara para que,
posteriormente poner ese cuerpo en la segunda cámara. La piedra enorme que tapaba
el sepulcro representaba y servía para separar el mundo de los vivos del de los
muertos.
El discípulo amado
observa el lienzo (ὀθόνιον, odsónion), como la ropa de cama, no las
vendas. No eran vendas porque eso nos hace pensar en las momias de Egipto. Los
judíos en tiempos de Jesús envolvían el difunto en un lienzo de unos cuatro
metros de largo por uno de ancho; este lienzo venia colocado debajo del cuerpo
y luego pasado por encima de la cabeza hasta los pies. Y cubriendo la cabeza se
ponía el sudario. Después con tres vendas se fijaba todo este lienzo al cuerpo
para que se adhiriese al cuerpo; una venda o vendaje se colocaba a nivel del
cuello, otro a la altura de la cintura y el tercero en los tobillos. Y todo
esto estaba colocado en ese plano de arco ubicado en la primera cámara o
estancia.
Estamos en el
versículo 5 que lo expresa así en griego: «καὶ παρακύψας
βλέπει κείμενα τὰ ὀθόνια, οὐ μέντοι εἰσῆλθεν». Hay un verbo griego
que es κείμενα (κεῖμαι, keímai) que significa ‘yacer estirado’ o ‘estar
desinflado’ como si ese lienzo que estaba cubriendo el cuerpo de Jesús
estuviera desinflado en la misma posición donde lo dejaron, pero sin tener
dentro el cuerpo. Pero faltaban esos ‘cordones’ o vendas que se usaron para atar
esa sábana o sudario al cuerpo de Jesús. Se puede entender cómo este discípulo
al ver aquello no lo entiende y se queda reflexivo mientras esperaba que
entrase al sepulcro Pedro.
La catequesis inserta.
El discípulo amado
no entra en el sepulcro, espera a Pedro para poder entrar. Esto es en sí mismo
una catequesis; Aquí hay dos discípulos enamorados del Maestro: el número dos
indica toda la Comunidad, los cuales buscan una respuesta en su corazón: ‘¿Dónde
se ha ido el Señor? Nosotros le dejamos aquí, ¿dónde ha ido?’. Ellos se
dicen ‘cuando le conocimos nuestra vida adquirió otro sentido’ y se ponen
a buscar juntos. Primero llega el que más enamorado está del Maestro, pero
espera a Pedro porque está esperando una respuesta. Siempre nos encontramos en
el evangelio de Juan a estos dos discípulos. Nuestra Iglesia es presentada por
estos dos discípulos; uno que llega primero y el otro que llega después. Esa
espera del primer discípulo representa el deseo de estar unidos, aunque seamos
todos tan diversos: saben esperarse, respetarse. La Iglesia sabe comprender las
incertidumbres y las lentitudes en los procesos de la fe y de la conversión
personal. Tiene prudencia y paciencia para entender y ayudar a creer en medio
de la lentitud y de la fragilidad de los hermanos. Esto es lo que nos dice esa
espera del discípulo sin nombre, el cual al estar más enamorado corre más que
Pedro, pero sabe esperar a su hermano. Es toda una catequesis para nosotros.
Deducción
de los Dos Discípulos:
El
Cuerpo de Jesús no pudo ser robado.
«Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el
sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con
que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino doblado/enrollado en
un sitio aparte.
Entonces
entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio
y creyó.
Pues
hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de
entre los muertos».
El discípulo que
había llegado primero al sepulcro no entró, se limitó a observar únicamente desde
fuera lo que ahí´ estaba ocurriendo. Pedro vio lo mismo que el discípulo amado,
es decir, el lienzo de cuatro metros de largo por uno de ancho desinflado,
vació, sin el cuerpo del Maestro. El cuerpo ya no estaba ahí. Y vieron el sudario
que cubrió la cabeza de Jesús estaba doblado en un sitio aparte. Sin embargo,
el verbo empleado en griego ἐντυλίσσω (entulísso) no se traduce por doblado
sino enrollado, envuelto. Esto es importante porque el texto griego desea recoger
una imagen: es como si el sudario hubiera conservado la forma de la cabeza
de Jesús. El sudario no estaba junto a la sábana de lino. Todo esto que
ellos vieron les hizo llegar a la clara conclusión que el cuerpo de Jesús no
pudo ser robado. Un ladrón no deja las cosas de ese modo, sino muy precipitadamente
y con prisas ya que corre el riesgo de ser descubierto; no olvidemos que además
estaban unos soldados romanos custodiando el sepulcro.
Pedro
no sólo ve,
sino
discierne, reflexiona.
El evangelista
emplea otro verbo con Pedro para designar lo que todo el mundo puede ver y
observar en las cosas materiales. Se emplea el verbo θεωρεῖ (θεωρέω, theoréo)
que significa ‘discernir’, ‘contemplar con una reflexión sobre lo que se tiene
delante’. La traducción que nos ofrecen es «vio los lienzos tendidos». Ya hemos visto que no es ‘ver’,
sino discernir, contemplar con una reflexión sobre lo que sus ojos están percibiendo’.
Pedro mira de un modo diferente, no de una manera distraída, sino totalmente
centrado para buscar el sentido de lo que ahí está presenciando. En ese contemplar
con esa reflexión recapacitó en esos tres años en los que estuvo con Jesús y
pasó por su corazón sus palabras y el destino que Jesús ya le iba indicando y
que en aquellos momentos ni entendía. Ahora es cuando Pedro entiende que ‘en
el tercer día resucitaré’. La última palabra de Jesús no iba a acabar con
la muerte y Pedro comienza a entender. Pedro se dio cuenta que el destino final
de una vida donada por amor no es el sepulcro, sino la entrada en la plenitud
de la vida eterna. Pedro comienza a recordar todo aquello que el Maestro les
contaba sobre su destino.
Los dos discípulos
no fueron testigos presenciales, en vivo y en directo, de un milagro
espectacular ni de la presencia de los ángeles ni de otros seres celestiales.
Un
modo de ver diferente: ver con la fe.
Pedro tuvo una
revelación interior pero aún no había visto al resucitado. Sin embargo, el otro
discípulo nos cuenta la Escritura que «vio y creyó».
Aquí hay un tercer verbo griego que no está correctamente traducido; es ese ‘vio’.
El verbo griego usado es εἶδεν (ὁράω, joráo) que es el verbo propio de la
fe; del ver lo que los ojos materiales no pueden ver. Es el modo de ver de los
creyentes, que ve mucho más allá de lo que los otros pueden percibir por los
sentidos. Este es modo de ver de los discípulos. Ver más allá de lo que se
puede verificar. El discípulo amado empieza a percibir el misterio de la Pascua;
la victoria de la vida.
A la fe no se llega por lo racional, sino por el enamoramiento. La fe es racional, pero es una razón enamorada.
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