Resumen
CARTA APOSTÓLICA
Admirabile signum
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
SOBRE EL SIGNIFICADO Y EL VALOR DEL BELÉN
El
belén como “Evangelio vivo” que educa la fe
(lectura formativa y recuerdo
agradecido)
Link o enlace:
Este resumen de la
Carta Apostólica Admirabile signum quiere ser, ante todo, un recuerdo
agradecido a la memoria del Papa Francisco, fallecido el 21 de abril de
2025.
Volvemos
a estas páginas para dejarnos guiar por lo que el propio texto propone: el
belén como un signo sencillo y luminoso —“como un Evangelio vivo”— que anuncia
con alegría el misterio de la Encarnación y, sobre todo, “habla a nuestra
vida”.
1.- Un signo humilde que anuncia lo más grande
Francisco abre el
documento con una afirmación cargada de sentido: el belén “causa siempre
asombro y admiración”. ¿Por qué? Porque representar el nacimiento de Jesús
equivale a anunciar el misterio de la encarnación del Hijo de Dios con
“sencillez y alegría”. Y por eso puede describirlo con esa expresión tan feliz:
el belén “es como un Evangelio vivo”, nacido de las páginas de la Sagrada
Escritura.
Lo más interesante
es que el Papa no se queda en elogiar una tradición. Él mira el belén como una
escuela: contemplar la escena de la Navidad “nos invita a ponernos
espiritualmente en camino”, atraídos por la humildad de Dios hecho hombre,
“para encontrar a cada hombre”. Y el centro aparece sin rodeos: descubrimos que
Dios “nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros
podamos unirnos a Él”.
Por eso su
propuesta no es intimista ni encerrada. Quiere el belén en las casas (sí), pero
también en lugares de trabajo, escuelas, hospitales, cárceles, plazas…; y lo
describe con un realismo entrañable: es un “ejercicio de fantasía creativa” que
usa materiales diversos para crear belleza. Se aprende desde niños, cuando papá
y mamá, junto a los abuelos, transmiten una tradición alegre con “rica
espiritualidad popular”. Y el Papa lo dice con deseo pastoral explícito: que
esta práctica no se debilite; y que, donde haya caído en desuso, sea
redescubierta y revitalizada.
2.- El pesebre:
Un detalle del Evangelio que abre un mundo
Francisco muestra
su método: tomar un detalle evangélico aparentemente pequeño y dejar que hable.
Lucas cuenta que María “lo recostó en un pesebre” (Lc 2,7). El Papa recuerda
que pesebre viene del latín praesepium: el lugar donde comen los
animales. Y subraya el contraste: el Hijo de Dios, al venir al mundo, encuentra
sitio precisamente allí, en un lugar de comida. El heno se vuelve el primer
lecho de Aquel que se revelará como “el pan bajado del cielo” (Jn 6,41). Para
reforzarlo, cita a san Agustín: “Puesto en el pesebre, se convirtió en alimento
para nosotros”.
La conclusión es
tremendamente pedagógica: “en realidad, el belén contiene diversos misterios de
la vida de Jesús y nos los hace sentir cercanos a nuestra vida cotidiana”. Ahí
late lo esencial de la Carta: el belén no añade “algo bonito” al Evangelio; ayuda
a que el Evangelio se acerque a la vida, con una sencillez que no empobrece el
misterio, sino que lo vuelve próximo.
3.- Greccio: el origen “tal como nosotros lo entendemos”
El Papa da
entonces un paso histórico que es, en realidad, espiritual: “volvamos de nuevo
al origen del belén tal como nosotros lo entendemos”. Nos traslada a Greccio,
en el valle Reatino, y ofrece un contexto sobrio: san Francisco se detuvo allí
en 1223; aquellas grutas le recordaban el paisaje de Belén; y “es posible” que
quedara impresionado en Roma por los mosaicos de Santa María la Mayor y por la
tradición de las tablas del pesebre.
Lo decisivo llega
con el relato de las Fuentes Franciscanas. Quince días antes de Navidad,
Francisco llama a un hombre llamado Juan y le confía su deseo: “Deseo celebrar
la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con
mis ojos…” su pobreza: el pesebre, el heno, el buey y el asno.
La noche del 25 de
diciembre se llena de pueblo con flores y antorchas; la alegría frente a la
escena es “indescriptible”. Y el Papa subraya dos cosas que sostienen todo el
episodio:
·
“Ante
el Nacimiento” se celebra solemnemente la Eucaristía, mostrando el vínculo
entre la Encarnación y la Eucaristía.
·
“En
Greccio, no había figuras: el belén fue realizado y vivido por todos los
presentes.”
Ese “vivido por
todos” es clave: el belén nace como experiencia participada, sin distancia
entre el acontecimiento y quienes lo acogen. El Papa lo dice explícitamente:
“así nace nuestra tradición: todos alrededor de la gruta… sin distancia alguna
entre el acontecimiento… y cuantos participan en el misterio”.
Tomás de Celano
recuerda que aquella noche se añadió el don de una visión (uno vio al mismo
Niño Jesús acostado en el pesebre) y el fruto final es bien humano: “todos
regresaron a sus casas colmados de alegría”. Entonces Francisco concluye con
una idea que atraviesa todo el documento: san Francisco realizó “una gran obra
de evangelización con la simplicidad de aquel signo”, y esa enseñanza permanece
como modo genuino de representar con sencillez la belleza de la fe. Incluso
añade una frase sugerente sobre el propio lugar: Greccio “se ha convertido en
un refugio para el alma… para dejarse envolver en el silencio”.
4.- Por qué conmueve:
la ternura de Dios (y su realismo)
Francisco no se
conforma con describir: formula la pregunta que muchos sienten y pocos
expresan: “¿Por qué el belén suscita tanto asombro y nos conmueve?” Responde
con la primera gran clave del texto: porque manifiesta la ternura de Dios.
El Creador se abaja a nuestra pequeñez; y en Jesús el Padre nos ha dado un
hermano que nos busca cuando estamos desorientados, un amigo fiel cercano, el
Hijo que perdona y levanta del pecado.
Después explica la
pedagogía: los evangelios son la fuente para conocer y meditar el
acontecimiento, pero el belén “nos ayuda a imaginar las escenas”, estimula los
afectos e invita a sentirnos implicados en la historia de la salvación, como
“contemporáneos” del acontecimiento que se hace vivo y actual en contextos
diversos.
Y aquí aparece el
lado más exigente (sin perder ternura): desde su origen franciscano, el pesebre
invita a “sentir” y “tocar” la pobreza que el Hijo de Dios eligió en su
encarnación; es una llamada a seguirlo por humildad, pobreza y despojo, un
camino que va de la gruta a la Cruz y desemboca en algo muy concreto: encontrarlo
y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados.
5.- Aprender a leer el belén:
Signos que hablan a la vida
A partir de aquí,
el Papa propone “repasar los diversos signos del belén” para comprender su
significado. Y lo hace como quien enseña a mirar.
La noche (cielo
estrellado, oscuridad, silencio) se representa, dice, no solo por fidelidad al
Evangelio, sino por su sentido: la noche envuelve muchas vidas; y precisamente
ahí Dios no nos deja solos, sino que se hace presente para responder a las
grandes preguntas sobre el sentido de la existencia (“¿Quién soy yo?… ¿Por qué
sufro? ¿Por qué moriré?”). Y lo concentra en una frase que no necesita adornos:
“Para responder a estas preguntas, Dios se hizo hombre.”
Luego están las ruinas
que a menudo aparecen en los belenes. El Papa menciona su posible inspiración
cultural en la Leyenda Áurea, pero enseguida fija lo importante: esas
ruinas son signo visible de la humanidad caída, de lo corrompido y deprimido. Y
en ese escenario se entiende la novedad: Jesús es “la novedad en medio de un
mundo viejo”; ha venido a sanar y reconstruir, a devolver esplendor.
Después aparece la
creación: montañas, riachuelos, ovejas, pastores. Francisco exclama que
cuánta emoción debería acompañarnos al colocarlos, porque así recordamos —como
anunciaron los profetas— que toda la creación participa en la fiesta de la
venida del Mesías. Los ángeles y la estrella son señal de que también
nosotros estamos llamados a ponernos en camino para llegar a la gruta y adorar
al Señor.
Y con los pastores
el Papa ofrece una pequeña lección de vida. Cita su frase: “Vayamos, pues, a
Belén…” y comenta que es una enseñanza hermosa por su sencillez: “a diferencia
de tanta gente que pretende hacer otras mil cosas”, los pastores se convierten
en los primeros testigos de lo esencial, es decir, de la salvación ofrecida.
Son los más humildes y los más pobres quienes acogen la Encarnación. Y el Papa
cierra con una afirmación de gran calado: el encuentro entre Dios y sus hijos,
gracias a Jesús, da vida a nuestra religión y constituye su singular belleza,
que resplandece de manera particular en el pesebre.
6.- Los pobres “por derecho propio”
y la revolución de la ternura
En uno de los
pasajes más incisivos, Francisco se fija en algo que muchos belenes muestran
sin pensarlo demasiado: la presencia de pobres, mendigos, gente sencilla. Él lo
nombra con una expresión inolvidable: están cerca del Niño Jesús “por derecho
propio”, sin que nadie pueda alejarlos de una cuna tan improvisada. Y lo afirma
con claridad: los pobres son “los privilegiados de este misterio” y, a menudo,
quienes mejor reconocen la presencia de Dios en medio de nosotros.
Desde el belén
emerge un mensaje que no es ingenuo: no podemos dejarnos engañar por la riqueza
ni por propuestas efímeras de felicidad; por eso el palacio de Herodes aparece
“al fondo”, cerrado, sordo al anuncio de alegría. Y entonces llega una de las
frases más densas del documento: al nacer en el pesebre, Dios inicia “la única
revolución verdadera” que da esperanza y dignidad a los desheredados y
marginados: la revolución del amor, la revolución de la ternura. Desde
el belén, Jesús proclama la llamada a compartir con los últimos el camino hacia
un mundo más humano y fraterno, donde nadie sea excluido ni marginado.
Y aquí el Papa
deja entrar un detalle que muchos reconocerán con una sonrisa discreta: a los
niños —¡pero también a los adultos!— les encanta añadir figuras que “parecen no
tener relación” con los relatos evangélicos. Francisco no lo desprecia; lo
interpreta: esa imaginación expresa que en el mundo inaugurado por Jesús hay
espacio para todo lo humano y para toda criatura. Y lo concreta con una lista
que huele a vida corriente (del pastor al herrero, del panadero a los músicos,
niños que juegan…), para concluir que todo eso representa la santidad
cotidiana, la alegría de hacer extraordinarias las cosas de cada día cuando
Jesús comparte con nosotros su vida divina.
7.- La gruta:
María, José y el Niño
“Poco a poco, el
belén nos lleva a la gruta.” Allí, el Papa se detiene en María: una madre que
contempla a su hijo y lo muestra a quienes vienen a visitarlo. Su “hágase en
mí” es testimonio del abandono en la fe a la voluntad de Dios. Y Francisco
subraya un rasgo formativo precioso: María no tiene al Hijo solo para sí, sino
que pide a todos obedecer su palabra y ponerla en práctica.
Junto a María está
José, presentado como “el custodio que nunca se cansa de proteger a su
familia”: ante la amenaza de Herodes, emigra a Egipto; después vuelve a
Nazaret; fue el primer educador de Jesús niño y adolescente. Y el Papa resume
su estatura espiritual con sobriedad: como hombre justo confió siempre en la
voluntad de Dios y la puso en práctica.
Y llega el centro
del belén: “el corazón del pesebre comienza a palpitar” cuando colocamos al
Niño Jesús. Dios se presenta como niño para ser recibido en nuestros brazos; en
la debilidad y fragilidad esconde su poder creador; y en esa condición revela
la grandeza de su amor “en la sonrisa” y en el tender sus manos hacia todos.
Aquí el Papa se
detiene con una profundidad sorprendente: “el modo de actuar de Dios casi
aturde”, porque parece imposible que renuncie a su gloria para hacerse hombre;
duerme, toma leche, llora y juega como todos los niños. Y extrae una
consecuencia formativa clara: el pesebre, al mostrarnos a Dios tal como ha
venido al mundo, nos invita a pensar nuestra vida injertada en la de Dios y a
ser discípulos suyos si queremos alcanzar el sentido último de la vida.
8.- Epifanía:
Los Magos y la fe que se vuelve anuncio
Cuando se acerca
la Epifanía, el belén se abre al mundo con los Reyes Magos. Observan la
estrella, se ponen en camino hacia Belén y ofrecen oro, incienso y mirra; el
Papa explica su significado alegórico: el oro honra la realeza de Jesús, el
incienso su divinidad, la mirra su santa humanidad destinada a muerte y
sepultura.
Y no deja la
escena en contemplación “bonita”. Dice que, al contemplarla, estamos llamados a
reflexionar sobre la responsabilidad de cada cristiano de ser evangelizador:
cada uno se hace portador de la Buena Noticia con quienes encuentra,
testimoniando con acciones concretas de misericordia la alegría de haber
encontrado a Jesús y su amor.Los Magos, además, enseñan que se puede comenzar
desde muy lejos para llegar a Cristo; no se escandalizan por la pobreza del
ambiente; se arrodillan y adoran. Ante Él comprenden que Dios guía la historia
abajando a los poderosos y exaltando a los humildes.
9.- El criterio final:
Lo importante es que “hable a nuestra vida”
En las últimas
líneas, Francisco toca la memoria afectiva: ante el belén, la mente vuelve a la
infancia, a la impaciencia por empezar a construirlo. Eso renueva la conciencia
del don recibido al transmitirnos la fe y despierta el deber y la alegría de transmitir
a hijos y nietos la misma experiencia. Y entonces deja un criterio liberador:
“No es importante cómo se prepara el pesebre… lo que cuenta es que este hable a
nuestra vida.” En cualquier lugar y de cualquier manera, el belén habla del
amor de Dios, del Dios hecho niño, cercano a todo ser humano, cualquiera que
sea su condición.
El Papa encuadra
todo en clave formativa: el belén forma parte de un “dulce y exigente proceso”
de transmisión de la fe; desde la infancia y en cada etapa, nos educa a
contemplar a Jesús, a sentir el amor de Dios por nosotros, y a sentir y creer
que Dios está con nosotros y nosotros con Él, como hijos y hermanos gracias a
aquel Niño.

No hay comentarios:
Publicar un comentario