domingo, 14 de diciembre de 2025

Resumen de la Carta Apostólica de Francisco ''Admirabile signum' - Sobre el significado y el valor del belén

Resumen

CARTA APOSTÓLICA

Admirabile signum

DEL SANTO PADRE FRANCISCO

SOBRE EL SIGNIFICADO Y EL VALOR DEL BELÉN

 Admirabile signum:

El belén como “Evangelio vivo” que educa la fe

(lectura formativa y recuerdo agradecido)

 Link o enlace:

https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_letters/documents/papa-francesco-lettera-ap_20191201_admirabile-signum.html

 

Este resumen de la Carta Apostólica Admirabile signum quiere ser, ante todo, un recuerdo agradecido a la memoria del Papa Francisco, fallecido el 21 de abril de 2025.


         Volvemos a estas páginas para dejarnos guiar por lo que el propio texto propone: el belén como un signo sencillo y luminoso —“como un Evangelio vivo”— que anuncia con alegría el misterio de la Encarnación y, sobre todo, “habla a nuestra vida”.

1.- Un signo humilde que anuncia lo más grande

Francisco abre el documento con una afirmación cargada de sentido: el belén “causa siempre asombro y admiración”. ¿Por qué? Porque representar el nacimiento de Jesús equivale a anunciar el misterio de la encarnación del Hijo de Dios con “sencillez y alegría”. Y por eso puede describirlo con esa expresión tan feliz: el belén “es como un Evangelio vivo”, nacido de las páginas de la Sagrada Escritura.

Lo más interesante es que el Papa no se queda en elogiar una tradición. Él mira el belén como una escuela: contemplar la escena de la Navidad “nos invita a ponernos espiritualmente en camino”, atraídos por la humildad de Dios hecho hombre, “para encontrar a cada hombre”. Y el centro aparece sin rodeos: descubrimos que Dios “nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él”.

Por eso su propuesta no es intimista ni encerrada. Quiere el belén en las casas (sí), pero también en lugares de trabajo, escuelas, hospitales, cárceles, plazas…; y lo describe con un realismo entrañable: es un “ejercicio de fantasía creativa” que usa materiales diversos para crear belleza. Se aprende desde niños, cuando papá y mamá, junto a los abuelos, transmiten una tradición alegre con “rica espiritualidad popular”. Y el Papa lo dice con deseo pastoral explícito: que esta práctica no se debilite; y que, donde haya caído en desuso, sea redescubierta y revitalizada.

2.- El pesebre:

Un detalle del Evangelio que abre un mundo

Francisco muestra su método: tomar un detalle evangélico aparentemente pequeño y dejar que hable. Lucas cuenta que María “lo recostó en un pesebre” (Lc 2,7). El Papa recuerda que pesebre viene del latín praesepium: el lugar donde comen los animales. Y subraya el contraste: el Hijo de Dios, al venir al mundo, encuentra sitio precisamente allí, en un lugar de comida. El heno se vuelve el primer lecho de Aquel que se revelará como “el pan bajado del cielo” (Jn 6,41). Para reforzarlo, cita a san Agustín: “Puesto en el pesebre, se convirtió en alimento para nosotros”.

La conclusión es tremendamente pedagógica: “en realidad, el belén contiene diversos misterios de la vida de Jesús y nos los hace sentir cercanos a nuestra vida cotidiana”. Ahí late lo esencial de la Carta: el belén no añade “algo bonito” al Evangelio; ayuda a que el Evangelio se acerque a la vida, con una sencillez que no empobrece el misterio, sino que lo vuelve próximo.

3.- Greccio: el origen “tal como nosotros lo entendemos”

El Papa da entonces un paso histórico que es, en realidad, espiritual: “volvamos de nuevo al origen del belén tal como nosotros lo entendemos”. Nos traslada a Greccio, en el valle Reatino, y ofrece un contexto sobrio: san Francisco se detuvo allí en 1223; aquellas grutas le recordaban el paisaje de Belén; y “es posible” que quedara impresionado en Roma por los mosaicos de Santa María la Mayor y por la tradición de las tablas del pesebre.

Lo decisivo llega con el relato de las Fuentes Franciscanas. Quince días antes de Navidad, Francisco llama a un hombre llamado Juan y le confía su deseo: “Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos…” su pobreza: el pesebre, el heno, el buey y el asno.

La noche del 25 de diciembre se llena de pueblo con flores y antorchas; la alegría frente a la escena es “indescriptible”. Y el Papa subraya dos cosas que sostienen todo el episodio:

·         “Ante el Nacimiento” se celebra solemnemente la Eucaristía, mostrando el vínculo entre la Encarnación y la Eucaristía.

·         “En Greccio, no había figuras: el belén fue realizado y vivido por todos los presentes.”

Ese “vivido por todos” es clave: el belén nace como experiencia participada, sin distancia entre el acontecimiento y quienes lo acogen. El Papa lo dice explícitamente: “así nace nuestra tradición: todos alrededor de la gruta… sin distancia alguna entre el acontecimiento… y cuantos participan en el misterio”.

Tomás de Celano recuerda que aquella noche se añadió el don de una visión (uno vio al mismo Niño Jesús acostado en el pesebre) y el fruto final es bien humano: “todos regresaron a sus casas colmados de alegría”. Entonces Francisco concluye con una idea que atraviesa todo el documento: san Francisco realizó “una gran obra de evangelización con la simplicidad de aquel signo”, y esa enseñanza permanece como modo genuino de representar con sencillez la belleza de la fe. Incluso añade una frase sugerente sobre el propio lugar: Greccio “se ha convertido en un refugio para el alma… para dejarse envolver en el silencio”.

4.- Por qué conmueve:

la ternura de Dios (y su realismo)

Francisco no se conforma con describir: formula la pregunta que muchos sienten y pocos expresan: “¿Por qué el belén suscita tanto asombro y nos conmueve?” Responde con la primera gran clave del texto: porque manifiesta la ternura de Dios. El Creador se abaja a nuestra pequeñez; y en Jesús el Padre nos ha dado un hermano que nos busca cuando estamos desorientados, un amigo fiel cercano, el Hijo que perdona y levanta del pecado.

Después explica la pedagogía: los evangelios son la fuente para conocer y meditar el acontecimiento, pero el belén “nos ayuda a imaginar las escenas”, estimula los afectos e invita a sentirnos implicados en la historia de la salvación, como “contemporáneos” del acontecimiento que se hace vivo y actual en contextos diversos.

Y aquí aparece el lado más exigente (sin perder ternura): desde su origen franciscano, el pesebre invita a “sentir” y “tocar” la pobreza que el Hijo de Dios eligió en su encarnación; es una llamada a seguirlo por humildad, pobreza y despojo, un camino que va de la gruta a la Cruz y desemboca en algo muy concreto: encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados.

5.- Aprender a leer el belén:

Signos que hablan a la vida

A partir de aquí, el Papa propone “repasar los diversos signos del belén” para comprender su significado. Y lo hace como quien enseña a mirar.

La noche (cielo estrellado, oscuridad, silencio) se representa, dice, no solo por fidelidad al Evangelio, sino por su sentido: la noche envuelve muchas vidas; y precisamente ahí Dios no nos deja solos, sino que se hace presente para responder a las grandes preguntas sobre el sentido de la existencia (“¿Quién soy yo?… ¿Por qué sufro? ¿Por qué moriré?”). Y lo concentra en una frase que no necesita adornos: “Para responder a estas preguntas, Dios se hizo hombre.”

Luego están las ruinas que a menudo aparecen en los belenes. El Papa menciona su posible inspiración cultural en la Leyenda Áurea, pero enseguida fija lo importante: esas ruinas son signo visible de la humanidad caída, de lo corrompido y deprimido. Y en ese escenario se entiende la novedad: Jesús es “la novedad en medio de un mundo viejo”; ha venido a sanar y reconstruir, a devolver esplendor.

Después aparece la creación: montañas, riachuelos, ovejas, pastores. Francisco exclama que cuánta emoción debería acompañarnos al colocarlos, porque así recordamos —como anunciaron los profetas— que toda la creación participa en la fiesta de la venida del Mesías. Los ángeles y la estrella son señal de que también nosotros estamos llamados a ponernos en camino para llegar a la gruta y adorar al Señor.

Y con los pastores el Papa ofrece una pequeña lección de vida. Cita su frase: “Vayamos, pues, a Belén…” y comenta que es una enseñanza hermosa por su sencillez: “a diferencia de tanta gente que pretende hacer otras mil cosas”, los pastores se convierten en los primeros testigos de lo esencial, es decir, de la salvación ofrecida. Son los más humildes y los más pobres quienes acogen la Encarnación. Y el Papa cierra con una afirmación de gran calado: el encuentro entre Dios y sus hijos, gracias a Jesús, da vida a nuestra religión y constituye su singular belleza, que resplandece de manera particular en el pesebre.

6.- Los pobres “por derecho propio”

y la revolución de la ternura

En uno de los pasajes más incisivos, Francisco se fija en algo que muchos belenes muestran sin pensarlo demasiado: la presencia de pobres, mendigos, gente sencilla. Él lo nombra con una expresión inolvidable: están cerca del Niño Jesús “por derecho propio”, sin que nadie pueda alejarlos de una cuna tan improvisada. Y lo afirma con claridad: los pobres son “los privilegiados de este misterio” y, a menudo, quienes mejor reconocen la presencia de Dios en medio de nosotros.

Desde el belén emerge un mensaje que no es ingenuo: no podemos dejarnos engañar por la riqueza ni por propuestas efímeras de felicidad; por eso el palacio de Herodes aparece “al fondo”, cerrado, sordo al anuncio de alegría. Y entonces llega una de las frases más densas del documento: al nacer en el pesebre, Dios inicia “la única revolución verdadera” que da esperanza y dignidad a los desheredados y marginados: la revolución del amor, la revolución de la ternura. Desde el belén, Jesús proclama la llamada a compartir con los últimos el camino hacia un mundo más humano y fraterno, donde nadie sea excluido ni marginado.

Y aquí el Papa deja entrar un detalle que muchos reconocerán con una sonrisa discreta: a los niños —¡pero también a los adultos!— les encanta añadir figuras que “parecen no tener relación” con los relatos evangélicos. Francisco no lo desprecia; lo interpreta: esa imaginación expresa que en el mundo inaugurado por Jesús hay espacio para todo lo humano y para toda criatura. Y lo concreta con una lista que huele a vida corriente (del pastor al herrero, del panadero a los músicos, niños que juegan…), para concluir que todo eso representa la santidad cotidiana, la alegría de hacer extraordinarias las cosas de cada día cuando Jesús comparte con nosotros su vida divina.

7.- La gruta:

María, José y el Niño

“Poco a poco, el belén nos lleva a la gruta.” Allí, el Papa se detiene en María: una madre que contempla a su hijo y lo muestra a quienes vienen a visitarlo. Su “hágase en mí” es testimonio del abandono en la fe a la voluntad de Dios. Y Francisco subraya un rasgo formativo precioso: María no tiene al Hijo solo para sí, sino que pide a todos obedecer su palabra y ponerla en práctica.

Junto a María está José, presentado como “el custodio que nunca se cansa de proteger a su familia”: ante la amenaza de Herodes, emigra a Egipto; después vuelve a Nazaret; fue el primer educador de Jesús niño y adolescente. Y el Papa resume su estatura espiritual con sobriedad: como hombre justo confió siempre en la voluntad de Dios y la puso en práctica.

Y llega el centro del belén: “el corazón del pesebre comienza a palpitar” cuando colocamos al Niño Jesús. Dios se presenta como niño para ser recibido en nuestros brazos; en la debilidad y fragilidad esconde su poder creador; y en esa condición revela la grandeza de su amor “en la sonrisa” y en el tender sus manos hacia todos.

Aquí el Papa se detiene con una profundidad sorprendente: “el modo de actuar de Dios casi aturde”, porque parece imposible que renuncie a su gloria para hacerse hombre; duerme, toma leche, llora y juega como todos los niños. Y extrae una consecuencia formativa clara: el pesebre, al mostrarnos a Dios tal como ha venido al mundo, nos invita a pensar nuestra vida injertada en la de Dios y a ser discípulos suyos si queremos alcanzar el sentido último de la vida.

8.- Epifanía:

Los Magos y la fe que se vuelve anuncio

Cuando se acerca la Epifanía, el belén se abre al mundo con los Reyes Magos. Observan la estrella, se ponen en camino hacia Belén y ofrecen oro, incienso y mirra; el Papa explica su significado alegórico: el oro honra la realeza de Jesús, el incienso su divinidad, la mirra su santa humanidad destinada a muerte y sepultura.

Y no deja la escena en contemplación “bonita”. Dice que, al contemplarla, estamos llamados a reflexionar sobre la responsabilidad de cada cristiano de ser evangelizador: cada uno se hace portador de la Buena Noticia con quienes encuentra, testimoniando con acciones concretas de misericordia la alegría de haber encontrado a Jesús y su amor.Los Magos, además, enseñan que se puede comenzar desde muy lejos para llegar a Cristo; no se escandalizan por la pobreza del ambiente; se arrodillan y adoran. Ante Él comprenden que Dios guía la historia abajando a los poderosos y exaltando a los humildes.

9.- El criterio final:

Lo importante es que “hable a nuestra vida”

En las últimas líneas, Francisco toca la memoria afectiva: ante el belén, la mente vuelve a la infancia, a la impaciencia por empezar a construirlo. Eso renueva la conciencia del don recibido al transmitirnos la fe y despierta el deber y la alegría de transmitir a hijos y nietos la misma experiencia. Y entonces deja un criterio liberador: “No es importante cómo se prepara el pesebre… lo que cuenta es que este hable a nuestra vida.” En cualquier lugar y de cualquier manera, el belén habla del amor de Dios, del Dios hecho niño, cercano a todo ser humano, cualquiera que sea su condición.

El Papa encuadra todo en clave formativa: el belén forma parte de un “dulce y exigente proceso” de transmisión de la fe; desde la infancia y en cada etapa, nos educa a contemplar a Jesús, a sentir el amor de Dios por nosotros, y a sentir y creer que Dios está con nosotros y nosotros con Él, como hijos y hermanos gracias a aquel Niño.


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