sábado, 7 de junio de 2025

Homilía del Domingo de Pentecostés, Jn 20, 19-23

Homilía del Domingo de Pentecostés

Juan 20, 19-23

08.06.2025

          Nos encontramos con la misma cita evangélica que la liturgia nos regaló en el segundo domingo de pascua del presente ciclo. 

La ley cede al paso

del aliento divino.

Jesús ha inaugurado una nueva forma de relacionarnos los hombres con Dios, en el marco de la Nueva Alianza. El evangelista Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles presenta el episodio de Pentecostés (cfr. Hch 2, 1-11). Pentecostés era el día en la comunidad judía festejaba el don de la Ley. El Pentecostés Judío (Shavuot, שבועות) o fiesta de las semanas, se convirtió en la conmemoración de la entrega de la Torá (la Ley) por parte de Dios a Moisés en el Monte Sinaí, 50 días (7 semanas) después de la salida de Egipto (Pésaj, פֶּסַח). Este evento selló la alianza entre Dios y el pueblo de Israel, convirtiéndolos en una nación bajo su ley. Celebran la fiesta del don de la Torá. Y es en esta misma fiesta judía cuando en la comunidad de los discípulos de Jesús desciende el don del Espíritu Santo. 


Un fuego interior que despierta el amor.

Con Jesús no hay una ley externa al hombre que uno tenga que observar, sino que estamos llamados a dar la bienvenida a una dinámica, a una fuerza interna que libera energía de amor; se trata del don del Espíritu. 

El génesis de una nueva creación.

Juan narra el episodio de pentecostés centrándose en el pequeño grupo de discípulos cuando Jesús les entrega su espíritu. Lo hace de un modo muy distinto a Lucas; Lucas lo encuadra este acontecimiento del Espíritu Santo dentro del pentecostés judío: Los discípulos de Jesús estaban reunidos en Jerusalén celebrando la fiesta judía de Shavuot. Esto es crucial porque significa que había una gran multitud de judíos devotos de diversas naciones presentes en la ciudad, como era costumbre para esta festividad de peregrinación. Sin embargo, Juan lo coloca en otro momento.

 

«Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros».

         El evangelista Juan narra este episodio de pentecostés en el mismo día de la resurrección por la tarde.

El Evangelio de Juan está entrelazado con la teología de las ricas tradiciones proféticas del Antiguo Testamento.  La relación entre la exhalación del aliento [Ruaj (רוּחַ) - Pneuma (πνεῦμα)] por parte de Jesús y el legado de los profetas, particularmente el de Elías y Eliseo (cfr. 2 Re 2, 9) al solicitar Eliseo «dos tercios de tu espíritu (del de Elías)» para ser reconocido como el principal heredero espiritual de Elías (cfr. Za 13, 8). También es relevante las consecuencias que acarreó este hecho para Eliseo, ya que Eliseo comienza a realizar milagros similares (y en ocasiones, incluso mayores en número) a los de Elías, confirmando que el "espíritu" de Elías había reposado sobre él (cfr.2 Re 2,15). Recordemos el texto del evangelio de San Juan, cuando el Maestro nos dice «en verdad, en verdad os digo que el que crea en mí hará también las obras que yo hago, y hará mayores aún» (cfr. Jn 14, 12). Juan entronca su teología con toda la riqueza de la espiritualidad judía; es profunda y revela la continuidad y el cumplimiento de la obra divina. 


¡Abrid las puertas a Cristo!

Ellos estaban «con las puertas cerradas por miedo a los judíos» no porque Jesús fuera peligroso; lo que sí era peligroso era su doctrina. Recordemos que el Sumo sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y sobre su doctrina (cfr. Jn 18, 19).

 

         «Y en esto entró Jesús, se puso en medio»; esto de ponerse en medio es importante para que lo tenga recogido el evangelista. Cuando Jesús resucitado se manifiesta se pone en medio. Jesús no se pone delante para que sólo las personas más próximas le puedan ver, ni tampoco se pone por encima de nadie. Jesús se pone en medio; esto significa que todos lo que están a su alrededor tienen la misma e idéntica relación con él.

 

         Y les dice «paz a vosotros». Jesús no dice ‘la paz sea con vosotros’, sino que lo entrega como un don. El término ‘paz’ en hebraico es Shalom (שָׁלוֹם) nos indica todo lo que contribuye a la felicidad de los hombres. Después Jesús muestra el motivo de este regalo: les muestra sus manos y el costado; es decir les muestra los signos de la pasión. Se muestra como el pastor repleto de belleza que protegió con sus manos y con su costado a sus discípulos, defendiéndolos: «así si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos» nos dijo en el momento de su prendimiento (cfr. Jn 18, 9). 

Ellos tenían miedo a los judíos, pero recordemos que no se refiere al pueblo judío, sino a la autoridad, los líderes religiosos, y pasan del temor a la alegría: «Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor». Los miedos solo pueden desaparecer cuando estos discípulos toman conciencia de que ellos no están solos ya que el resucitado está en medio de ellos.

Reflejos del Padre en un mundo sediento.

Jesús repite por segunda vez: «Paz a vosotros». Pero este segundo don de la paz está otorgado para compartirlo. Y el Padre le ha enviado para manifestar visiblemente su amor. ¿Cómo es el amor de Dios? Es un amor generoso que se pone al servicio de los demás tal y como quedó reflejado en el episodio del lavatorio de los pies (cfr. Jn 13, 1-15).

 

«Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». La tarea de la comunidad cristiana no es proponer o, aún peor, proponer doctrinas o movernos entre las propuestas ambiguas para contentar a todos dañando el depósito de la fe que se nos ha encargado custodiar; el cometido entregado por Jesús a la comunidad cristiana es comunicar su amor. Como el Padre ha enviado a su Hijo para manifestar y demostrar su amor, así la comunidad deber ser el testigo visible de un amor generoso que se pone al servicio. 

Un nuevo amanecer para la humanidad.

«Y, dicho esto, sopló sobre ellos». El evangelista emplea el verbo ‘soplar’, en griego ἐμφυσάω (émfusáo). Lo toma del libro del Génesis como principio de la vida (cfr. Gn 2, 7), en el episodio de la creación cuando Dios sopló el aliento de vida en el hombre para que fuera un ser viviente. También tenemos el texto del libro del profeta Ezequiel conocido como el valle de los huesos secos (cfr. Ez 37, 4-6) donde se nos muestra una visión poderosa de restauración y resurrección; de una nueva creación. Es una recreación de la humanidad. 

La sin medida del Espíritu.

         Dice el Señor: «Recibid el Espíritu Santo». Dios da el espíritu sin medida (cfr. Jn 3, 34); el don del Espíritu depende de la persona que lo recibe. Si uno confía totalmente en Dios, el Espíritu es derramado en uno sin medida; si uno tiene sus reservas, el Espíritu no puede ser entregado con generosidad (cfr. Lc 6, 38). El Espíritu es Santo no sólo por su calidad, sino también por su actividad porque es capaz de santificar a los hombres que le acogen y separa a los hombres de la esfera del mal.

 

Disolver las sombras del pasado.

         «A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados». El término ‘pecado’ usado por el evangelista no señala la culpa de la persona; indica el pasado injusto del individuo. El verbo griego usado, el verbo ἀφίημι (afíemi), que significa ‘dejar, abandonar, despedir’. ¿Qué cosa ha de hace el discípulo? El discípulo debe acercarse a aquellos que son esclavos del pecado y asegurarse de que abandonen esta condición pecadora; que abandonen las sendas del pecado para que se adentren en el camino de la vida. En la Iglesia cabemos todos, pero no cabe todo; de ahí que abandonen la condición pecadora, de ahí la urgente conversión.

Si uno tiene pecado y has conseguido que abandone ese pecado habrás recuperado al hermano. Pero si a causa de la condición poco evangélica de tu vida mantienes a tu hermano en su condición de pecado, la responsabilidad será tuya. No cabe ambigüedades en el mensaje ni medias tintas. 

Sin sombras y hacia la plenitud.

«A quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Jesús no está otorgando un poder para algunos, sino una responsabilidad a toda la comunidad cristiana. La comunidad cristiana ha de ser como la luz que se expande como un rayo con la acción de su amor. Aquellos que viven en el reino o en ámbito del pecado, de la injusticia puedan ver esta luz para que, acercándose a la comunidad, tengan el pasado que tengan, puedan reemprende su vida a la luz de Cristo y así quedar cancelado y eliminado su pecado. Pero si la luz de la comunidad cristiana se torna en obscuridad no se podrá ofrecer ninguna salida del pecado. No es un mandato para juzgar a las personas, sino para ofrecer a cada persona una propuesta de plenitud de vida. 


La Nueva Alianza:

Templo vivo del Espíritu.

Israel, a través del don de la alianza en el Sinaí (el Pentecostés Judío, Shavuot, שבועות) se convierte en propiedad de Dios. El día del don de la Torá, del encuentro entre Dios y el pueblo en el Sinaí, en la tradición judía, es el día de bodas entre Dios, el Esposo, e Israel, la esposa. Ahora, en el Nuevo Israel, en la Iglesia esa Ley no es externa, sino interna; es el Espíritu de Dios que se graba en el corazón del hombre y lo inunda como su templo. Para los cristianos ese fuego del Espíritu y esa luz son interiores; es en el corazón de los cristianos donde brilla la luz que resplandece, que brilla en el rostro de Cristo (cfr. 2 Cor 4, 6).


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