domingo, 24 de agosto de 2025

Homilía del Domingo XXI Tiempo Ordinario, Ciclo C; Lc 13, 22-30

 Homilía del Domingo XXI del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lc 13, 22-30

 

Jesús durante la vida pública presentó varias veces y de manera muy clara el destino que le esperaba en Jerusalén. No quería que surgieran equívocos que sus discípulos cultivaran sueños o esperanzas de grandeza de este mundo, de conquista de reinos. Todas estas eran ilusiones suscitadas en ellos por el maligno, por Satanás.

 


Una voluntad férrea y confiada en Dios

endurecer el rostro

Lucas nos transmite una frase de Jesús inequívoca. Un día les dijo a sus discípulos: «Vosotros escuchad atentamente estas palabras: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres» (cfr. Lc 9, 44). Se refería al don de la vida que él entregaría en Jerusalén. Y, de hecho, justo después, el evangelista escribe que Jesús se puso en camino de manera decidida para ir a Jerusalén: «Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén» (cfr. Lc 9, 51). Sin embargo, este mismo versículo 51, en el texto griego, utiliza una expresión mucho más fuerte: «αὐτὸς τὸ πρόσωπον αὐτοῦ ἐστήρισεν τοῦ πορεύεσθαι εἰς Ἱερουσαλήμ»; que traducido significa «él (él mismo) endureció su rostro (el rostro de él) para ir (con el propósito de ir) a Jerusalén».

El discípulo que sigue al Maestro debe tener en cuenta que, al tomar ciertas decisiones para ir hacia una meta que Jesús propone, debe hacer como él, ser capaz de endurecer su propio rostro, mostrando una determinación absoluta para cumplir el mismo destino que Jesús; es mostrar una voluntad férrea para afrontar el camino y cumplir el propósito que Dios nos ha encomendado.

 


El camino a Jerusalén:

Metáfora del discipulado

«Jesús pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia Jerusalén».

El Evangelista Lucas comienza a narrar este viaje que ocupa la parte central de su Evangelio, nueve capítulos en los que vuelve como un estribillo esta referencia al camino que Jesús está recorriendo hacia Jerusalén (cfr. Lc 9, 51; Lc 10, 38; Lc 13, 22; Lc 17, 11; Lc 18, 31; Lc 19, 11; Lc 19, 28). Lucas insiste tanto en ello porque quiere que los cristianos de sus comunidades tomen conciencia de que están en un viaje siguiendo a Jesús. De hecho, dar la propia adhesión a Cristo significa caminar con él, recorrer el mismo camino, apuntar a la misma meta: entregar la vida por amor, por eso el discípulo de Jesús tiene que endurecer su propio rostro aferrándose a la voluntad divina.

Los cristianos somos peregrinos,

pero no vagabundos.

Los cristianos de las primeras generaciones en la fe de las primeras generaciones tenían muy clara en la mente esta metáfora del camino, que es la única verdad. Ellos sabían que construirse una vida estable en este mundo era vivir sumergidos en la mentira; y de esta mentira surgían todos los problemas y las malas decisiones.

Los primeros cristianos se llamaban y eran conocidos por los de fuera como "los del Camino", es decir, aquellos que seguían el camino trazado por su Maestro. Se sentían como gente en camino, extranjeros, peregrinos, de paso por esta tierra. Los primeros cristianos se entendían como peregrinos y no como vagabundos (cfr. Heb 13, 14; 1 Pe 2, 11). El peregrino es diferente del vagabundo. Ambos caminan, pero el peregrino tiene una meta, sabe a dónde va. El vagabundo no sabe ni el camino ni a dónde va; además el vagabundo no se hace preguntas sobre su destino, sobre el sentido de su existencia; vive al día, toma lo que consigue encontrar por el camino.

 


Las metas terrenales nunca llenarán

este vacío del hombre

Es natural que en la vida busquemos metas y esperanzas valiosas como obtener un título, formar una familia o encontrar un buen empleo. Sin embargo, al alcanzarlas, a menudo nos asalta una pregunta persistente: "¿Y ahora qué?". Esta inquietud constante no es un defecto personal, sino que tiene una raíz más profunda. Parafraseando a Qohélet, “Dios ha puesto eternidad en el corazón del hombre” (cfr. Ecl 3, 11). El texto advierte que buscar la plenitud solo en metas terrenales nunca llenará este vacío. La verdadera satisfacción se encuentra al responder a esa necesidad de infinito que llevamos dentro, y no al culpar a lo que nos falta en lo material. San Agustín de Hipona lo resume de manera perfecta la idea de que la verdadera satisfacción no se encuentra en las cosas terrenales, sino en la búsqueda de Dios, que es infinito: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en ti." (cfr. Confesiones, Libro 1, Capítulo 1, Sección 1). Y San Juan de la Cruz, místico y doctor de la Iglesia, escribió en su obra "Dichos de Luz y Amor" esta magnífica sentencia: "En la posesión de Dios, el alma posee todo."

 

¿Serán muchos o pocos los que puedan llenar

ese vacío de sentido existencial?

¿Es posible responder a esta necesidad de infinito? ¿el hombre puede llegar a llenar ese vacío? ¿serán muchos o pocos los que puedan llenar ese vacío de sentido en la propia existencia? Es precisamente esta pregunta la que alguien le hace a Jesús, y es una pregunta que nos interesa, y nos interesa la respuesta que Jesús dará, porque se trata de adivinar la vida, de dejarnos salvar en nuestra vida.

         «Uno le preguntó: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?».

 

¿Qué entendían por salvación los rabinos judíos?

En el mundo judío la problemática de la salvación suscitaba un gran interés y provocaba muchas discusiones entre los rabinos. ¿Qué entendían por salvación? La resurrección. ¿Qué resurrección? El regreso a la vida de este mundo. Se había comenzado muy tarde en Israel a hablar de otra vida. Los israelitas no eran como los egipcios que pensaban en prepararse para la vida futura. No, en Israel se pensaba en la vida presente. Los patriarcas, los profetas, creían en esta vida y nada más.

La esperanza principal no era la vida en el cielo, sino la restauración y la plenitud del pueblo de Israel en este mundo. Esto incluía el regreso de los justos a la vida para participar en el reino de Dios en la Tierra. Un ejemplo claro de esta creencia se encuentra en el profeta Ezequiel: «Sabréis que yo soy Yahvé cuando abra vuestras tumbas y os haga salir de ellas, pueblo mío» (cfr. Ez 37, 13).

La creencia en la resurrección no fue un concepto original del pueblo judío. Comenzó a desarrollarse tardíamente, a partir del siglo II a.C., como una respuesta a una pregunta fundamental: ¿Qué pasaría con los justos que morían por ser fieles a su fe?

 

La profunda crisis de fe del pueblo hebreo

Durante la persecución de los reyes seléucidas, entre los años 175 y 164 a.C. [Esta persecución es conocida como la persecución de Antíoco IV Epífanes, quien intentó helenizar Judea por la fuerza, prohibiendo las prácticas religiosas judías y profanando el Templo de Jerusalén] (los sucesores de Alejandro Magno), muchos judíos fueron martirizados por oponerse a la imposición de la cultura pagana. Esto generó una profunda crisis de fe. Si Dios iba a establecer su reino en la Tierra, ¿cómo participarían en él aquellos que habían dado su vida por Él?

La respuesta que surgió fue la siguiente: estos mártires resucitarían y volverían a la vida en este mundo para poder participar en el reino renovado de Dios y gobernado por Dios, un reino sin dolor ni injusticia. De esta manera, la resurrección se convirtió en la esperanza de salvación para los fieles que habían sufrido. E incluso Marta de Betania, cuando Jesús le dice: "Tu hermano resucitará" (cfr. Jn 11, 23), a lo que Marta parafraseándola le responde: "¡Qué descubrimiento! Mi hermano era un justo, por lo tanto, será salvo, volverá a la vida".

¿Quiénes creían en esta resurrección, es decir, en esta salvación? Pocos creían: los fariseos. Eran una minoría. Sin embargo, los sacerdotes del templo, los saduceos, ridiculizaban esta creencia como ingenua. Recordamos cuando se presentan ante Jesús y le dicen: «Sí, pero si una mujer ha tenido siete maridos, cuando todos estos siete vuelvan, ¿de quién será esposa esta mujer?» (cfr. Mt 22, 28; Mc 12, 23; Lc 20, 33). Y se preguntaban: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». O el texto donde Jesús les avisa del peligro serio de las riquezas cuando les dice que «más fácil le es a un camello entrar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos», a lo que los discípulos reaccionan espantados, «entonces, ¿quién puede salvarse?» (cfr. Mt 19, 23-30). Pues bien, los fariseos decían: "Se salvan todos los que observan con escrúpulo todos los preceptos de la Torá".

Los apocalípticos, en cambio, sostenían que eran pocos los que serían salvados, es decir, resucitados. En el cuarto libro de Esdras (libro apócrifo), que es el libro apocalíptico más famoso del tiempo de Jesús, dice: "Este siglo, la era presente en la que vivimos, fue creada por el Altísimo para una multitud de personas, pero el siglo futuro está reservado a un pequeño número". Y hay una expresión que resuena también en las palabras de Jesús: este cuarto libro de Esdras dice: "Muchos son creados, pero pocos son salvados".

 

Colaborar activamente en el

proceso de ser salvados

En griego se emplea el verbo σώζω (sózo), que significa ‘salvar, es decir, librar o proteger (literalmente o figuradamente), hacer salvo, librar, misericordia, preservar, salvar, sanar, sano’. La forma verbal empleada es σῳζόμενοι, el cual es un verbo presente-pasivo-participio-nominativo-plural masculino; el cual es traducido del siguiente modo: «los que están siendo salvados». No se refiere a un grupo que ya fue salvado en un momento concreto (lo que se expresaría con un participio aoristo o perfecto), sino a aquellos que están activamente en el proceso de ser salvados. Esto enfatiza la naturaleza dinámica de la salvación como un camino de fe. La voz pasiva recalca que la acción de salvar no proviene de ellos mismos, sino que es un don que están recibiendo. El verbo implica que hay un agente externo (Dios o Cristo) que está llevando a cabo la acción en ellos.

El personaje anónimo que le hizo la pregunta a Jesús revela ser una persona espiritualmente preparada, madura, que no piensa en la salvación como un premio, sino como un don que Dios hace. Es decir, "son muchos los que son salvados", no "los que se salvan".

 

¿La salvación es un billete de entrada al paraíso?

Sin embargo, este hombre anónimo también comete un error; el mismo error que cometen hoy muchos cristianos. ¿Qué error es éste?; el de pensar que la salvación llega al final de la vida, cuando quien se ha portado bien ha observado los mandamientos, ha evitado al menos los pecados mortales o, si los ha cometido, luego los ha confesado. Entonces, al final, esta persona recibe el billete de entrada al paraíso y de ahí todas las controversias que en el pasado fueron muy acaloradas: ¿Son muchos, son pocos?; ¿alguien va al infierno?, al menos ¿Judas fue al infierno? Acabemos con estos discursos que no tienen ningún sentido, porque la salvación de la que Jesús está hablando es otra cosa.

 

Involucrarse en la construcción

del mundo nuevo con Jesús.

La salvación no es un premio entregado al final de la vida. Allí el Padre acoge ciertamente a todos en sus brazos. Ninguno de los hijos puede ser desheredado (cfr. Jn 6, 37). ¿Dónde reside la confusión o el problema de fondo?  El problema de la salvación de la que Jesús habla es la entrada en el reino de Dios, pero se entra hoy, aquí y en este mundo. En cambio, el reino de Dios era esperado por los fariseos en el futuro. El reino de Dios del que habla Jesús está en el presente, en este mundo.

 

El reino de Jesús sí que es de este mundo…

pero viene de una lógica procedente de lo Alto.

La salvación consiste en dejarse involucrar en el mundo nuevo que él quiere que se construya. Hay una traducción, la cual es muy desafortunada, que ha traído mucha confusión y desorientación; se trata de cuando Jesús le dice a Pilato que «mi reino no es de este mundo» (cfr. Jn 18, 36). En griego está recogido de este modo: «ἡ βασιλεία ἡ ἐμὴ οὐκ ἔστιν ἐκ τοῦ κόσμου τούτου», que traducido es "el reino, el mío, no está siendo dependente de este mundo”, “el reino, el mío, no es de fuera de este mundo”; con otras palabras, para ayudar a entender el sentido: "Mi reino no deriva de la lógica de este mundo, que es la del poder, el dominio, el ser grandes". Mi reino es de este mundo, pero viene de una lógica que viene de lo alto, la del servicio, el amor, el don de la propia vida al hermano.

 

¿Quién pertenece al mundo nuevo?

En este mundo hay que entrar de inmediato. Es el mundo nuevo al que pertenece quien repudia la violencia, quien comparte los bienes, quien se convierte en siervo del hermano.

La pregunta del millón: Pero ¿son muchos o son pocos los que se dejan salvar?; es decir, ¿son muchos o pocos los que acogen esta propuesta de hombre nuevo hecha por Jesús?

Entonces no hay necesidad de preguntárselo a Jesús; basta con que miremos a nuestro alrededor y veremos de inmediato cuántos son los que le dan su adhesión. En la provincia de Palencia (España) en el año 2024 se celebraron 395 matrimonios; de los cuales 237 fueron matrimonios civiles. En la provincia y ciudad de Palencia, en el año 2023 se registraron 170 divorcios (no se saben si de entre matrimonios canónicos o sólo civiles); y en según el último informe publicado por el Ministerio de Sanidad de España, en la provincia de Palencia se registraron 83 abortos en el año 2024. Según el último Barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), los datos de práctica religiosa en España son: El 16,1% de los católicos españoles acude a misa casi todos los domingos y festivos; y un 7,7% lo hace varias veces al mes. ¿Ven como no lo tenemos que preguntárselo a Jesús?

Todavía, a pesar de cómo están las cosas, pueden ser muchos los que van a la iglesia, pero preguntémonos: ¿cuántos son los que dejan de pensar en sí mismos y ponen toda su vida al servicio del hermano? No hace falta preguntárselo a él, basta con que miremos a nuestro lado.

Aquel que acepta esta propuesta de Jesús, de vivir amando es alguien que se deja salvar, y es urgente dejarse salvar de inmediato, no al final de la vida, cuando los juegos ya están hechos.

 

Condiciones para convertirse y

mantenerse como sus discípulos

«Él les dijo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán».

         Jesús ahora deja claro cómo uno se deja salvar, cuáles son las condiciones para convertirse en sus discípulos y para mantenerse como sus discípulos, y da sus indicaciones con tres imágenes.

 


Condiciones de Jesús

1.- La necesidad de luchar

La primera es la necesidad de luchar. «Esforzaos»; pero el verbo griego empleado es ἀγωνίζομαι (agonízomai), que significa “luchar, literalmente (competir por un premio), esforzar, -se, luchar, pelear”. En concreto la forma verbal empleada en el texto griego es ἀγωνίζεσθε (agonízesze) [es la segunda persona del plural del imperativo presente de indicativo del verbo deponente ἀγωνίζομαι (agōnízomai)] que se traduce con un matiz que implica una acción continua, un esfuerzo constante, no un acto puntual: «Estén agonizando luchando vigorosamente»; «esfuércense peleando (en la lucha)».

Esta imagen nos remite a las luchas y a las competiciones en los estadios (cfr. 1 Co 9, 25-27; 1 Tm 6, 12; 2 Tm 4, 7). De estas citas resalto la imagen que emplea san Pablo en la primera carta a la comunidad de Corinto: «Los atletas se privan de todo, y total ¡por una corona que se marchita!; nosotros, en cambio, competimos por una inmarcesible. Así pues, yo corro, pero no sin ton ni son; y lucho como si fuera un púgil, pero no lanzando golpes al vacío; al contrario, golpeo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado».

 

Lo que nos está diciendo Jesús es que se deja salvar quien tiene en cuenta que debe luchar. Se tiene en cuenta la fuerza de la gracia divina que nos asiste con el necesario esfuerzo humano.

 

Condiciones de Jesús

1.- La necesidad de luchar

En nuestro interior

Esta lucha constante, sin cuartel, no ocurre contra un enemigo fuera de nosotros, sino que acontece en nuestro interior. Es ese conflicto que todos experimentamos entre las pulsiones que provienen de nuestra naturaleza biológica, que nos empuja a pensar en nosotros mismos, a replegarnos en nuestro egoísmo, a desinteresarnos de los demás, a retener los bienes para nosotros; y la pulsión del espíritu, que empuja en la dirección opuesta: a amar, a entregar los bienes al hermano, al necesitado, a olvidarnos de nosotros mismos, a ponernos al servicio del hermano. Esa es la lucha interior que debemos tener en cuenta, y es un conflicto muy duro, continuo.

Si no hemos percibimos esta situación de continua guerra interna significa que no hemos entendido lo que nos pide el Evangelio. Si reducimos la adhesión a Cristo a alguna práctica devocional, la invocación de un santo, salir en Semana Santa de cofrade en el paso de la cofradía, en poder subastar las andas de la Virgen para poderla sacar de procesión en el día de la fiesta, etc., no hay necesidad de recibir una gracia divina porque aquí no se da ni lucha ni conflicto; a lo sumo pereza y desgana.

Jesús dijo: «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos sufre violencia, y los violentos se hacen con él» (cfr. Mt 11, 12). Para alcanzar el Reino de Dios se requiere un esfuerzo intenso, un deseo ardiente y una determinación fuerte, similar a la de un asalto o una conquista; no es para gente blanda, ni para indisciplinados ni inmorales; y menos para aquellos que teniendo responsabilidades eclesiales toman decisiones e iniciativas pastorales que se alejan de los criterios de la Sagrada Escritura, de la Tradición y del Magisterio; ni para aquellos que entienden y articulan su actuar pastoral sobre la ‘sinodalidad’ como si fuera un libro en blanco, sin escribir, donde cualquier salvajada cabe y si uno se opone se expone a ser excluido, marginado y tachado de no ser sinodal.

Quien piensa que puede entrar en el reino de Dios sin enfrentar esta lucha interior es un iluso. La enfrentó Jesús. También Jesús tuvo que resistir las seducciones del maligno.

 


Condiciones de Jesús

2.- La necesidad de pasar por la puerta estrecha

La segunda imagen es la necesidad de pasar por una puerta estrecha. ¿Saben ustedes lo que es la puerta con el Ojo de la Aguja? Tiene la forma de un ojo de aguja, muy estrecha. Esa puerta es del tiempo de Herodes, por lo tanto, anterior a Jesús. Naturalmente, había esa puerta estrecha, el Ojo de la Aguja, y luego una puerta más grande. Jesús se refería precisamente a ese Ojo de la Aguja cuando dijo que es más fácil que pase un camello por el Ojo de la Aguja que un rico entre en el reino de los cielos.

 

Condiciones de Jesús

2.- La necesidad de pasar por la puerta estrecha

¿Qué hay que hacer para pasar por una puerta estrecha?

Es preciso dos cosas: La primera es hacerse pequeño. Si uno es grande y corpulento, o sea seguro y soberbio, no pasa por esa puerta estrecha.

Los discípulos de Jesús querían ser personas grandes. Jesús dijo: "Grande es quien se hace pequeño, y solo quien se hace pequeño pasa por la puerta estrecha y entra en el reino de Dios" (cfr. Mt 18, 4; Mt 23, 12; Mt 7, 13-14; Lc 13, 24). Si quieres seguir siendo grande, quieres mandar, quieres que te sirvan, entonces solo puedes pasar por una puerta grande, pero no entras en el reino de Dios, entras en los reinos de este mundo, donde el grande es el fuerte, el poderoso.

         La segunda cosa es si quieres pasar por la puerta estrecha, debes soltarlo todo. No puedes llevar baúles a la espalda. Con los baúles, entonces pasas por la puerta grande y entras en los reinos de este mundo donde se aprecian aquellos que retienen sus bienes para sí mismos. Recuerda la sentencia de Santa Teresa de Jesús: ‘Sólo Dios basta’. O la idea del abandono total a la voluntad de Dios del Hermano Rafael Arnáiz Barón, ya que se encontró con la certeza de que Dios era la único que necesitaba.

 

Condiciones de Jesús

3.- Haz por pasar la puerta

Hay una multitud delante de la puerta. Hay gente que intenta entrar, pero se queda fuera. Esta es la distinción entre el verdadero discípulo, que pasa por la puerta estrecha, y el que se queda delante de la puerta.

El que se queda delante de la puerta, pero no pasa por ella es aquel que se siente atraído por Cristo, por su Evangelio, aprecia lo que Jesús ha hecho y enseñado, pero no se decide a pasar, se queda fuera. Jesús invita a estas personas a reflexionar, porque podría tratarse de una ilusión suya, la de ser salvados, ser discípulos de Cristo. Si no han pasado por la puerta estrecha, se quedan como admiradores de Cristo, pero no entran a estar al lado de Cristo.

 

Condiciones de Jesús

3.- La necesidad de pasar por la puerta estrecha

El peligro del que nos quiere advertir

A estas personas que no quieren escuchar a Jesús, ahora se dirige a ellos. «Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: Señor, ábrenos; pero él os dirá: “No sé quiénes sois”. Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”. Pero él os dirá: “No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”».

Hay un peligro muy serio y siempre actual del que Jesús quiere advertirnos: La ilusión de pertenecer al grupo de los salvados cuando en realidad aún no se ha puesto un pie en el reino de Dios, no se ha pasado por la puerta estrecha.

Y para que identifiquemos bien este peligro, Jesús pone en escena al dueño de casa que se levanta y cierra la puerta, y luego nos hace escuchar las razones que esgrimen quienes se han quedado fuera y pretenden ser reconocidos como miembros del reino de Dios, del mundo nuevo.

 

Condiciones de Jesús

3.- La necesidad de pasar por la puerta estrecha

Las razones que argumentan

Escuchemos bien sus razones, las razones de aquellos que se han quedado fuera, porque son las mismas que esgrimen hoy tantos cristianos que se creen en paz con Dios y con Cristo.

Ante todo, se trata de cristianos que se han quedado fuera, de hecho, llaman a Jesús "Señor, Señor, ábrenos". Este título era dirigido a Jesús solo por los cristianos que lo reconocían como el Resucitado, como María Magdalena: "He visto al Señor" (cfr. Jn 20, 18). Los demás no lo llamaban "Señor", lo llamaban "Jesús" o "aquel hombre", "rabino", "aquel impostor" (cfr. Mt 27, 63).

Son cristianos que se maravillan de ser dejados fuera y se asombran de que Jesús no los reconozca como discípulos, y entonces gritan sus razones. Dicen: «Hemos comido y bebido contigo»; parafraseándoles sería:  "¿Cómo es que no nos reconoces? Siempre hemos vivido en tu casa. Hemos comido y bebido en tu presencia". La referencia es al banquete eucarístico; «y tú has enseñado en nuestras plazas», que es tanto como decir que “hemos participado en todos los sacramentos, todas las liturgias, los cantos, las oraciones, te hemos oído predicar el Evangelio, nunca faltábamos a los encuentros".

Estos son los que se quedaron fuera. Son esos cristianos que se creen en paz con Dios porque conocen a Cristo, aprecian el Evangelio, pero se hace percibir que, para hacerse reconocer, solo presentan prácticas religiosas. Son practicantes, pero esto no es suficiente.

En sus palabras no encontramos ninguna mención a las obras de amor, al servicio al hermano, al nuevo uso de los bienes que se entregan a los pobres. Si lo hubieran hecho entonces Jesús los habría reconocido como discípulos, como personas que se dejaron salvar por su palabra. Ellos no han entendido que las prácticas religiosas a las que luego no sigue un cambio radical de vida se reducen a gestos falsos, incoherentes, hipócritas.

 

Condiciones de Jesús

3.- La necesidad de pasar por la puerta estrecha

Seria Observación de Lucas

¿Por qué Lucas insertó en su Evangelio esta postura dura del maestro contra ciertos bautizados?

En las comunidades del tiempo de Lucas ya había bautizados que presumían de estar en paz porque pertenecían a la comunidad cristiana, conocían a Cristo y su Evangelio, pero no se daban cuenta de que solo eran cristianos de nombre; No se habían dejado salvar por el Evangelio, no habían cambiado de vida, seguían viviendo como antes.

Acumulaban bienes como antes, se comportaban con sus esclavos, porque había muchos cristianos adinerados que tenían esclavos, y los seguían considerando esclavos, como hacían cuando eran paganos. ¿Cómo podían sentarse en el mismo banquete eucarístico y seguir teniendo esclavos? Lucas se siente en el deber de desmentir el falso optimismo de estas personas.

 

Si no has cambiado de vida…

No tienes nada que ver con Jesús

         Como en el tiempo del evangelista Lucas hoy también se corre ese peligro: Una práctica religiosa que tranquiliza, anestesia las conciencias, hace sentir a uno en paz, hace sentir que es un discípulo, mientras que solo es un iluso.

Las palabras de Jesús son duras: «Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”». Jesús diciendo esto está citando el Salmo 6 «¡apartaos de mí, malhechores (hacedores de iniquidad)!» (cfr. Sal 6, 9). El término hebreo פֹּעֲלֵי אָ֫וֶן (po'aley aven) se traduce como "obradores de maldad" o "trabajadores (obreros) de iniquidad, de engaño, de daño"; “hacedores de cosas que no interesan, cosas vanas”; cosas que no le interesan para nada a Dios. ¿Qué cosa no interesa a Dios?; Las prácticas religiosas a las que no corresponde una vida nueva.

«Alejaos de mí» no significa ahora "váyanse todos al infierno"; significa "acepten que no tienen nada que ver conmigo". Dice: "Aunque sean cristianos de nombre y vayan a la iglesia, pero al no cambiar de vida no tienen nada que ver conmigo".

 

Un banquete del que se corre

el riesgo de quedar excluido

Ahora prestemos atención a la última escena, la de un banquete del cual se corre el riesgo de quedar excluido.

«Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».

Tanto en el Antiguo Testamento como en boca de Jesús encontramos el mundo nuevo, el reino de Dios, presentado con la imagen del banquete, la imagen de la fiesta a la que todos están invitados (cfr. Is 25, 6; Is 55, 1-2; Sal 23, 5; Pr 9, 1-6; Lc 14, 16-24; Mt 22, 1-14; Mc 2, 15-17). Nadie es dueño, es un banquete donde la comida es compartida entre hermanos.

 

Fuera del banquete rige

la lógica de la competencia…

Fuera de este banquete rige una lógica diferente, no la de la compartición, sino la de la competencia. Allí las personas no se sienten invitadas, sino dueñas de los bienes que se encuentran a mano y, por lo tanto, pueden comprarlos, venderlos y obtener ganancias en el intercambio, y así acumular la mayor cantidad de bienes posible, dejando, naturalmente, a los demás en la necesidad y también en la miseria.

 

…donde la guerra y la violencia es inevitable.

Esta es la lógica del mundo viejo y en el pasaje que acabamos de escuchar se presenta con una imagen dramática que en el Evangelio de Lucas solo aparece aquí, mientras que en el Evangelio de Mateo vuelve casi como un estribillo: «Allí será el llanto y el rechinar de dientes». ¿Por qué? Porque es el mundo donde inevitablemente habrá guerras, violencia, injusticia y dolor.

         Si deseas quedarte fuera del banquete y deseas estar dentro de este mundo ten mucho cuidado. Ten mucho cuidado porque puedes ser un ganador que puedes ganar y aplastar al más débil; pero no olvides que al final terminarás también tú siendo aplastado. ¿Quieres seguir quedándote fuera del banquete de Jesús?

El cristiano por el hecho de ir a la iglesia no significa que hayas entrado en ese banquete; es preciso que te dejas salvar por el Evangelio; porque si no compartes tus bienes, si sigues la lógica del mundo viejo, estarás en el llanto y el rechinar de dientes. Estás fuera de la salvación.

 

¿Quiénes están sentados

a la mesa en este banquete?

«Cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera».

Están los patriarcas, gente que viene del pueblo de Israel, Abrahán, Isaac, Jacob, los profetas. Pero luego hay una multitud inmensa que viene de oriente, de occidente, de norte y de sur; son esos cristianos que vienen del mundo pagano.

«Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios».

Y en este grupo también hay algunos que nunca han oído hablar de Cristo y del Evangelio y, sin embargo, también ellos se encuentran dentro de la sala del banquete, por lo que han entrado en el reino de Dios. ¿Quiénes son estas personas? ¿cómo hicieron para entrar? Si están dentro significa que pasaron por la puerta estrecha, es decir, se comportaron como siervos. No quisieron ser personas grandes que se hacían servir, se hicieron pequeños, pusieron sus bienes a disposición del pobre y entonces lograron entrar, aunque no estuvieran bautizados, se dejaron mover por el Espíritu que no se da solo a los bautizados, sino a cada hombre.

Recordemos lo que nos dice San Juan: «Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios» (cfr. 1 Jn 4, 7). Por lo tanto, es muy posible que también aquellos que no conocieron a Cristo escuchen al Espíritu y vivan como personas que han entrado en el reino de Dios.

 


La salvación no es para los primeros,

sino para los dispuestos.

La última frase de Jesús: «Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».

Se refiere a aquellos que eran considerados excluidos, es decir, los paganos y que se han convertido en los primeros en ser invitados, mientras que algunos de los primeros han sido excluidos.

Prestemos atención, no dice que todos los primeros se convierten en últimos y todos los últimos se convierten en primeros. Pero "hay algunos". Algunos de los primeros que en realidad son últimos, se refiere a los cristianos. Algunos de los cristianos son últimos, y algunos de los últimos son primeros. La frase es una advertencia para los "primeros" de hoy, es decir, para nosotros, los cristianos. Nos invita a tener en cuenta que, si no somos fieles, podemos terminar siendo los "últimos".

 

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