sábado, 31 de mayo de 2025

Homilía de la Ascensión del Señor, Ciclo C Lc 24, 46-53

 

Domingo de la Ascensión del Señor

01 de junio de 2025 Ciclo C

Lc 24, 46-53

          El Resucitado no es un fantasma, es una persona concreta con un cuerpo material, tangible y visible: el cuerpo del Resucitado. ¿Cómo contar esta experiencia con un lenguaje entendible para todos? Éste es el admirable esfuerzo realizado por Lucas.

 

Cómo hablar, si cada parte de mi mente es tuya

Y si no encuentro la palabra exacta, cómo hablar

Cómo decirte que me has ganado, poquito a poco

Tú, que llegaste por casualidad, cómo hablar.

Lucas cuenta una experiencia muy difícil de poder explicar. Es muy complejo poder hablar y contar las experiencias espirituales. Se puede llegar a manifestar la frustración ante la insuficiencia del lenguaje para expresar la magnitud de los sentimientos religiosos; las palabras cotidianas parecen demasiado pequeñas o inadecuadas para lo que se siente. Por ejemplo, ¿de qué manera expresar con palabras lo que siente una mujer embarazada que siente cómo crece su hijo en su seno? O cuando uno está siendo testigo privilegiado de la interpretación de una pieza del repertorio de órgano atribuido y notado de la Alta Edad Media y donde no consta la interpretación en el pasado ¿cómo poder poner palabras ante esta belleza recién encontrada, ante esa resurrección sonora para hacer audible una obra olvidada? O rebuscando en el baúl del ático de tu casa encuentras una cinta de casete donde está grabada la voz de personas tan amadas que ya no están entre nosotros ¿cómo poner palabras a esos sentimientos tan intensos?

         ¿Cómo hablar de una experiencia del mundo divino si ni siquiera podemos hacerlo de un modo apropiado con la emoción que sentimos cuando escuchamos una partitura musical o contemplando una obra de arte? Es entonces cuando uno reconoce el esfuerzo admirable que han realizado cada uno de los evangelistas para traducir, para plasmar, para reflejar, para concretar la experiencia real del encuentro con el Resucitado.

 

De derrotado a triunfador.

         El Resucitado dice a sus discípulos: «¿De qué os asustáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?» (cfr. Lc 24, 38-39). ¿De dónde vienen estas dudas y estos interrogantes que tienen los discípulos? Es comprensible la confusión de los discípulos porque todas sus creencias han sido refutadas por la Pascua. Sus sueños de grandeza han quedado destruidos. Ellos estaban seguros de que el Mesías estaba del lado de los justos; por lo tanto, el Mesías debía de ser un ganador, en cambio ha sido uno que han crucificado. Además, en sus mentes resuena aquel texto del libro del Deuteronomio (cfr. Dt 21, 22-23) que terminará recogiendo san Pablo en su carta a los gálatas (cfr. Gal 3, 13) de «maldito todo el que cuelga de un madero».

         En la catequesis que ellos habían recibido desde pequeños en las sinagogas era que Dios protege al justo y lo libra de la mano de los malvados; todos los salmos lo repiten. Sin embargo, aquí se ha dado un caso donde el inocente no ha sido protegido por Dios. Por eso, lo acontecido en el tercer día, en la resurrección, les hace entender a los discípulos las cosas de un modo totalmente novedoso. Ellos habían pensado que dejando a Jesús muerto en el silencio y en la oscuridad del sepulcro todo había terminado. Pero en el tercer día, en la resurrección, todas las cosas terminaron iluminadas con la luz de Dios. Jesús ya no era el derrotado, sino el rey victorioso que estaba sentado a la diestra del Padre.

Es entonces cuando sus discípulos se dieron cuenta que el Dios revelado por Jesús no es el altísimo al que hay que dar culto para calmar su ira o para tenerlo contento para evitar una desgracia, sino el que se inclina hacia nosotros y se pone a lavar los pies a sus discípulos. No era el Dios fuerte que amenaza y que se venga de todos aquellos que se atreven a transgredir sus órdenes; sino que es el Dios que ama incluso a aquellos que le odian. El crucificado había hablado de un Dios que es amor y solo amor. No es de extrañar que los discípulos estuvieran turbados por todo lo acontecido en aquel tercer día: Todo quedaba trastornado tanto en sus mentes como en sus corazones.

 

El Resucitado ilumina nuestro ser con su presencia.

El Resucitado les enseña a releer los acontecimientos pascuales a la luz de la Escritura.

«Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.

Vosotros sois testigos de esto. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre; vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto».

En nuestra vida nos encontramos con acontecimientos de cuyo significado no entendemos: violencia, abusos, guerras; vemos a gente buena y rectas que sufren las injusticias y nos preguntamos ¿cuándo vendrá Dios y pondrá todas las personas y a las cosas en su sitio? En aquel día podremos constatar quien tenía la razón y quienes no tenían la razón, quien estaba en la verdad y quién estaba equivocado; quien era el justo y quienes los malvados.

 

La expresión:

«Resucitará de entre los muertos al tercer día»

En este contexto Jesús les dice que «resucitará de entre los muertos al tercer día». ¿Qué es lo que nos quiere decir con esta expresión? No es la profecía de que él resucitará al tercer día después de su muerte. La profecía no es cronológica, es teológica: Es Dios el que pronuncia la sentencia firme e inapelable en el éxito o en el fracaso de una vida. Y al resucitar a Jesús el Señor ha demostrado a todos que Jesús tenía la razón; que Jesús es el justo y el vencedor, y lo es porque hizo de su vida un regalo de amor para todos. Y todos aquellos que como él pongan sus vidas al servicio de los hermanos -los hombres les considerarán fracasados-, pero en el tercer día, cuando Dios pronuncie sentencia en su juicio, ellos también serán acogidos por el Padre del Cielo en la plenitud de la vida del Resucitado.

 

Se nos confía una propuesta

Toda la Biblia estaba escrita para preparar a los hombres a la comprensión de este diseño o plan de Dios sobre la humanidad, tal y como nos manifiesta la constitución conciliar Dei Verbum. Pero no basta con haber entendido este diseño o plan de Dios. Es preciso adecuar y aceptar la propia vida al modo de cómo Jesús de Nazaret lo vivió. Es necesario abandonar el camino viejo y aceptar la propuesta de un hombre nuevo. Uno no sólo debe de encarnarlo, sino que debe anunciarlo a todos los pueblos. Ésta es la misión que el Resucitado confía a sus discípulos.

 

El pecado no es una mancha para lavar

La misión confiada por Jesús a sus discípulos es la de anunciar «proclamará la conversión para el perdón de los pecados». Ellos deben de anunciar la conversión, es decir, el cambio de la dirección de la vida para que el pecado desaparezca. El perdón del pecado no significa limpiar un vestido o pasar con un trapo enjabonado y limpio a una pizarra de un aula de la escuela. El pecado no es una mancha para lavar; es la dirección equivocada que hemos ido tomando en la vida buscando el propio interés: la acumulación de bienes, pensar en uno mismo, el querer utilizar e instrumentalizar a los demás para los propios fines. Este tipo de planteamientos no son de hombres, es inhumano ya que está destruyendo la vida.

El perdón es el resultado de la obra salvadora del Señor; es esa obra que él pone para poder cambiar de dirección, y cuando esto sucede el pecado es perdonado. Dios no me perdona porque yo me haya arrepentido o me disculpo; sino porque Dios hace caer al hombre de que estaba fuera del camino y es entonces cuando uno se arrepiente y cambia de vida. Cuando uno, con la ayuda divina, reconoce que está descarriado es entonces brota el arrepentimiento.

Un adicto al alcohol, a la pornografía, a las drogas… no te reconoce dicha adicción; admitirlo exige un camino y el que ayuda a admitir nuestro pecado, de que estamos fuera del camino de la vida es el Señor.  

Jerusalén equiparada a los pueblos paganos

Esta conversión ha de ser anunciada «a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén». Esto llama la atención porque en Jerusalén, en la ciudad santa, habitaban aquellos que no necesitaban convertirse; ellos ya estaban unidos a Dios y practicaban una religión. Y el Resucitado dice que es precisamente por esta institución por donde se debe de iniciar la conversión. Jerusalén tiene que entender el nuevo rostro de Dios y descubrir cuáles son los sacrificios agradables a Dios y que hay un nuevo Templo del Señor que es Cristo y toda la comunidad de los discípulos unidos a él.

Jesús dice que esa proclamación de la conversión para el perdón de los pecados se comenzara por Jerusalén. Jerusalén era la ciudad santa, donde estaba la institución del Templo, la casa de Dios, donde Jesús equipara a la ciudad a los pueblos paganos. El privilegio de ciudad santa es cesado. Jerusalén era el lugar donde los judíos acudían para el perdón de los pecados en el Templo. Todo esto ha cesado.

 

Discípulos con memoria

y agradecidos por su presente.

En este plan o proyecto de Dios sobre la humanidad los discípulos están llamados a dar testimonio. Para ser testigos hay que haber tenido esta experiencia del don gratuito de la vida; al darse cuenta de lo hermoso que es vivir siguiendo el camino planteado por el Señor y haciendo memoria agradecida de cómo Dios les salvó de aquel camino de perdición, de aquella fosa de la muerte. Testimoniar no es discutir ni pelear. Este testimonio sólo es posible si te dejas guiar por el Espíritu. De este modo los discípulos podrán mostrar al mundo que es posible amar como Jesús ama; de este modo se mostrará, de un modo irrefutable, que ha llegado una fuerza divina que transforma desde dentro la humanidad.

 

Un verbo que encapsula

la esencia del éxodo del pueblo.

         «Y los sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios».

         ¿Qué necesidad había para conducir a sus discípulos fuera de la ciudad de Jerusalén? Recordemos que es de noche (cfr. Lc 24, 29). ¿Por qué razón conducirlos hasta Betania? Como crónica no tiene mucho sentido, pero si entendemos el lenguaje de la Escritura podremos comprender el mensaje.

         El verbo que emplea el evangelista para decir que Jesús «los sacó» es ἐξήγαγεν (ἐξάγω, exágo). Es un verbo griego muy importante porque es el mismo verbo que se usa en el libro del Éxodo para decir lo que Dios ha hecho con su pueblo, los sacó fuera de Egipto, de la tierra de esclavitud para introducir a su gente en los espacios amplios donde pueden vivir en la tierra de la libertad (cfr. Ex 12, 51). Este verbo encapsula la esencia del Éxodo como la liberación divina y el inicio del camino hacia la tierra prometida. El verbo hebreo recogido en el libro del Éxodo es יָצָא (yatsá), que tiene el sentido de ‘abandonar para adquirir la libertad’, ‘escapar para renovar’. Este verbo hebreo es traducido al griego por ἐξήγαγεν.  El evangelista está diciendo que Jerusalén es la tierra de la opresión, de la esclavitud de la cual Jesús nos viene a liberar, del mismo modo de cómo Dios liberó al pueblo hebreo de la esclavitud de los egipcios.

¿Por qué el Resucitado conduce a su comunidad fuera de Jerusalén? Porque Jerusalén es la tierra donde reside una institución religiosa que enseña a adorar y a servir a un Dios que no existe; Es un Dios que no refleja el rostro de Jesús. En el Templo de Jerusalén se adora a un Dios que ofrece su amor a quienes le aman, a quienes le rinden un culto, a quienes le pagan, a quienes le ofrecen sacrificios y holocaustos e incienso. Este Dios concede sus bendiciones al que es bueno y justo, no a los malvados, desagradecidos y retorcidos. La Pascua ha borrado, ha caducado este rostro de Dios (cfr. Lc 23, 45; Mc 15, 38; Mt 27, 51), porque en Jesús de Nazaret se ha revelado el rostro auténtico de Dios; amor y sólo amor gratuito. Concede sus favores y su amor a todos los hombres (cfr. Mt 5, 45). El Resucitado conduce a su comunidad fuera de esta institución religiosa.

 

Betania, imagen de la Comunidad Cristiana.

Jesús les conduce a Betania. Betania es el lugar de la amistad; el lugar donde está la familia que tan bien y tan cariñosamente acogen a Jesús (cfr. Lc 10, 38-42; Jn 11, 1-44; Jn 12, 1-8; Mt 21, 17; etc). Allí, en Betania, es donde hay una familia donde sólo hay hermanos y hermanas (Marta, María y Lázaro); ninguno de ellos es padre ni madre, no hay amos ni padrones. Esta casa de la familia de Betania es imagen de la comunidad cristiana.

Es la casa de la cual se exhala la fragancia del nardo (cfr. Jn 12, 1-8), símbolo del amor puro que se tienen los hermanos de la comunidad cristiana. Por eso es muy importante que de ‘las betaniasemane ese olor a nardo puro, ese perfume del amor, un amor que incluso los enemigos lo pueden oler. 

 

El Resucitado alza las manos

El Resucitado alza las manos. Las manos son el símbolo de las obras que realizamos. Con las manos podemos dar la vida o la muerte; acariciar o maltratar (cfr. Ex 21, 18); construir y reparar (cfr. Neh 3, 1-32) o destruir; ofrecer el pan al hambriento (cfr. Prov 22, 9) o robar (cfr. 1 Re 21).

Jesús alza sus manos y muestra las manos que siempre han bendecido y su último gesto es el de la bendición. En hebreo בָּרַךְ (barak) es bendecir, significa ‘querer la vida y sólo la vida’.

Este gesto de bendecir, recogido por el evangelista Lucas, es un gesto del Antiguo Testamento, es un gesto sacerdotal. En el libro del Levítico en el capítulo 9 se nos cuenta que Aarón alzó las manos sobre el pueblo y lo bendijo (cfr. Lv 9, 22). En el libro escrito por «Jesús, hijo de Sirá, hijo de Elezar, de Jerusalén» (cfr. Eclo 50, 27), el libro del Eclesiástico o Sirácida se nos ofrece una descripción maravillosa cuando el sumo sacerdote Simón, el hijo de Onías, un hombre justo, piadoso y recto, nos cuenta cómo alzaba sus manos sobre toda la asamblea de los hijos de Israel para dar la bendición del Señor, alardeando de poder pronunciar este nombre (cfr. Eclo 50-51); y cuando él alzaba las manos todos se postraban para recibir la bendición del Altísimo: «Como un solo hombre, todo el pueblo se postraba en tierra, para adorar a su Señor, el Poderoso, el Dios Altísimo» (cfr. Eclo 50, 17); «Él (Simón, hijo de Onías, el sumo sacerdote) bajaba entonces y elevaba las manos sobre toda la asamblea de los israelitas, para pronunciar la bendición del Señor y gloriarse invocando su nombre; y, por segunda vez, el pueblo se postraba para recibir la bendición del Altísimo» (cfr. Eclo 50, 20-21).

Esta misma escena es la que Lucas ha tenido en cuenta en del Antiguo Testamento (cfr. Eclo 50, 20) para comunicarnos el último gesto de Jesús dejándonos su bendición. Recordemos que el evangelio de Lucas es iniciado con una bendición, la bendición que Zacarías no puede pronunciar porque está mudo (cfr. Lc 1, 19) pero que al final podrá pronunciar al nacer su hijo Juan (cfr. Lc 1, 67-79). Y concluye su evangelio con otra bendición dada por el Resucitado y que permanece para siempre.

 

Arvot.

«Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo».  El evangelista no está haciendo una crónica de los hechos. Emplea el lenguaje de su época en donde Dios era imaginado, según la literatura rabínica en el Cielo (concretamente en el séptimo cielo). El séptimo y más elevado cielo a menudo se llama ‘Arvot’ (עֲרָבוֹת). Había siete cielos y en el último, en el séptimo estaba el trono del Altísimo. El mensaje que nos quiere transmitir el evangelista es que aquellos que vivieron por amor son los acogidos en la casa del Padre.

 

Ni una gota de amor se desperdicia.

Este rapto hacia el cielo no lo ha inventado Lucas, es un género literario conocido en la literatura bíblica. Recordemos el secuestro de Elías en un carro de fuego; Elías no murió de forma natural, sino que fue llevado directamente al cielo por Dios de una manera espectacular (cfr. 2 Re 2, 1-18). También está presente en la literatura grecorromana, por ejemplo, cuando fueron llevados al cielo Rómulo (el fundador de Roma, desapareció en una tormenta mientras inspeccionaba sus tropas; se creía que el dios Marte lo había llevado al cielo para unirse a los inmortales y se le adoró posteriormente como el dios Quirino), Empédocles (filósofo griego, s. V. a.C.), Alejandro Magno, Heracles o el Hércules romano.

Son imágenes de las que Lucas se sirve, no para escribir una historia material o una crónica, sino para formular de alguna manera la verdad de que Jesús fue recibido en los brazos del Padre. Es la verdad de que la vida entregada por amor a los hermanos y a Dios no se destruye, entre en el mundo de Dios donde ni una gota de amor se va a perder ni se desperdicia.

Los discípulos se postran porque ellos reconocen este juicio de Dios (cfr. Lc 24, 52).

 

Surge la alegría.

Y surge la alegría (χαρά, jará) de sus discípulos. Es que resulta que ellos han entendido después de la Pascua que dejar este mundo corruptible no es motivo de tristeza, sino de alegría. Aquellos que han visto el destino que se espera, ama este mundo y esta vida, pero vive en previsión de aquellas cosas que son las mejores: Estar con Dios. Lo escribe san Pablo a la comunidad de los corintios: «Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman» (cfr. 1 Cor 2, 9).

La muerte es dura, pero con Dios todo adquiere otro matiz. Fea y mala, malvada y retorcida es la vida equivocada, la vida que no ama.

 

Retornan a Jerusalén, pero como libres para liberar.

Puede resultar extraño que los discípulos retornen a Jerusalén, porque ahora retornan a esa Jerusalén, pero con un modo muy diferente de relacionarse con Dios. Ellos retornaron al Templo no para hacer sacrificios ni holocaustos, pero no se quedaban todo el tiempo allí ya que el Templo nuevo es Jesús de Nazaret con toda su comunidad, cuyos sacrificios son las obras de amor. Han vuelto a Jerusalén, pero ahora ya no pertenecen más a la institución religiosa judía ya que han entrado en el mundo nuevo de la Pascua.

sábado, 24 de mayo de 2025

Homilía del VI Domingo de Pascua, ciclo C Jn 14, 23-29

 

Homilía del Domingo VI de Pascua, ciclo C

Jn 14, 23-29

 

         En este pasaje del evangelio de hoy nos encontramos con parte del discurso de despedida que Jesús hizo a sus discípulos en el marco de la Última Cena, el cual es parte de su testamento. Jesús se dirige a ese grupo de discípulos heridos; recordemos que Judas Iscariote salió del Cenáculo para ir y ponerse de acuerdo con el sumo sacerdote en la manera de cómo entregarles a Jesús. Judas prefirió la tiniebla y la oscuridad a la luz. Los otros Once que se quedaron con Jesús estaban asustados, turbados. De tal manera que Jesús les dice dos veces “no se turbe vuestro corazón”.

         Estos Once han cultivado grandes sueños y esperanzas y ahora se dan cuenta que el Maestro está a punto de dejarlos. Sin embargo, Jesús les habla con una potente fuerza divina para prepararlos al momento en el que ellos no podrán ya contar con su presencia física en torno a ellos.

 

Las cuatro preguntas…

         En este momento dramático cuatro discípulos le hacen una serie de preguntas, con las cuales ellos le manifiestan sus incertidumbres más profundas y perplejidades. El número cuatro representa la multitud, la humanidad entera y en estos cuatro discípulos nos encontramos con todas las preguntas que hoy nos hacemos.

 

Las cuatro preguntas…

1.- La de Pedro

         El primero en hacer la pregunta es Pedro, el cual le pregunta: «Señor, ¿a dónde vas?» (cfr. Jn 13, 36). Pedro quiere seguirle, pero no puede seguirle; incluso llega a decir «yo daré mi vida por ti». A lo que Jesús le dice que «a donde yo voy no puedes seguirme ahora, me seguirás más tarde», a lo que Pedro insiste. A lo que Jesús les responde que «en verdad, en verdad te digo que no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces» (cfr. Jn 13, 38). Jesús estaba diciendo a Pedro que ‘Pedro, te entiendo, eres frágil; pero ahora deja que yo llegue a la meta y consiga el propósito de mi vida’. Es nuestra pregunta; queremos seguir a Jesús, pero primero tenemos que tomar conciencia de nuestra fragilidad y Jesús nos entiende en nuestra fragilidad.

 

Las cuatro preguntas…

2.- La de Tomás

         La segunda pregunta es la de Tomás cuando le dice «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos seguir el camino?» (cfr. Jn 14, 5). Hay muchos caminos que se abren ante nosotros; son todas las propuestas de vida que se nos ofrecen por parte de los amigos, de las personas que amamos y estimamos, de los medios de comunicación, etc. ¿Cuál de estos caminos es el que nos lleva a la gloria y nos trae la alegría? Ante tantas propuestas uno queda desorientado. Jesús nos dice «yo soy el camino» (cfr. Jn 14, 6), que es tanto como decirnos que ‘no busques otras formas de camino porque no serás feliz, ya que estás hecho para este camino’.

 

Las cuatro preguntas…

3.- La de Felipe

         A lo que interviene Felipe y le dice «Señor, muéstranos al Padre y nos basta» (cfr. Jn 14, 8), a lo que Jesús le contesta que «¿tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. La cuestión es ¿cómo ver al Padre? El único modo es mirar, contemplar a Jesús, de este modo podremos ver al Padre. Lo contemplamos en el evangelio; cuatro evangelios con cuatro perspectiva diversas y diferentes para mostrarnos el rostro de Dios, al cual estamos llamados a asemejarnos; unir nuestra vida a la suya para ser como él.

 

Las cuatro preguntas…

4.- La de Judas, no el Iscariote

         A lo que interviene Judas y le pregunta «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?» (cfr. Jn 14, 22). A nosotros nos gustaría que Jesús se manifestara al mundo con signos y con prodigios extraordinarios; una manifestación de gloria absoluta ante todos que alzara el clamor de todos. Se percibe en estas palabras de Judas, del hermano de Santiago, el de Tadeo, la decepción de los Once. Parece que quieren decir ‘llevamos tres años contigo Jesús y hemos creído en ti y hemos vivido una aventura maravillosa, y ahora tú te nos vas y todo ha terminado y tendremos que retornar a la vida anterior’. Es tanto como decir: ‘hemos estado anunciando el Reino de justicia, de amor y de paz, pero en realidad el mundo sigue siendo el mismo que antes’.

 

Su desánimo es el mismo que el nuestro.

         Es bastante serio el momento de desánimo en el que están viviendo estos Once apóstoles y es el mismo que experimentamos nosotros hoy. Deseamos que se realicen nuestros sueños y nuestras esperanzas y somos tentados de resignarnos porque parece que todo sigue igual frente al mal. Muchos son los sacerdotes, religiosos y laicos jóvenes que desean dar a luz un mundo nuevo, una Iglesia más unida y evangélica y se comprometen en su integridad en esta realización; pero llegan a un cierto punto en el que uno entra en una esfera de la decepción y se dicen: ‘hemos creído y luchado por un sueño hermoso, pero el reino de Dios no se hará nunca realidad’.

         Este es el contexto en el que hay que colocar las palabras de Jesús del texto evangélico de hoy.  

La revelación que Jesús da no interesa al mundo.

«El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió».

         Jesús está respondiendo a la pregunta planteada por Judas Tadeo. «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?». Jesús nos dice que la revelación que él nos da es la del amor y al mundo esta revelación no le interesa. Al mundo le interesa la manifestación del poder, del dominio, de la gloria, de la riqueza, etc. La revelación que Jesús ofrece no es apreciada ni querida por el mundo ya que no van por esos derroteros. Los milagros se producen y se realizan por la fe que brota de la acogida de su palabra. Quien creen en el evangelio atestigua milagros.

         Jesús habla del don de la vida; de olvidarse de uno mismo; del servicio humilde ante los pobres; de poner los propios bienes al servicio de los necesitados; e incluso dar la vida por el enemigo. Todo esto el mundo lo detesta. El mundo esta revelación no la entiende, no la acepta, la rechaza.

 

El mundo aprecia a quien tiene a muchos a su servicio.

         El mundo aprecia no al que sirve, sino a quien tiene a muchos a su servicio. Muchos discípulos de hoy esperan de Jesús una serie de milagros y prodigios; ahora bien, si nosotros nos adherimos al evangelio los milagros sí que ocurrirán en el mundo. Pero no esperemos que estos milagros vengan como bajados del cielo. En los evangelios nunca se dice que Jesús cumplió milagros (Θαύματα, Thávmata), siempre hablan de señales/signos (σημεῖον, semeíon) siempre que se da fe a su palabra (cfr. Jn 2, 11; Jn 4, 54).

         De hecho, Jesús a toda la gente que espera este tipo de manifestaciones gloriosas la llama ‘generación maligna/perversa/malvada y adúltera’ (γενεὰ πονηρὰ καὶ μοιχαλὶς) (cfr. Mt 12, 39).

 

Entrar en sintonía con la vida de Jesús.

         Jesús explica lo que significa amar: Amar significa entrar en sintonía con su vida; como la esposa une su propia vida al esposo. Esto es el amor, no un vago sentimiento. Es vivir como él ha vivido. ¿Qué sucede si uno se deja involucrar en esta vida planteada por Jesús? Dice Jesús que «mi Padre lo amará». No se trata de un premio que se recibe al fin de la vida; uno entra inmediatamente en comunión con Dios y de este modo se manifiesta la vida que viene de Dios porque uno ama.

         Dios mora/habita en aquel que ama. Cuando uno ama, Dios está presente en él. Cuando se manifiesta el amor, se manifiesta la gloria de Dios, es este tipo de manifestaciones que desgraciadamente el mundo no quiere ni puede recibir. Jesús está presente en cada discípulo que ama.

         El que no ama no recuerda las palabras de Jesús y esta persona pertenece al mundo y no es capaz de captar la verdadera revelación.

 

La promesa de Jesús.

         Jesús sabe que sus discípulos tienen miedo porque amando como Cristo les indica les va a ocasionar que se queden solos. Para infundirles coraje Jesús les hace una promesa.

«Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho».

         Jesús ha hecho una promesa a sus discípulos en el Cenáculo: ‘No os dejaré huérfanos’. Nos dice que el Padre nos enviará otro paráclito (παράκλητος, parákletos).

¿Qué nos está diciendo Jesús? En la anterior traducción el término ‘παράκλητος’ era traducido por ‘consolador’, pero no transmitía la idea que transmitía el término griego ‘παράκλητος’. Paráclito significa a aquel que es llamado cercano; el que viene en tu ayuda, el protector. Y esta promesa realizada por Jesús en el Cenáculo se refiere y nos abarca a todos nosotros. Sentimos la necesidad de tener a alguien a nuestro lado. Una de las cosas más duras de nuestra fe es el sentido del aislamiento en medio de un mundo que piensa, razona, actúa con criterios muy diversos a los criterios evangélicos. Los cristianos decimos y sostenemos discursos y planteamientos que no están de moda (el celibato, la virginidad, la mansedumbre, el servicio desinteresado, la fidelidad matrimonial, el estar abierto a la vida, etc.) Y si uno se comporta según los criterios de la moral evangélica es considerada como una persona rara y en vías de extinción. Es considerada así porque se comporta con otros criterios ajenos a este mundo.

El Paráclito está llamado a estar junto a aquellos que quieren vivir del modo evangélico; porque el paráclito te va a hacer sentir que no estás solo. El Paráclito es aquel que te respalda en las decisiones correctas que te llevan a la vida, que te llevan a la alegría; esta voz es la del Paráclito que te está acompañando, que está a tu lado.

 

¿De qué nos defiende el Paráclito?

El Paráclito significa defensor. ¿De qué cosa nos defiende el Paráclito? Nos defiende de tantas voces que escuchamos. Cuando uno escucha los razonamientos que nos invitan a adaptarnos al abanico de todo lo que te ofrece el mundo, para que disfrutes, que pienses en el momento presente, que pienses en ti mismo y que no te intereses por los otros, etc., de todo esto nos defiende el Paráclito. Hay dentro de ti una voz que te dice que las cosas no están bien, que en eso hay ‘gato encerrado’, que te pintan muy bonito y fácil las cosas, etc., es una especie de alarma interior que nos avisa de caer en el impresionante timo que el mundo nos ofrece como si fuera lo mejor de todo. Nos avisa que esos son sólo discursos de muerte que no debemos ni escuchar. Es el espíritu que te defiende, que me defiende y defiende mi vida, mi libertad, mi dignidad y mi integridad. Ya lo dice el Salmo: «Feliz quien no sigue consejos de malvados ni anda mezclado con pecadores ni en grupos de necios toma asiento, sino que se recrea en la ley de Yahvé, susurrando su ley día y noche. Será como un árbol plantado entre acequias, da su fruto en sazón, su fronda no se agosta. Todo cuanto emprende prospera» (cfr. Sal 1, 1-3).

El Paráclito te evita beber del veneno que se propaga por la mundanidad, de la lógica pagana que predican tantos medios de comunicación y planteamientos con apariencia cristiana, pero con hondura pagana. Ellos te dicen que el mundo nuevo traído por Jesús es un sueño e irrealizable, que es mejor que lo olvidemos y que nos pongamos a crear un mundo lo más soportable posible. ¿Es mejor vivir una vida ligera, sin compromisos, o una vida cargada de significado y responsabilidad? Y el mundo te plantea que lo mejor es vivir de manera ligera, despreocupada, ya que de otro modo uno debería de soportar sobre sus hombros un peso insoportable. Si mi matrimonio va mal me separo y me voy con otra; además si se me acabó el amor, ¿para qué seguir con alguien de la que no estoy enamorado? Si te gusta un chico o una chica, no lo dudes, estate con él o ella y úsalo como se usan los objetos, porque la vida es breve y hay que buscar el placer. Sin embargo, el Paráclito te dice: no eres un objeto, sino una persona; tu corazón tiene memoria y no lo puedes formatear; sino afrontas las dificultades en la vida te convertirás en personas tan frágil como el cristal y evitando el sufrimiento te acabarás muriendo sin sentido. El mundo te dice ‘resígnate y vive como lo hace todo el mundo’.

El Paráclito te dice: ‘vale la pena vivir según el Evangelio’; el reino de Dios se realizará cuando escuches esta voz; es el espíritu que defiende tu vida. El Paráclito te dice ‘dona tu vida si la quieres conservar’.

 

Las dos tareas del Espíritu Santo.

El Paráclito es el Espíritu Santo que el Padre enviará y que tendrá dos tareas que realizar.

 

Las dos tareas del Espíritu Santo.

1.- Entendemos mejor la Palabra y Obra de Jesús

La primera tarea es que él «será quien os lo enseñe todo». El Espíritu nos lleva a siempre a comprender mejor, con mayor hondura el mensaje de Jesús. Esta es una promesa realizada en la vida de la Iglesia e incluso en nuestra vida personal. Por eso entendemos hoy mucho mejor el Evangelio que hace unos cuantos siglos, en el pasado. Los estudios sobre la exégesis de la Palabra no dejan de ser una constante lección que ofrece el Espíritu Santo a la Iglesia. Al explicar la Palabra de Dios no se cambia nada; lo que sucede es hoy por hoy lo entendemos mejor; esto es debido a que el Espíritu Santo nos lo está enseñando; y un pecado contra el Espíritu es rechazar esta nueva luz.

El Espíritu nos enseña a reformular la palabra del Evangelio en un lenguaje siempre nuevo para hacerlo comprensible a todas las culturas y en todas las épocas. El Espíritu no es un maestro teórico ni nos da las indicaciones externas a nosotros; el Espíritu actúa desde dentro, desde nuestro corazón, en la nueva vida; si escuchamos al Espíritu vivimos como Jesús vivió, siempre obediente a su vida divina.

 

Las dos tareas del Espíritu Santo.

2.- Recordar

         La segunda tarea es «os vaya recordando todo lo que os he dicho». Todo lo que Jesús nos ha enseñado nos lo recuerda el Espíritu; mantiene viva la memoria. El verbo recordar (ὑπομιμνήσκω, jupomimnésko) es muy importante en la Biblia. Dios no quiere que su pueblo olvide todas las obras que Dios ha realizado a favor de su pueblo (cfr. Dt 26, 5-11; Dayenú (דַּיֵּנוּ) es una canción tradicional judía que se canta durante la festividad de Pésaj, la Pascua judía, específicamente durante el Séder de Pésaj). Es fácil perder la memoria de la propia identidad como hijos de Dios y así, perdida la memoria, volver a vivir como lo hace todo el mundo. El Espíritu nos comenta continuamente que Jesús tiene la razón.

 

La promesa de un regalo de Jesús.

         «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo, Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis».

         Sabemos que la promesa de Jesús se ha cumplido en la Pascua, porque el Padre del Cielo ha enviado su Espíritu que nos instruye y nos recuerda en cada momento lo que Jesús nos dijo y nos ofrece sus razones.

 

¿Se puede verificar la presencia de este Espíritu en nosotros?

         Hay dos señales inequívocas de que esta vida divina está presente en nosotros. Estas señales son la paz y la alegría, porque la paz y la alegría sólo están presentes en las personas que aman. De no haber amor uno siempre estará inquieto, preocupado. Uno puede estar lleno de dinero, de placeres, de éxitos, pero no tendrás la paz ni la alegría. Estamos hechos para amar. Para saber si estamos en sintonía con el destino divino al que estamos destinados es la paz y la alegría.

 

¿Qué se entiende por paz?

         Es una paz muy diferente a la que ofrece el mundo. El mundo, con su mundanidad, plantea una manera de pensar y de vivir dictada por el Maligno y que da origen a la sociedad ligada por la lógica del poder, del tener, de la competición, del dominio, del querer imponerse a los demás; el principio del dominio del más fuerte.

El mundo liderado por esta lógica malvada también ofrece su paz. Se trata de la Pax Romana muy conocida en el tiempo de Jesús, cuando el Imperio Romano se extendía por todo el mundo y nadie podía reaccionar. El poderío militar romano era indiscutible, lo que disuadía a las grandes potencias extranjeras de lanzar invasiones a gran escala contra el territorio romano. El gobierno imperial se esforzó por mantener la ley y el orden dentro de las fronteras, reprimiendo rebeliones y la piratería. Era la paz del dominio, de la violencia; de tal manera que el débil no tenía fuerza para rebelarse y sólo podía permanecer sumiso. Esta paz dura porque el vencedor logra imponerse y el perdedor no tiene la fuerza para rebelarse. La Pax Romana que justificaba la esclavitud.

Jesús cambia el concepto de paz. La paz de Jesús se funda sobre el amor que rompe barreras; es la paz que une los corazones y que coloca al más fuerte y al más capaz y al más equipado al servicio de los más débiles y necesitados. El otro es un hermano, un hijo del único Padre del Cielo. Jesús no quiere ‘la paz de los cementerios’ donde todos han de estar quedados callados por el miedo a las represalias. Sino que cada uno pone su propia vida al servicio del hermano: sólo esta es la verdadera paz.

 

La Paz que no depende de la turbación.

«Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde». El Señor nos dice que no tengamos miedo. El verbo empleado en griego es ταράσσω (tarásso) que indica la agitación de las olas del mar. Esta experiencia de turbación lo recoge tres veces en el evangelio de Juan.

Jesús está turbado ante la tumba de Lázaro (cfr. Jn 11, 33); Jesús está turbado cuando anuncia su glorificación por la muerte (cfr. Jn 12, 27); y luego es turbado en el Cenáculo, cuando en cierto punto dice que ‘uno de vosotros me va a entregar’ (cfr. Jn 13, 21).

La paz que nos trae Jesús es compatible con este momento de turbación y de agitación, lo cual solemos tener en nuestra vida. Jesús lo experimentó. Sin embargo, esta paz no es apagada por la turbación, ya que hemos organizado nuestra vida en sintonía con el Espíritu. No podemos hacer depender nuestra paz con lo que suceda fuera de nosotros.

La verdadera paz nace de la unión con Dios y el diálogo con el Espíritu. Con la fe estamos llamados a ver y comprender las cosas de un modo diferente, de otra manera: las alegrías y los sufrimientos se enmarcan a la luz del Evangelio, a la luz del Espíritu.

 

Jesús siempre a nuestro lado.

Cuando Jesús ha regresado al Padre los límites temporales y espaciales ya no le someten. Nosotros estamos limitados por un espacio temporal y espacial. Con Jesús resucitado ya no hay nada que le limite, por eso siempre está a nuestro lado.

Jesús nos invita a dar todo nuestro apoyo y adhesión, toda nuestra plena confianza en su propuesta de amor, porque sólo esta propuesta nos sitúa en el mundo de la paz y de la alegría.

lunes, 19 de mayo de 2025

Homilía del Domingo V de Pascua, ciclo C Jn 13, 31-33a.34-35 UN MANDAMIENTO NUEVO

 

Domingo V de Pascua, Ciclo C

Jn 13, 31-33a.34-35

Mandamiento Nuevo

         El mandamiento de Jesús no es una doctrina, sino un gesto profundo de amor y de servicio; el lavatorio de los pies. Es un gesto de servicio que es despreciado por los planteamientos mundanos, ya que es considerado como un gesto de lo más bajo en la clase social, un gesto mezquino, pero si este gesto se hace con amor se convierte en sublime. El amor es el lenguaje universal que todo el mundo comprende. El servicio se ofrece.

 

El bocado no aceptado.

         Estamos en el capítulo trece del evangelio de Juan, en el marco de la última Cena con sus discípulos. Es su testamento. Nos cuenta el versículo anterior, el 30, que «en cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche». Judas no come el pan de la Eucaristía; ya que comer hubiera significado la aceptación, la asimilación de Jesús; pero Judas no puede. No puede porque su corazón ya está ocupado por Satanás, es decir, por su conveniencia. Jesús quiere llegar al corazón de Judas, pero el corazón de Judas está ocupado por la bolsa del dinero. Y el evangelista señala un cierto desprecio hacia Judas ya que ni le nombra en el versículo siguiente: «Cuando salió, dijo Jesús»; no nombra a la persona que salió del Cenáculo.

Y al decir que «era de noche» no es una anotación meramente cronológica, sino teológica. Judas abandona definitivamente la esfera de la luz, de la vida para entrar en la oscuridad, en la muerte, en la cual él ha asumido con libertad. El único evangelista que habla del arrepentimiento de Judas (el cual devuelve las treinta monedas de plata y reconoce haber entregado a un inocente) y de su ahorcamiento es Mateo (cfr. Mt 27, 3-5) y posteriormente el libro de los Hechos de los Apóstoles (cfr. Hch 1, 15-26).

 

En la hora de las tinieblas su amor

se sigue entregando sin reservas.

Jesús dice: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él». El libro de los signos ha concluido (capítulos 2 al 12) y ahora, ya en el capítulo 13 estamos en el libro de la Pasión y la Gloria o el libro de la Hora de Jesús. Jesús interpreta la salida de Judas del Cenáculo, del discípulo que le va a traicionar, como el momento de glorificación del hijo del hombre; es decir, aquel que teniendo la condición divina se entrega a los hombres como una oferta de amor incondicional. Un amor que no reacciona con violencia ante el odio. Es un amor incondicional que se le ofrece y se le entrega incluso al enemigo para manifestar la gloria del amor. Es este el comportamiento que transforma el corazón de cada hombre.

Las tinieblas, la hora de la noche, la hora de la entrega en la cruz no ofuscará a Jesús ni le hará atenuar en su amor, sino que se dará un mayor énfasis a su entrega; un amor que es más fuerte y más potente que el odio de su adversario. Ya que ese amor es un amor de pleno servicio; la gloria reside en el servicio, en la entrega total al hermano por amor.

 

Nos sostiene y consuela en mitad

de la prueba del servicio.

«Hijitos, me queda poco de estar con vosotros». Se dirige maternalmente a sus discípulos y los llama «hijitos» (τεκνίον, tekníon), es la única vez que aparece en el evangelio de Juan. Es una expresión de ternura hacia los cristianos para consolarles y consolidarles en esa lucha diaria y cotidiana en la entrega al servicio al otro sin esperar nada.

Jesús que va libremente a la muerte causada por la traición de Judas y aceptada por amor, sabe que nadie le puede acompañar. Nadie le puede acompañar porque sus discípulos no son capaces de ese amor generoso y total; de hecho, en breve le abandonarán y le dejarán sólo (cfr. Mt 26, 31; Zac 13, 7). Es un momento de gran soledad para Jesús. Jesús, incluso en esta soledad, era capaz de mostrar su amor incluso al traidor.

 


El mandamiento Nuevo para su Comunidad.

Es en este contexto cuando Jesús formula el mandamiento para su comunidad basado en la similitud de su amor sin límites. Con este mandamiento Jesús indica al discípulo cómo situarse en la esfera del amor divino.

En la lengua griega el término ‘nuevo’ se escribe de dos maneras:

Una de ellas es ‘νέος’ (néos), que es para decir algo que empleamos por vez primera (un jersey nuevo, un pantalón nuevo, un libro nuevo, un nuevo trabajador, un nuevo juez, etc.) que indica algo nuevo desde el punto de vista cronológico, es decir, en el tiempo.

El otro término para decir ‘nuevo’ es el término griego ‘καινός’ (kainós), e indica lo nuevo desde el punto de vista de la cualidad, desde lo cualitativamente e indica calidad suprema; se trata de una cualidad mejor que sustituye y que reemplaza todo lo demás. El evangelista escribe ‘ἐντολὴν καινὴν’, mandamiento nuevo, es decir, mejor. 

 

Un mandamiento que se nos propone…

         Jesús no impone el mandamiento, sino que se nos propone, ofrece a sus discípulos. ¿Cómo nos manda este mandamiento pidiéndonos algo que es lo único que no se nos puede mandar? Puedes mandar obedecer, servir, puedes mandar casi de todo, pero uno no puede mandar el hecho de que amemos. Puedes perdonar a tu enemigo, pero amarlo es una opción más compleja, personal y nadie te puede coaccionar. Es como la amistad, uno no puede obligar a ser amigo de otra persona.

Jesús emplea el término ‘mandamiento’ (ἐντολή, entolé) sólo por relacionarlo con los mandamientos de Moisés. No es un nuevo mandamiento que se añade a los ya existente. La cualidad de esa novedad sustituye a todos los demás mandamientos.

…nos propone una Nueva Alianza.

Jesús nos manda lo único que no nos puede mandar; no nos puede mandar que nos amemos. Si Jesús lo hace esa para contraponer y para contrastar los mandamientos dados a Moisés. Esto está en plena sintonía con lo que dice Juan en su prólogo: «Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo» (Jn 1, 17). En la epístola a los Hebreos se nos dice que Jesús se convirtió en garante de una mejor alianza (cfr. Hb 7, 22).

Jesús propone una nueva alianza con sus discípulos. Mientras que la primera alianza fue impuesta por Moisés y establecía una relación entre los siervos y su Señor y basado en la obediencia a sus leyes ahora Jesús nos propone una nueva alianza entre un Padre y sus hijos; una nueva alianza basada en la práctica de su amor.

Mientras que en la primera alianza se mantiene siempre la distancia entre el Dios que ordena y manda y los siervos que obedecen sumisos; en la segunda alianza con Cristo, el hijo y el Padre son unidos en el amor (cfr. Jn 17, 21).

 

El modelo del amor no es el hombre, sino Jesús.

Jesús con su nuevo mandamiento supera el precepto del amor contenido en el libro del Levítico cuando se ordena que ‘ama a tu prójimo como a ti mismo’ (cfr. Lv 19, 18). De esta manera, en el libro del Levítico, la norma del amor estaba en el hombre; sin embargo, en Jesús la norma/modelo/ejemplo de ese amor no es el hombre, sino Jesús: «Como yo os he amado, amaos también unos a otros». Recordemos que el amor de Jesús pasa por el lavatorio de los pies, el cual es un gesto de servicio sin precedentes. Jesús nos deja en claro que este amor se expresa a través del servicio. Es el servicio el que da la libertad y la libertad a los hombres.

 

Quien no sirve no ama.

El Señor nos invita a amarnos. ¿Cómo nos está invitando? ¿hemos de morir todos en la cruz para amar como él? No; lo que nos dice es que nos amemos los unos a los otros lavándonos los pies mutuamente, sirviéndonos como esclavos los unos a los otros. Esto tiene numerosas aplicaciones prácticas: ya sea desde el estar pendiente de la salud de una persona, atenderle, hacerle recados, visitarle, hablar con él, compartiendo dinero con las personas necesitadas, prestándote como voluntario en la parroquia o en una acción social y caritativa, enseñando a los que no saben, apoyando emocionalmente a los que lo precisen, etc. No es posible recogerlo todo porque es inabarcable la cantidad de situaciones tan variadas que se plantean en la vida cotidiana. Quien no sirve no ama. El amor de Jesús respeta siempre la libertad del otro y responde al odio con un amor más grande.

 

Es un amor de identificación con Dios.

En este mandamiento Jesús no pide nada ni para sí ni para Dios, sino sólo para los demás. Dios es presentado no como alguien al que hay que servir por parte de los hombres, sino como alguien que se pone al servicio, ofreciéndose a sí mismo con su propia capacidad de amar. Jesús nos pide que nos amemos como Dios nos ama; y en ese amor al otro se revela el amor a Dios.

En la primera epístola de San Juan nos dice que ‘nosotros amamos porque él nos ha amado primero’ (1 Jn 4, 19). Y sigue diciéndonos que «si alguno dice: ‘yo amo a Dios’, y a la vez odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Jn 4, 20).

Dios no es el objeto del amor del hombre, sino que se funde con el hombre para darle su propia capacidad de amar. Es un amor de identificación con Dios, que se traduce en un amor de donación.

 


El Dios de Jesús no absorbe nuestras energías.

Ese «como yo os he amado» no es un amor que indique la medida o una comparación en este amor, sino se trata de una motivación; si uno es capaz de amar como Jesús es porque uno es amado por Jesús. Es el maestro el que transmite al discípulo esa capacidad y habilidad de amar.

El Dios que Jesús nos presenta no absorbe las energías de los hombres, sino que nos da de los suyo y se fusiona con nosotros para comunicarnos su propia capacidad de amar.

 

El amor cuando se traduce

En servicio se hace Visible.

«En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros».

El amor cuando se traduce en servicio se hace visible. Esta manifestación visible es el único distintivo, la única insignia de que somos creyentes en Jesús. Cuando el servicio se pone a la luz el mundo puede ver a Cristo. Colocando el amor al servicio de los demás se excluye a cualquier otro mandamiento, se excluye porque lo supera y con creces. El amor que se traduce en servicio es un lenguaje universal que no conoce límites ni fronteras. Y es el único distintivo reconocido por todos que manifiesta la presencia del Padre en la humanidad. Poniendo en práctica este servicio por amor cambia nuestra relación con el Padre y nuestra relación con los demás.