martes, 29 de abril de 2025

Evangelio Mt 11, 25-30 "Soy manso y humilde de corazón". Onomástica de la Madre Provincial Hermanitas Ancianos Desamparados, Provincia de San José

 

Eucaristía en Acción de Gracias en su Onomástica

Por la Madre Provincial Sor Ana Palmira Díaz Diego

29.04.2025

Evangelio: Mt 11, 25-30

       Cuando empecé a reflexionar y a hablarlo con el Señor le preguntaba ¿qué les digo yo a esta comunidad de Hermanitas de los Ancianos en la fiesta de la onomástica de la Madre Provincial? Es entonces cuando me vino a la mente la siguiente inspiración: Háblalas de la Palabra para alimentarlas y fortalecerlas en su vocación. Y eso es lo que me he dispuesto a hacer ahora mismo.

 

 

Para poder entender el pasaje evangélico de hoy hay que situar el momento difícil que está viviendo Jesús. Ha dejado Nazaret y se traslada a Cafarnaúm. Al principio había recibido una entusiasta bienvenida y acogida de su mensaje por parte de la gente; también es cierto que estaba precedido por el testimonio que de él había dado Juan el Bautista; el Bautista era muy estimado por el pueblo. Los fariseos y saduceos siempre han estado acechando a Jesús, pero la gente sencilla estaba con él. Vosotras y un servidor, somos de ese grupito de personas que estamos con Jesús y que, a pesar de los años -algunas más que otros- seguimos entusiasmos de estar con él.

 

Juan el Bautista decepcionado de Jesús.

Sin embargo, en los capítulos 11 y 12 del evangelio de Mateo se nota un cambio de las personas a la hora de acoger a Jesús. La razón es que no entienden lo que Jesús les propone; no entienden que Jesús se ponga de la parte de los pobres, de los pecadores, de los excluidos, ni entendían que Jesús comiera y hablara con los publicanos/recaudadores de impuestos. Hasta tal punto que el primero en escandalizarse es el propio Juan el Bautista. Porque Juan el Bautista sostenía su tesis de borrar del mundo el pecado con el propio pecador: «Ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego» (cfr. Mt 3, 10). Juan el Bautista proyectaba la purga donde es recogido el grano y quemada la paja en el fuego con un juicio inminente. Por lo tanto, según Juan el Bautista, el Mesías debía de llegar para acabar con toda la gente mala y pecadora que hubiera en el mundo. Al darse cuenta que Jesús es el Mesías, pero no es el Mesías que él esperaba empieza a entrar en crisis; porque no sólo Jesús no toma represalias contra los pecadores, sino que incluso celebraba comidas con ellos sin ocultarse. El propio Jesús nos llega a decir ‘dichoso el que no se escandalice de mi’ (cfr. Mt 11, 6) porque Jesús ha venido para poner ‘las cosas patas arriba’, el poner ‘patas arriba’ todas las convicciones que tenía Juan el Bautista.

 

La gente buscaba su propio y egoísta interés…

La gente ¿por qué se acercaba a Jesús? Porque esperaba curaciones, esperaban milagros, querían obtener algunos favores; es decir, estaban con él por el propio interés. Y cuando Jesús ha empezado a hablar de conversión del corazón; cuando empezó a proclamar las bienaventuranzas que eran muy diferentes a las bienaventuranzas que ellos aspiraban (el enriquecerse, el imponerse, el empoderarse, el ser servido, etc.) es cuando Jesús ha comenzado a interesar menos a la gente.

Lo mismo pasa a tantos cristianos que piensan que cumpliendo y adorando a Dios serán los protegidos y los más favorecidos por ese dios dándoles las cosas que ellos aspiran de la vida terrena. Pero cuando abrieron el evangelio y se dieron cuenta que la propuesta de Jesús del hombre nuevo pasa por ponerse al servicio del hermano, que uno se tiene que olvidar de uno mismo, etc., pues este Jesús cada vez interesa menos y tanto entusiasmo se va enfriando.

 

…Surge la hostilidad hacia Jesús.

Y cuando las personas no obtienen lo que desean de Jesús, cuando su modelo de hombre nuevo no coincide con lo que ellos desean es cuando empiezan a difamar a Jesús y a crearse un clima de cierta hostilidad y rechazo. Empiezan a decir cosas como que «este no echa fuera los demonios sino por Belcebú, príncipe de los demonios» (cfr. Mt 12, 24). Jesús se convierte en contrincante y en enemigo de muchos de sus intereses. Incluso llega Jesús llega a manifestar esta expresión: «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que se habrían arrepentido en cilicio y ceniza. Por tanto os digo que en el día del juicio será más tolerable el castigo para Tiro y para Sidón, que para vosotras. Y tú, Cafarnaúm, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que se han hecho en ti, habría permanecido hasta el día de hoy. Por tanto os digo que en el día del juicio será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti» (cfr. Mt 11, 20-24). Dice ese «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida!», no como amenaza, sino como una lamentación de un profundo luto porque han perdido la oportunidad de la historia.

 

Ni sus parientes le comprenden…

Estamos en el contexto que ni siquiera sus parientes creen en él; hasta tal punto que vienen desde Nazaret para llevarlo con ellos a casa, y será el momento donde Jesús dirá que ha dado inicio a una nueva familia (cfr. Mt 12, 46-50).

En este clima o contexto de desconfianza, de protesta, de fracaso es cuando Jesús eleva al Padre una conmovedora oración.

 

La oración que Jesús eleva al Padre.

«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.

Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».

Nosotros nos lamentamos, Jesús no.

Las cosas se están poniendo mal para Jesús. Ya nadie le escucha, no interesa lo que está predicando. Cuando nosotros pasamos por esta situación nosotros nos desanimamos y empezamos a lamentarnos al constatar que a la gente lo único que le interesa es divertirse y disfrutar, no les interesa la predicación del evangelio; además empezamos a decir que somos pocos los hermanos de las comunidades cristianas y nadie se anima a sumarse, etc. Nosotros nos quejamos, en cambio Jesús no.

 

¿Qué es lo que hace Jesús en esta situación de fracaso?

¿Qué es lo que hace Jesús en esta situación de fracaso de su predicación, de su labor apostólica? Bendice al Padre. Bendecir es ‘decir bien’; es una expresión de alegría porque en el diálogo con Dios descubre que hay un plan detrás de todo esto. Es una situación que falla, de fracaso, pero hay un plan de Dios que Jesús ha descubierto mirando al Padre; de este modo el Hijo ve las cosas tal y como las ve el Padre. Ante esto Jesús lo reconoce y lo proclama con alegría ya que ha comprendido que todo lo que le ha sucedido entra dentro de los planes y del diseño del Padre. Por lo tanto, tiene un significado hermoso, positivo.

Es una llamada para que todos aquellos que atraviesan momentos difíciles asumamos una actitud de alabanza con la oración al Padre. De no hacerlo nuestras ansiedades, nuestros pesimismos, nuestras preocupaciones nos dominarán. El Señor nos educa para que miremos a lo alto cuando los momentos duros nos acechen; es fundamental ver las cosas y acontecimientos tal y como las ve Dios; al hacerlo toda nuestra vida cambiará. Al hacerlo las tempestades se serenarán, la paz se irá imponiendo, las decisiones que tomemos serán más reposadas y más equilibradas.

¡Qué hermoso es contemplar a Jesús sonriendo y brillante en los momentos difíciles!

 

Llama a Dios con el apelativo de Padre.

Encontramos que Jesús llama a Dios con el apelativo de Padre unas 181 veces.

Los pueblos paganos cuando empleaban el nombre de Dios como padre se referían a un padre creador pero caprichoso, impredecible y exigente. Ese dios tenía que ser servido con holocaustos y sacrificios de sangre.

El Padre de Jesús es completamente diferente. Es un Padre que no pretende esperar nada del hombre, no quiere ser servido por el hombre; simplemente quiere que aceptemos sus dones, sus regalos porque solo aceptando y acogiendo sus dones puede el hombre ser feliz.

 

Desea que nos adentremos en esa intimidad con Dios.

Jesús emplea el apelativo que emplea los niños Ἀββᾶ (Abba), en la forma aramea אַבָּא (pronunciado abba). Es el término propio para introducirnos en esa intimidad con Dios. Cuando nosotros entramos en esta intimidad con Dios veremos los momentos difíciles de un modo más sereno, tal y como los vivió Jesús. De ahí que Jesús nos introduzca en esa relación tierna, cercana y entrañable con el Padre. Tenemos un Padre del Cielo al cual podemos recurrir y dirigirnos en la oración cuando las cosas se ponen complicadas y delicadas; el cual nos ayudará a ver y comprender las cosas tal y como él las ve y percibe.

 

Señor del Cielo y de la Tierra.

Jesús llama a Dios Padre «Señor del cielo y de la tierra». Es el Dios Pantocrátor (del griego παντοκράτωρ, pantokrátōr), es decir, que tiene en sus manos los destinos de los pueblos (cfr. Sal 47, 2; Sal 66, 7; Sal 75, 7; Sal 82, 8, etc.) y los destinos de la historia, incluso cuando las cosas ocurran fuera de los esquemas de nuestros criterios. Si lo vemos con los ojos de Jesús caeremos en la cuenta que la historia está dirigida por Dios.

 

¿Qué cosa no han recibido los sabios y entendidos?

         Y se refiere al Padre haciendo alusión a dos cosas; una positiva y otra negativa. La primera es la negativa «porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos».

¿Qué cosa no han recibido los sabios y entendidos? Es el Dios que ama a todos sin distinción, que no hace distinción entre buenos y malos; que tiene como atención especial para los malvados, los enfermos por el pecado porque están arruinando su vida; por eso Dios se preocupa por ellos porque los ama. Dios aborrece el mal, pero ama totalmente a sus hijos. Esto los sabios y los entendidos de la época de Jesús no lo podían aceptar porque ellos estaban enfrascados y protegidos por su propia sabiduría. Para los sabios solo cabía el dios al que había que ofrecer sacrificios y holocaustos y no aceptan que los hijos sean felices ni que pueda dar su espíritu divino. Estos sabios y entendidos no aceptan que acogiendo el espíritu y la vida de Dios les pueda cambiar la vida; ellos se encuentran muy seguros con su sabiduría y sus conocimientos y nada ni nadie les va a alterar nada de lo ya establecido desde la antigüedad. Ellos no aceptan lo que dice la primera carta de San Juan ‘si Dios nos ha amado tanto debemos amarnos los unos a los otros’ (cfr. 1 Jn 4, 11). Estas cosas los sabios y entendidos no lo comprenden, no lo entienden, tienen la mente ofuscada a causa de su sabiduría humana. No es que Dios quiera esconder estas cosas a estas personas, pero lo que ocurre es que aquel que está seguro de su propia sabiduría ya se encuentra tranquilo, ya no busca porque cree saber ya todo y no necesita de nada más. Son todos aquellos cristianos que dicen saber y conocer todo y no precisan ya de catequesis, ni de una palabra de orientación, ni de corrección. Creen que lo que aprendieron en las catequesis de la Primera Comunión les sigue valiendo ahora que están ya que más que bien creciditos. Esta gente es la que está blindada a la Palabra dada por el Señor; ya que ellos no están en condiciones de acoger la revelación plena que Jesús les viene a comunicar.

 


¿Qué ha sido revelado a los pequeños?

Luego está el lado positivo que son los que captan y aceptan esta revelación de Dios, sólo los pequeños. Son los pequeños, no los ignorantes. No se trata de un conocimiento que se adquiere con razonamientos; es una revelación que viene de Dios. Es lo que Jesús dice a Pedro: «Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (cfr. Mt 16, 16-17). Los sabios de este mundo han rechazado la revelación mas los pequeños lo han acogido con agrado porque ellos sí que aceptan el diseño, el modelo, el paradigma del hombre nuevo y de sociedad nueva que viene a traernos Jesús.

 

Dos momentos en los que Jesús se sorprende

         Una primera vez en la que Jesús se sorprende es cuando va a Nazaret y no es acogido (cfr. Mc 6, 5-6).

Otra vez que se maravilla es frente a la fe del centurión, ya que no se esperaba una fe tan grande en un pagano (cfr. Mt 8, 5-13).

Se puede añadir una tercera vez en la que Jesús se sorprende o maravilla por algo que no se esperaba: la incomprensión y el rechazo de la propuesta del hombre nuevo, del rostro de Dios, por parte de los sabios y de la persona mejor preparadas; ya que ellos sabían las escrituras y las enseñaban a la gente, pero no las comprendían. La razón de ese rechazo es su propia autosuficiencia; no sentían la necesidad de cambiar ya que ellos se habían instalado y no estaban dispuestos a cambiar de postura ni de cambiar de posición.

 

La razón de la alegría de Jesús.

Jesús se alegra y da gracias a Dios porque el designio del Padre se cumple en medio de experiencias de pobreza, de debilidad y de fracaso.

El primer mensaje que el Señor nos envía es precisamente es que reconozcamos siempre la belleza del diseño/designio de Dios. Esto es posible cuando nosotros elevamos los ojos a lo alto, tal y como lo hizo Jesús, y dejamos iluminar nuestro mundo con su luz.

¿Es que estoy enfadado y molesto porque no entiendo nada y me siento mal? ¡Cristo ha resucitado y yo no lo estoy experimentando y estoy cabreado! Tranquilo hermano, esto tiene un sentido, puede ser que el Señor te esté entrenando -como en un gimnasio- para poder afrontar una gran batalla en la que ayudes a salvar y a crecer en la fe a muchos de tus hermanos. Tal vez el Señor te quiera poner como una luz en medio del camino obscuro de la vida para que seas como ese faro que ilumine la vida de muchos hermanos que están desorientados y que sean, gracias a tu estar ahí, orientados hacia Cristo. Todo tiene su sentido. Lo que sucede es que el Demonio no quiere que estés ahí, porque desea que los hermanos sigan desorientados y se pierdan. Acuérdate de Aarón que le involucraron en la fabricación del becerro chapado en oro (cfr. Ex 32, 1-6). También Aarón sufrió esa crisis, pero salió perdonado y fortalecido.

         Si en medio de la crisis nos ponemos bajo la mirada del Padre, saldremos fortalecidos y con una potente experiencia pascual. El único que conoce al Padre es el Hijo porque está en plena sintonía y ha venido al mundo para mostrarnos su rostro a cada uno de nosotros.

 

La gente sencilla está sometida a una esclavitud.

«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

La gente sencilla es la que tiene el corazón abierto para recibir la revelación que viene del Cielo y que Jesús nos presenta con su mensaje. A estas personas Jesús les percibe cansados y agobiados. Jesús se comporta como el enamorado que dice ‘yo no quiero ver a la gente infeliz y desasosegada’.

Jesús se da cuenta que esta gente está esclavizada. ¿Por qué están esclavizadas? Están esclavizadas porque la gente sabia e inteligente les ha colocado pesos insoportables de preceptos y disposiciones, las cuales no tienen nada que ver con lo que dice la Palabra de Dios. Muchas cosas se han impuesto en nombre de Dios y ellos son insensibles e indiferentes ante el sufrimiento que eso origina. El propio Jesús lo dice respecto a los maestros de la ley y de los fariseos: «pero ellos no mueven ni un dedo para llevarlas» (cfr. Mt 23, 2-4).

 

¿Cómo discernimos si una cosa procede o no de Dios?

Jesús, como en nuevo Moisés, están intentando liberar a este pueblo sencillo; Jesús no sólo les ayuda a moverlo, sino que incluso nos quiere llevar en brazos porque la Palabra de Dios es para hacemos felices y no para torturarnos ni oprimirnos.

Si queremos saber si una cosa viene de Dios sólo tenemos que ver a la persona que lo escucha, si sonríe y si está feliz es que viene de Dios.

Santa Teresa de Ávila (1515-1582), esta mística española describe en sus obras, como "El Castillo Interior", las profundas experiencias de unión con Dios que llenan el alma de una alegría inefable. Ella habla de cómo la presencia de Dios trae consigo una alegría que no se puede comparar con los placeres del mundo. Aunque sus expresiones varían, la idea central es que la intimidad con Dios es la fuente de una alegría verdadera y sobrenatural.

San Juan Pablo II en su exhortación apostólica "Gaudete in Domino" ("Alegraos en el Señor"), reflexiona sobre la alegría cristiana y su fundamento en Dios.

Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars que dedicó su vida al cuidado de los ancianos desamparados, viendo en ellos el rostro de Cristo, en esta entrega total, realizada por amor a Dios, era una fuente de profunda satisfacción y, por ende, de alegría interior. Obraba siempre "por Dios, con el recto fin de agradarle y servirle". Esta orientación hacia Dios en sus acciones era central en su vida. La alegría viene de Dios.

El Señor nos dice «yo os aliviaré», yo ‘os daré reposo’; el descanso o reposo que nos dice nos remite a la tierra prometida una vez salido de la esclavitud de Egipto. Jesús desea que hagamos este éxodo hacia la palabra liberadora. Muchos dicen que la religión católica es la religión del no: no matar, no robar, no fornicar, etc. Están llamados a hacer ese éxodo liberador al sí a la vida; sí a compartir los bienes, sí a respetar a la otra persona, etc. Sí a ese modelo de hombre planteado por Jesús.

 

El tema del yugo.

¿De qué yugo está hablando? Está hablando del yugo de la ley, de la Torá (en hebreo: תּוֹרָה‎ Torah). La Torá era el yugo que el israelita tenía que cargar. Recordemos a Pedro en el capítulo 15 del libro de los Hechos de los Apóstoles cuando hace su discurso y dice si se debe de continuar observando estas tradiciones y añade inmediatamente «¿por qué queréis ahora poner a prueba a Dios, tratando de imponer a los discípulos un yugo que ni nosotros ni nuestros antepasados hemos podido soportar?» (cfr. Hch 15, 10).

El discípulo de Cristo sólo tiene un yugo, el que llevó Jesús; el yugo de Jesús es el amor. El amor es la vida del Espíritu que se nos ha sido donada. Quien escucha y sigue a este Espíritu está llevando el yugo del amor de Jesús.

 


Es el yugo que se adapta a nuestra persona.

Dice que el yugo «es llevadero»; en griego no se dice ‘llevadero’, sino χρηστός (jrestós), significa que ‘se adapta bien a quien lo porta’. ¿Por qué se adapta? ¿Por qué razones? Porque nuestra naturaleza de hijo de Dios está hecha para esto; porque hemos sido hechos para amar. Es el yugo que se adapta a nuestra persona.

 

Manso y humilde.

Y el Señor nos dice «que soy manso y humilde de corazón». ¿Qué significa corazón manso y humilde? El corazón es el centro de donde parte todas las elecciones y pensamientos de la persona. El corazón de Jesús, que es el corazón de Dios en griego es πραΰς (praús), es decir ‘que es el hombre que nunca pide abusos ni acoso, y nunca cae en la tentación de reaccionar con la violencia, ni vengarse’.

Mateo es un judío que escribe a una comunidad judía y en su evangelio presenta a Jesús como en nuevo Moisés. Y es precisamente de Moisés el que recibe este elogio de la Escritura: «Moisés era el hombre más humilde y sufrido del mundo» (cfr. Num 12, 3). Jesús es el nuevo Moisés que nos acaudilla por el éxodo hacia la libertad y la vida en plenitud.

Y su corazón también es ταπεινός (tapeinós). ¿Qué significa? Humilde, es el que está pronto a doblegarse a recibir órdenes y cuando alguno le manda lo que hace es inclinar la cabeza. Jesús es humilde porque ha servido hasta el final a Dios, llegando a morir en una cruz por amor.

Si nos dejamos guiar por el Espíritu y queremos tener un corazón como el de Jesús, también nosotros debemos inclinar la cabeza ante quien nos solicite su ayuda. E inclinamos la cabeza al Señor porque estamos enamorados y únicamente deseamos estar con nuestro amado.

sábado, 26 de abril de 2025

Homilía del Domingo II de Pascua, Ciclo C Tomás, 'tu gemelo'

 

Domingo II del Tiempo Pascual, Ciclo C

27.04.2025   Jn 20, 19-31

          En el evangelio de hoy el evangelista Juan nos contará lo acontecido en la tarde del domingo de Pascua.

 «Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros».

         Los discípulos estaban con las puertas cerradas por miedo a los judíos. No se habla de los apóstoles, ni de los Doce menos uno. Se refiere a los discípulos, es decir, a todos aquellos que, en cualquier momento o lugar, a pesar de su perplejidad, incertidumbre y fragilidad, han otorgado su plena adhesión al Maestro.

         El evangelista desea que nos reconozcamos en esos discípulos asustados y cerrados en casa con todos nuestros miedos.

                                              ¿Quiénes infunden miedo a esta pequeña comunidad?

         Nos cuentan que son los judíos; pero según el evangelio de Juan, diciendo que eran los judíos no se refiere ni indica a los israelitas o a los habitantes de la región de Judea. Indican a todos aquellos que, en cualquier lugar y tiempo, se oponen a Jesús y a su evangelio. Ellos representan a todos aquellos que prefieren la tiniebla a la luz; la mentira antes que la verdad; el odio al amor.

         El miedo de esta comunidad nace del hecho de saberse consciente de tener que lidiar con un mundo hostil. Esta pequeña comunidad ha de proponer una sociedad alternativa y fraterna en un contexto de un imperio que se basa en la esclavitud. Debe anunciar el amor incondicional de un Dios que es Padre de todos y que ama a todos de un modo incondicional en un mundo pagado e idólatra. Esa pequeña comunidad esta urgida a aprender a denunciar al uso de la espada en un mundo donde prevalece la ley del más fuerte donde se recurre a la violencia para poder dominar y someter. Esta pequeña comunidad está llamada a proponer una sociedad alternativa.

         Esta comunidad cerrada en el cenáculo es la imagen de la Iglesia que teme la confrontación y la comparación con el mundo. Resuena las palabras de San Juan Pablo II, pronunciadas aquella frase pronunciada al inicio de su fecundo pontificado, aquel 22 de octubre de 1978: "¡No tengáis miedo, abrid las puertas a Cristo!". O aquella frase del Papa Benedicto XVI pronunciada en el discurso en la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid en 2011: "Queridos amigos, que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra”.

         Cuando la Iglesia tiene miedo, ¿qué es lo que hace? Se repliega sobre sí misma, se encierra con miles de candados. El miedo es un pésimo consejero que nos hace ser agresivos, intolerantes, fanáticos; donde el diálogo cesa y no se proponen nuevos planteamientos.

         Los miedos están justificados, pero han se de ser superados a la luz del Espíritu Santo, ya que la Iglesia se ha de confrontar con una sociedad cada vez menos dispuesta a aceptar propuestas evangélicas. Hablar de renuncia, de sacrificio, de atención al otro son propuestas que son desafiantes y que están pasadas de moda en esta sociedad. Ante esto sucede que la Iglesia está tentada a mantenerse alejada de esta sociedad. A la Iglesia se le acusa de ser retrógrada, anticuada, de ser personas acordes a planteamientos medievales… y esto hace que muchos renuncien a llevar el anuncio del evangelio al mundo.

¿Qué nos libera de todos estos miedos?

         Lo que nos saca y nos libera de todos estos miedos es la presencia de Jesús en medio de nosotros. Jesús nos dice: «Paz a vosotros». El acontecimiento que cambia todo es el encuentro con el resucitado; la alegría de saber y de experimentar que Cristo resucitado está en medio con su comunidad.

         Juan no está contando o narrando una aparición de Jesús, no nos dice que Jesús se hizo visible y luego se volvió invisible. El evangelista Juan no habla de apariciones de Jesús, no dice que fue visto; dice que está en medio de la comunidad. Habla de un modo nuevo de estar presente en medio de los discípulos. Cuando Jesús estaba condicionado por la propia condición humana estaba sometido a los límites del espacio y del tiempo; cuando estaba en Jerusalén no podía estar con su madre en Nazaret. Hoy el resucitado ya no tiene esos límites, él está siempre en medio de su comunidad en cualquier lugar y en cualquier tiempo. Los miedos solo pueden desaparecer cuando estos discípulos toman conciencia de que ellos no están solos ya que el resucitado está en medio de ellos.

        

Las manos significan la acción, sus obras.

«Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros».

         Jesús al mostrar las manos y el costado era el mostrar su propia identidad; que el crucificado es el resucitado. Pero el significado del gesto de Jesús va más allá: La mano indica la acción, las obras que una persona ha realizado. Con las manos se puede acariciar o golpear, puedes ayudar a la vida o puedes matarla, puedes levantar o aplastar, si hemos dado de comer al hambriento y de beber al sediento, etc. Al mostrarles las manos les está recordando todo lo que con ellas ha realizado y ellos han sido testigos directos de todo ello, para que pasándolo por su memoria y su corazón lo hagan ellos también. Nuestra vida será juzgada por las obras que nos revelen lo que hemos sido y lo que somos.

         Jesús ha venido al mundo para mostrarnos las manos de Dios. En el Antiguo Testamento se habla mucho de las manos de Dios que hacen obras maravillosas en favor del hombre, pero también se habla de las manos de Dios cuando golpean, por ejemplo, cuando Dios extendió las manos sobre Egipto con las diez plagas. Recordemos el capítulo 15 del libro del Éxodo cuando los caballos y caballeros egipcios fueron ahogados en el mar Rojo y dice la Escritura: «Lo hizo tu diestra, resplandeciente de poder; tu diestra, Señor, aplasta al enemigo» (cfr. Ex 15, 6). Y también en el libro de los Macabeos cuando el séptimo de los hermanos antes de morir dijo rey verdugo, gobernante del Imperio Seléucida, Antíoco IV Epífanes: «Y tú, que eres el causante de todas las desgracias de los hebreos, no escaparás de las manos de Dios» (cfr. 2 Mac 7, 31). En la epístola a los Hebreos se dice: «¡Es terrible caer en las manos del Dios vivo!» (cfr. Hb 10, 31); donde el autor está hablando de aquellos que han hecho opciones de muerte y por lo tanto utiliza, de modo dramático, el lenguaje que empleaban los rabinos que amenazaban con sus sermones.

         En las manos de Jesús vemos la revelación definitiva y perfecta de la obra que Dios realiza. Con las manos Jesús da la vista al ciego; acaricia a los leprosos, a los cuales nadie se podía acercar; parte los panes y los peces a los hambrientos; levanta al paralítico que no podía moverse; son manos que bendicen a los niños; son las manos que lavaron los pies a sus discípulos en la Última Cena; son las manos que siempre han estado al servicio de la vida.

 

         Manos con los agujeros de los clavos.

         Son manos heridas con los clavos. ¿Quiénes clavaron esas manos? Aquellos que querían perpetuar las obras de la violencia, aquellos que apuestan por el ataque y que hacen la guerra; son las manos que toman en lugar de dar. Son aquellas manos que se mueven por los criterios del mundo viejo; son las manos que están para dominar y no para servir; esas son las manos que han taladrado las manos del Maestro. Son las manos que han rechazado la propuesta del hombre nuevo que ha venido a traer el Hijo de Dios. Las manos de Jesús son usadas sólo para el amor, incluso a los enemigos.

         Además de mostrar sus manos Jesús también muestra su costado. De su costado brotó sangre y agua. La sangre y el agua en la Biblia indican la vida. De ese costado surge las fuerzas y nuestras capacidades para el amor. Y nos cuenta el evangelista que al verlo los discípulos «se llenaron de alegría». La alegría nace cuando acoges y encarnas su propuesta de amor porque estamos programados para amar como Jesús amó; sólo así estaremos en armonía con nuestra identidad.

 

El Señor les otorga una misión

         «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

         Jesús les involucra en una misión, una misión que da la vida. Les confía una misión para que lleven su mensaje a personas que viven y piensan de un modo totalmente diferente al suyo. Si en el mundo hubiera reinado la fraternidad, el amor y la paz no nos habría enviado el Señor. El Padre ha enviado a su Hijo al mundo y ha amado este mundo; y este mundo necesita del evangelio. Frente a las fuerzas del mal nos sentimos débiles porque el demonio está constantemente tentándonos, tal y como lo hizo con Jesús. Es el poder abrumador del mal el que nos asusta. Si sólo nos fiamos de nuestras frágiles fuerzas tendríamos muchos motivos para resignarnos y renunciar a la misión.

¿Cómo nos ayuda el Señor ante estas fuerzas del mal?

         Nos dice que «sopló sobre ellos», sopló sobre sus discípulos. El verbo griego es ἐμφυσάω (émfusáo) representa que de dentro de Jesús les insufla su Espíritu a sus discípulos, les otorga su propia vida divina a los discípulos. Este verbo ἐμφυσάω (émfusáo) es importante porque únicamente aparece dos veces en el Antiguo Testamento. La primera es cuando Dios sobre esa arcilla que él mismo había modelado sopló ese aliento de vida; es un acto creativo. Y la segunda vez lo encontramos en el profeta Ezequiel cuando habla a esos huesos secos y cuando sopla el aliento divino sobre ellos todo retorna a la vida.

         El soplo del aliento del resucitado es un acto creativo; nos anima con su propio aliento de vida. No solamente vamos a la misión con nuestras propias fuerzas humanas, sino que también contamos con la fuerza divina frente a la cual ninguna fuerza maligna puede derrotarnos.

 

La tarea encargada por el Señor Resucitado es…

         El resucitado sigue diciéndonos que «a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». El Concilio de Trento ha sostenido que este versículo confirma que el resucitado ha instituido el sacramento de la penitencia. Pero tengamos presente que aquí el resucitado no se dirige a los Doce; sino que se dirige a todos los discípulos que se les confía la remisión de los pecados. Tengamos en cuenta el verbo griego usado, el verbo ἀφίημι (afíemi), que significa ‘dejar, abandonar, despedir’. ¿Qué cosa ha de hace el discípulo? El discípulo debe acercarse a aquellos que son esclavos del pecado y asegurarse de que abandonen esta condición pecadora; que abandonen las sendas del pecado para que se adentren en el camino de la vida. En la Iglesia cabemos todos, pero no cabe todo; de ahí que abandonen la condición pecadora, de ahí la urgente conversión.

         Si uno tiene pecado y has conseguido que abandone ese pecado habrás recuperado al hermano. Pero si a causa de la condición poco evangélica de tu vida mantienes a tu hermano en su condición de pecado, la responsabilidad será tuya. No cabe ambigüedades en el mensaje ni medias tintas.

 

¿Sólo Tomás era el incrédulo?

«Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».

         La incredulidad de Tomás se ha convertido en proverbial, parece que sólo él pedía pruebas racionales y verificable de la resurrección. Sin embargo, recordemos que el evangelista Marcos nos dice en la última página de su Evangelio que después de todas las manifestaciones del resucitado a los Once, Jesús les regañó por su incredulidad (cfr. Mc 16, 14). El evangelista Lucas dice que el resucitado se apareció a los apóstoles los cuales estaban asustados y asombrados, tanto que Jesús les preguntó lo siguiente: «¿Por qué os turbáis? ¿Por qué albergan dudas vuestra mente?» (cfr. Lc 24, 38). El evangelista Mateo en el último capítulo de su evangelio dice que cuando Jesús se apareció en el monte en Galilea, algunos aún dudaban (cfr. Mt 28, 17). Entonces todos dudaron, no sólo el pobre Tomás.

 

¿Por qué se centró el evangelista en Tomás?

         El evangelista Juan parece centrarse en Tomás todas las dudas. Recordemos que eran dudas que estaban presente en todos. Juan escribe su evangelio en torno al año 95 d.C. y Tomás ya está muerto y Juan quiere responder a las objeciones e interrogantes que tenían y se planteaban los cristianos de su comunidad. Son cristianos de la tercera generación, por lo que ninguno de ellos había conocido a Jesús de Nazaret y ellos luchan por creer. ¿Cuáles son las razones que nos pueden convencer para creer que el Señor ha resucitado? Ya no es posible tener la experiencia que tuvieron los primeros discípulos ya que ellos sí que pudieron constatar la evidencia de que Jesús de Nazaret estaba vivo.

         El evangelista Juan desea ayudar a los hermanos de su comunidad a disolver y solucionar estas preguntas, y elige a Tomás como símbolo de la dificultad que tienen los discípulos para creer que Jesús que ha donado la vida por amor está vivo.

 

 

 

         Tomás, el Gemelo.

         Se insiste en el evangelio en llamar a Tomás con el apodo de ‘Mellizo’, en griego ∆ίδυμος (Dídumos), que se traduce por ‘gemelo, doble’. ¿Gemelo de quién? Gemelo de cada uno de nosotros, es una invitación a comprender los aspectos en los que nos guía Tomás, para seguir el camino que Tomás hizo para que también nosotros podamos llegar a creer en el resucitado.

         ¿Qué camino recorrió Tomás para seguirle nosotros, sus gemelos? Tomás no estaba con ellos cuando vino Jesús. Ahora viene la pregunta: ¿Por qué Tomás no estaba entonces con ellos? ¿Por qué Tomás se había alejado de la comunidad de los discípulos? Esto sucede hoy, un hermano que abandona la comunidad. Pero voy a dejar claro una cosa: Tomás no es un gemelo de los que abandonan la Iglesia murmurando ni maldiciendo a la gente porque se siente superior o mejor y desprecia a los hermanos. Tomás no es gemelo de este tipo de personas.

         Tomás ni siquiera es gemelo de aquellos que abrazan a otra religión y abandona a la comunidad cristiana. Tomás no es alguien que lo haya dejado todo para ir por su propio camino.

Tomás ha mantenido una conexión con quien compartió su propia elección y sigue al Maestro; recordemos que regresó con la comunidad pasado únicamente ocho días; Tomás es el gemelo de todo discípulo que sufre, que está apenado por algo que pasó y que se aleja de la comunidad, pero se aleja momentáneamente. Tal vez se haya alejado porque no entiende algo, por un enfado con un hermano, por una desilusión, porque no comprende ciertas elecciones o decisiones, porque se resistía a aceptar una corrección fraterna. Tomás es el gemelo de aquel que ha creído en el mundo nuevo y dio su adhesión al Maestro. Tomás es aquel que cuando se aleja de la comunidad está sufriendo y deseando estar otra vez dentro; sino sufre no se asemeja, no es gemelo de Tomás.

 

         ¿Qué hacen los otros Diez cuando encuentran a Tomás? «Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Los discípulos se lo decían; en griego se usa el verbo λέγω (légo) que significa ‘explicar, relatar con palabras, repetir’, no únicamente ‘decir’. Le repetían que habían encontrado al resucitado. Tomás es gemelo de todos aquellos que quieren tener pruebas tangibles y visibles del resucitado y que aún no han visto al Señor y están llamados a la fe gracias al testimonio de la fe de los hermanos.

 

¿Dónde puedo encontrar al resucitado?

Al resucitado lo puedes ver y encontrar sólo con la comunidad de los discípulos reunida en el día del Señor. Si quieres encontrarte con el resucitado ten la experiencia de Tomás. ¡Quédate con la comunidad!, ¡retorna con la comunidad que se reúne en el Día del Señor!

 


La experiencia Pascual de Tomás.

«A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto
».

Ocho días después, ya en el Día del Señor, cuando la comunidad de los creyentes es convocada para la fracción del pan; y cuando la comunidad está reunida el resucitado también está en medio de los discípulos. Saluda ofreciendo su paz (εἰρήνη, eirene), ‘prosperidad, paz, unidad’. Y se dirige a Tomás y le invita a tocar sus manos y su costado; las manos remiten a los clavos y el costado a la lanza; es decir, remite al drama del Calvario.

El evento del Calvario es un evento muy trágico e infeliz y el resucitado quiere que tengamos siempre presente este momento del Calvario porque ahí es donde Dios ha mostrado hasta donde llega su amor. Y Jesús, al decir a Tomás que meta su dedo en sus llagas y la mano en su costado lo que le está diciendo es que esta propuesta de vida donada por amor lo hagamos propia.

¿Dónde podemos tocar y ver al resucitado? En la Eucaristía. En ese pan eucarístico está toda la historia de amor de Cristo donada por amor.

 

La respuesta de Tomás.

«Señor mío y Dios mío!». Al comienzo del evangelio de Juan dice que nadie jamás ha visto a Dios, el Hijo Unigénito nos lo reveló. El rostro de Jesús de Nazaret nos muestra la belleza del rostro de Dios. Tomás es el primero que ha reconocido en Jesús de Nazaret la revelación encarnada del rostro de Dios. Nadie antes había logrado proclamar a Jesús como Dios.

Estamos en los años en el que en Roma reina el emperador Domiciano, un megalómano que llenó el imperio con sus estatuas y que había erigido templos en su honor había decido ser venerado y adorado como un Dios. De hecho, había establecido que toda circular emitida en su nombre se debía iniciar con estas palabras: ‘Domiciano, nuestro señor y nuestro dios, ordena que…’.

¿Qué les dice el evangelista Juan a los cristianos de su comunidad presentando la respuesta que da Tomás? Quiere decirnos que el verdadero discípulo no reconoce a ningún hombre como Dios. Reconoce como único Dios a aquel que ha mostrado la belleza del rostro de Dios en Jesús de Nazaret.

         La palabra de respuesta de Jesús.

Creer no es adherirse a un paquete de verdades, significa entregar la propia vida a la persona a la cual te sientes amada. El bienaventurado es aquel que ama como Jesús ha amado.

Conclusión del evangelio de Juan.

         «Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre».

         El evangelista Juan explica el propósito de su evangelio. Quería presentar el mayor de los signos de Jesús, que es la donación total de su vida. Y ha contado lo suficiente para entender cuánto nos ha amado Jesús de Nazaret. Escribió este evangelio para que a través de esta palabra podamos llegar a creer y recibir como regalo la vida que ha traído al mundo el Hijo de Dios.


sábado, 19 de abril de 2025

Domingo de la Pascua de Resurrección del Señor, Ciclo C

 

Domingo de la Pascua de la Resurrección del Señor, Ciclo C

20.04.2025

Juan 20, 1-9

         Muchos conocen a Jesús de Nazaret como un hombre bueno y generoso que vivió en Palentina en tiempos de dos emperadores romano, Octavio Augusto y Tiberio; estando Poncio Pilato como prefecto romano de la provincia de Judea. Muchos de los cristianos aprecian la doctrina de Jesús y de su propuesta moral pero no llegan a ir a la base de la fe cristiana: ¿Jesús ha resucitado o permaneció en el sepulcro?

         En el pasaje evangélico de hoy resonará por siete veces una palabra que no queremos escuchar: sepulcro (μνημεῖον; mnemeíon), que tiene que ver con la raíz de la palabra ‘anamnesis’ al estar relacionada con la memoria, con el recordar.

         El primer personaje: María la Magdalena.

«El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

         María la Magdalena es el primer personaje; ella era una discípula muy conocida en la comunidad primitiva. Si nos remitimos al capítulo 8 del evangelio de Lucas nos encontramos a un grupo de mujeres que acompañan a Jesús y a los discípulos que les asistían con sus bienes.

Lamentablemente a partir del siglo VI María de Magdala está identificada con María de Betania, o sea con la pecadora que ungió con aceite perfumado los pies de Jesús y de la cual nos habla Lucas en el capítulo siete. También la identificaron tal y como Lucas dice que Jesús había echado de ella siete demonios se había creído que ella había llevado una vida disoluta ante de encontrarse con Jesús. María de Magdala no tiene nada que ver con ninguna de estas dos mujeres.

En los evangelios se la presenta en dos momentos importantes; en el Calvario, ya que ella estaba presente en el momento de la muerte de Jesús y en la sepultura y luego se la presenta en su visita al sepulcro en la mañana de Pascua. El evangelista Juan presenta a María la Magdalena con una imagen bíblica tomada del Cantar de los Cantares donde el amante va en busca de su amor y después de varias aventuras y búsquedas finalmente lo encuentra y lo abraza. La amada en el Cantar dice: "Por las noches, en mi lecho, buscaba al amor de mi alma; lo buscaba, y no lo encontraba" (Cantares 3,1). Esto se asemeja a la angustia de María Magdalena al encontrar el sepulcro vacío y su búsqueda desesperada de Jesús.

María la Magdalena: Enamorada.

La Magdalena es presentada como la enamorada de Jesús; enamorada en el sentido de una persona cautivada por su mensaje y por esa nueva forma de ser una persona nueva regenerada en el Espíritu; nada que ver con lo erótico. El enamorarse es una imagen bíblica, ya que en el evangelio de Juan aparece muy claramente la figura de Jesús como esposo es el hilo conductor que acompaña a todo el evangelio. Un enamorado de Cristo es aquel que ha renunciado a una familia, a un modo de vivir cómodo, a un estatus social privilegiado, etc., por estar con Cristo: ese es un enamorado de Cristo. Hay personas que se alegran de tener a Cristo con ellos, se entusiasman, pero ese entusiasmo va desapareciendo como el gas de la gaseosa. Esos no están enamorados, sino encaprichados que se parecen a las nubes de la mañana o el rocío mañanero que tan pronto como llegan los primeros rayos del amanecer se van desvaneciendo. Les hay también admiradores de Cristo, pero la admiración no es el enamoramiento.

Sólo los enamorados son aquellos que siguen involucrados y se juegan la vida en la propuesta que les hace la persona amada. María la Magdalena estaba involucrada en el amor a Cristo porque desde que le conoció todo había cambiado en su vida; había adquirido un sentido nuevo. Si uno no está enamorado de Cristo nunca llegarás a creer que él haya resucitado.

Hay personas que primero te dicen ‘dame una prueba de que Cristo ha resucitado y luego creeré en él y me enamoraré’. Esto no funciona así. Si tú no te enamoras no llegarás a creer que él ha resucitado. No hay ninguna evidencia verificable de que haya resucitado, sólo que el sepulcro estaba vacío. Uno sólo puede creer en la resurrección de Cristo cuando uno se ha enamorado de Cristo.

María acudió cuando aún

la noche no había concluido.

María la Magdalena fue al sepulcro cuando aún había obscuridad; es que la noche aún no se había terminado; este dato indica de un lado la prisa de María para llegar al sepulcro, típico de los enamorados. Hay un profundo simbolismo de la obscuridad, ya que es la obscuridad la que envolvió el mundo en el momento en el que el mal reside en la mentira y en el odio. Cuando Judas Iscariote abandona el Cenáculo nos cuenta el evangelista Juan que ‘era de noche’. Y ahora esta noche comienza a disolverse, «al amanecer» (πρωῒ σκοτίας; proí skotías, por la mañana en la penumbra/en la obscuridad/tiniebla). Esta obscuridad representa la obscuridad interior que tiene María la Magdalena en su corazón. Y ella tiene una pregunta que le preocupa en ese momento, de la cual no obtiene respuesta; es esa pregunta que todos tenemos cuando perdemos a una persona a la que amamos porque era relación de amor se acabó. Esto es lo que siente el corazón de la Magdalena.

¿Qué es lo que vio María la Magdalena?

¿Qué es lo que vio la Magdalena? Ella «vio» que había sido rodada la piedra del sepulcro. El verbo ‘ver’ tiene su peculiaridad. En la lengua griega hay muchos verbos con diversos y diferentes matices con este verbo.

La mirada de la Magdalena viene presentada con el verbo βλέπει (βλέπω, blépo), que en griego significa ‘lo que puedo ver con mis ojos materiales, con mis sentidos, lo que pueden ver todos’. ¿Qué cosa es lo que ella ve? Ella ve que la piedra había sido rodada y que ya no tapaba la entrada del sepulcro. Ella ni siquiera entra a ver si falta el cuerpo de Jesús.

El evangelista con la figura de esta mujer nos dice que quien está verdaderamente enamorado de Cristo ya no puede estar sin él, ya que su vida no tendría sentido. Si uno no está enamorado poco importa si Jesús haya resucitado o no. La Magdalena ya no puede prescindir de Jesús. María la Magdalena estaba enamorada, no era una siempre admiradora.

¿Qué es lo que hace ahora la Magdalena? Ella corre, «se volvió corriendo a la ciudad para contárselo a Simón Pedro y al otro discípulo al que Jesús tanto quería». Y ella les dice: «se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto».

Magdalena incluye en su investigación la importancia y necesidad de tener a los hermanos de la Comunidad. Ella no hace este camino ella no lo hace sola. Este estar enamorada la llevará a ver al resucitado, no con los ojos materiales, sino que es una mirada que va más allá de lo verificable. Magdalena es una de las que viven esa bienaventuranza de Jesús: ‘Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios’, porque ellos verán lo invisible.

María va en busca de los otros enamorados.

Magdalena va a buscar a personas que, como ella, están enamoradas del Maestro. Va a buscar a Pedro y al resto de los discípulos. Ella va donde ellos porque ella quiere vivir este momento con los que ahora están viviendo este momento de crisis y de obscuridad. El mensaje que nos ofrece es precioso: el amor por Cristo no se debe de vivir de un modo individual e íntimo, sino en unión con todos los demás hermanos de la Comunidad.

Magdalena comunica a los hermanos lo que ella materialmente ha visto y les comenta su suposición: ‘se han llevado el cuerpo de Jesús’. En ese momento la Magdalena sale de escena entrando dos discípulos; los cuales continuarán el camino de fe de esta enamorada. Veamos cómo reacciona Pedro al mensaje de la Magdalena.

El Discípulo sin nombre.

«Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró».

Eran dos discípulos los que corrieron hacia el sepulcro. De uno sabemos su nombre, Pedro; sin embargo, el segundo discípulo no sabemos su nombre. La tradición lo ha identificado con Juan, el hijo del Zebedeo, pero no era Juan. Este discípulo no tiene nombre porque tiene un carácter simbólico.  El evangelista ha introducido a este discípulo sin nombre para representar al discípulo auténtico; por lo tanto es una invitación a identificarnos con este discípulo sin nombre. En el inicio del evangelio de Juan nos encontramos que es un discípulo del Bautista que está al lado de Andrés, hermano de Simón Pedro; y cuando su maestro Juan el Bautista indicando a Jesús dice ‘este es el cordero de Dios’ el discípulo sin nombre inmediatamente sin vacilaciones sigue a Jesús (cfr. Jn 1, 35-41).

Luego este discípulo sin nombre aparece durante la Última Cena; en un momento determinado Jesús dice ‘os aseguro que uno de vosotros me va a traicionar’ (cfr. Jn 13, 23), pero Pedro no entiende porque no ha adquirido aún la sensibilidad para darse cuenta de quién se trata; es entonces cuando Pedro hace señas al discípulo amado para que preguntase a Jesús a quién se refería. El discípulo amado conoce los secretos íntimos del corazón de Jesús, por lo tanto sabe distinguir entre los que están de la parte del Maestro y del hombre nuevo y los que aún están atados al mundo viejo.

Durante la Pasión, cuando todo el mundo huye, en este momento difícil y de crisis, el discípulo amado está siempre al lado del Maestro, no lo abandona. Aunque todos huyan, él está con Jesús (cfr. Jn 19, 26).

Luego aparecerá en el lago de Tiberiades o mar de Galilea donde él indicará que el hombre que se encuentra en la orilla ‘es el Señor’ (cfr. Jn 21, 7).

Lo que encontraron dentro del sepulcro.

Este discípulo sin nombre al llegar al sepulcro se inclina y observa los lienzos y el sudario pero no entra en el sepulcro. La puerta de entrada al sepulcro es baja y uno se tiene que inclinar, que es lo que hizo este discípulo. El sepulcro de Jesús o nicho funerario de Jesús era un arcosolio, un nicho semicircular con una base de apoyo adosado ubicado en una primera cámara donde Jesús, con toda probabilidad estaba el cuerpo de Jesús de un modo temporal para ser, posteriormente colocado en una segunda cámara inmediata. Era una sepultura que consistía en dos fases; la primera fase era el día en el Jesús falleció, los familiares y amigos enterraron el cuerpo en uno de los nichos ubicados en la primera cámara para que, posteriormente poner ese cuerpo en la segunda cámara. La piedra enorme que tapaba el sepulcro representaba y servía para separar el mundo de los vivos del de los muertos.

El discípulo amado observa el lienzo (ὀθόνιον, odsónion), como la ropa de cama, no las vendas. No eran vendas porque eso nos hace pensar en las momias de Egipto. Los judíos en tiempos de Jesús envolvían el difunto en un lienzo de unos cuatro metros de largo por uno de ancho; este lienzo venia colocado debajo del cuerpo y luego pasado por encima de la cabeza hasta los pies. Y cubriendo la cabeza se ponía el sudario. Después con tres vendas se fijaba todo este lienzo al cuerpo para que se adhiriese al cuerpo; una venda o vendaje se colocaba a nivel del cuello, otro a la altura de la cintura y el tercero en los tobillos. Y todo esto estaba colocado en ese plano de arco ubicado en la primera cámara o estancia.

Estamos en el versículo 5 que lo expresa así en griego: «καὶ παρακύψας βλέπει κείμενα τὰ ὀθόνια, οὐ μέντοι εἰσῆλθεν». Hay un verbo griego que es κείμενα (κεῖμαι, keímai) que significa ‘yacer estirado’ o ‘estar desinflado’ como si ese lienzo que estaba cubriendo el cuerpo de Jesús estuviera desinflado en la misma posición donde lo dejaron, pero sin tener dentro el cuerpo. Pero faltaban esos ‘cordones’ o vendas que se usaron para atar esa sábana o sudario al cuerpo de Jesús. Se puede entender cómo este discípulo al ver aquello no lo entiende y se queda reflexivo mientras esperaba que entrase al sepulcro Pedro.

La catequesis inserta.

El discípulo amado no entra en el sepulcro, espera a Pedro para poder entrar. Esto es en sí mismo una catequesis; Aquí hay dos discípulos enamorados del Maestro: el número dos indica toda la Comunidad, los cuales buscan una respuesta en su corazón: ‘¿Dónde se ha ido el Señor? Nosotros le dejamos aquí, ¿dónde ha ido?’. Ellos se dicen ‘cuando le conocimos nuestra vida adquirió otro sentido’ y se ponen a buscar juntos. Primero llega el que más enamorado está del Maestro, pero espera a Pedro porque está esperando una respuesta. Siempre nos encontramos en el evangelio de Juan a estos dos discípulos. Nuestra Iglesia es presentada por estos dos discípulos; uno que llega primero y el otro que llega después. Esa espera del primer discípulo representa el deseo de estar unidos, aunque seamos todos tan diversos: saben esperarse, respetarse. La Iglesia sabe comprender las incertidumbres y las lentitudes en los procesos de la fe y de la conversión personal. Tiene prudencia y paciencia para entender y ayudar a creer en medio de la lentitud y de la fragilidad de los hermanos. Esto es lo que nos dice esa espera del discípulo sin nombre, el cual al estar más enamorado corre más que Pedro, pero sabe esperar a su hermano. Es toda una catequesis para nosotros.

Deducción de los Dos Discípulos:

El Cuerpo de Jesús no pudo ser robado.

«Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino doblado/enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos».

El discípulo que había llegado primero al sepulcro no entró, se limitó a observar únicamente desde fuera lo que ahí´ estaba ocurriendo. Pedro vio lo mismo que el discípulo amado, es decir, el lienzo de cuatro metros de largo por uno de ancho desinflado, vació, sin el cuerpo del Maestro. El cuerpo ya no estaba ahí. Y vieron el sudario que cubrió la cabeza de Jesús estaba doblado en un sitio aparte. Sin embargo, el verbo empleado en griego ἐντυλίσσω (entulísso) no se traduce por doblado sino enrollado, envuelto. Esto es importante porque el texto griego desea recoger una imagen: es como si el sudario hubiera conservado la forma de la cabeza de Jesús. El sudario no estaba junto a la sábana de lino. Todo esto que ellos vieron les hizo llegar a la clara conclusión que el cuerpo de Jesús no pudo ser robado. Un ladrón no deja las cosas de ese modo, sino muy precipitadamente y con prisas ya que corre el riesgo de ser descubierto; no olvidemos que además estaban unos soldados romanos custodiando el sepulcro.

Pedro no sólo ve,

sino discierne, reflexiona.

El evangelista emplea otro verbo con Pedro para designar lo que todo el mundo puede ver y observar en las cosas materiales. Se emplea el verbo θεωρεῖ (θεωρέω, theoréo) que significa ‘discernir’, ‘contemplar con una reflexión sobre lo que se tiene delante’. La traducción que nos ofrecen es «vio los lienzos tendidos». Ya hemos visto que no es ‘ver’, sino discernir, contemplar con una reflexión sobre lo que sus ojos están percibiendo’. Pedro mira de un modo diferente, no de una manera distraída, sino totalmente centrado para buscar el sentido de lo que ahí está presenciando. En ese contemplar con esa reflexión recapacitó en esos tres años en los que estuvo con Jesús y pasó por su corazón sus palabras y el destino que Jesús ya le iba indicando y que en aquellos momentos ni entendía. Ahora es cuando Pedro entiende que ‘en el tercer día resucitaré’. La última palabra de Jesús no iba a acabar con la muerte y Pedro comienza a entender. Pedro se dio cuenta que el destino final de una vida donada por amor no es el sepulcro, sino la entrada en la plenitud de la vida eterna. Pedro comienza a recordar todo aquello que el Maestro les contaba sobre su destino.

Los dos discípulos no fueron testigos presenciales, en vivo y en directo, de un milagro espectacular ni de la presencia de los ángeles ni de otros seres celestiales.

Un modo de ver diferente: ver con la fe.

Pedro tuvo una revelación interior pero aún no había visto al resucitado. Sin embargo, el otro discípulo nos cuenta la Escritura que «vio y creyó». Aquí hay un tercer verbo griego que no está correctamente traducido; es ese ‘vio’. El verbo griego usado es εἶδεν (ὁράω, joráo) que es el verbo propio de la fe; del ver lo que los ojos materiales no pueden ver. Es el modo de ver de los creyentes, que ve mucho más allá de lo que los otros pueden percibir por los sentidos. Este es modo de ver de los discípulos. Ver más allá de lo que se puede verificar. El discípulo amado empieza a percibir el misterio de la Pascua; la victoria de la vida.

A la fe no se llega por lo racional, sino por el enamoramiento. La fe es racional, pero es una razón enamorada.