jueves, 30 de marzo de 2017

El Obispo de Palencia en medio de una peligrosa y envenenada encrucijada

El Obispo de Palencia abierto a modificar los estatutos de Hermandades de Cofradías Penitenciales de Semana Santa
            Dos grupos políticos con representación en la actual Corporación de la Diputación Provincial, "Ganemos Palencia" y "Ciudadanos Palencia" han pedido que se "cierre el grifo" de las ayudas hasta que la Hermandad de Cofradías permita que divorciados, personas que vivan en concubinato o tengan relación sexual con otra persona del mismo sexo puedan ser candidatos a presidir la Hermandad de Cofradías. Su razonamiento, desde fuera y a primera vista puede parecer correcto: Hay discriminación por razón de la condición sexual.
            Ha saltado a la palestra este asunto porque la figura del presidente de la Hermandad de Cofradías Penitenciales de la Semana Santa de Palencia ha de ser renovado. Mencionada decisión afecta, no sólo a la figura del presidente de la Hermandad, ni tampoco únicamente al conjunto de los hermanos cofrades, sino a todo el pueblo creyente. Las Cofradías Penitenciales de Palencia son asociaciones públicas de fieles. El canon 301 del Código de Derecho Canónico explicita las finalidades de las asociaciones públicas: «Corresponde exclusivamente a la autoridad eclesiástica competente erigir asociaciones de fieles que se propongan transmitir la doctrina cristiana en nombre de la Iglesia, o promover el culto público, o que persigan otros fines reservados por su naturaleza a la autoridad eclesiástica». Trasmitir la doctrina cristiana en nombre de la Iglesia y vivir en concubinato y rechazar la moral sexual de la Iglesia no es compatible.
            Respecto a la transmisión de la doctrina cristiana, el canon 759 del Código de Derecho Canónico establece que «en virtud del bautismo y confirmación, los fieles laicos son testigos del anuncio evangélico con su palabra y ejemplo de su vida cristiana; también pueden ser llamados a cooperar con el Obispo y con los presbíteros en el ejercicio del ministerio de la Palabra». Además el canon 305 §1 aclara acerca del papel del Obispo, la autoridad eclesiástica competente, diciendo: «Cuidar de que en ellas se conserve la integridad de la fe y de las costumbres y evitar que se introduzcan abusos en la disciplina eclesiástica». Esta vigilancia corresponde a la autoridad eclesiástica competente respecto a los fieles por separado y asociados.  Así al regular la función del Obispo diocesano en el seno de su Iglesia particular se explicita que debe defender «con fortaleza, de la manera más conveniente, la integridad de la fe (c.386 §2)», «promover la disciplina que es común a toda la Iglesia, y por tanto exigir el cumplimiento de las leyes eclesiásticas (c.392 §1)» y «vigilar para que no se introduzcan abusos en la disciplina eclesiástica (c.392 §2)».
            Es fundamental recordar todo aquello que se refiere al derecho común eclesiástico, en las normas sobre asociaciones públicas. El canon 316 determina unos requisitos para que un fiel pueda inscribirse en una asociación o bien pueda permanecer en ella una vez afiliado a la misma. La primera hipótesis que se contempla en el párrafo primero de aquella norma: «Quien públicamente rechazara la fe católica o se apartara de la comunión eclesiástica, o se encuentre condenada por una excomunión impuesta o declarada, no puede ser válidamente admitido en las asociaciones públicas». La situación canónica de quien rechaza públicamente la fe católica no se identifica necesariamente con la herejía y la apostasía. Comprende también una postura más amplia y menos grave.
            Por lo que se refiere a quien se aparta públicamente de la comunión eclesiástica, hay que decir que ello no se identifica necesariamente con el cisma. Puede comportar un proceder menos grave. Se trata de una conducta pública incompatible con la comunión eclesial, como se da en las hipótesis contempladas en el canon 915: los excomulgados y los que están en entredicho después de la imposición o declaración de una pena, y  los que obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave. Así es como se apartan públicamente de la comunión eclesiástica. Luego una persona que viva en concubinato y una persona que tenga relación sexual con otra persona del mismo sexo realizan un acto de voluntad libre apartándose públicamente de la comunión eclesiástica. Por lo tanto, de no estar en la comunión eclesiástica, mencionado fiel no puede ser inscrito en una cofradía ni puede permanecer afiliado a ella.  Sólo desde esta perspectiva se puede entender la pretensión del Obispo de Palencia de modificar los estatutos de la Hermandad de Cofradías Penitenciales. Recordemos que es la autoridad eclesiástica, el Obispo quien nombra, confirma o remueve al presidente, con todas las responsabilidades inherentes. 

Stalin en un minuto

¿Modificar estatutos de la Hermandad de Cofradías para asumir criterios mundanos?

sábado, 25 de marzo de 2017

Homilía del Cuarto Domingo de Cuaresma, ciclo a

DOMINGO IV DE CUARESMA, ciclo a
            San Pablo en su epístola a los Efesios nos escribe diciéndonos: «En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor». Cuando uno camina por la calle a oscuras, en medio de la noche, ve siluetas de cosas o de personas que por allí pueden estar. Puedes tener a alguien detrás de ti y no saber de quién se trata, te entra el miedo porque te viene a la mente noticias o cosas horribles que has oído que sucedieron. La oscuridad no te permite reconocerlo. Puedes tal vez imaginar que se trate de una persona, pero no lo puedes garantizar. Pero si tienes la suerte de acercarte a una farola encendida puedes pasar de esa silueta confusa y temerosa a la realidad de lo que auténticamente es.  
            Así es nuestra vida: Cuando andamos en pecado, la oscuridad reina en nuestra vida, vemos siluetas pero no reconocemos a la persona que tenemos delante, ni su cariño, ni su entrega, ni su amor. Los tratamos mal porque el otro es para mí alguien del que tengo que obtener un beneficio, y si no responden a mis expectativas las cosas se ponen a malas. El pecado corrompe las relaciones humanas.
            En el evangelio de hoy nos muestra cómo Cristo recrea, hace nuevas todas las cosas. Nos hace ver las cosas tal cual son, y no en sus apariencias o meras siluetas. El evangelio de hoy hace un giño al libro del Génesis ya que nos evocan a este libro: Cristo 'hizo barro' con la saliva. El hombre fue sacado del barro, de la tierra. Esa es su naturaleza carnal, el hombre que sólo puede percibir sombras y figuras, siluetas en medio de la noche. Jesucristo se acerca a ese hombre empecatado. Y el Señor le dice: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)». Con Cristo ese hombre empecatado, destinado a la muerte, a generar daño a los demás -porque no se sentía ni amado ni aceptado por los otros, empieza a reconoce la verdad. Empieza a darse cuenta de cómo su proceder erróneo y pecaminoso era el origen de todos sus males.
            Suele pasar que personas que han fracasado en su vida matrimonial o en otras esferas de la vida al experimentar un proceso de conversión a Cristo caen en la cuenta del sinfín de decisiones equivocadas, de comportamientos inapropiados y de pecados cometidos que les han ido conduciendo al desastre personal. Al aceptar a Cristo en sus vidas, ya no ven siluetas, sino perciben la verdad tal cual es.  
            Realmente este texto evangélico joánico de hoy es una especie de catequesis para los que habían de ser bautizados. Se les muestra abiertamente para que den el paso al bautismo con libertad, cómo el recibir y vivir desde la luz de la fe les llevará necesariamente a enfrentarse con el misterio de las tinieblas de los que no aceptan a Jesucristo. Si uno no se enfrenta diariamente al misterio de las tinieblas es que tal vez, sin darse cuenta o dándose, haya pactado con el pecado.
Lecturas:
Lectura del primer libro de Samuel 16,1b.6-7.10-13a:
Sal 22,1-3a.3b-4.5.6 R/. El Señor es mi pastor, nada me falta
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5,8-14
Lectura del santo evangelio según san Juan 9,1.6-9.13-17.34-38

                                                                                              26 de marzo 2017

domingo, 19 de marzo de 2017

Homilía de San José, año 2017

            SAN JOSÉ, 2017

            San José, persona normal, era una criatura nueva, renacida del Espíritu Santo y por este Santo Espíritu era guiado y animado de maneras diversas. A veces se sentía inflamado en el amor divino; otras veces descendía por los grados de la humildad y lloraba los pecados de los hombres; incluso, en ocasiones, descansaba en un gran silencio y paz, abrazado a la voluntad divina.
            San José no se apoyó en la ley. Respetaba y la cumplía, ya que obrando así manifestaba que amaba a Dios. Dios es nuestro dueño y Señor y Él nos puede mandar. Es cierto que el cumplimiento de la ley a veces cuesta trabajo. Tenemos que frenarnos, renunciar. Pero los mandamientos nos llevan al cielo. Son como las ruedas del carro, que pesan, pero gracias a ellas puede andar. Un carro sin ruedas no hay quien lo mueva.
            San José se apoyó en la fe en la promesa. El fiel custodio de la Sagrada Familia de Nazaret pudo experimentar cómo estar con Jesús y María, cómo ser fiel al cometido que Dios le encargó nunca le quitó la libertad. San José se comportó rectamente ante Dios, experimentó cómo Dios le orientó para que se realizase en el arte del amor y de la entrega desinteresada. San José al estar atento a la voz del Señor, su Dios, y al obedecer con prontitud a la voluntad divina, tuvo su vida orientada correctamente. Como las vías del tren que le obligan a ir por un camino, pero ayudan al tren a avanzar y a llegar. Le impiden que se despeñe o que descarrile. Los carriles me obligan a cruzar el puente, y así atravesar el río, por un sitio concreto, pero gracias a ese puente puedo cruzar el río. Gracias a las situaciones complicadas que se nos presentan en la vida, podemos atravesarlas con lucidez si obedecemos a la voluntad de Dios. La voluntad de Dios me urge a obedecerle para poder así no descarrilar cuando tenga que atravesar los puentes que son las dificultades y desafíos que se nos vayan presentando.
            San José, obedeciendo al ángel del Señor que se le apareció en sueños, tomó consigo a María como su mujer aunque el hijo no fuera de él, sino del Espíritu Santo; San José cogió a su mujer embarazada y fueron a censarse en su pueblo, Belén de Judá; San José, obedeciendo de nuevo al ángel tomó consigo al niño y a su madre para huir a Egipto, porque Herodes le buscaba para matarlo; de nuevo el ángel del Señor se le apareció en sueños estando en Egipto para que regresasen  de nuevo a Nazaret. Fue fiel custodio y protector inmejorable en aquel santo hogar. Muchos puentes o dificultades tuvo que atravesar San José con su familia, y todos los atravesaron con éxito porque avanzó por esos carriles de la obediencia que el Señor le fue indicando.
            José Ratzinger, o sea el Papa Benedicto XVI, en su libro 'La sal de la tierra' nos escribe diciéndonos que «cuando el hombre se deja podar en cuando puede madurar  y dar fruto». San José se dejó podar todo sus pretensiones, todas sus aspiraciones en la vida, todos sus sueños… para ser y estar totalmente al servicio de Dios.
            Dice Ortega y Gasset: «Es falso decir que en la vida deciden las circunstancias. Al contrario, las circunstancias son el dilema ante el cual tenemos que decidirnos. Pero el que decide es nuestro carácter». Las circunstancias que concurrieron en la vida de San José fueron delicadas, difíciles y peligrosas. Y en todas acertó porque se dejó mover por la fe en Dios. Obedeció a Dios en todo.

            Este santo protector nos invita a confiar también nosotros en la potencia de la gracia para poder trasformar nuestra vida de pecado en una vida virtuosa.

sábado, 18 de marzo de 2017

Homilía del Tercer Domingo de Cuaresma, ciclo a

DOMINGO TERCERO DE CUARESMA, ciclo a
            Estamos ahora aquí porque alguien nos ha convocado. Porque alguien quiere encontrarse con cada uno para hablarle al corazón. Ese alguien que es Cristo, conoce dónde reside tu sufrimiento. Te habla al corazón y se adentra en la misma entraña de tu herida para sanarla.
            Todos los días nos toca hacer las mismas tareas y trabajos, con sus horarios y rutinas. Desde que uno se levanta hasta que se acuesta siempre liado y atareado. Desde fuera uno puede pensar que las personas nos encontramos bien porque acudimos a nuestros trabajos profesionales y vamos desempeñando las diversas tareas encomendadas durante la jornada: en la escuela, en la oficina, en las tareas domésticas, con los niños y el esposo o esposa, en la parroquia, etc. Pero hay algo en nuestro interior y en nuestra historia personal que nos hace perder la alegría y aparecer el desaliento.
            Al igual que el pueblo de Israel atravesó aquel desierto, atravesó aquel lugar de la prueba, cada uno de los presentes también lo estamos atravesando. Una prueba que nos hace perder la alegría y aparecer el desaliento. Y empezamos a protestar porque la vida tiene en sí un peso insoportable y nos desazonamos porque no conseguimos aquello que deseamos, ya sea porque no tenemos un amor correspondido debidamente, porque nos encontramos solos ante las situaciones dolorosas y que nos agotan, porque la nostalgia y la depresión asoman amenazando, o porque nos sentimos incomprendidos y fracasados.
            Nos pasa lo mismo que al pueblo judío en Masá y en Meribá, donde el pueblo empezó a tentar al Señor y a tener disputas y altercados. Allí tenían mucha sed y empezaron a añorar aquellas cebollas de la esclavitud de Egipto. Podemos pensar, si yo no hubiera estado en la iglesia no hubiera tomado determinadas decisiones que me han condicionado tanto; podría haber tenido aquel trabajo tan deseado, hubiera mantenido aquellas amistades con aquellas juergas que eran auténticos desmadres, seguramente estaría con aquel hombre o con aquella mujer que tanto me atraía moviéndome por las sendas de la lujuria y del pecado al margen de Dios; si yo me hubiera quedado en la esclavitud de Egipto, bajo el dominio del Faraón, ahora mismo estaría sin sed y sin atravesar este desierto tan angustioso. Porque ¿para qué me sirve la libertad, haber salido de Egipto, si estoy ahora solo, sin un trabajo bien remunerado, sin un amor que me quiera, con esta enfermedad que me asedia, con esta depresiones que me hunden o esta angustia que no sofoco? ¿para qué me sirve ahora la libertad? Parece que no compensa la libertad y preferimos lo que teníamos seguro en aquella tierra del Faraón. Cristo conoce dónde reside tu sufrimiento.
            Aquella mujer de Samaría era una fracasada. Se encontraba tan hundida, ella estaba sufriendo profundamente en su interior. Esta mujer ni siquiera acudía con el resto de las mujeres a sacar el agua del pozo, sino que lo evitaba acudiendo a una hora en la que iba a tener la certeza de no encontrarse con nadie, con todo el calorazo. Su alma estaba reseca y angustiada. No encontraba una salida a su situación. Se encontraba abocada a vivir una vida sin fundamento, vacía, con hastío. ¿Cómo es posible encontrar agua en medio del desierto siendo aplastado con el sol inmisericorde? A lo que el Señor, en medio de aquella situación tan tensa y angustiosa, dijo a Moisés: «Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los anciano de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo.» Y Moisés lo hizo y brotó el agua.  En las dificultades y adversidades no estamos solos, Dios nos acompaña, aunque no podemos exigirle que se manifieste como nosotros quisiéramos.
            Esa agua que manó de aquella roca nos remite al agua que brotó del costado de Cristo al ser atravesado por la lanza del soldado en la cruz. La tentación de regresar al Egipto seductor es muy fuerte. Y es precisamente en el desierto de tu vida donde el Señor sale a tu encuentro para reparar así tus fuerzas y puedas así retomar el camino de la libertad, sin mirar atrás, siempre con la mirada hacia delante.




Lecturas:
Lectura del libro del Éxodo 17,3-7:
Sal 94,1-2.6-7.8-9 R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón.»
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 5,1-2.5-8
Lectura del santo evangelio según san Juan 4,5-42
19 de marzo de 2017

sábado, 11 de marzo de 2017

Homilía del Domingo Segundo de Cuaresma, ciclo a

HOMILÍA DEL DOMINGO II DE CUARESMA, Ciclo A
Avanzamos movidos por una promesa. Una promesa cuya realización no es inmediata ni exenta de dificultades. De tal modo que uno puede llegar a pensar que mencionada promesa sólo son palabras, sólo se queda en humo. Corriendo el riesgo de pensar que esa promesa –de ese tronco que es la promesa, puede tener como una especie de ramas que den respuesta a algunos anhelos que residan en el corazón.
            A esto se suma que las personas nos movemos en las cosas inmediatas: prestamos dinero y deseamos que nos lo devuelvan cuanto antes posible, nos hacen un análisis de sangre y queremos tener los resultados casi al instante, pedimos algo y deseamos tenerlo muy pronto. Somos muy impacientes. Resulta que el Señor le dice a Abrán: «Haré de tí una gran nación, te bendeciré, haré famoso tu nombre y serás una bendición». Nos dice que Abrán creyó en la promesa y esto lo selló dejando su tierra y su parentela. El tiempo pasaba y los años iban pesando tanto en Abrán como en Saray. Parece que esa promesa no es a medio ni a corto plazo, sino más bien que mencionada promesa se realizará a largo plazo. Y la impaciencia se hace presente. Los silencios de Dios pueden llegar a ser muy largos. Y en medio de estos silencios de Dios, Jesucristo nos invita a la oración; nos dice que insistamos, que seamos tan pesados, tan pelmas como aquella persona que va a la casa de su amigo, de noche y a horas muy intempestivas, para pedirle comida por una visita inesperada.
            Me viene a la mente aquel pasaje bíblico, donde el profeta Elías se lo pasó a lo grande riéndose de los  profetas de Baal (1 Reyes 18, 27) en el monte Carmelo, para demostrar al pueblo que Yahvé es el único Dios. Mientras los 450 profetas de Baal estaban desgañitándose, allí danzando torno al altar, haciéndose incisiones con cuchillos y lancetas, chorreando sangre desde la mañana hasta el mediodía. Y Elías, él allí solo, pasándolo en grande –sólo le faltaba las pipas y unas palomitas-. Elías les estaría diciendo cosas como: ¿habéis cambiado las pilas a los audífonos de Baal?.  Cuando los profetas de Baal terminaron por agotamiento, es entonces cuando Elías restauró el altar de Yahvé que estaba demolido, tomó las doce piedras, dispuso todo para el holocausto, clamó a Yahvé y Dios le respondió rápidamente  y con gran potencia. Pero en el fondo, Elías sabía que, al estar en clarísima desventaja por el número (ellos 450 y él uno) y que no contaba con el respaldo ni el apoyo de la gente, porque ellos ante su pregunta “si es Yahvé es el Dios, seguidlo; si Baal lo es, seguid a Baal”, ellos guardaban silencio. Elías solo ante el peligro. Y Dios le dio toda la razón al realizar tan grande prodigio.
            Pablo, que tiene mucha experiencia de los sufrimientos que conlleva anunciar a Cristo, alienta a Timoteo. Pablo sabe que vivir en el espíritu de Cristo supone rechazo por parte de las tendencias demoníacas reinantes en el mundo.  
Por eso Pablo recuerda a Timoteo la promesa de que Cristo también va a destruir su muerte y hará brillar la vida por medio del Evangelio. Timoteo, en esos momentos tendría dificultades de disciplina en su comunidad, muchos quebraderos de cabeza, hermanos que se habían complicado en los negocios mundanos poniendo a las comunidades en situaciones delicadas. Se estaría encontrando con una serie de vicios y de deberes complejos. Y Pablo le alentaba con sus recomendaciones pastorales, con sus testimonios existenciales, con su cercanía y con el poder de la oración. Timoteo conoce la promesa, pero en esos momentos, no dispone de la realización de mencionada promesa. Le toca dar testimonio de nuestro Señor Jesucristo en medio de la dificultad y del cansancio reinante. Y como hizo Abrán, Timoteo también responde al Señor como tiene que responder un hombre de fe.
Estoy seguro que tanto a Timoteo, como a Pablo que en esos momentos estaba prisionero por anunciar a Cristo, como a tantos cristianos que viven su fe en medio de la persecución y del desprecio de los demás, estarían sumamente gozosos de poder contemplar aquel acontecimiento sobrenatural acaecido en aquel monte alto donde Pedro, Santiago y Juan fueron testigos. Allí, si pudiéramos contemplar ese anticipo de lo que nos espera, podríamos recargar totalmente nuestras fuerzas y reafirmar nuestra esperanza sin temer lo más mínimo que los hombres nos mataran o a la enfermedad que nos asedia.

Lecturas:
Gén 12, 1-4 a
Sal 32
2 Tim 1, 8b-10

Mt 17, 1-9

domingo, 5 de marzo de 2017

Homilía del Domingo Primero de Cuaresma, ciclo a

DOMINGO PRIMERO DE CUARESMA, Ciclo A
            La Palabra de Dios de hoy nos plantea una seria cuestión: ¿Cómo te comportas cuando estás experimentando tus propias limitaciones y escasez de fuerzas? Jesucristo hoy se encuentra en una situación límite: cuarenta días con sus cuarenta noches sin comer. El número cuarenta que nos recuerda los cuarenta años que el pueblo de Israel pasó por el desierto; nos hace pensar en los cuarenta días que Moisés se pasó en el monte Sinaí, antes de que pudiera recibir la palabra de Dios, las Tablas sagradas de la Alianza; se puede recordar el relato rabínico según el cual Abrahán, en el camino hacia el monte Horeb, donde iba sacrificar a su hijo Isaac, no comió ni bebió durante cuarenta días y cuarenta noches, alimentándose de la mirada y las palabras del ángel que le acompañaba.
            Los Padres han visto también en el número 40, el número cósmico, el número de este mundo en absoluto: los cuatro confines de la tierra engloban todo, y el diez es el número de los mandamientos. Que sería tanto como la expresión simbólica de la historia de este mundo.
            Jesús al estar esos cuarenta días en el desierto, es como si él recorriese de nuevo todo el éxodo de Israel, con sus errores y desórdenes de toda la historia. Los cuarenta días de ayuno abraza el drama de la historia que Jesús asume en sí y lleva consigo hasta el fondo.
            Jesucristo pasando hambre esos cuarenta días está abrazando tu propio drama personal. Tu sufrimiento lo está asumiendo como propio.
            a) La tentación primera, la del PAN: Cuando hay algo que no sale como nosotros queremos lo que hacemos es murmurar. Cuando nos asedia la precariedad, las situaciones de estrecheces económicas o de achaques por la enfermedad, es cuando murmuramos. Porque no tenemos esa seguridad y el pan representa a esa seguridad, el tener el estómago lleno. He oído decir a mucha gente, para excusar su asistencia a la Eucaristía, que 'primero está la obligación y luego la devoción'. El mundo te dice que primero te asegures tus cosas y luego, si se puede y te apetece, van las cosas de Dios. Los reveses de la vida -la pérdida del trabajo, el pago de la hipoteca que apremia, percances de salud y dificultades añadidas- hacen que nos pongamos muy nerviosos y nos sentimos débiles. Y en medio de esa debilidad el Demonio nos ataca y  te dice al oído:  «¿Ves como Dios no sabe lo que necesitas? ¿te das cuenta cómo Dios no te da lo que te conviene?, eso es porque no te quiere». Y el Demonio te ofrece la solución: gratifícate en la sexualidad, en la droga, etc., porque así podrás ir sobrellevando la precariedad en tu vida.
            b) La tentación segunda, la de la HISTORIA: Nos pasa igual que al pueblo Judío en Masá y en Meribá. Las dificultades empiezan a apretar, se dan hechos concretos en tu vida que no aceptas ni estas dispuesto a asumir -la muerte de un familiar, la pérdida de una fortuna, el accidente de un ser querido, la enfermedad…-.
            Allí en el desierto, y el pueblo empieza a revolverse, a criticar, a reñir, a protestar. No queremos caminar más a no ser que Dios se nos manifieste. Estamos echando de menos las cebollas y los ajos de la esclavitud, o sea, que estamos echando de menos la vida del hombre pecador, con sus lujurias y desenfrenos, con sus vida perdida y empecatada. Y protestamos como en Masá y en Meribá. Y como nuestra historia no nos gusta nos refugiamos en nuestro pecado. Queremos poner a Dios a nuestro servicio, para nuestros caprichos y por eso renegamos de nuestra historia. Sin embargo nos olvidamos de que Dios ha permitido algo para poder tener, ahí mismo, un encuentro con Él.
            c) La tentación tercera, la de los ÍDOLOS: Moisés es llamado a lo alto del monte Sinaí para recibir las Tablas de la Ley. Al tardar, el pueblo se hizo un becerro de oro, símbolo del poder y de la fecundidad. El éxito y el poder lo da el dinero. Nos pervierte la mente y el entendimiento porque deseamos tener a Dios cerca para que todo nos marche bien, los negocios, con la familia; y a si a uno las cosas le van mal, pues reniegan de Dios. El mundo tiene una mentalidad mezquina  de tener todo garantizado y poner las columnas de nuestras vidas en cosas que consideramos sólidas, pero que no nos permiten vivir en la verdad. Cristo no tiene dónde reclinar la cabeza, y nosotros que somos sus seguidores, pues debería de ser igual. Porque, de otro modo, cualquier cosa que atente o ponga en peligro mis 'seguridades' o 'ídolos' no dudaré en aniquilarlo. Que los inmigrantes nos roban el trabajo, pues cerramos las fronteras; que queremos asegurar a todo trance la seguridad, pues expulsamos a los que puedan ser sospechosos por su procedencia; que no queremos que nadie cuestione nuestra forma ideológica de pensar, pues hacemos leyes que les opriman, les persigan para hacerles callar y que terminen desapareciendo.
            Y Cristo dijo no a estas tres tentaciones para que nosotros aprendiésemos a vivir en la Verdad.