sábado, 26 de noviembre de 2016

Homilía del Primer Domingo de Adviento, ciclo a

DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO, CICLO A
            La Palabra de Dios es como la tela de araña. Como te dejes atrapar por ella, te da una serie de meneos en tu vida que te marea, porque no te deja ‘títere con cabeza’. Estamos ahora aquí, en esta celebración, no para cumplir con el precepto dominical, sino porque queremos tener un encuentro personal y comunitario con nuestro Divino Salvador: Jesucristo. Y los encuentros con el Señor no son de esos que se componen de un ‘hola, o un buenos días’ y un ‘adiós, o un hasta luego’. Sino que se asemeja más bien a esos tipos de encuentros de los que la madre ‘te llama al orden’ y te dice: « ¿dónde te has metido que vas hecho un guarro, con una mancha de tomate en toda la camisa y además recién planchada de esta misma tarde? ¿Y esos zapatos? ¿No había más charcos para meterte en ellos para pringarlos de barro? ¿De qué me ha servido estar limpiándolos con betún esta tarde?». Es más, la misma Palabra cuando habla de sí misma ya nos lo avisa en el libro del Apocalipsis: «El ángel me dijo: ‘Toma y devora el libro; te amargará en el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel’. Tomé el librillo de la mano del ángel  y lo devoré; en mi boca sabía dulce como la miel, pero, cuando lo comí, mi vientre se llenó de amargor» (Ap 10, 10). Recordemos lo que nos dice el libro de los Proverbios al respecto: «El Señor corrige a los que ama, como un padre al hijo preferido» (Prov 3, 12). También es cierto que el Señor reconoce el buen obrar y lo premia generosamente: «Venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y  me disteis de beber, (...) y éstos heredarán la vida eterna».
Podemos decir, «el Señor es bueno y siempre nos perdona, ¿cómo va a permitir que su Palabra nos intranquilice o nos genere desasosiego?». Que sí, que coincido, que el Señor ese bueno y rico en misericordia, pero el Señor no es ni tonto ni bobo. Ese «Jesusito de mi vida, que eres niño como yo, por eso te quiero tanto y te doy mi corazón (...)» ya no nos vale a nosotros que ya somos hombres y mujeres hechos y derechos.
            Cristo te pone su Palabra en tus oídos y te dice: «¿Sigues igual de amodorrado como de costumbre o has conseguido entender algo?». Y claro, nosotros nos quedamos con la boca abierta, ‘como las vacas ante el tren que pasa’ porque ni nos enteramos de dónde nos vienen los tiros, ni entendemos ‘de lo que va la fiesta’. A lo que Jesucristo te grita a pleno pulmón: «Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor». Y como aún estamos en un estado perplejo porque no entendemos a qué refiere Jesucristo con eso de «¡estad en vela!» nos genera un cabreo interno. ¿Por qué tengo yo que estar en vela, y encima ‘morirme de sueño’ al día siguiente por no dormir? ¿Por qué tengo que estar en vela yo? ¿Es que acaso no cumplo con mi deber diario con mi familia, con mi trabajo, con mi comunidad cristiana y con mis amistades? Si yo hago lo que tengo que hacer, ¿por qué hoy esta Palabra me está incomodando?
E incluso te enfadas aún más porque buscas justificarte y te dices: ‘Encima que vengo a misa y cumplo con el precepto dominical, mientras podría estar ahora mismo haciendo lo mismo que mi vecino, allí tumbado viendo la tele,.... se me dice que estoy mal espiritualmente hablando y que estoy amodorrado, que no me entero de las cosas... ¡Suficiente es que encima vengo a misa!’ Es que resulta que ésta es la Palabra que Dios te ha entregado hoy a tí. Y si te ha hecho pupa, ¡enhorabuena!, porque has dejado de oír para empezar a escucharla. Y si ahora es empezado, ¡por fin!, a escuchar la Palabra, ¿cómo has ido dirigiéndote en tu vida hasta ahora? Si no escuchabas ni interiorizabas la Palabra, entonces ¿quien o que cosa te dirigía y orientaba tu existencia? Me puedes argumentar que siempre has obrado con buena fe. Eso nadie lo niega. Pero de lo que sí te puedes estar dando cuenta que la Palabra no ha estado orientando tu existencia porque no la escuchabas, a lo más, la oías. La Santísima Virgen María, nos dice la Sagrada Escritura, que meditaba todas estas cosas –la Palabra- en su corazón.
Y esto no acaba aquí, sino que San Pablo nos hace un anuncio muy importante: «Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertarnos del sueño». Uno que ha empezado a abrir el oído y ha dejado de oír para empezar a escuchar se pregunta: “¿Por qué dice San Pablo que nos demos cuenta del momento en que vivimos? ¿No es acaso hoy domingo 27 de noviembre de 2016, primer domingo de adviento?” Efectivamente, ese es el día del calendario que corresponde al día de  hoy. Pero San Pablo no se refiere ni mucho menos a eso. ¿A que se refiere entonces con eso de que nos demos cuenta del momento en que vivimos? Lo explicaré para que cada cual pueda abrir el oído y aplicarlo a su vida: Imagínense que nos encontramos con una canoa en un río con un potente caudal, en medio de una violenta corriente. Vamos a toda velocidad arrastrados. Ese río simboliza el desarrollo del progreso horizontal. O sea, todo lo que implica y supone el trabajar para llevar el dinero a casa; la preocupación de educar y cuidar a los hijos, llevarlos al colegio y a las actividades extra escolares que sean precisas; el cumplir con la esposa o el esposo; el afrontar los pagos de las diversas facturas y de las hipotecas del piso o del coche; el poder conseguir un estatus de vida más alto con mayor confort y comodidad, etc. Es verdad que todo esto está bien y hay que hacerlo, pero este ajetreo no permite al hombre meterse en su profundidad misma. Hay una euforia por el progreso: terminar de pagar la hipoteca; que los hijos saquen las asignaturas; que en el trabajo yo sea promocionado, cada cual las suyas. Pero ¿dónde queda la dimensión de profundidad donde se da la fe? Dice la Palabra: «Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán» Las cosas y las personas pasan, mas Dios permanece. Jesucristo nos exhorta: ¡Velad! ¡Estad en vela!. Ahora vamos a introducir en nuestra vida una de esas enormes y potentes taladradoras que se emplean para poder extraer el petróleo: Uno razona así en su particular progreso horizontal; los hijos son míos, son un derecho de los padres, yo les educo como me da la gana. Ahora metamos la taladradora: Estos hijos me les ha entregado Dios para que se los custodie y sean educados conforme a su voluntad divina. ¿A que cambia las cosas? Desde las categorías del progreso horizontal uno dice: no aguanto a mi esposa porque siempre me incordia y no siento nada por ella porque no me da lo que quiero. Pero si metemos la taladradora diremos: Dios me ha puesto a esta esposa o esposo para que amándola, que me cuesta, me pueda salvar gracias a ella o a él y viendo sus defectos yo mismo reconozco los míos y eso me ayuda a amarla más.  
Nadie dijo que ser cristiano fuera sencillo, pero tenemos una promesa: Jesucristo estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. ¡Velad!

Lecturas:
Is 2, 1-5
Sal 121
Rom 13, 11-14a
Mt 24, 37-44

                                                                                              27 de noviembre de 2016 

domingo, 20 de noviembre de 2016

Homilía de JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO, ciclo C

DOMINGO XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO Ciclo c
JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
            Todos los presentes estamos bautizados, pero ¿todos los que estamos aquí notamos que el reinado de Cristo en nuestra vida nos ocasiona 'conflictos internos'? Si se pudiera hablar de la pureza de la vida cristiana con las mismas categorías con las que se habla de la pureza del agua de los manantiales ¿cómo creen ustedes que estaríamos?
            San Pablo en su epístola a los colosenses nos recuerda que «Cristo nos ha sacado del dominio de las tinieblas». Para entendernos: Cuando decimos que «Cristo nos ha sacado del dominio de las tinieblas» estamos afirmando que si Él no lo hubiera hecho -si  estaríamos totalmente condenados porque ese mega combate contra Satanás sólo nos lo podía ganar Él. Ganado ese combate por nuestro Salvador, ahora sí que podemos afrontar otros combates -que no superan nuestra capacidad- y que sí los podemos ganar siempre que estemos unidos al Señor.
            Y esto es muy cierto porque gracias al infinito amor de Cristo que murió por cada uno de nosotros se pudo volver a abrir aquella puerta hacia la vida que había sido tapiada por culpa del pecado del hombre. Pero ¿acaso Cristo nos ha salvado enviando a todo el ejercito de ángeles y arcángeles, con espada en mano para salvarnos de Satanás? No. Jesucristo nos ha salvado entregándose por amor, es más, Jesucristo nos dijo «yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Lc 22, 27b). Cristo reina sirviendo. Y la Cruz es su trono, la máxima manifestación de entrega por amor. Por lo tanto, si Cristo ha abierto el camino de cómo nos hemos de salvar para ser sacados del dominio de las tinieblas, eso nos lleva a obedecer a la Palabra -aquella que ofreció Jesucristo al joven rico-: «Una cosa te falta: vete, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme» (Mc 10, 21b). Y la pregunta que yo lanzo es ¿por qué? Porque el Señor nos quiere libres de todas nuestras ataduras. ¿Puede acaso zarpar un barco teniendo echada el ancla?, pues no. Cada cual sabrá cuáles son sus bienes, o sea aquellas cosas en las que uno tiene puesto su corazón y no le deja progresar en el seguimiento de Cristo porque actúan como si fueran ese ancla.
            Sin embargo el Demonio, que es el maestro de la mentira, nos susurra al oído que las cosas en nuestra vida va «viento en popa, a toda vela», y que todo genial. Y necesitamos a ese ladrón arrepentido crucificado al lado de Cristo que interpela al otro ladrón para mostrar ante sus ojos la verdad de su vida como malhechor y desenmascararle su pecado.  El buen ladrón estaba ayudando al otro, y a sí mismo, a descubrir que lo único que les ha movido en la vida ha sido el acaparar, en tener más y más cosas, de tal modo que todo ha girado en torno a eso. El tener cosas y más cosas, y para adquirirlas usar incluso el robo, eso ha sido para ellos su gran ídolo. Otra cosa es que el mal ladrón no le hizo caso y murió perdiéndose su alma. Gracias al discernimiento de los presbíteros, de los catequistas y de los hermanos vamos descubriendo cuáles son nuestros ídolos que nos impiden seguir a Cristo con determinación. Y seguiremos diciendo que yo no me encuentro atado a nada ni a nadie. A modo de ejemplo: ¿no te encuentras atado a tu cochazo que únicamente le sacas de la cochera para cosas muy importantes y concretas y jamás lo dejas aparcado en la calle? Un cochazo que has depositado gran parte de tus ahorros y que ni permites que entre uno en él con ropa deportiva y mucho menos con algo de barro en los zapatos? Y esa persona me dirá que él no está atado a ese coche, que ese coche no es para él un ídolo, simplemente una cosa que él tiene. ¿Creen ustedes que prescindiría de ese automóvil? No, porque en ese coche tiene puesto su corazón. Quien dice coche se puede poner unos afectos, un perro, etc. Algo que provoque quela vida de uno gire en torno a ello en vez de en torno a Cristo.
            Cristo nos ha sacado del dominio de las tinieblas, es decir, Cristo ha hecho por nosotros lo que nosotros no podíamos haber hecho. Ahora que cada cual puede afrontar las particulares batallas con posibilidad de poderlas vencer.
             

LECTURAS
Lectura del segundo libro de Samuel 5,1-3:
Sal 121,1-2.4-5 R/. Vamos alegres a la casa del Señor
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 1,12-20:
Lectura del santo evangelio según san Lucas 23,35-43:



20 de noviembre de 2016 

sábado, 12 de noviembre de 2016

Homilía del Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, Ciclo C

HOMILÍA DEL DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C
            Hoy al escrutar la Palabra para poder hacer esta homilía me ha venido al a mente a aquellas personas que son referentes en nuestras vidas. Personas, mejor dicho, cristianos que no solamente dicen que se fían de Jesucristo, sino que con su modo de actuar lo van demostrando.
            Nos dice San Pablo en su carta a la Comunidad de Tesalónica que «ya sabéis vosotros cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo» y lo hacen «para darnos un modelo que imitar». Pero claro, cuando uno está en un colegio interno, en un campamento o en una institución o colectivo donde todos sienten o piensan más o menos parecido, te sientes integrado en esa forma de pensar o sentir. Se encuentra uno muy a gusto cuando se está al calorcito de la lumbre de esa particular ‘chimenea’. Hay temas importantes donde no solamente hay consenso, sino que hay firme convicción: el estar abierto a la vida, un noviazgo en castidad, el no apego ni a las riquezas ni a los afectos, la importancia de ir dando pasos para ‘morir a uno mismo’, la necesidad de celebrar la Eucaristía semanalmente con los hermanos, etc. Hay cosas que no se discuten, porque se ven como buenas, necesarias y deseadas.
Pero, ¿y qué pasa con aquellos jóvenes, y no tan jóvenes, que aún viviendo como Cristo desea que vivamos, están sufriendo las fuertes heladas de la secularización? Porque puede ser que influenciados por lo que ellos vean fuera, empiecen a surgir dudas y a cuestionar lo que en un primer momento era una fuerte convicción. El Demonio actúa como las heladas en las hendiduras de las rocas. El agua se cuela por esas hendiduras y al helarse genera una fractura interna mayor en la roca. Porque ya a uno le empieza a costar –dar pereza- ir a la Eucaristía, empiezan a aparecen excusas más o menos elaboradas para ausentarse de la comunidad cristiana y no digamos nada para acudir al sacramento del perdón, etc.
Aparece un chico o una chica que ‘hace tilín’ y resulta que todas las cosas que antes has oído del noviazgo cristiano y de las que estaba más o menos de acuerdo, ahora se pone en crisis absoluta. Es que resulta que en mi matrimonio siempre hemos inculcado principios cristianos y ahora mi hijo o mi hija quiere estar en nuestra casa, con nosotros, pero no acepta los principios cristianos y desea vivir al estilo pagano ‘bajo nuestra techo’. Y ante esto ¿la firme determinación de vivir la fe en el hogar tiene que doblegarse ante la voluntad del hijo o de la hija? ¿No deberíamos de posicionarnos firmemente aunque esto suponga  una salida ‘un poco traumática’ de ese hijo de esa casa? Cuando uno no se encuentra en esa tesitura o en esas situaciones tan delicadas, uno es tan ingenuo ‘de sacar pecho’ y de decir, como dijo San Pedro: «Aunque todos te abandonen, yo  no te abandonaré»; pero claro, cuando uno ve cómo su persona corre peligro, uno ‘cambia de camisa’ tan rápido que se lo saca sin quitar ni los botones.
Es que una cosa es lo que uno cree y otra cosa es ser consecuente con lo que se cree. Y lo que nos pasa es lo mismo que al pueblo judío cuando estaba atravesando el desierto durante esos cuarenta años: muchos esfuerzos y muy pocas gratificaciones inmediatas nos desalientan. Y es aquí cuando entra en escena el Demonio: «¿Cómo es que Dios no os permite comer de ningún árbol del paraíso?» (cf. Gn 3,2); ¿cómo es que Dios permite que lo estés pasando tan mal? ¿Por qué permites que te roben tiempo con esas oraciones y esas reuniones mientras tú podrías hacer otras cosas? ¿Es que acaso necesitas que aún te estén tutelando? Esta es la forma de actuar del Demonio. Sin embargo nosotros tenemos en la mente a aquellos que sí son modelos a imitar, tal y como nos recuerda el apóstol san Pablo: al mismo Cristo, a los Apóstoles, a los catequistas, a los presbíteros (si son fieles a lo que tienen que serlo).
Y estos modelos a imitar nos enseñan a vivir en la verdad, a no contentarnos con admirar la calidad de la piedra y los exvotos del templo. Nos enseñan a no contentarnos o ensimismarnos con los ingresos mensuales que entran en la cartilla de ahorros fruto del trabajo; nos enseñan a no contentarnos con los éxitos profesionales o estudiantiles que uno pueda experimentar; nos enseñan a no sentirnos satisfechos por sentirnos afectivamente correspondidos; etc., sino que seamos capaces de reconocer que si no lo hacemos todo por amor a Dios, todo lo conseguido o adquirido se derrumbará como un castillo de arena en la playa.  
Ese modo de vivir a ser imitado nos remite a una realidad que a pesar de no ser percibida, realmente existe. Fiándonos de esos modelos de vida nos vamos encaminando por las sendas del Espíritu y, poco a poco, Dios nos va desvelando realidades ocultas y vamos adquiriendo tanto las fuerzas como las razones que el mundo ni capta, ni desea aceptar, viéndose privados de la Sabiduría infinita de Dios.

Lecturas:
Mal 3, 19-20ª
Sal 97
2 Tes 3,7-12
Lc 21, 5-19

13 de noviembre 2016 

domingo, 6 de noviembre de 2016

Homilía del Domingo XXXII del Tiempo Ordinario, ciclo C

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO, Ciclo C
Hermanos, nos vamos a ir encontrando con muchas personas que se van a mofar de nuestra fe. E incluso esas personas, viendo cómo actuamos los creyentes, nos lleguen a llamar irresponsables por nuestro modo de proceder. No entienden cómo es posible que un matrimonio tenga más de dos hijos, y no digamos si se tiene diez u once. No se entiende cómo un chico con un futuro prometedor se levante para poder discernir su vocación en un seminario o una chica que se levante para poder discernir su vocación en un convento. No se entiende cómo alguien puede protestar porque en el colegio concertado –para recibir una formación religiosa católica- donde acuden sus hijos de primaria, con el beneplácito de las religiosas, se estén dando sesiones de mindfulness (técnicas de meditación para buscar la felicidad, la armonía, la tranquilidad) y se estén dando con una caña de bambú en la frente para hacer meditación budista. Es decir, que les hay tan tontos que les engañan y encima se sienten satisfechos, mientras que los timadores ‘se mueven como pez en el agua’. Quitan a Cristo y ponen a un Buda. ¡Increíble! Y nadie dice nada, porque lo ven normal. Y el que protesta se tiene que armar de paciencia porque le llaman de ‘bicho raro’ para arriba.
Aquella burla que Jesús soportó de los saduceos, también la soportamos aquellos que le seguimos - o por lo menos intentamos- seguirle de cerca. Nosotros no hacemos las cosas por que sí, sino que las hacemos porque nos fiamos de una persona: Jesucristo, el cual está vivo. ¿Y cómo sé que está vivo? Porque tengo experiencia de cómo actúa en mi vida. Nos dice San Pablo en su carta a la comunidad de Tesalónica: «Por lo demás, hermanos, orad por nosotros, para que la palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada». Y además nos sigue diciendo: «El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del Maligno». Cada uno de los presentes sabemos que ‘Dios es un Dios de vivos’ y  no de muertos porque la Palabra se cumple en cada uno. Nos cuenta la Sagrada Escritura cómo Dios sacó con brazo fuerte al pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto. Cómo le condujo por el desierto aquellos cuarenta años. Y sabemos que cuando el Señor le introdujo en aquella tierra prometida para que tomasen posesión de ella, no estaban solos. Había siete naciones más poderosas que los hebreos (cf. Dt 7, 1-2): hititas, guirgasitas, amorreos, cananeos, perizitas, heveos y jebuseos. Cada cual más grande, poderosos y fuertes. Cuando el Pueblo de la promesa llegó a esa tierra prometida no se encontró paz y alegría sin fin. Tuvieron que luchar y bastante, en primer lugar contra las fieras salvajes que les atacaban y después con aquellos pueblos que les daban mil vueltas en poder y dominio. Sin embargo el pueblo judío, con la ayuda de Dios, les fueron venciendo uno a uno. Esos pueblos numerosos y peligrosos tienen para nosotros unos nombres y realidades concretas: la hipoteca del banco, el mantener el puesto de trabajo, la educación de los hijos, esa enfermedad que me está atormentando, esos exámenes duros de la carrera, esa oposición que no termina de salir adelante, etc. Sin embargo, Dios va proveyendo para que salgan las cosas como tienen que salir y salir así victoriosos ante tales feroces enemigos. El pueblo de Israel antes de reconocer a Dios como el creador le entendió primero como el Dios salvador. Y un  muerto no provee, sólo proveen los que están vivos, luego Dios está vivo. Durante el tiempo de la batalla muchos, alentados por el Demonio, intentarán que nosotros ‘tiremos la toalla’. Y cuando un creyente es consciente de la cantidad de cosas que Dios ha hecho por él es entonces cuando tiene fortaleza para testimoniar ante los demás lo que Dios ha hecho con él, y ya no tendrá miedo –o por lo menos tanto miedo- porque sabrá que Dios no es un producto de su mente, sino que es alguien vivo y que actúa, aunque con los ojos de la cara no se le vea. De tal modo que ese cristiano no te responderá la pregunta sobre qué es la fe con el catecismo –modo de preguntas y respuestas-, sino que manifestando su propia vida podrá adquirir una mayor certeza de la existencia de Dios y así poder recobrar las fuerzas ante los ataques que nos vengan del mundo.

Lecturas:
2 Mac 7, 1-2.9-14
Sal 16
2 Tes 2,16-3,5

Lc 20, 27-38

martes, 1 de noviembre de 2016

Homilía de la Solemnidad de Todos los Santos, año 2016

DÍA DE TODOS LOS SANTOS 2016

            «El mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él». Me parece que todos nos sentimos identificados con esta frase del evangelista San Juan. ¿Y donde reside nuestra diferencia?, ¿qué es lo que nos hace distintos para que el mundo no nos reconozca? Nuestra diferencia reside en que luchamos. San Pablo nos muestra encima de la mesa la maqueta del mapa del campo de batalla, donde están ubicados la caballería y la infantería así como los feroces enemigos: «Nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire» (Ef 6, 12). Es Satanás quien nos declara la guerra, y el Señor permite esa guerra para nuestra santificación y para su gloria. Ahora bien, jamás permitirá que sea tan excesivamente cruel que no tengamos fuerzas para afrontarla.  La Palabra ya nos lo recuerda para alentarnos: «Dios es fiel, y Él no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la tentación hará que encontréis también el modo de poder soportarla» (1 Cor 10, 13b).
Muchas son las pruebas que nos esperan, algunas de ellas muy duras. Sin embargo de todas las pruebas nos libra el Señor. Tengo un amigo que siempre le dice a su novia cuando se enfada: «Yo quiero hablar con Sara, no con la soberbia que domina a Sara», y claro, Sara tampoco se queda atrás. De todas las pruebas nos libra el Señor.
            San Pablo nos urge a que tomemos las armas de Dios (cf. Ef 6, 13); a que nos revistamos con la armadura de Dios para poder resistir en el día malo y así mantenernos firmes después de haber superado todas las pruebas. Si pensamos y sentimos y amamos como piensa, siente y ama el mundo no cabe la guerra, ya que hemos sido invadidos por el Maligno. Y atención, el día malo del que nos habla la Palabra llegará. Cada uno de nosotros tendrá ese día muy malo. Un día muy malo provocado por Satanás. Conozco a un matrimonio de Zamora que se encontraban en el despacho del abogado con el bolígrafo en mano para firmar el divorcio, y por poco lo hacen. Dios da autorización a Satanás para hacernos la guerra. San Pedro nos alienta con sus palabras: «Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego» (1 Pe 1,7). De ese día malo nadie se libra. Nos gustaría que toda la vida fuera una sonrisa eterna, pero no lo es.
Nos dice la Palabra lo que tenemos que hacer para resistir en ese momento de la prueba el ataque de Satanás: Primero revestirnos de la armadura divina y ceñirnos la cintura con la verdad. Lo primero es la verdad. En un cristiano no cabe la doble vida, no cabe el engaño. El casado no puede estar con una amante, ni el que ha hecho una opción por la pobreza el poder estar anhelando y amontonando posesiones terrenas. Cristo es muy claro con la hipocresía: «Cuidado con la levadura de los fariseos, que es la hipocresía, pues nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse» (Lc 12, 1-2). Vivir en la verdad.
La Palabra nos sigue diciendo que también nos revistamos la coraza de la justicia. Pero no de cualquier justicia, sino de la justicia de la cruz. Y con esta coraza no tenemos miedo de los sufrimientos porque Cristo ya ha sufrido por nosotros y nos ha ofrecido la posibilidad de sufrir un poco con Él para la salvación de la humanidad, lo que falta a su Pasión.
Sigue diciéndonos la Palabra que calzados los pies por anunciar el Evangelio. Esto tiene una gran profundidad. Satanás persigue el talón de los cristianos. Espera que nos durmamos para pegarnos una gran dentada en el talón. El talón es nuestro punto débil, nuestro talón de Aquiles. La serpiente repta por la tierra y desea alcanzar tu talón para morderlo y así poderte matar. Pero si tienes tus pies calzados con el celo por anunciar el Evangelio, no te puede matar, porque tu debilidad ha quedado revestida por la fuerza del Espíritu de Dios.  Calzados los pies con el celo por anunciar el Evangelio el Demonio no puede atacar tu talón de Aquiles porque lo has revestido con un zapato que te lo protege.
Además teniendo siempre en la mano el escudo de la fe, con el cual podemos apagar todos los dardos incendiarios lanzados por Satanás. A veces Satanás te lanza un dardo con un pensamiento impuro; un pensamiento de que todo es mentira; te lanza un pensamiento de que la Iglesia en un asunto se equivoca, un pensamiento que te hace desconfiar de esa hermano de comunidad, etc. Dardos incendiarios lanzados por el Maligno. Y nosotros, con el escudo de la fe en la mano resistiendo y diciendo al Demonio: ¡Vete de aquí, Satanás!
No solamente estamos revestidos con la coraza, ceñidos la cintura y calzados los pies y el escudo de la fe sino que también puesto el casco de la salvación y empuñada la espada de la Palabra de Dios. Una Palabra que alimenta nuestra alma y nos ofrece el discernimiento oportuno para afrontar la batalla.
Es normal que el mundo no nos conozca, que nos rechace porque no somos propiedad del mundo, sino de Cristo. Y aunque estamos con los pies en esta tierra somos ciudadanos del Cielo. En esta lucha con los poderes de este mundo el alma del creyente va madurando por dentro. Muchos hermanos nuestros han vencido en la batalla luchando codo con codo con Jesucristo. Y «éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestidos en la sangre del Cordero» (Ap 7, 14).

Lecturas:
Ap 7, 2-4. 9-14
Sal 23
1 Jn 3, 1-3
Mt 5, 1-12a


1 de noviembre de 2016

Homilía del Domingo XXXI del Tiempo Ordinario, Ciclo C

HOMILÍA DEL DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C

            No se si a ustedes le sucederá, pero a mí a veces. Hay días que cuando escruto –rezo con la Biblia- la Palabra me sucede como aquel que ha quedado en parada cardio-respiratoria y es sometido a una reanimación. Sólo consigo entender lo que significan las palabras pero no puedo ir más allá, no consigo sacar nada. Quedo como en parada cardio respiratoria. Y muchas veces gracias a la constancia y lucha por la vida de ese paciente se le consigue traer de nuevo al mundo de los vivos; pues conmigo tienen que insistir mucho porque la lectura del electrocardiograma a veces es plana cuando escucho la Palabra. ¿No les sucede a ustedes que escuchan la Palabra de Dios y a veces no les dice ‘ni fu ni fa’? Y muchos hermanos suelen decir que la Palabra ‘no les dice nada’ porque ‘están fríos en la fe’ o ‘débiles en la fe’. Aunque lo más sorprendente –por lo decepcionante que puede llegar a ser- es cuando uno se encuentra algún cristiano, que con cara de profunda extrañeza va y te pregunta: «¿Que me estas contando? ¿Te has fumado algún porro? ¿O es que has saqueado el mini bar del salón de tu casa? ¿Dices que la Palabra de Dios tiene algo de especial para decirte algo personalmente a ti? ¿Y que más? ¿Por qué no me cuentas las conversaciones nocturnas que mantienes con tu gato?». A lo que ya uno ‘se corta’ y ya tienes cierto temor de decirle: «Yo, a veces hablo con Dios y me responde a su modo, ¿a ti Él no te dice nada?», porque se corre el alto riesgo de ‘tener que echar patas’ delante de la furgoneta de los enfermeros del manicomio.   
            Lo que pasa es que cuando uno nace en un contexto social y cultural donde muchas cosas que son pecado son percibidas como cotidianas, nuestra sensibilidad hacia las cosas de Dios queda notablemente eclipsada. E incluso aquellos que deberíamos ir por delante planteando una lectura creyente de la realidad, hacemos una lectura meramente horizontal, pobrísima. Nos encontramos hoy a Jesús que propicia un encuentro con Zaqueo. Nos cuenta el Evangelio  que Jesús al llegar a la altura de la higuera donde se encontraba subido Zaqueo, levantó los ojos y le dijo: «Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». A lo que él responde con gran alegría. Pero todos aquellos que lo estaban presenciando ya estaban haciendo su lectura horizontal, extremadamente pobre y decepcionante hasta decir basta, totalmente plana: nos cuenta la Palabra que todos murmuraban diciendo que «ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». El caso es que esos judíos se consideraban justos y cumplidores con la Ley, pero Dios no estaba ni en su pensamiento ni en su corazón. Se cumple las palabras del profeta Isaías: «Este pueblo me alaba con la boca, y me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí y el culto que me rinden es puro precepto humano, simple rutina» (Is 29, 13).
            Y es que resulta que esto también nos pasa a nosotros, por eso la Palabra nos interpela y nos obliga a estar vigilantes. Resulta que un muchacho está pidiendo al Señor que le regale una novia porque cree que su vocación en la Iglesia es al matrimonio. Y el Señor tiene a bien el concedérselo. Pero cuando está con ella se olvida que esa chica es un don dado por Dios y empieza a vivir un noviazgo mundano, lejos de aquel prometido noviazgo cristiano. Y como las personas que le rodean no le plantean la enorme falsedad que está acarreando en su noviazgo, sino que comparten con él esos criterios mundanos y así se van propiciando a que se vaya olvidando totalmente la originaria intervención divina. O ese matrimonio que se casan por la Iglesia y que piden a Dios el don de los hijos. Dios se les concede, pero tan pronto como los tienen empiezan a actuar como si ellos fueran suyos, no transmitiéndoles la fe, dando siempre prioridad a todas las cosas antes que todo lo que afecte a la educación como cristianos. Se olvidan que esos padres meramente son los custodios de esos hijos dados por Dios para que les cuiden, protejan y eduquen.
            O el caso de ese joven que pide a Dios un trabajo para poder sentirse útil y así poder ejercer en lo que se había preparado. Dios se lo concede, pero tan pronto como siente que tiene que dejar un día sin acudir al trabajo por anunciar el Evangelio o para nutrirse en su vida espiritual, tiende a prevalecer los criterios del miedo antes que los de la confianza en Dios. Y uno se dice: no sea que por no acudir ese día al trabajo me vayan a despedir o me empiecen a mirar mal. Pero vamos a ver, ¿quién te ha dado ese trabajo?, ¿no ha sido Dios?; por lo tanto, si ese trabajo es fruto de lo que lo que tú pedías a Dios, ¿por qué no se va a ser agradecido al Señor dando testimonio de nuestra fe ante los compañeros de trabajo? ¿Es que acaso tienes miedo a ser despedido? ¿No será que digas que «el Señor tu Dios es tu único Señor y le amarás con todas tus fuerzas, con todo tu ser»,… pero realmente eres tú el primero en vez de Dios?
            Cuando se hacen lecturas horizontales nos olvidamos de la real existencia de lo sobrenatural que sostiene y alienta todo lo cotidiano. Y la historia se vuelve a repetir: porque nuestros becerros de oro, a los cuales tributamos culto ya que son nuestros ídolos, aunque no lo queramos reconocer, es esa novia, son esos hijos o es ese trabajo. Y lo que resulta más sorprendente es que estamos tan engañados que llegamos a negar de la existencia de nuestros ídolos.
            Sin embargo Jesucristo hace añicos esa lectura horizontal de la vida. Inyecta una dosis de espiritualidad en ese encuentro con Zaqueo.  Ante las palabras de arrepentimiento de Zaqueo, Jesús no se queda con una valoración meramente moral, sino que le invita a orientar toda su existencia desde la fe que tuvo Abrahán. Que fiarse de Dios es lo que conduce a la salvación. Le invita a que su espiritualidad renazca del agua y del Espíritu de Dios. Jesucristo no se queda en la mera religiosidad natural que tenía Zaqueo, sino que por medio de su encuentro con este recaudador de impuestos le ha abierto el oído para que escuche la Palabra y vaya dando pasos hacia la conversión personal. De tal modo que según vaya avanzando irá reconociendo cómo el Señor ha ido haciendo obras grandes en él, de las que ahora empieza a ser consciente y a brotar el agradecimiento sincero. Y según se va avanzando en esa lucha interna que es la conversión, se va descubriendo de un modo más nítido, que el mundo con sus cosas son ceniza, mientras que estar con Cristo es, sin duda, lo mejor.
30 de octubre de 2016
Lecturas:
Sab 11,22-12,2
Sal 144
2 Tes 1,11-2,2

Lc 19, 1-10