martes, 25 de octubre de 2016

Funeral de la Hermana Carmelita Descalza de Palencia, María del Carmen del Santísimo Sacramento

FUNERAL DE LA HERMANA
MARÍA DEL CARMEN DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO

            Ayer el Señor llamó ante su presencia a una hermana cuya vida consagró al servicio de la Iglesia y en la oración silenciosa ante el Sagrario fue colaborando en la evangelización y en la conversión de los pecadores. El Señor le regaló una familia carnal naciendo el día quince de mayo de 1934 e hizo su profesión como carmelita descalza el día 23 de noviembre de 1957. Esta carmelita descalza es una de las creyentes de las que uno tiene la certeza moral de que la vamos a volver a ver en el cielo. Bueno, eso será si nosotros también vayamos a parar allá.
            Hay cristianos que se creen que por mucho alzar la voz son escuchados antes por Dios. La plegaria sencilla, cotidiana, fiel de esta fiel servidora de la Iglesia ha llegado en todo momento al corazón de Cristo. En medio del agresivo desierto causado por la secularización, este convento fundado por Santa Teresa de Jesús es un oasis para todos aquellos que deseamos encontrarnos con el Amor de los amores. La oración silenciosa, reflexivas, madura y adulta,  meditando la Palabra es el mejor alimento para el alma. Nuestra hermana tenía dificultad para poderse expresar, sobre todo en sus últimos años, pero su mirada así como su presencia comunicaba más de Dios que muchos de los que hemos sido llamados al ministerio ordenado.
            Muchas personas creen que cuantas más cosas hagan y más se les vea, más importantes son. En cambio no se dan cuenta que sólo aquellos que están en contacto con las cosas de Dios son las que ven las cosas desde la auténtica verdad. Seguir a Jesucristo es entablar con Él una profunda intimidad. Nuestra hermana era una enamorada de Cristo. Todos los días le entregaba el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor y ella, con recogimiento y gran cariño le comulgaba. Su modo de recibir al Señor y de acogerle era ya para mí una catequesis de fe. La última vez que comulgó al Señor fue precisamente ayer, lunes, a las 10,20 horas de la mañana, en aquella habitación del hospital Río Carrión de Palencia, estando acompañada de la Madre María Purificación de la Sagrada Familia y de la Hermana Celia del Corazón de Jesús.
            Siempre se quedaba ahí, al lado de la verja esperando que yo me diera la vuelta para que ella jamás le diera la espalda al Señor Sacramentado. Mas llegar yo a la sacristía y al Altar para celebrar la Eucaristía uno enseguida se percataba de que esos purificadores, esas vinajeras, ese Cáliz, esas flores y velas estaban puestas ahí con gran delicadeza y ternura porque era para el Señor. El modo de cómo trataba las cosas sagradas me ha instruido y ayudado como presbítero que soy.
Su relación con Cristo fue madurando, de tal modo que la persona de Cristo llegó a su corazón y se plantó en el centro mismo de su vida.
            Disfrutaba de su presencia cuando íbamos 'al sintrom', al centro de Salud de Pintor Oliva. Cuando me reunía en el locutorio para hablar con toda la Comunidad y su aportación, aunque breve por su dificultad, era de gran ayuda espiritual. Son de esas presencias de las que uno agradece.  Durante los siglos de historia siempre ha estado cuajados de testimonios vigorosos y conmovedores de este amor característico de enamorado del Señor. Muchos pueden pasar desapercibidos pero su aportación ha sido fundamental al crecimiento y edificación del Cuerpo Místico de Cristo. Esta querida hermana carmelita descalza ha servido a la Iglesia de un modo excelente y todos estamos profundamente agradecidos al Señor por haber estado aquí durante todos estos años ayudando a sostener esta iglesia con los músculos de su alma al pie del Sagrario. Sin lugar a dudas, Jesucristo estará diciendo a nuestra hermana Carmen: «Sierva buena y fiel. Entra en el banquete de tu Señor» (cf.Mt 25, 23).
            Ayer, en el hospital, llevé al Señor en mi Porta Viáticos para que pudieran rezar físicamente cerca de Cristo Eucaristía. Y le dije a la hermana, acercándome a ella: «como usted no puede ir a donde está su amor, aquí le traigo para que esté a su lado». A lo que ella me correspondió con un gesto de profundo agradecimiento. Y al no tener una imagen de la Virgen del Carmen le llevé un rosario que se lo puse en su mano derecha. No tardó en empezar a mover las cuentas del rosario dándome así una catequesis de constancia en la oración, aún en medio del dolor. Y rezando al Señor y a la Santísima Virgen entregó su alma. Cerró sus ojos a este mundo, y como si se tratara de un rápido pestañear, volverlos a abrir para disfrutar de la dulzura del rostro de Dios. 
            ¡Señor Dios del Universo, Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, Dios de nuestros Padres, Creador de Cielo y Tierra, gracias por el regalo de esta hija tuya y hermana nuestra!
  



  
Falleció: 24 de octubre de 2016 a las 14,32 horas en el hospital Rio Carrión de Palencia, planta séptima
25 de octubre de 2016, Funeral a las 5 horas de la tarde





            Con un profundo agradecimiento a Dios por el tesoro que me he encontrado en este Carmelo.

Roberto García Villumbrales



sábado, 22 de octubre de 2016

Homilía del Domingo XXX del Tiempo Ordinario, Ciclo C

DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C
            «Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha», con esta certeza hemos respondido al Salmo Responsorial de hoy. Lo que seguramente ha podido pasar desapercibido es la historia bellísima que nos narra este salmo. Este salmo nos manifiesta la superación de un terrible conflicto.
            Este salmo, en unos de sus primeros versículos (cf. Sal 33, 5) usa la expresión «consulté al Señor» (o también, «busqué al Señor») se refiere a un acontecimiento en concreto. ¿Qué acontecimiento es? ¿De qué se trata? Las personas acusadas injustamente y, a consecuencia de ello, perseguidas, iban a refugiarse al Templo de Jerusalén. Allí pasaban toda la noche a la espera de una sentencia. Por la mañana, un sacerdote echaba las suertes para determinar si la persona acusada era culpable o inocente. Este fue el caso de quien compuso este salmo. Pasó la noche en el Templo, confiado, y por la mañana fue declarado inocente. Entonces decide dar gracias al Señor, manifestando ante los demás pobres que estaban allí las maravillas que Dios había hecho en su favor.
            Además el salmo, en el que nos relata su experiencia -habla de él mismo- nos da información acerca de su situación socioeconómica. Es pobre: «Cuando el pobre clama al Señor, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias» (v.7). Y pobres son también las personas que rodean el Templo, en el momento de su acción de gracias: «Mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren» (v. 3). Y el salmista da un paso más: Invita a los empobrecidos a que proclamen su profesión de fe: «Ensalzad conmigo a Yahvé, exaltemos juntos su nombre» (v.4).
            ¿Qué es lo que había pasado a esta persona pobre? Antes de ser declarada inocente, había pasado por momentos difíciles. Nos habla de que tenía temores y angustias. Y con su forma de actuar da una catequesis práctica a todos aquellos que están sufriendo, que tienen el corazón herido y andan desanimados. Les enseña a gritar a Dios, a refugiarse en el Señor, consultándolo para ser declarados inocentes y así obtener la salvación.
            ¿Quiénes son los enemigos del salmista? Son ricos. Son personas retorcidas que no dudan en mentir para destruir al débil. Son personas con maldad en su corazón que se sienten denunciados por aquellos que se esfuerzan en ser fieles a Dios. Entonces lo odian, lo insultan, lo calumnian, lo persiguen y buscan el modo de arrancarle la vida. Estas personas perversas se oponen a la felicidad del salmista. De tal modo que la mentira de los injustos ha ocasionado la pérdida de los bienes que tenía el salmista, nos dice: «¿A qué hombre no le gusta la vida, no anhela de días para gozar de bienes?» (v. 13). ¿Os acordáis de la historia de la casta Susana y de los dos viejos verdes?, pues por el estilo.
            Hermanos, los creyentes estamos soportando la arrogancia y tiranía del laicismo. No nos van a faltar la discriminaciones ni las marginaciones. Tenemos que irnos preparando para vivir tiempos de adversidad. No importa que llegue a ser más débil en su influencia social, con menos edificios, menos dinero, menos personas y menos protección de los poderosos de este mundo. Dios ha escogido lo necio y lo débil de este mundo para confundir a los que se creen fuertes y para iluminar y salvar a los que buscan la verdad con humildad y sinceridad. Tenemos un valioso tesoro: la Verdad de Jesucristo que ilumina los corazones y ha vencido con la fuerza de su amor a los poderes de este mundo. No tengamos miedo. Pongamos nuestra confianza en la autenticidad más que en el número. Vivamos de verdad «como ciudadanos del cielo» y lo demás vendrá por añadidura.

Lecturas:
Lectura del libro del Eclesiástico 35, 15b-17. 20-22a
Sal 33
Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a Timoteo 4, 6-8. 16-18

Lectura del santo evangelio según San Lucas 18, 9-14

viernes, 14 de octubre de 2016

Homilía del Domingo XXIX del Tiempo Ordinario, Ciclo C

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO, Ciclo C
            Hermanos, sucede que muchas veces cuando escuchamos la Palabra de Dios ya la damos 'como por sabida'. Nos sucede cómo cuando empieza la publicidad cuando vemos una película, que aunque esté encendida el aparato de la televisión, no le prestamos atención. De fondo escuchamos la musiquita del anuncio publicitario, pero no atendemos.
            El serio problema está en que cada cual quiere vivir su vida y cuando se escucha la Palabra -la cual nos pone en la Verdad- nos hacemos 'los locos' porque no nos interesa que algo nos intranquilice o nos incordie, aunque esto sea para colaborar en nuestra propia salvación.
            San Pablo en su segunda carta a Timoteo nos dice: «Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado». Timoteo conocía las Sagradas Escrituras desde la infancia y además había sido testigo de muchos milagros que el Señor había realizado en él y en muchos hermanos de la comunidad. Ese 'permanece' que emplea San Pablo para alentar en la fe a Timoteo tiene mucha importancia. Y además, tiene su aplicación práctica en ti y en mí.
            Me explico. Hace poco un gran amigo me ayudó a entender la realidad de unas personas a las que tengo en gran estima. Es decir, me ayudó a entender esa realidad a la luz de la fe.  Resulta que un matrimonio de mi pueblo, los dos de Misa dominical, habían tenido a un hijo que les 'había salido rana'. Tenían unas expectativas altas sobre él, estaba estudiando una carrera universitaria, pero era un auténtico desastre. Dando disgustos a sus padres, llegando tardísimo a casa por las noches, cada fin de semana con una chica distinta. Es decir, que sus padres sufrían mucho por él. Incluso el propio matrimonio estuvo al borde de romper por los constantes disgustos que sufrían y por el modo diferente que tenían ambos de afrontar el serio problema. Resulta que un amigo de su hijo le invita a un campamento de verano organizado por la parroquia y este hecho marca un antes y un después en este muchacho. Escucha unas catequesis que le cuestiona toda su vida y empieza a centrarse en los estudios, en el trato con las chicas e incluso con sus padres. Saca los estudios y Dios le regala un trabajo en lo que se había preparado. Se empieza a implicar en la vida parroquial, y sus padres, que reconocen que el cambio operado en su hijo era fruto de un milagro del Señor, también se implicaron considerablemente en la vida parroquial, en señal de profundo agradecimiento.
            Pero el tiempo trascurre y como le sucedía a Moisés le pesaban las manos que estaban alzadas para que el ejército de Israel venciese. Moisés tenía que permanecer con las manos alzadas para alcanzar la victoria. Pero a nosotros, eso de permanecer lo tenemos más complicado porque nuestra fe está muy debilitada. Al principio este matrimonio entendió como un milagro el cambio de su hijo. Era algo sorprendente, algo milagroso. Y relacionaban directamente este milagro con su enriquecimiento en la vida espiritual. Pasó el tiempo y empezaron a desviarse en su planteamiento original. Lo que era en un primer momento un milagro de Dios en su hijo pasó a ser que le fue entrando el sentido común, que fue asentando la cabeza y que había alcanzado un grado de madurez adecuado. Esto se fue plasmando en un enfriamiento en la vida de oración del matrimonio y del hijo; un distanciamiento de la parroquia y un olvido de lo que Dios había realizado en esa familia. Moisés permanecía con las manos alzadas y este matrimonio e hijo -donde todos podemos estar perfectamente retratados- ya las habíamos bajado, olvidando la oración y congelándonos en la vida de fe. Por eso me resuena tanto en mi interior esas palabras de San Pablo: «Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado». ¿Y qué cosa has podido aprender? El modo de cómo Dios se ha portado contigo y te sigue mimando.
            Dios nos regala un novio, unos estudios, un trabajo, una gran sorpresa… y no somos capaces de vivir desde el agradecimiento al Señor. Somos inconstantes en la oración y en la acción de gracias. Y en todo esto ¿qué papel desempeña la pobre viuda de la parábola? Imagínense a una mujer, no necesariamente anciana, que se ha quedado viuda. Recordemos que la edad de casamiento para las muchachas normalmente era entre los trece y catorce años. Luego, probablemente fuera una viuda muy joven. Una viuda, que como todas las viudas de aquel entonces, eran pobres mendigando un churrusco de pan. Y la parábola nos comenta que ella presenta su demanda ante un juez, no ante un tribunal; lo que significa que se trata de una cuestión de dinero: una deuda, de una parte de la herencia que se le retiene a la pobre viuda… ¿Os acordáis de aquel pasaje del evangelio de Lucas cuando uno entre la gente le pide a Jesucristo que dijese a su hermano que repartiera con él la parte de la herencia? (cf. Lc 12, 13-14). Pues ahora es esta viuda que acude a este juez injusto. Ella era pobre y no podía hacer ningún regalo al juez para que su demanda fuera aceptada. Es que en aquel entonces, y en muchos casos ahora, los más sagaces cuchicheaban su asunto a los secretarios y les daban 'sus derechos' -o sea que 'les untaban de dinero'- para que sus asuntos fueran atendidos los primeros delante de toda la gente que se agolpaba en la sala de espera. Las viudas eran prototipos de desamparo y de falta de defensa. A todo esto hay que sumar que el adversario en el proceso sería un hombre rico, considerado. La pobre viuda de la parábola acudía muchas veces ante el juez inicuo, llevando consigo su única arma: la constancia, el permanecer allí insistiendo.
            Nos dice la parábola que «el juez se negó durante algún tiempo», pero con el matiz de "no se atrevía" a dar la razón a la viuda porque tenía sus miedos a la reacción del otro litigante en el proceso, que con toda seguridad era alguien rico y con prestigio. El juez era un cobarde. Tan cobarde como Herodes que mandó decapitar a Juan el Bautista para no desairar a la joven Salomé ante los invitados por su cumpleaños. Y mientras la pobre viuda sufriendo las consecuencias de una gran injusticia. Jugaba con clara desventaja. Pero ella como Moisés seguía manteniendo los brazos bien alzados hacia Dios.
            Finalmente el juez cede. No tanto porque ella le hubiera atacado los nervios, ni tampoco por una explosión de enojo de la mujer, sino que lo que le hace ceder es su constancia. El juez quería que le dejase en paz. Ustedes imagínense al juez siendo constantemente interrumpido, por las mañanas y por las tardes, mientras estaba atendiendo otros procesos y demandas de otras personas. Algo agotador. Y por mucho que se la reprendía, era algo inútil. Ella seguía gritando y gritando. Este es el mismo caso de la otra parábola del amigo al que se le pida ayuda por la noche (cf. Lc 11, 5-7). Jesucristo nos quiere decir que las necesidades que le pedimos a Dios le llegan al corazón. Nuestra respuesta más honrada es la constante acción de gracias. Y el modo de dar las gracias a Dios es estar dispuesto a hacer las cosas pensando primero en los demás antes que en uno mismo. Y esto en la vida de comunidad se ve muy claramente. Aquel que se muestra disponible en colaborar es aquel que más agradecido está a Dios, y aquellos que no colaboran es porque han olvidado muy pronto el milagro que Dios ha obrado en medio de ellos.

Lecturas:
Lectura del libro del Exodo 17, 8-13
Sal 120, 1-2, 3-4, 5-6, 7-8 R. El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a Timoteo 3, 14-4, 2
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 18, 1-8


Domingo 16 de octubre 2016

martes, 11 de octubre de 2016

Homilía de Nuestra Señora del Pilar 2016

NUESTRA SEÑORA LA VIRGEN DEL PILAR 2016
            Me acuerdo de un joven que había salido airoso de un percance muy serio de salud, que incluso requirió el ingreso en la unidad de cuidados intensivos del hospital, con el que hablaba y le invitaba a un proceso de conversión. Y me acuerdo que me decía: «Mira, cuando me recupere y me vea con fuerzas, y consiga retomar el ritmo de mi vida cotidiana, te prometo que te escucharé». Todavía le estoy esperando. Toda su felicidad estaba en retomar su vida laboral y en buscar a una chica que le quisiera. Con toda seguridad, cuando retomó su vida laboral y encontró a esa novia le aparecerían nuevos problemas; el miedo a ser despedido por una reducción de plantilla, los problemas que surgen en la vida de noviazgo, y no digamos nada los que después aparecen siendo casados, ¡que esos ya sí que son los más gordos! Todo con prisa. Pero ya no tenía tiempo para escuchar.
            Nos dice la Palabra: «Está escrito. No sólo de pan vive el hombre, sino de toda la palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4, 4)». Y como la Palabra tiene un poder inmenso de exorcizar -de expulsar los demonios que podamos tener dentro-, nos permite ver cómo en nuestro modo de razonar está envenenado del marxismo. Un marxismo que intoxica la vida eclesial y corroe el alma. ¿Cómo es posible esto? ¿Qué señales de alarma no han sonado para ponernos a salvo?. Vamos a ver, que sonar, han sonado y se han oído hasta en el Kilimanjaro- allá en Tanzania, pero no hemos hecho caso. Se dice que primero hay que dar pan, llenar el estómago, procurarse de los medios necesarios, ya que si a la gente no le das el pan primero  es inútil que le hables de Dios, porque con el estómago vacío nadie escucha. Y actuando de esta manera se está cayendo en una tentación bastante seria que está muy incrustada en el corazón del hombre: lo primero es asegurarse la vida. ¿Qué Dios es lo primero en mi vida?, pues resulta que no, que lo primero es asegurarme mis cosas. Que eso que se dice que «el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,4), pues resulta que esto no se hace realidad en nuestra vida, porque a la hora de la verdad lo primero soy yo -eres tú-, y luego, si me acuerdo y me apetece, es Dios. Es triste y muy lamentable, pero es así. De ahí la urgente conversión personal. Nunca tenemos tiempo para escuchar a Dios. Ahora sí, bien lo tenemos para muchas otras cosas, muchas de ellas auténticas tonterías.
            Nos olvidamos que nuestra vida se asemeja a un reloj de arena. Que nos podemos enfrascar en mil y un problema -en los estudios, con los amigos, con la pareja, con la comunidad, con el trabajo, con la familia, etc.- y además como dice la Palabra «a cada día le basta su propio afán» (Mt 6, 34b), pues llega un momento en que la vida se nos escapa. Se está tan ensimismado en lo que tiene entre manos que no nos damos cuenta que estamos caminando hacia la muerte. Dice la Palabra: «¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién va a ser todo esto que has acaparado?» (Lc 12, 20). Todas tus preocupaciones, desafíos, retos, logros que has adquirido ¿para qué te sirven si no has orientado toda tu existencia hacia Dios?
            Recordemos el poema de Lope de Vega:
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? 
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, 
que a mi puerta, cubierto de rocío, 
pasas las noches del invierno oscuras?


¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras, 
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío, 
si de mi ingratitud el hielo frío 
secó las llagas de tus plantas puras!


¡Cuántas veces el ángel me decía: 
«Alma, asómate ahora a la ventana, 
verás con cuánto amor llamar porfía»!


¡Y cuántas, hermosura soberana, 
«Mañana le abriremos», respondía, 
para lo mismo responder mañana!

            Si no tenemos tiempo para escuchar la voz de Dios estamos sin dirección. Nosotros creeremos que hacemos las cosas bien y encontraremos un millón de razones para justificar nuestro proceder como bueno, correcto y oportuno, pero nuestra vida va a la deriva y se terminará encallando en cualquier arrecife. Si quitamos de nuestra vida el pilar que es Cristo no existe ni lo bueno ni lo malo, todo será a conveniencia de cada cual. Lo que hoy es bueno, mañana lo podremos llamar malo, y al revés.
            Permitiéndolo y tolerándolo hemos permitido cambiar unos valores cristianos por unos valores de tipo burgués. Lo que importa e interesa es ser honrado en el trabajo, ser honesto, tener casa y coche, no robar ni matar a nadie, casarse y tener uno o dos hijos, tener una casita en el campo y no tener muchos problemas. Parece que haciendo estas cosas uno puede vivir equilibrado, y es más, muchos creen que esto es el cristianismo. Nos hemos preocupado del pan, de lo inmediato, de lo que únicamente nos ha interesado porque hemos creído que persiguiendo y luchando por eso obtendríamos así la felicidad. Como personas hemos ido degenerando mucho. Nos hemos convertido en esclavos de las cosas, de los afectos, de las circunstancias y no hemos desarrollado otros aspectos de nuestra personalidad. Al no haber tenido tiempo para escuchar a Dios nos hemos privado de esa salud espiritual y de ese soplo de aire puro tan necesario para nuestra existencia. Y uno puede pensar: ¿Qué más puedo desear? porque tengo todo; tengo un hijo, una buena mujer, una buena casa, tengo un empleo. ¿Qué más puedo desear? Pero seguramente tu hijo, tu hermano, tu esposa, esa persona tan cercana no le interese nada de lo que tienes o de lo que hayas conseguido durante toda tu vida porque se da cuenta de cómo tu vida se derrumba a trozos, porque ve que tu matrimonio es un fracaso, porque nunca has querido verdaderamente, porque nunca te has parado a pensar si realmente amas a tu mujer o no y nunca te has parado a pensar y compartir cosas profundas. Sólo haces las cosas porque toca hacerlas, como un robot.
            El hombre ha perdido la dimensión de profundidad porque no ha tenido tiempo de escuchar a Dios, porque se ha querido privar de la riqueza que le oferta la fe en Cristo Resucitado. Porque no ha considerado oportuno tener a Cristo como el pilar de su existencia. Se ha considerado más importante desarrollar un progreso personal con una dirección horizontal, envuelto en el trabajo, en los afectos, en la euforia del progreso y de la auto-realización personal, pero se ha abandonado el horizonte de profundidad. Un edificio sin sólidos cimientos no ofrece ninguna garantía ante un terremoto, o ante una crisis seria, de las tantas que se plantean en la vida.
            La Santísima Virgen María no hizo esperar a Cristo. Ella no dio largas al Señor. Ella no se preocupó de lo que tenía, sino de lo que era: una humilde y pobre sierva del Señor. La Palabra de Dios fue su sustento y esperanza. Mientras todos crecemos en una dirección de horizontalidad, de tener cosas, de aumentar en prestigio, ella ahondó en profundidad estando con Cristo, amando a Cristo y disfrutando del amor de Cristo. Nunca dijo al Señor que 'mañana te escucharé', sino constantemente dijo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Disponibilidad y colaboración total al Señor. Tal y como lo dice la canción 'Pequeña María' del Camino Neocatecumenal, con toda dulzura y claridad: 
            «S. María, pequeña María,
            tú eres la brisa suave de Elías,
            el susurro del Espíritu de Dios.
            Tú eres la zarza ardiente de Moisés
            que llevas al Señor y no te consumes.
            Tú eres «el lugar junto a mí»
            que mostró el Señor a Moisés;
            tú eres la hendidura de la roca
            que Dios cubre con su mano

            mientras que pasa su Gloria». 

sábado, 8 de octubre de 2016

Homilía del Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario, Ciclo C

DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C
            Hermanos, las lecturas de hoy 'tienen mucha miga', tiene gran importancia. Podemos estar acostumbrados a oír la Palabra de Dios como quien atiende a cualquier cosa de lo cotidiano, olvidándonos que es Dios mismo quien se dirige a ti para hablarte en lo más profundo de tu alma. Imagínense que yo fuera un ateo sincero que está buscando a Dios. Y movido por mi búsqueda sobre la verdad sobre la existencia de Dios yo hubiera parado aquí, hoy domingo, en esta parroquia donde se hayan congregados un grupo de cristianos. Y aprovechando esta circunstancia yo viniera a preguntarles cuáles son las razones de su fe. Es decir, ¿ustedes por qué  creen? ¿Quién es Dios para ti? ¿Qué experiencia personal tienes de Dios como para poder afirmar con determinación que Dios existe?
            Sabes que Dios es amor. Conoces de memoria los Mandamientos de la Ley de Dios, los de la Iglesia, los Sacramentos, recitas el Credo y muchas de las oraciones aprendidas, acudes a la Iglesia y además puedes hasta llevar a tus hijos o nietos a las catequesis parroquiales. Pero cuando se hace la pregunta fundamental ¿qué es Dios para ti?, ¿de qué te sirve Dios en tu vida?, o la más profunda de todas ¿cuándo te has encontrado con Él?, la gente suele dar respuestas muy vagas, demasiado pobretonas. Generalmente para contestar se responde con el catecismo. O puede ser que incluso alguno levantase la mano diciendo que él no cree. Alguno puede decir que él siente a Dios en su vida de algún modo; que no sabe cómo explicarlo con palabras pero que él lo siente. O puede ser que alguno haya tenido un conocimiento de Dios de forma de experiencia, no por lo que le hayan dicho sus padres o abuelos, sino que independientemente de todo eso, ha conocido y experimentado a Dios en una enfermedad, en una alegría inmensa, en un hecho concreto de su vida. Es muy importante que cada uno, sí lo que estamos aquí ahora, seamos capaces de sacar fuera los encuentros que hayamos tenido con Dios.
            Hoy por ejemplo tenemos a tres personajes bíblicos que han 'sacado fuera', los encuentros que han tenido con Dios. En primer lugar tenemos a Naamán el sirio, el jefe del ejército del rey de Aram, que sufría la enfermedad de la lepra y fue sanado por Dios, y así Naamán lo reconoció: «En adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios de comunión a otro dios que no sea el Señor».
En segundo lugar tenemos a San Pablo que narra a Timoteo cómo Dios le está proporcionando las fuerzas necesarias para anunciar el Evangelio aunque anunciarle suponga llevarlas. San Pablo así lo dice: «Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él». Y en el Evangelio nos encontramos con otra experiencia de sanación de un leproso en la que reconoce cómo el poder de Jesucristo le ha curado y regresa a Jesús dando gritos de alabanza a Dios. Estos tres han sacado fuera los encuentros que tuvieron con Dios.
            Puede ser que haya algún cristiano que no tenga ninguna experiencia de Dios, sea del tipo que sea -sanación, de perdón, de felicidad, de agradecimiento por algo pedido…- y puede llegar a descubrir que a lo mejor no tiene fe. A lo que se puede preguntar ¿cómo es que yo, en mi vida, no he tenido ningún encuentro con Dios? Tal vez es que nunca se haya preocupado de estas cosas y sea uno de esos nueve leprosos desagradecidos que, después de suplicar a Jesucristo por su sanación, al verse curado aún ni siquiera llegue a reconocer ese encuentro que haya tenido con Dios.
            Lo nuestro es hacer vida lo que nos dice el Salmo Responsorial de hoy:
            «Cantad al Señor un cántico nuevo, 
            porque ha hecho maravillas».


Lecturas:
Lectura del segundo libro de los Reyes 5, 14-17
Sal 97. 1. 2 3ab. 3cd 4 R. El Señor revela a las naciones su justicia.
Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a Timoteo 2, 8-13

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 17, 11-19

martes, 4 de octubre de 2016

sábado, 1 de octubre de 2016

Homilía del Domingo XXVII del Tiempo Ordinario, Ciclo C

HOMILÍA DEL DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C
            Hermanos, seamos claros. Lo que predomina ahora en nuestros tiempos es el no tener experiencia religiosa. De este modo no estamos siendo afectados, ni transformados por Dios. Es como si dentro del mundo de la iglesia, de lo religioso se hubiese instalado el virus del agnosticismo que ha infectado el modo de entender la vida cristiana. Es un virus peculiar, cuyo modus operandi es reconocer la existencia de Dios, e incluso tener mucha información acerca de Dios, pero se queda en eso, en la esfera del conocimiento. De un conocimiento, de oídas, que cuando 'lo necesitamos' vamos tirando de él o acudimos por diversos motivos.
            Los cristianos vivimos nuestra fe como dislocados. Por una parte creemos en Dios y en Jesucristo y queremos vivir en conformidad con esta fe; pero por otra parte vivimos dentro de una cultura nueva, sometidos a planteamientos que están brotando desde visiones ateas de la realidad y que poco a poco se nos van imponiendo y formando parte del ambiente que vamos respirando y aceptando como normal. Estamos inmersos en un gélido invierno, donde las temperaturas son extremadamente bajas. Las consistente placas de hielo, la humedad de la niebla, los montones acumulados de nieve compacta es el caldo de cultivo y el escenario perfecto para que los planteamientos ateos y algunos agnósticos campen a sus anchas. Por coherencia a nosotros mismos, por fidelidad a nuestra fe, por amor a nuestros hermanos tenemos que enfrentarnos con la tarea inmensa de acomodar de nuevo las características de nuestra cultura a la fe.
            Si un niño que va creciendo y ante las diversas cosas que le van pasando en su vida -desde el ejemplo de actuar creyente de sus padres desde la bendición de la mesa hasta el modo de cómo terminan solucionando entre ellos los acalorados enfados- y ante los desafíos que se le van planteando en el colegio, con los amigos, con lo que ve y escucha, va teniendo a alguien que le ofrece una palabra de fe que ilumine eso que está viviendo y descubriendo en ese momento, irá adquiriendo esa capacidad de captar la presencia de Dios.
            El profeta Habacuc estaba viviendo en una época muy difícil. Resulta que con el rey Joaquín se instala en el pueblo un periodo de injusticia e iniquidad. Que es tanto como decir que esos ciudadanos, aún sabiendo que Dios existía, actuaban con un agnosticismo práctico. El hecho de que exista Dios no es algo que ni me quite el sueño ni me lo deje de quitar. Es como si todo el pueblo judío estuviese sumergido por esa capa sólida y blanca de nieve y hielo de la que antes he hecho referencia. Y el profeta Habacuc se impacienta, le pregunta a Dios «¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches?». Lo mismo le pasó a Job y al mismo Abrahán que se impacientaban por los largos silencios mantenidos por Dios. Recordemos a Job, hombre rico, con tierras, ganados, familia, con buena salud y de la noche a la mañana todo lo pierde. Y para remate fiesta, los que eran sus amigos metiéndose con él para que renegase de su fe. No olvidemos a nuestro Abrahán, que escucha la Palabra de Dios que le dice que saliese de su tierra y de su parentela para ir a la tierra que Dios le indicaría. Imaginaros a Saray, su mujer, molesta con Abrahán porque había oído una voz que le dijo que saliese de Ur de los Caldeos y que fuera a un lugar que ni el mismo Abrahán sabía. Me la imagino manifestando abiertamente su enfado a su esposo y dándole la paliza con quejas todo el día. Y el pobre Abrahán, con paciencia, soportándolo. Pero después de esos silencios, los cuales parecen eternos, Dios termina actuando. Esos tiempos de silencio son necesarios, lo mismo que es necesario el tiempo de cocción en el horno para hacer las hogazas de pan o el tiempo para que de la simiente salga la espiga con el fruto granado.
            Ser fieles en mitad de la tormenta de la adversidad. Hay una imagen que se me quedó grabada en la mente cuando ocurrió la desgracia del tsunami de aquel 26 de diciembre de 2004, en aquellas playas paradisiacas. Cómo la gente trepaba por los árboles y se agarraban con todas sus fuerzas para no ser arrancados y arrastrados por la violencia del mar. Cristo nos llama a que seamos fuertes para permanecer en medio de la fuerte tempestad. Por eso es muy importante que, en medio de toda dificultad a la hora de vivir en cristiano las diversos aspectos de nuestra vida recordemos las palabras que San Pablo escribió a Timoteo: «Aviva el fuego de la gracia de Dios que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y bien juicio. No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor Jesucristo y por mí, su prisionero.(…). Ten delante la visión que yo te di con mis palabras sensatas y vive con fe y amor cristiano». Aferrémonos a la cruz de Cristo, ni se nos ocurra el soltarnos de ella,  y Dios ya se procurará de mantener las fuerzas de aquellos que hemos hecho la opción de estar con Él.

Lecturas:
Lectura del Profeta Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4
Sal 94, 1-2. 6-7. 8-9 R. Escucharemos tu voz, Señor.
Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a Timoteo 1, 6-8. 13-14
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 17, 5-10

2 de octubre de 2016
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