sábado, 27 de agosto de 2016

Homilía del Domingo XXII del Tiempo Ordinario, ciclo C

DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO, Ciclo C                28 de agosto de 2016
            En los grandes acontecimientos sociales los invitados distinguidos por su edad o posición social llegan ordinariamente los últimos. Y como algunos, además de llegar los últimos vienen confusos pues tiene que ocupar los lugares que aún quedan o sea los últimos. Resulta significativo que Jesucristo diga esto a los judíos de su tiempo, sobre todo a los fariseos y entendidos en la Ley, cuando ya en el Antiguo Testamento –en concreto en Proverbios 25, 6-7, - tienen una exhortación a ocupar voluntariamente el lugar más bajo. Entonces ¿por qué no hacen caso a la Palabra de Dios y siguen deseando destacar sobre los demás? Esta cita del libro de los Proverbios nos instruye con estas sabias palabras: «No te atribuyas honor delante del rey y no te coloques en el lugar de los grandes. Pues es mejor que se te diga: «Sube aquí», que verte humillado ante el rey». Jesús critica el comportamiento orgulloso y el orgullo conduce a la caída. Hay una frase que me resultó edificante y la quiero compartir. Una mujer pregunta a un hombre: «¿Qué haces? »- a lo que el hombre le contesta: «Mato a mi orgullo». –La mujer extrañada de la respuesta sigue preguntando: « ¿Y para qué? »- A lo que el hombre le dice: «Para decirte que me haces falta».
            Santa Teresa de Jesús ya nos dice que «la humildad es la verdad». El humilde ve las cosas como son, lo bueno como bueno y lo malo como malo. En la medida en que un hombre es más humilde crece una visión más correcta de la realidad. Además la soberbia y el orgullo lo infectan todo. No le importa dejar en mal lugar a los demás para quedar él bien. Y esto le vale hasta que “se encuentra con la horma de su zapato” y le coloca en su puesto ‘poniéndole todos los puntos sobre las ies’.
            Es interesante esta Palabra, entre otras cosas, por lo actual que es. En cada comienzo de legislatura siempre solemos tener el típico revuelo: el reparto de escaños en el Congreso en España. Lo que parece interesar son los lugares estratégicos donde las cámaras de televisión suele enfocar. Y claro, los escaños del fondo nadie los quiere porque ‘no se les ve’. O de aquellos que haciendo uso del cargo relevante que ostentan saben obtener su propio provecho, sin deparar en las consecuencias que sus malas acciones puedan ocasionar. Muchos no sirven, sino que se sirven del cargo. Conocía a varios señores que se encargaban de adjudicar las diferentes tipos de obras públicas a empresas, y milagrosamente todas las navidades estos señores recibían unas cestas navideñas y unos jamones de pata negra exquisitos. Y sospechosamente cambiaban de coche de una gama alta a otra aún mejor. Estos señores se pensaban que se lo regalaban porque tenían mucha amistad con ellos y porque ellos eran los mejores de todas las personas conocidas. Lo curioso es que tan pronto como dejaron el cargo, los jamones y todo desapareció. Que es tanto como decirles: «Haga el favor de quitarse de ese lugar que no le corresponde y vaya donde realmente usted tiene que estar».
            La gente entendida en economía suelen decir que el valor del dinero, originalmente estaba respaldado por una cantidad de oro. Eso implicaba que los gobiernos tenían que tener reservas de oro bajo custodia porque literalmente cualquier ciudadano podía ir a un banco y reclamar oro por su efectivo. Esto ha ido evolucionando y actualmente el valor del dinero surge a partir del aval y la certificación de la entidad emisora, como el Banco Central. Por lo tanto lo que avala el valor de ese billete o monedas que llevamos encima es la entidad emisora. Si la entidad emisora no lo avalase, no garantizase ese valor, tendríamos un papel o un trozo de metal inservible. Si el Señor me dice «cédele el puesto a éste» me está dejando muy claro que no valgo tanto como yo me pensaba. Uno se tenía por muy valioso, una persona muy necesaria e imprescindible y resulta que Jesucristo, que es precisamente aquel que me avala en mi valor, me manda a ocupar el último puesto.  Ésto es una señal de advertencia escatológica que apunta directamente al banquete celestial.
            Supongamos que hemos leído una novela de intriga policíaca, con asesino y víctimas incluidas. Al leerlo conocemos los personajes, la intriga, el suspense creado, las mentiras que se han ido entrelazando para ocultar la verdad del asesinato, etc. Si esa novela la llevan al cine, jugamos con mucha ventaja, porque conocemos al asesino desde el minuto primero. Nosotros ante los hombres podemos aparentar o escenificar lo que queramos, pero es que el Señor se conoce de sobra la novela de nuestra vida y a Dios no se le puede engañar.
            Sólo aquel que ante Dios renuncia a su propia justicia, ha demostrado ser humilde confiando en el Señor y ha servido como un esclavo para propagar el Evangelio de palabra y obra será el que pueda escuchar aquellas palabras salidas de los labios del Maestro: «Amigo, sube más arriba».




Lecturas: Eclo 3, 17-20.28-29; Sal 67; Heb 12,18-19.22-24a; Lc 14,1.7-14
28 de agosto de 2016

capillaargaray.blogspot.com

sábado, 20 de agosto de 2016

Homilía del Domingo XXI del Tiempo Ordinario, ciclo C

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C
Lectura del Profeta Isaías 66, 18-21
Sal 116, 1. 2 R. Id al mundo entero y predicad el Evangelio
Lectura de la carta a los Hebreos 12, 5-7. 11-13
Lectura del santo evangelio según San Lucas 13, 22-30

            Esto de 'la puerta estrecha' no nos suena muy bien. Cualquier persona normal si tiene dos puertas por donde entrar, lo normal es que entre por la puerta grande, no entra por la puerta estrecha que le cuesta más trabajo. Es algo que se entiende como lógico y como lo más sensato. Uno entra por la puerta grande, donde hay amplitud, no te chocas contra nada, podemos entrar varios a la vez sin problema. En cambio si vas a atravesar por una puerta estrecha tienes que tener cuidado en no darte con la cabeza y no rozarte con las jambas de esa puerta, además te genera una sensación de agobio, de incomodidad. Uno entra por el Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela y uno se encuentra bien  a gusto porque hay espacio y mucha belleza. Es que uno entra mejor por puerta amplias y espaciosas.
            Pero atención hermanos, esto no nos lo dice el Señor para fastidiar, como si se tratase de esos dioses paganos que decían que 'tú necesitas pasar por una serie de pruebas antes de acercarte a mí'. Los dioses paganos ponían requisitos muy exigentes a los hombres para que únicamente pudieran estar ante su presencia. Debían de pasar una serie de pruebas, sacrificios y muchas ofrendas para purificarse y así presentarse ante esos dioses paganos. Imagínense que para estar ante esos dioses uno tuviera que pasar por las numerosas pruebas de iniciación para poder entrar en una de esas hermandades o fraternidades universitarias que nos retratan las películas americanas. Aquí la imaginación es muy amplia. Claro, pero esta idea de ese tipo de dios es algo dañino. Porque te va probando tanto y va 'dándote tantas largas', que te va mostrando que no te quiere. Sólo quiere saber si eres fiel, pero no te quiere. Va probando tu corazón a fuego, pero no te quiere.
             ¿Entonces qué quiere decirnos el Señor con esto de la puerta estrecha? Que todas las cosas referidas con lo humano requieren esfuerzo. Ya nos lo dice el libro de los Proverbios: «Todo esfuerzo tiene recompensa» (Prov 14, 23). Todo esfuerzo da su fruto. En la oración que rezamos al Espíritu Santo le decimos: «Por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito». Cualquier cosa que quieras en tu vida como valiosa te requerirá esfuerzo. Y esfuerzo a todos los niveles; afectivo, intelectual y de voluntad. Pensemos en un deportista profesional, las horas de entrenamiento, el régimen de comidas, la privación de muchas cosas para poder conseguir la ansiada medalla. O en la pareja de novios, en la vida matrimonial donde se dan días de sol pero también de buenos nubarrones, donde se han de 'poner las manos a la obra' y esforzarse para ir dando respuesta a la voluntad que Dios tiene para ellos.  Todo requiere esfuerzo. Esto es la puerta angosta.
            Me viene a la mente una conversación que tuve con un amigo ya hace tiempo. Él estaba estudiando segundo curso de derecho civil y me contaba que si le ofrecían ya el título como licenciado, él no lo iba a aceptar. Porque lo que él buscaba era adentrarse en el estudio para descubrir la razón de porqué el legislador dictó esa norma, que se consiguió con ella. Como si cogiera el bisturí y empezara a diseccionar, analizar para conocerlo en profundidad. Y esto me conmovió porque me dije: 'Esta es una persona de verdad'. Porque qué fácil es sentir el barniz de las cosas: sabes un poquito de música, un poquito de historia, un poquito de aquello y de lo otro. Un poco de barniz de fe: reza un Padre Nuestro; Un poco de barniz de amor: Tu ama un poco; Un poquito de aquello y de lo otro. Y terminas siendo una persona que no ha entregado su vida a nadie. Tienes muchas cosas pero 'pilladas por los pelos', porque no has entrado por la puerta angosta.
            La vida es mucho más que lo que produce en un embarazo. Las mujeres que han sido madres cuando estaban embarazas se han enterado de poco. Me explico: se han ido enterando del embarazo por las consecuencias que llevan en sí, los vómitos, te cambia el talante, te sientes mareada a veces…Pero lo que ocurre dentro del vientre de la madre es un misterio tan grande que surge por sí solo. Esto no nos vale para la vida de un cristiano, porque las cosas de Dios no suceden sin contar conmigo. En el embarazo las cosas 'vienen dadas a la madre'. La madre siente las consecuencias de ese embarazo. Pero en las cosas de Dios no funciona automáticamente, implica una colaboración activa con Dios.
            Esta sociedad nuestra está ideada de tal modo para que uno no se mueva, para que no haga ni el más mínimo esfuerzo y así estés preso de la atención de lo que te están ofreciendo.
            Y en este entrar por 'la puerta estrecha' los hermanos tienen un cometido muy importante. Los demás tienen el cometido de ayudarme para que yo permita dejar paso a Dios en mi vida. Por eso la Carta a los Hebreos nos dice: «Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos».  De esta manera el entendimiento, la afectividad y la voluntad se ponen a colaborar estrechamente con la gracia divina, entonces Dios ha entrado en ti de una forma nueva y podamos experimentar lo que con tan bellas palabras nos lo recita San Juan de la Cruz:
                        «¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras!
Y en tu aspirar sabroso, 
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras».


                                                                       (Llama de amor viva, canción 4)
DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C
Lectura del Profeta Isaías 66, 18-21
Sal 116, 1. 2 R. Id al mundo entero y predicad el Evangelio
Lectura de la carta a los Hebreos 12, 5-7. 11-13
Lectura del santo evangelio según San Lucas 13, 22-30

            Esto de 'la puerta estrecha' no nos suena muy bien. Cualquier persona normal si tiene dos puertas por donde entrar, lo normal es que entre por la puerta grande, no entra por la puerta estrecha que le cuesta más trabajo. Es algo que se entiende como lógico y como lo más sensato. Uno entra por la puerta grande, donde hay amplitud, no te chocas contra nada, podemos entrar varios a la vez sin problema. En cambio si vas a atravesar por una puerta estrecha tienes que tener cuidado en no darte con la cabeza y no rozarte con las jambas de esa puerta, además te genera una sensación de agobio, de incomodidad. Uno entra por el Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela y uno se encuentra bien  a gusto porque hay espacio y mucha belleza. Es que uno entra mejor por puerta amplias y espaciosas.
            Pero atención hermanos, esto no nos lo dice el Señor para fastidiar, como si se tratase de esos dioses paganos que decían que 'tú necesitas pasar por una serie de pruebas antes de acercarte a mí'. Los dioses paganos ponían requisitos muy exigentes a los hombres para que únicamente pudieran estar ante su presencia. Debían de pasar una serie de pruebas, sacrificios y muchas ofrendas para purificarse y así presentarse ante esos dioses paganos. Imagínense que para estar ante esos dioses uno tuviera que pasar por las numerosas pruebas de iniciación para poder entrar en una de esas hermandades o fraternidades universitarias que nos retratan las películas americanas. Aquí la imaginación es muy amplia. Claro, pero esta idea de ese tipo de dios es algo dañino. Porque te va probando tanto y va 'dándote tantas largas', que te va mostrando que no te quiere. Sólo quiere saber si eres fiel, pero no te quiere. Va probando tu corazón a fuego, pero no te quiere.
             ¿Entonces qué quiere decirnos el Señor con esto de la puerta estrecha? Que todas las cosas referidas con lo humano requieren esfuerzo. Ya nos lo dice el libro de los Proverbios: «Todo esfuerzo tiene recompensa» (Prov 14, 23). Todo esfuerzo da su fruto. En la oración que rezamos al Espíritu Santo le decimos: «Por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito». Cualquier cosa que quieras en tu vida como valiosa te requerirá esfuerzo. Y esfuerzo a todos los niveles; afectivo, intelectual y de voluntad. Pensemos en un deportista profesional, las horas de entrenamiento, el régimen de comidas, la privación de muchas cosas para poder conseguir la ansiada medalla. O en la pareja de novios, en la vida matrimonial donde se dan días de sol pero también de buenos nubarrones, donde se han de 'poner las manos a la obra' y esforzarse para ir dando respuesta a la voluntad que Dios tiene para ellos.  Todo requiere esfuerzo. Esto es la puerta angosta.
            Me viene a la mente una conversación que tuve con un amigo ya hace tiempo. Él estaba estudiando segundo curso de derecho civil y me contaba que si le ofrecían ya el título como licenciado, él no lo iba a aceptar. Porque lo que él buscaba era adentrarse en el estudio para descubrir la razón de porqué el legislador dictó esa norma, que se consiguió con ella. Como si cogiera el bisturí y empezara a diseccionar, analizar para conocerlo en profundidad. Y esto me conmovió porque me dije: 'Esta es una persona de verdad'. Porque qué fácil es sentir el barniz de las cosas: sabes un poquito de música, un poquito de historia, un poquito de aquello y de lo otro. Un poco de barniz de fe: reza un Padre Nuestro; Un poco de barniz de amor: Tu ama un poco; Un poquito de aquello y de lo otro. Y terminas siendo una persona que no ha entregado su vida a nadie. Tienes muchas cosas pero 'pilladas por los pelos', porque no has entrado por la puerta angosta.
            La vida es mucho más que lo que produce en un embarazo. Las mujeres que han sido madres cuando estaban embarazas se han enterado de poco. Me explico: se han ido enterando del embarazo por las consecuencias que llevan en sí, los vómitos, te cambia el talante, te sientes mareada a veces…Pero lo que ocurre dentro del vientre de la madre es un misterio tan grande que surge por sí solo. Esto no nos vale para la vida de un cristiano, porque las cosas de Dios no suceden sin contar conmigo. En el embarazo las cosas 'vienen dadas a la madre'. La madre siente las consecuencias de ese embarazo. Pero en las cosas de Dios no funciona automáticamente, implica una colaboración activa con Dios.
            Esta sociedad nuestra está ideada de tal modo para que uno no se mueva, para que no haga ni el más mínimo esfuerzo y así estés preso de la atención de lo que te están ofreciendo.
            Y en este entrar por 'la puerta estrecha' los hermanos tienen un cometido muy importante. Los demás tienen el cometido de ayudarme para que yo permita dejar paso a Dios en mi vida. Por eso la Carta a los Hebreos nos dice: «Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos».  De esta manera el entendimiento, la afectividad y la voluntad se ponen a colaborar estrechamente con la gracia divina, entonces Dios ha entrado en ti de una forma nueva y podamos experimentar lo que con tan bellas palabras nos lo recita San Juan de la Cruz:
                        «¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras!
Y en tu aspirar sabroso, 
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras».


                                                                       (Llama de amor viva, canción 4)

domingo, 14 de agosto de 2016

Homilía de la Asunción de la Virgen María 2016

LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA                                15 de agosto de 2016
            Dios actúa desde el silencio y el recogimiento. La acción de Dios se localiza 'en lo interior', 'en los tuétanos del alma'. Su comunicación personal afecta al hombre en su interior y le afecta. Este contacto diario con el Señor ordena nuestro entendimiento y fortalece nuestra voluntad ya que el Señor empieza a encender la chimenea para que en torno a ese fuego de amor vivo vayamos captando cómo su presencia es un regalo para nuestra alma.
            El gozo interior que produce esta comunicación de Dios con cada uno en particular genera una percepción nueva de las cosas. Las cosas son como han sido siempre: ese pan duro del día anterior, donde uno se llega a preguntar ¿para cuándo el pan reciente?; ese hermano reguñón y mal humorado que tiene cierto parecido al perro de unos vecinos de mi pueblo cuando me acerco a su valla; los pies del compañero que atufan hasta el mismo pasillo; el comensal con el que compartes mesa para comer que siempre se echa más comida de la cuenta dejando con una ración escasa para uno y por mucho que se lo digas, uno llega a la conclusión que el pobre no da más de sí; y no hablemos del que aún debiéndote dinero te sigue pidiendo y uno, por lo pesado que se llega a poner, se lo termina dando. Y el contacto con el Señor ayudan a la voluntad para captar aquellas cosas que, aun pasando desapercibidas por nuestros sentidos y por lo que es lo inmediato, sin embargo Dios se nos quiere comunicar.
            Cuando uno abraza este modo de entender la vida, estando disfrutando de la presencia de Jesucristo, desea profundizar en esas reglas de amistad con el Señor, va afinando el oído a sus insinuaciones y tiene el corazón enamorado deseando estar con Él y disfrutar de su presencia amorosa. Las cosas antes parecían que solo podían ser de una manera, la que uno mismo proponía y pocas opciones se nos aparecían ante nuestros ojos para hacer frente a las diversas situaciones, delicadas o no, que se nos presentaban. Ahora con Cristo es distinto. Donde antes sólo había un tabique grueso de adobes, ahora se ha abierto un gran ventanal por donde entra la claridad y se ventila la habitación. Ahora es cuando surgen nuevas formas de pensar y de afrontar la realidad que se nos presenta, porque Cristo abre nuestro entendimiento y fortalece la voluntad al mostrarnos que Él actúa cuando se le deja. Si el hombre se deja ayudar y se rinde ante Jesucristo y responde con generosidad, se iniciará y se adentrará en una historia apasionante de amor. Dios nos elige para ser sus amigos fuertes y mencionada fortaleza se pondrá en acción cuando el peso de la prueba se acentúe y tengamos más dolores que consuelos en esta vida.

            La Santísima Virgen María fue la gran confidente de Dios. El alma pura, de diálogo fluido y constante, diálogo constructivo y oportuno que mantenido con el mismo Dios ha sabido y permanece orientando a todos sus hermanos hacia Cristo salvador. Ella también fue probada en aquellos tiempos de arideces, en aquella Nazaret, en aquel Belén, en aquel Egipto, en aquel Jerusalén. Y a pesar de ese aparente silencio de Dios ella siempre le confesó y le amó con toda la intensidad y dulzura de su maternal corazón. 

sábado, 13 de agosto de 2016

Homilía del Domingo XX del Tiempo Ordinario, Ciclo C

DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO, Ciclo C             14 agosto 2016
         Hermanos, ¡estamos en guerra! Y estamos en guerra contra Satanás y Cristo nos llama a filas para luchar en primera línea de batalla. Satanás y sus esbirros no nos atacarán con armas de largo alcance, ni con gases venenosos ni con artillería ligera o pesada. Nos atacará intentándonos seducir, para que nuestra voluntad sea doblegada y caigamos rendidos ante sus pies. Satanás no usará su traje auténtico con el tridente y los cuernos y patas de cabra, sino que se vestirá de la manera más seductora, atractiva y cautivadora de todas. La estrategia lo domina muy bien porque es tan ruin y miserable que conoce todas nuestras debilidades y desde ahí ordena su más eficaz de las ofensivas.
         Estamos en guerra y los que somos del bando de Cristo debemos de saber guiar a hombres y mujeres fuertemente secularizados por culpa de las ideologías imperantes. Personas que son como ovejas perdidas sin pastor viven en la ambivalencia, que viven entre preguntas existenciales que ni siquiera quieren formularse, pues saben que la respuesta les puede incomodar. Se actúa de tal modo que ser cristiano se reduce a una serie de momentos puntuales que suelen tener lugar en el templo y ahí se concluye, como una vía de tren que muere en un punto dado. En el fondo se busca la comodidad de estar siempre al lado de la mayoría y no el testimonio valiente que implica nadar contra corriente cuando haga falta.
         No esperemos que los que tengan altos cargos de responsabilidad en las diócesis o en las parroquias vayan a tomar la iniciativa en esta lucha contra Satanás o bien porque carezcan de valentía o bien porque no se crean que Cristo hace nuevas todas las cosas. Nadie es inmune a la apatía y a la frivolidad. Todos, infinidad de veces, debemos de ir al Sagrario a calentar el alma porque el frío reinante en el mundo nos llega a congelar. Porque somos cobardes y tenemos que retomar las fuerzas estando con Cristo. La iniciativa contra el mal lo tenemos que tomar nosotros, no esperamos que los demás tomen la iniciativa, porque seguramente no la tomen. Intensifiquemos nuestra oración, cuidemos los detalles de amor para con el Señor y para con los hermanos, hagamos sacrificios y mortificaciones por amor a Dios y como ayuda a aquellos que lo necesiten, en virtud de la Comunión de los Santos. En palabras de la Carta a los Hebreos: «Corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos nuestros ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús (...)».
         Cuando la televisión nos pone imágenes de ciudades bombardeadas, con edificios ruinosos es cuando caemos en la cuenta de cómo la zarpa de la guerra genera daños importantes e irreversibles. En nuestra guerra contra el pecado no vemos imágenes de desolación pero sí que experimentamos la pérdida del realismo y la pérdida de la humanidad. Hace unos meses UNICEF, para crear consciencia sobre la desigualdad a la que se enfrentan los niños del mundo y cómo eso afecta a su futuro y el de sus familias realizó un experimento social. Una niña de unos seis años iba a aparecer mostrándose perdida y desorientada en una gran zona de terrazas tanto de restaurantes como de cafeterías. En la primera parte de este experimento sociológico a la niña le habían vestido muy elegante, bien aseada, perfumada. Al principio las personas se le acercan y le preguntan si está perdida y le hablan amorosamente. Incluso se sienta a la mesa con los comensales, pero cuando un poco más tarde la misma niña viste distinto, con harapos, con la cara sucia, todos la ignoran. Incluso la empujaban y las mujeres cogían de la mano sus bolsos y algunos llamaban a los camareros para que echasen a esa niña molesta de allí.  Nos damos cuenta de cómo el mal, el pecado gana terreno, vemos sus consecuencias, por eso es fundamental hacer una contraofensiva.
         El profeta Jeremías estaba en esta línea de luchar ‘a brazo partido’ contra el mal. Y el profeta Jeremías desde ese aljibe, desde ese pozo seco, repleto de lodo seguía profetizando con la esperanza de ser oído y así incitar al pueblo a la conversión. Sabía que estar al lado de Dios le iba a acarrear muchos pleitos, muchos problemas y un sin fin de quebraderos de cabeza. Pero sin embargo estaba contento porque seguía al correcto, al Dios de Israel.  
         Sin embargo, en esta guerra contra el pecado debemos de recordar que el principal enemigo lo tenemos dentro: nuestra soberbia, nuestros odios, nuestro particular pecado que nos vicia en todo lo que hacemos, pensamos y amamos. Mi hermano tendrá la habilidad de ‘sacarme de mis casillas’, pero es que mi hermano no es mi contrincante, sino una oportunidad de oro para crecer y madurar en el amor. Mi contrincante es mi pecado que no me permite ver esa oportunidad que Dios me ofrece. Satanás te dice: «tú estas genial, es el otro el que tiene toda la culpa», y de este modo nos engaña.

         Dice el Señor: «He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!». Sólo al lado de Cristo podremos reponer las fuerzas, calentar con el fuego de su Espíritu Santo nuestras almas para poder así frente en ‘nuestra pelea contra el pecado’.

domingo, 7 de agosto de 2016

Homilía del Domingo XIX del Tiempo Ordinario, ciclo C

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C
                Sab 18, 6-9; Sal 32; Heb 11,1-2.8-19; Lc 12, 32-48
Así como nuestro organismo se va nutriendo de los diversos alimentos que ingerimos y lo que no se digiere se desecha, así nos sucede con la vida del alma. Los continuos encuentros que tenemos con Jesucristo –en la Eucaristía, en el sacramento del perdón, en la oración personal y en comunidad, cada vez que pedimos perdón o amamos a un hermano-, esos encuentros nutren, alimentan nuestra alma y nos permiten percibir la presencia del Resucitado en medio de todos nosotros. Nuestra vida cristiana se nutre gracias a los encuentros con Cristo. Es más, del mismo modo que en la vida de una pareja de novios se van marcando como ‘hitos’, como momentos especiales, que van ofreciendo como ‘fogonazos de luz’ para poder discernir si esa persona es o no es la adecuada para compartir toda la vida, algo parecido sucede en el mundo del alma. Durante nuestra vida cristiana y siempre que nos pongamos en las manos del Espíritu Santo, el Señor nos va mostrando su rostro, su voluntad, su presencia. De tal modo que vamos adquiriendo experiencia de lo sobrenatural. Del mismo modo que el pueblo de Israel para destacar y rememorar la acción de Dios en un lugar concreto levantaba allí un altar para dejar constancia de lo allí acontecido, así Dios deja su impronta personal en cada uno.
            Me comentaban unos jóvenes que habían estado en la Jornada Mundial de la Juventud en Polonia que han regresado con las mochilas repletas de experiencias de fe. Contaban cómo familias cristianas les habían acogido en sus casas y que la hospitalidad que habían recibido les había llegado hasta el fondo de su corazón. Estos jóvenes no entendían ni una palabra de polaco, pero se sentían profundamente unidos a ellos porque Cristo estaba allí en medio de todo eso. Como un electroimán cuando le das la corriente eléctrica atrae hacia sí todo los hierros, así ocurre cuando la presencia de Cristo está en medio.  Resulta que allí había jóvenes de países enfrentados entre sí, y allí estaban ellos, mezclados, cantando, bailando, rezando y escuchando al Papa. Me contaban algunos hermanos del Camino Neocatecumenal que cristianos de países del continente africano y asiático cantando las canciones del Camino y muchos hermanos europeos cantándolas y bailándolas al reconocer el ritmo y la música; y allí todos formando un solo cuerpo, una sola Iglesia. Esas y muchas experiencias de fe que han adquirido, en las cuales Dios ha dejado en cada uno su impronta, su huella personal.
Sin embargo no olvidemos lo que nos dice hoy el libro de la Sabiduría, que tengamos buen ánimo y que tengamos certeza en las promesas que creemos. Porque las dificultades y la persecución por la Palabra va a aparecer por todos los frentes. Recordemos que el ambiente que refleja el trasfondo el libro de la Sabiduría parece identificarse con la diáspora judía en Egipto. Y allí en Egipto los judíos no lo tuvieron nada fácil, porque se movían en otras culturas, con otras ideas, con otra mentalidad totalmente distinta, con una cantidad de ídolos dando vueltas por todos los lados,  y cierto clima de hostilidad y de persecución a causa de la fe. Ante esto muchos judíos llegaron a apostatar y otros estuvieron a punto de hacerlo. Constantemente nuestra sociedad nos invita a dejarnos seducir por el materialismo, por el consumismo, lo sensual, lo cómodo y fácil. Nos envía eslóganes mensajes publicitarios, etc., cuyo mensaje es que lo que tienes que hacer ‘para vivir a tope’ es  apostatar de tu fe, no tanto de una manera oficial pero sí el apostatar con hechos consumados.
Por eso el autor del libro de la Sabiduría alienta a los creyentes y muestra al pueblo cómo Dios siempre provee, cómo Dios siempre auxilia. Dios día a día provee. Y provee siempre que acudamos a Él, porque por mucho que quiera poner un cántaro de agua debajo de un caño abundante de la fuente como se tenga puesta la mano en la entrada del cántaro taponándolo, poca agua entrará. Tal vez no seamos capaces de darnos cuenta en qué cosas está el Señor proveyendo. Pero sin embargo provee. Puede suceder como cuando alguien ha ideado y llevado a cabo un magnífico y enorme mosaico de dimensiones gigantescas que únicamente se puede contemplar en todo su esplendor desde una altura considerable del cielo. Cuando estás en tierra ni lo percibes, pero cuando estás arriba te quedas asombrado de lo que tenías allá abajo, que incluso lo estabas pisando  y no te dabas ni cuenta de ello. 
Nos hace una clara invitación para que recordemos, para que pasemos de nuevo por el corazón, para que tiremos de esas experiencias de fe que hemos adquirido para así recobrar fuerzas y el ánimo para avanzar hacia Cristo en nuestro particular desierto, cuando la cosas las veamos muy difíciles y en nuestras particulares alegrías cuando sintamos que la vida nos sonríe. Sabiendo que el mal no va a dejar de seducirnos y que Satanás se va a esforzar en ganarnos para su causa.

            Tengamos presentes las palabras de Cristo: «Tened encendidas las lámparas». Una llamada a la vigilancia. Las lámparas de las que nos habla el texto evangélico no son de modo alguno candiles de arcilla, ni tampoco faroles, sino antorchas: son palos en cuya parte superior se han arrollado trapos o estopa impregnados en aceite. Esto supone un mayor trabajo y más aceite de la cuenta. Y hay que esperar con las antorchas llameantes, ya que la llama no puede encenderse tan rápidamente. Es preciso preparar las antorchas, quitar de los trapos los restos carbonizados y volverlos a rociar de aceite para que ardan de nuevo con viva luz. El aceite, o sea la vigilancia, el estar en tensión de amor hacia Cristo no es improvisa de la noche a la mañana, es un proceso paulatino y constante... se trata de esos miles de encuentros diarios con el Señor que permiten que, como si fuera una hoguera madero tras madero, rama tras rama y tronco tras tronco, sea siempre alimentada para que en ningún momento se apague.