sábado, 29 de agosto de 2015

Homilía del Domingo XXII del tiempo ordinario, ciclo b

DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo b, 30 de agosto de 2015
Lectura del Libro del Deuteronomio 4, 1-2. 6-8
Sal. 14, 2-3a. 3bc-4ab. 5 R: Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda ?
Lectura de la carta del Apóstol Santiago 1, 17-18. 21b 22. 27
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 7, 1-8a. 14-15. 21-23

            Hermanos, podemos estar físicamente dentro de la Iglesia y estar sufriendo una anemia espiritual severa. No pensemos que con el hecho de 'estar' uno ya 'está vacunado' de todo mal, de todo pecado. Uno puede estar rodeado todo el día de presbíteros, religiosos o religiosas, personas consagradas, catequistas, e incluso de obispos y no percibir la incidencia que tiene Cristo sobre cada uno de ellos, siendo el Señor el gran desatendido. De hecho uno cuando oye determinadas cosas o cae en la cuenta del modo de proceder o de alguna decisión adoptada uno se para y se dice: «percibo intereses personales y no intereses sobrenaturales». Aquellos que sienten la dolorosa exigencia de vivir en cristiano va 'cayendo en la cuenta' de lo que es servir, sufrir por amor y entregar la vida sin esperar nada.
            Cada cual tiene dentro de sí un hombre viejo, empecatado que 'se muere de ganas' de salir al exterior y 'hacer de las suyas'. Es que no basta la práctica externa o la apariencia. Recordemos lo que dice Jesucristo citando al profeta Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos».
            El pecado de esta sociedad nos ha anestesiado, ya sea 'por no parecer distintos', 'por no ser el mismo que siempre dicen las cosas que los demás no quieren oír', 'porque no quiero seguir siendo la rara o el raro', porque 'si los demás lo ven bien y les parece bien, ¿por qué yo voy a decir lo contrario y que me empiecen a coger tirria?'. Da la impresión de que como la gran mayoría sufre una anemia espiritual muy aguda pues no pasa nada, ya que todos estamos iguales. Craso error.
            Cuando hablo con la gente, algunos me dicen: «Yo soy de misa dominical y de comunión, no hago el mal a nadie», pero tan pronto como -a partir de sus comentarios- te indican que su hijo o su hija vive en pareja sin casarse por la iglesia, y para esa persona pasa a ser 'como algo normal' porque ese cristiano de misa dominical simplemente acepta esa realidad. ¿Dónde queda la corrección fraterna tan necesaria por parte de ese padre hacia su hijo?¿dónde queda el gesto claro de desaprobación que le ayude a recapacitar de su mala vida y empezar a vivir con la dignidad propia de los cristianos? ¿Es que acaso no me creo la Palabra de Dios?, no obstante, recordémosla de los labios del apóstol Santiago:
            «Aceptad dócilmente la Palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros. Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos». O sea, con franqueza, se prefiere vivir en el engaño antes que vivir en la verdad que viene de lo alto. ¿Dónde queda la presencia de Cristo en la vida de esas personas?¿por qué no se le permite entrar a Cristo para que ejerza su señorío en nuestro ser? Muy importante lo que voy a decir ahora: No olvidemos que cada vez que impedimos que Cristo ejerza su señorío en nuestra vida estamos provocando dolor a nuestros hermanos y entristeciendo el rostro de Dios.
Pasemos por el corazón lo que reza el Salmo Responsorial de hoy:

            «El que procede honradamente 
            y practica la justicia, 
            el que tiene intenciones leales 
            y no calumnia con su lengua.

            El que no hace mal a su prójimo 
            ni difama al vecino, 
            el que considera despreciable al impío
            y honra a los que temen al Señor.

            El que no retracta lo que juró 
            aun en daño propio, 
            el que no presta dinero a usura
            ni acepta soborno contra el inocente. 
            El que así obra nunca fallará».

sábado, 22 de agosto de 2015

Homilía del Domingo XXI del Tiempo Ordinario,ciclo b

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo b, 23 de agosto 2015
Lectura del Libro de Josué 24, 1-2a. 15-17. 18b
Sal. 33, 2-3. 16-17. 18-19. 20-21. 22-23 R: Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Efesios 5, 21-32
Lectura del santo Evangelio según San Juan 6, 61-70

            La Palabra de Dios contiene en sí misma una sabiduría infinita. Vamos a intentar acoger esa sabiduría para nuestros mismos. Moisés murió y Josué empezó a ser el caudillo del pueblo de Israel. Dios mismo fue el que le puso al frente del pueblo para que conquistasen y se asentasen en la tierra prometida. Y de hecho, con la ayuda de Dios, lo consiguieron.
            El pueblo empezó ‘a caer en la cuenta’ entre la diferencia que suponía soportar cada jornada bajo el yugo de la esclavitud y poder disfrutar del gozo de la libertad. Cuando uno es esclavo o vive en un contexto de opresión no puede hacer lo que desea, sean cosas malas o buenas, porque no se te está permitido, el miedo es una constante y corres el riesgo de sufrir grave pena y lamentarlo. En cambio cuando uno goza de la libertad se puede manifestar cada cual como lo que es en realidad. Y sólo en libertad se tiene capacidad, una capacidad real, para poder elegir sin miedo a la reprensión. Pues bien, Dios ha colocado al pueblo elegido en la tierra prometida y tiene como estado la libertad de los hijos de Dios. Y en este estado de libertad máxima, de la que gozan todos, Josué reúne al pueblo y les dice ‘a las claras’, ‘sin rodeos’: «Si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién queréis servir: a los dioses que sirvieron vuestros antepasados al este del Eúfrates o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis; yo y mi casa serviremos al Señor».
            O sea, que seguir a Cristo es consecuencia de una opción que yo he hecho desde mi libertad. Pero para poder haber llegado a esa decisión que me mueve a seguir a Cristo, yo previamente he tenido que sopesar los pros y los contras de mi ser y vivir como cristiano. He tenido que colocar las particulares pesas en cada una de los dos platillos de la balanza para que en mi entendimiento se pudiera tomar la decisión ya fuera hacia un lado o hacia el contrario. Y como consecuencia de esa decisión tomada con mi inteligencia poder actuar como un pagano o adentrarme en un serio proceso de conversión hacia Jesucristo. Seamos muy claros hermanos, no nos vale decirnos que «yo soy cristiano porque me bautizaron, y así me educaron mis padres, además ha sido algo que se me ha dado ya hecho». Este tipo de razonamiento es nefasto porque denota, se manifiesta una ausencia total en la opción por Cristo.  
            Pero no creamos que todo queda resuelto con la firme voluntad de optar por el Señor. Recordemos que los hebreos también dijeron «lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros» y que ellos vivían en tierra cananea, con los cananeos y sus usos y costumbres y que se contaminaban haciendo suyas cosas y modos de actuar que eran ajenas, extrañas a su fe. Podemos pensar «yo soy cristiano, pero a mi modo, o yo me tomo estas licencias –al fin y al cabo no hago mal a nadie-», pues muy bien, ya lo hemos fastidiado del todo. Es como si tuviese una copa llena de mejor reserva del Ribera del Duero y viniera alguien que me echase un ‘chorrito’  de limón o de vinagre: El vino a freír espárragos, ya se estropeó.
            Es más, el propio apóstol San Pablo, en su carta a los Efesios nos recuerda que en el matrimonio no nos vale cualquier tipo de amor. En primer lugar el apóstol nos recuerda que el matrimonio es una vocación. Y en el matrimonio no nos vale el dicho machista de 'es el hombre quien lleva los pantalones', porque esto se da de patadas con el Evangelio. En el matrimonio cristiano el hombre y la mujer están en el mismo plano de igualdad, pero donde cada uno desempeña su papel y su misión. Y cuando el apóstol emplea la palabra 'sumisión' no está abriendo la veda a un machismo. El apóstol nos deja bien en claro que la sumisión no cabe en el matrimonio. El apóstol habla de entrega mutua, donde uno se entrega y el otro lo recibe y viceversa, y sin reservas, totalmente y para siempre.
            Yo quiero seguir a Dios porque me gusta la historia que el Señor va haciendo conmigo...y cuando caigo en la cuenta de mis resistencias ante su divina acción, me duele y me llamo ‘tonto’ por comportarme de ese modo tan necio y ridículo. Pero resulta que permanecer en la fidelidad al Señor es demasiado duro y muchos 'tiran la toalla'. Por eso Jesucristo te dice: «¿Tú también quieres marcharte?», a lo que cada uno de nosotros, con un corazón plenamente sincero, le hemos de responder. Yo me quedo con la respuesta de Simón Pedro:

            «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios».

sábado, 15 de agosto de 2015

Homilía del Domingo XX del Tiempo Ordinario, ciclo b

DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo b, 16 de agosto de 2015
Lectura del Libro de los Proverbios 9, 1-6
Sal. 33, 2-3. 10-11. 12-13. 14-15 R: Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Efesios 5, 15-20
Lectura del santo Evangelio según San Juan 6, 51-58

            Hermanos, en el momento en que uno empieza a decir SI a Jesucristo, un nuevo inquilino empieza a habitar dentro de uno. Cuentan los universitarios que comparten piso que cuando uno se suma a vivir con ellos, todo se ha de reajustar. No sólo el tema de los gastos, sino también el de la limpieza, las comidas, las coladas, e incluso el asunto de llevar a los amigos a ese piso. Lo que antes estaba acomodado, ahora toca replantear todo para poder integrarlo.
            Pues bien, Cristo es el inquilino de nuestra casa y la dirige desde su amor. Hermanos, voy a ser muy claro. Cuando uno dirige su vida como considera oportuno teniendo como criterios los suyos propios, estamos colaborando -de forma muy decidida y eficaz- en la secularización y en el vaciamiento de Dios en esta sociedad. No hay cosa que ocasione mayor daño que un cristiano que se comporta como un ateo. El cristiano que falta a las obligaciones correspondientes a su estado de vida -el casado como casado, el consagrado como consagrado, el presbítero como presbítero, etc.-, ese cristiano que falta con sus obligaciones hace mucho daño e impide que el Mensaje de Cristo sea conocido. Cuando rezamos al principio de la Eucaristía el «yo confieso, ante Dios todopoderoso...» decimos que hemos «pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión». Pues de la «omisión» de lo que no hacemos, del bien que no hemos realizado, de esa falta de cumplimiento de nuestras obligaciones, de eso, de esas obras de omisión pedimos perdón a Dios. ¿Por qué pedimos perdón a Dios de esas obras de omisión?, porque no hemos vivido conforme a la vocación a la que Dios nos ha convocado y al no colaborar con Dios hemos colaborado -de modo indirecto- con las fuerzas del mal.
            Hay un pensamiento de un escrito, filósofo y político irlandés de mediados del siglo XVIII llamado Edmund Burke decía que «lo único necesario para el triunfo del mal es que los buenos no hagan nada». Por eso, y por otros infinitos de motivos, es tan importante lo que reza el Salmo Responsorial de hoy:
            «Guarda tu lengua del mal, 
            tus labios, de la falsedad;
            apártate del mal, obra el bien,
            busca la paz y corre tras ella».
            Integrar a ese nuevo inquilino, que es Cristo en nuestra vida  nos lleva irremediablemente a un cambio en la escala de valores. En poner nuestra vida de lleno y sin reservas en las manos de Alguien que no percibimos con nuestros sentidos. En Alguien que se nos hace impalpable y del que no tenemos garantías tangibles en el aquí y en el ahora. Cristo quiere que nos dejemos alcanzar por Él. Que como nos dice San Pablo en su epístola a los Efesios:
            «Dejaos llenar del Espíritu. Recitad, alternando, salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y tocad con toda el alma para el Señor».

            Tan pronto como nos dejemos alcanzar por Cristo; tan pronto como Cristo sea nuestro inquilino; tan pronto como lo que nos mueva sea la fe en Él nos vamos a colocar en un camino incómodo, empezaremos a buscar, a ser nómadas y al mismo tiempo fecundos porque ya no iremos como vagabundos por el mundo, sino con el gozo ardiente en el corazón de tener la certeza de alcanzar un fin y un glorioso destino.

viernes, 14 de agosto de 2015

Homilía de la Asunción de Nuestra Señora a los Cielos, 15 agosto 2015

LA ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA A LOS CIELOS, 15 de agosto de 2015
LECTURA DEL LIBRO DEL APOCALIPSIS 11,19a; 12, 1.3-6a.10ab
SALMO 44
LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 15, 20-27a
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 1, 39, 56

            Hermanos, decimos y nos creemos personas libres, pero nos engañamos, porque no somos libres. Es cierto que Dios nos ha creado libres, pero el Demonio ya se ha procurado en capturarnos con sus estrategias retorcidas. Es como si dijéramos con nuestros labios, e incluso a veces con el corazón «Señor, te quiero», pero nuestras acciones dijeran «Es mi vida, y ya soy mayor para saber lo que quiero hacer». ¿Cómo puede ser posible que la Eucaristía tenga tan poca incidencia en nuestra vida personal? Ahora bien, nuestra libertad se pierde tan pronto como nos alejamos de Dios.
            Además, lo curioso en todo esto es que el 'bajo nivel que uno tenga en la vida espiritual' tienen sus claras repercusiones en el quehacer cotidiano de cada cual. No hace mucho una voluntaria de una peregrinación diocesana -que se hospedaba en una residencia de religiosas, junto con los otros voluntarios- comentó que era alérgica al pescado. Llegó la hora de la comida y pusieron pescado. Ella lo volvió a decir y la respuesta que obtuvo de la religiosa encargada de la cocina fue:  «si lo quieres lo comes, sino lo dejas». La muchacha se quedó sin comer. O esos matrimonios de los que temo más que al nublado porque apenas se da un mal entendido surgen unas chispas que ríetele tu de las que salen de las radiales. No podemos ser cristianos por el rígido cumplimiento de las cosas o de las normas. Ser cristiano no es ser un preso que está internado en un centro penitenciario y que debe de acatar -porque no hay otra- con una disciplina, unos horarios y un régimen interno más o menos rígido. Ser un chico cristiano no supone estar mirando por la calle al suelo para no 'contaminarse' por lo que uno puede llegar a ver. Si uno hace esto, que se lo mire, que 'debe una fuga de neuronas'. Ser cristiana no supone estar con una falda -en pleno mes de agosto- hasta los tobillos y con un cuello de la camisa hasta la barbilla. Si hace esto, que se lo mire, que algo anda por ahí atrofiado. Cuando uno está con Cristo no hace falta que te digan «niño, caca», porque uno sabe cómo se tiene que comportar un cristiano.

            La Santísima Virgen María nos invita a entrar en la escuela de la amistad con Cristo. Cada uno construimos nuestra identidad sobre una vocación. Jesucristo nos ha llamado para que estemos con Él y ser sus compañeros. Estamos con Cristo en su taller para empaparnos de su mensaje. Vamos a ver, a uno le pilla todo el chaparrón de la tormenta y no puede resguardarse ni tiene un triste paraguas y se 'cala hasta los huesos', casi seguro que se acatarra. Pues cuando estamos en ese particular taller con Cristo, nuestra alma no se acatarra, sino que le pasa igual que a la tierra se quedaría mullida, esponjada, dispuesta a escuchar y hacer caso a Dios. Tanto a nivel personal como comunitario estamos urgidos a aprender junto a Cristo en el taller de los discípulos. La mayor parte de los cristianos que contraen matrimonio piensan que diciendo el 'sí, quiero' ante el Altar y dando comienzo a la convivencia con el trascurrir del tiempo ya está todo hecho. Y claro, no se dan cuenta que estas parejas -o mejor dicho, matrimonios- no han dejado 'de hacer novillos' al no acudir al taller que tiene Cristo para ellos para que puedan dar respuesta a lo que es en sí su matrimonio, una vocación, una respuesta a una llamada dada por Dios. Y quien dice vocación matrimonial puede decir cualquier otra vocación dada por el Señor. A lo que la Iglesia nos pone como referente importantísimo a la Santísima Virgen María como modelo de discípula perfecta de Cristo que supo acoger, responder y actuar siempre y en todo momento en plena sintonía con el Espíritu Santo, agradando a Dios Padre y acompañando muy de cerca al Dios Hijo, su Divino Hijo. 

domingo, 9 de agosto de 2015

Homilía del Domingo XIX del tiempo Ordinario, ciclo b

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo b. 9 de agosto de 2015
Primera lectura: Primer Libro de los Reyes 19,4-8.
Sal. 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9 R: Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Segunda lectura: Efesios 4,30-5,2.
Lectura del santo Evangelio según San Juan (6, 41-52)

             Son muchas las dificultades que tenemos que atravesar por la vida; son muchos los desiertos que tenemos que atravesar, tal y como hizo el profeta Elías. Algunos de esos desiertos, algunas de esas dificultades nos hacen flaquear, provocan que nuestras convicciones -que las considerábamos sólidas- se puedan llegar a desmoronar. Elías ha experimentado la dureza de la misión. Elías permanece fiel en medio de un mundo lleno de ídolos y de un sin fin de dinámicas y planteamientos que atentan contra la fe en Dios. Y esto nos pasa a todos. En el momento en que uno desea vivir en cristiano una determinada realidad en la vida, ya sea en el ámbito laboral, en la universidad, en el hogar, con la familia o con las amistades,... cuando uno desea que Cristo esté en el centro de esas realidades, te empiezan a mirar como 'un bicho muy raro'. Hermanos, ¡que desentonamos totalmente! Y cuando digo desentonar no me refiero a que un joven venga a la Eucaristía o que pertenezcan a un movimiento eclesial; cuando hablo de desentonar me refiero cuando esa persona ha descubierto que ya no puede vivir como vivía ni pensar como pensaba, ni amar como amaba, porque Cristo ha entrado en su vida, porque se ha encontrado con Jesucristo y su vida es Cristo. Será entonces cuando ese cristiano acudirá a las fuentes una y otra vez para recobrar las fuerzas para poder atravesar el desierto de la incomprensión de los demás. Irá adquiriendo el hábito de ir, una tras otra, al monte Horeb; deseará, una y otra vez, acudir a la oración, al encuentro frecuente con la Palabra de Dios, deseará encontrarse con los hermanos en la fe para celebrar la Eucaristía y sentirse amado y perdonado en el sacramento de la reconciliación. De este modo, en ese ir y volver, un día y el otro también, al monte Horeb, ante la presencia de Dios uno irá aprendiendo y adquiriendo la madurez en la fe.

            Y de esa madurez en la fe es de lo que nos habla San Pablo en la epístola a los Efesios. Del mismo modo que en nuestra cartera tenemos el Documento Nacional de Identidad que acredita nuestra nacionalidad, San Pablo nos dice que lo que acredita que somos de Cristo es nuestra existencia planificada, organizada, que esté girando una y otra vez, en torno a la confianza y fe en Cristo. Es decir que la nueva vida en el Espíritu tiene sus exigencias. San Pablo sabía bien que el hombre tiene su genio, que hay ciertos arranques de temperamentos insoportables, pero San Pablo nos hace una llamada de atención para que esto no degenere en pecado. Que se avance en capacidad de perdonar, de rehacer las relaciones humanas, de crecer en el amor cuando ese amor exige un esfuerzo mayor del acostumbrado.

            Cristo está con nosotros y por eso es posible conseguir ese nivel de amor máximo siempre que apostemos, día a día, momento a momento, en su divina persona.