martes, 31 de marzo de 2015

Homilía del JUEVES SANTO, ciclo b


JUEVES SANTO, ciclo b, 2 de abril 2015

 
            Fíjense la que hoy nos ha llegado a armar el Señor. Realmente es una acción, un gesto que llega a incomodar, molestar pero  bastante. ¿A quién se le ocurre levantarse de la mesa, quitarse el manto, tomar una toalla y ceñírsela, echar agua en la jofaina, y para remate fiesta, ponerse a lavar los pies a sus discípulos? Y además, no contento, se pone a secárselos con la toalla que él mismo se había ceñido. ¿Por qué Jesucristo me está provocando a mí de este modo? ¿Qué cosa le he hecho yo a Cristo para que Él venga haciendo esto que genera en mi interior gran tormento?  Y que además, no contento con esta escenita, se atreve a decirnos que «si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies los unos a los otros». Realmente son palabras que provocan, incomodan, ¿por qué me cuestiona esto que hace el Señor?, ¿por qué este modo de proceder es más molesto que tener una chincheta en la planta del pie?

Son palabras y acciones que nos provocan porque Jesucristo desea que vivamos en la VERDAD. Jesucristo lavando los pies a sus discípulos pone ante nuestros ojos nuestra realidad: Nuestro orgullo y soberbia nos dificulta a la hora de pedir perdón al hermano, nos pone muchos obstáculos para que nos pongamos en los últimos puestos. Si nos posicionamos con una postura meramente humana y nos dejamos influenciar por los argumentos de Satanás diremos cosas como estas:    

« ¿Yo lavar los pies ‘a ese’ que me hace la vida imposible, me ha insultado y además es un ladrón porque me ha robado?; ¿yo lavar los pies ‘a ese’ que ‘es más falso que Judas’?». Dicho con otras palabras: Satanás nos mete un gol por toda la escuadra.

Jesucristo, lavando los pies a sus discípulos nos está dejando en claro que un cristiano debe de actuar movido ‘por la fe’. Por la fe Noé, al ser advertido por Dios acerca de lo que aún no se veía, animado de santo temor, construyó un arca para salvar a su familia. Así, por esa misma fe, condenó al mundo y heredó la justicia que viene de la fe; Por la fe, Abraham, obedeciendo al llamado de Dios, partió hacia el lugar que iba a recibir en herencia, sin saber a dónde iba; También por la fe, Sara recibió el poder de concebir, a pesar de su edad avanzada, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía.  Y por eso, de un solo hombre, y de un hombre ya cercano a la muerte, nació una descendencia numerosa como las estrellas del cielo e incontable como la arena que está a la orilla del mar; Por la fe, Moisés, apenas nacido, fue ocultado por sus padres durante tres meses, porque vieron que el niño era hermoso, y no temieron el edicto del rey; Por la fe, Moisés, siendo ya grande, renunció a ser llamado hijo de la hija del Faraón. El prefirió compartir los sufrimientos del Pueblo de Dios, antes que gozar los placeres efímeros del pecado y consideraba que compartir el oprobio del Mesías era una riqueza superior a los tesoros de Egipto, porque tenía puestos los ojos en la verdadera recompensa; Por la fe, Moisés huyó de Egipto, sin temer la furia del rey, y se mantuvo firme como si estuviera viendo al Invisible; Por la fe, celebró la primera Pascua e hizo la primera aspersión de sangre, a fin de que el Exterminador no dañara a los primogénitos de Israel; Por la fe, los israelitas cruzaron el Mar Rojo como si anduvieran por tierra firme, mientras los egipcios, que intentaron hacer lo mismo, fueron tragados por las olas; por la fe Gedeón (Jue 6-8), de Barac (Jue 4-5), de Sansón (13), de Jefté (Jue 10-12), de David, de Samuel y de los Profetas. Ellos, gracias a la fe, conquistaron reinos, administraron justicia, alcanzaron el cumplimiento de las promesas, cerraron las fauces de los leones, extinguieron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada. Su debilidad se convirtió en vigor: fueron fuertes en la lucha y rechazaron los ataques de los extranjeros. Hubo mujeres que recobraron con vida a sus muertos (1 Re 17,17-24). Unos se dejaron torturar, renunciando a ser liberados, para obtener una mejor resurrección (2 Mac 6,18-31; 2 Mac 7). Otros sufrieron injurias y golpes, cadenas y cárceles. Fueron apedreados, destrozados, muertos por la espada. Anduvieron errantes, cubiertos con pieles de ovejas y de cabras, de provistos de todo, oprimidos y maltratados. Ya que el mundo no era digno de ellos, tuvieron que vagar por desiertos y montañas, refugiándose en cuevas y cavernas; Por la fe Jesucristo se encarnó en seno virginal de la Santísima Virgen María; Por la fe Cristo por nosotros murió y por nosotros nos salvó de las fauces de la muerte al resucitar.

Sucede que queremos vivir el cristianismo, ser seguidor de Cristo, pero a nuestro modo –no al modo ‘de la fe’-, a lo que Jesucristo nos está diciendo que ‘de eso nada de nada’. Jesucristo nos dice con toda claridad: « ¿Quieres heredar la Vida Eterna?». El serio problema es que nos hemos acostumbrado a PERMANECER en la MENTIRA.  Reconozco que esto de ‘permanecer en la mentira’ suena muy mal, e incluso puede llegar a herir. Sin embargo traigamos a nuestra mente aquellas palabras de Jesucristo cuando contaba aquella parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro. Allí Abrahán oía los clamores del rico Epulón que le rogaba, siendo torturado entre las llamas del infierno, que mandase a Lázaro a casa de sus hermanos para que no cayeran ellos también a aquel lugar de tormentos. A lo que Abrahán le contestó: «Tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen», y en el Evangelio de hoy, el Señor pone ‘la guinda’ cuando añade: «Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis». Es decir, Jesucristo le dice al rico Epulón que pueden dejar de permanecer en la mentira en la medida en que lean a Moisés y a los profetas. Ellos ‘banqueteaban espléndidamente’; ellos organizaban su vida pensando sólo en sí mismos; ellos no hacían problema viviendo solamente pensando en sí mismos; ellos usaban de los demás para sus propios fines.

Desgraciadamente estamos muy acostumbrados a ‘vivir para nosotros mismos’, permaneciendo en la mentira, pensando en nuestros planes, nuestros proyectos, nuestras comodidades, nuestra felicidad y comodidad, en vez de ‘vivir para Cristo’ que por nosotros murió y por nosotros resucitó. El hecho de que Jesucristo se ponga a lavar los pies a sus discípulos me denuncia porque me muestra ante mis ojos la cantidad de veces que yo ‘he vivido para mí ‘en vez de ‘vivir para Él’, ¿no les pasa a ustedes lo mismo?

No hace mucho una responsable del Camino Neocatecumenal me comentaba que su padre, cuando ella era más jovencita, le decía: «Nunca digas no a Dios». Es más, Dios te ama tanto que hasta incluso se queda entre nosotros en la Eucaristía para que su presencia caliente nuestras almas y así vayamos obteniendo esa sabiduría divina que hace que yo –que nosotros, indignos pecadores, podamos movernos por la fe y no dejarnos engañar por aquel que sólo quiere nuestra  perdición.

sábado, 28 de marzo de 2015

Homilía del DOMINGO DE RAMOS, ciclo b


Domingo de Ramos, ciclo b, 29 de marzo 2015

            Nos estamos disponiendo para celebrar la semana más importante de nuestra fe. Vamos a contemplar, como Jesucristo, como cordero manso llevado al matadero,  va a sufrir, hasta sudar sangre, y va a ser crucificado en el madero.  Parece un sin sentido que el inocente muera de un modo tan cruel. Mas cuando uno se adentra en este misterio de amor, a poco que rasque con la uña, enseguida se percibe que detrás de los densos nubarrones, así como de esos truenos y relámpagos se encuentra Dios dispuesto a imponer, sobre los que han sido fieles, una corona que no se marchita.

            Sin embargo por nuestras venas circula el veneno inyectado por Satanás. Ese veneno intoxica el corazón del hombre, nubla la mente generando desaliento y desánimo. Dentro de cada cual, como consecuencia de ese envenenamiento y de la rendición por la dificultad de la lucha contra el pecado, el corazón del hombre se endurece y somos conducidos a la muerte eterna del ser. Parece ser un destino fatal donde uno es arrastrado y atraído sin oposición como las moscas se apresuran apresadas por una potente fuerza de atracción hacia la miel. Uno dice, «sí, soy cristiano, me bautizaron, hice la primera Comunión e incluso me he confirmado», pero se presenta una ocasión que es interesante, que atrae, que lo deseo, que me resulta apetecible e incluso la estoy anhelando y corro volando ‘a toda mecha’ como las moscas a la miel aún sabiendo que eso me hace un mal grave porque su composición es 100% de pecado. ¿Cómo alentar a los cristianos para que se pongan la coraza de la fe, tomen la espada de la Palabra de Dios y el casco de los sacramentos y así puedan hacer frente al duro combate que nos arrecia con violencia el mal? ¿Cómo ayudar a nuestros cristianos a asentar su existencia sobre la roca sólida que es Cristo? ¿Cómo hacerles ver que esto es posible, que es real y que es viable?

            Todos estamos encasillados en un modo de sentir y pensar concreto y determinado. Como si fuera el juego ‘hundir la flota’  flotamos en unas latitudes y longitudes bien determinadas y prefijadas por el pensamiento reinante, por el modo de sentir,  por la herencia que hemos ido asumiendo, por la formación que nos han proporcionado, por las canciones que todos hemos ido coreando, por las series televisivas que nos han ido emocionando y cautivando, por las  conversaciones que nos hemos hecho partícipes, etc., nos hemos ido reubicando –como hijos de esta época- en las aguas de la secularización. Además, todo está orquestado para que esto sea así. Incluso cuando sacan un producto al mercado y para ello hacen un anuncio, ya tienen bien estudiado todas estas cosas para acertar de pleno.  ¿Y yo me tengo que conformar con este modo de entender y de estar así ‘gastando’ mi vida? ¿Y yo me tengo que resignar con no poder ‘sacar todo el jugo’ a mi existencia simplemente porque –como si fuera un ordenador- me han programado de un modo determinado e interesado? ¿Estoy condenado a vivir mi vida de un modo insulso e insípido? ¿Quién me puede ofrecer un horizonte de esperanza, de vida, de plenitud?

            Jesucristo es el único que me lo ofrece. Pero claro, una pregunta previa ¿qué experiencia tengo yo de Cristo?, o dicho con otras palabras ¿podría yo enumerar y explicar cómo Cristo ha ido dejando su particular huella en mi vida  y lo que esas huellas han supuesto para mi persona? ¿Soy consciente del modo de cómo Dios ha ido haciendo obras grandes en mí comparando cómo me encontraba antes sin Él y cómo estoy ahora con Él? ¿Realmente mi forma de ser, pensar, sentir y actuar ha quedado transformada ante la irrupción salvadora de Cristo en mi vida?
            Me da la impresión que aunque el Señor haya dejado todas sus huellas impresas en nuestra vida, nosotros no le hemos acogido como debería haber sido. Ya que de otro modo hubiera aparecido en escena la persecución a causa de la Palabra, la dificultad creciente por manifestarse como cristiano en todos los aspectos de la vida, pudiendo llegar, incluso, al martirio. Si la gente cuando nos ve no llegan a darse cuenta de la íntima comunión entre nosotros será porque aún no hemos descubierto el gozo de sentirnos amados y perdonados por Jesucristo, el Señor.

domingo, 22 de marzo de 2015

Homilía del Quinto Domingo de Cuaresma, ciclo b


DOMINGO QUINTO DE CUARESMA, ciclo b, 22 de marzo de 2015

  • Iª Lectura: Jeremías (31,31-34): Dios nos renueva
  • IIª Lectura: Hebreos (5,7-9): Cristo, sacerdote solidario de la humanidad
  • III.ª Evangelio (Juan 12,20-33): La hora de la verdad es la hora de la muerte y ésta, de la gloria

            El profeta Jeremías nos ofrece una catequesis muy interesante. Va desenmascarando la estrategia de Satanás para que nosotros nos demos cuanta hasta qué punto hemos estado ‘bailando al ritmo de la música que él nos ponía’. Ellos pensaban que ya eran muy buenos judíos con tal que cumplieran la ley dada por Dios.  Pero cuando una persona hace las cosas ‘por imperativo categórico’, porque simplemente hay que hacerlas, llega un momento en que se van abandonando,  dado que a alguien le puedes obligar a acatar unas normas o leyes hasta un determinado límite. Muchos padres dicen a sus hijos: «Mientras estés bajo mi techo obedecerás y seguirás las costumbres de esta casa». Pero este tipo de afirmaciones llevan en sí una semilla de muerte, ya que si esa persona no ha llegado a descubrir la sabiduría que lleva en sí misma la ley divina, llegará a una determinada edad o se irá moviendo en contextos sociales y culturales secularizados que le irán enfriando el alma hasta llegar a olvidarse de la misma existencia de Dios.

            En la mayoría de las catequesis de nuestros niños y adolescentes, así como cursillos prematrimoniales, entre otras realidades eclesiales…, nos sucede lo mismo que algún cocinero despistado. Coge la cazuela para hacer el guiso, trocea los ingredientes, hace uso del aceite y de los demás condimentos, termina por introducir la carne pero no llega a prender el fogón, por lo que sin fuego la comida no se hace nunca. A los chicos les puedes poner en una sala de la parroquia muy elegante, con calor, con luz, con ventilación, con preciosos y elaborados murales y carteles, todo de un modo ideal. Incluso hacer uso de los medios audiovisuales, de canciones, de juegos o de cualquier otra dinámica. Les podemos dar doctrina hasta ‘que se les salga por las orejas’  pero como no prendamos el fogón, como no tengan una familia donde se viva el calor de la fe; como no tengan una comunidad cristiana de referencia –digo comunidad, no un conjunto de personas que acuden al culto-; como no tengan a una persona de fe, sea catequista o sea presbítero, que les vaya espabilando; como vayan abandonando la lectura de la Palabra de Dios y los sacramentos… es tanto como esa elegante cazuela de la que jamás podremos llegar a degustar del manjar. El problema se incrementa cuando ese adolescente se convierte en padre de familia y no puede ofertar a sus hijos algo que él previamente no ha descubierto.  Y en el colmo del desastre está que se hacen programaciones pastorales –de ámbito general y particular- donde se sigue planteando las cuestiones pero sin entrar en el fondo de una urgente nueva evangelización. De este modo es como si todo estuviera orquestado para ‘quebrantar la alianza con el Señor’.

            El profeta que siempre está alerta a la vez de Dios, desea que pongamos el corazón a calentar en la hoguera del amor de Cristo. Dice el profeta Jeremías: «todos me conocerán, desde el pequeño al grande, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados». Hasta el propio profeta Jeremías nos resalta lo fundamental que es la experiencia personal de Dios.  Son esas experiencias personales con lo divino las que van fraguando el modo de estar en la vida. Tan pronto como a uno se le revela que la gloria del Cielo es tan real como las calles de nuestra ciudad se produce una revolución interna sin precedentes. Ya no haría falta el ‘estar dando el pelmazo a uno’  mandándole que vaya a la Eucaristía o que se confiese pronto; ya no haría falta decir ponte a rezar, porque uno estaría deseando que llegase el momento para poder gozar de la presencia del Maestro; ya no harían falta los propios mandamientos, ya que luchando por cultivar la amistad con Cristo estaría esforzándome, al máximo amando a los demás, los sintiese hermanos o enemigos.

            Pero no seamos ingenuos, entrar en la dinámica de conocer a Cristo y que como consecuencia de ese conocerle permita que esas experiencias con lo divino marquen el recorrido de mi existencia son dos cosas distintas. Cualquiera puede tener experiencias bellas a nivel de fe y como uno no quiere renunciar a si mismo, porque uno se siente ‘muy agustito’ viviendo para sí, termina sofocando el fogón que el mismo Espíritu Santo prendió. Pero si obedecemos a la Palabra de Dios y como el grano de trigo morimos, sin lugar a dudas, estaremos en este mundo siendo observados por los demás al descubrir en nosotros algo muy distinto que lleva en sí mismo el germen de la salvación eterna.

Homilía del Cuarto Domingo de Cuaresma, ciclo b


HOMILÍA DEL CUARTO DOMINGO DE CUARESMA, ciclo b, 15 de marzo 2015

Lectura del segundo libro de las Crónicas 36, 14-16. 19-23

Sal 136, 1-2. 3. 4. 5. 6 R. Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 2, 4-10

Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 14-21

 

            La Palabra de Dios no deja de sorprendernos. Si recordamos -pasamos de nuevo por nuestro corazón- las maravillas que ha obrado el Señor a lo largo de la historia, nos vendrá a la mente cómo los antiguos esclavos hebreos en Egipto entraron en la región de Canaán con la experiencia de Dios que, "movido por compasión", intervino para liberarlos. Esa memoria les impulsó a combatir la idolatría o falsos dioses que amparaban y encubrían la codicia de los poderosos generando en aquellos pueblos cananeos la injusticia y explotación de los pobres.

            Y hermanos, esto que nos dice la Escritura, hoy se cumple en nosotros: Si cada cual se parase, con serenidad a reflexionar cuántas y cuán grandes cosas nos ha regalado el Señor -desde la vida, la fe en Cristo, los padres, una casa donde resguardarnos, una familia, unos amigos, un pueblo, una comunidad cristiana, la fortaleza necesaria para afrontar las dificultades y los momentos alegres para ser festejados-. Y es más, dependiendo de la intensidad en el trato con el Señor, uno habrá ido descubriendo cuáles son sus particulares cadenas, sus pecados, sus ídolos, sus posesiones o dineros, la apariencia delante de los demás, aquellas cosas o personas que nos están esclavizando y no nos dejan vivir en la Verdad. De tal manera que, cuando viene Satanás, como cada cual ya tiene una experiencia de Dios, uno se tiende a aferrar al Señor, ya no porque sea lo más correcto, sino porque hay algo en el fondo del alma que está empezando a estar profundamente enamorada. Y es más, en ese trato con el Señor a uno le va doliendo las consecuencias del pecado que uno mismo ha cometido.

            El pueblo hebreo había adquirido un bagaje de experiencias de Dios que le iba indicando el modo de proceder en justicia y en verdad. Para ellos, Dios antes de ser creador era salvador. Les había salvado de la esclavitud del faraón de Egipto.

            Dios quería una sociedad justa donde los más desfavorecidos no quedasen desprotegidos. Pero el pueblo hebreo quiso ser como los otros pueblos, tener sus reyes. Apartaron su mirada de Dios para poner su confianza en aquella monarquía. Y eso que el profeta Samuel ya les avisó de los muchos males que esto les iba a acarrear, pero no le hicieron caso. Esta Palabra también se cumple hoy aquí: La mayoría de los males de nuestra sociedad están causados por haber apartado nuestra mirada de Dios para ponerlo en aquello que a cada cual le venga en gana: Un índice tan alto de alcoholismo juvenil, una moral sexual muy relajada, la desgracia del aborto, parroquias envejecidas con ausencia de juventud, una diócesis que no se está evangelizando, entre otras cosas. Y ¿qué pasó al pueblo hebreo cuando apartó su confianza en Dios?, que como consecuencia de su mal obrar les acarreó el destierro. Con la monarquía vino la corrupción del poder, la invasión de los caldeos, la destrucción del Templo de Jerusalén y la deportación al destierro. Una vez que el pueblo recapacita, es consciente de su pecado, se ha purificado de la maldad cometida, Dios que no es vengativo, envía al rey persa, Ciro, para que sean de nuevo liberados y encarga edificar el templo de Jerusalén.

            Resulta curiosa la dinámica de Dios. Al pecador no le mata, sino que le corrige para que pueda vivir. Pero no le corrige de cualquier modo, sino que le aparta del resto de la Comunidad para que haga penitencias, implore el perdón, de sobradas muestras de arrepentimiento, y hecho esto, sea de nuestro incorporado. No le deja dentro de la comunidad con su pecado porque ese pecado genera mal testimonio y al no hacer nada por corregirlo seriamente, va desmoralizando a todos aquellos que se esfuerzan por ser fieles a Dios, generando un problema aún mayor. Uno no puede estar ante Dios de cualquier modo. El pueblo fue expulsado de aquella tierra para que en el exilio se purificara, volviera con todo el corazón hacia Dios. De haberlos dejado Dios en su tierra sin haberlos corregido, hubieran desaparecido como pueblo.

            Por eso cuando Jesucristo habla con Nicodemo le está hablando de un nuevo nacimiento en el Espíritu. El verbo griego empleado significa "nace de nuevo" y "nacer de arriba". Un nuevo nacimiento para entrar "en el reino de los cielos". El cristianismo es un estilo nuevo de vivir. Somos el pueblo de la Nueva Alianza. Es un constante dejarse iluminar por el Espíritu, por la Palabra de Dios, por los sacramentos y hacerlo dentro del marco de una comunidad, donde no somos desconocidos sino hermanos que caminamos, ayudándonos unos a otros, para avanzar hacia la misma dirección: Cristo Jesús, el Señor.

sábado, 7 de marzo de 2015

Homilía del Tercer Domingo de Cuaresma, ciclo b


DOMINGO TERCERO DE CUARESMA, ciclo b, 08/03/2015
  


Lectura del libro del Éxodo 20, 1-17

Sal 18, 8. 9. 10. 11 R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1, 22-25

Lectura del santo evangelio según san Juan 2, 13-25



            Todas las personas, en el fondo de nuestro ser, anhelamos algo que sea extraordinario. Hay personas que, por diversos avatares de la vida y por la suma de malas decisiones, han ido ‘bajando el listón’ de eso que anhelan, adentrándose en las profundidades de la mentira, pero con el alma bien adoctrinada por Satanás. Piensan «esto es todo a lo que yo puedo aspirar» y la amargura de la honda insatisfacción queda bien patente hasta en su misma mirada. La suma de malas decisiones; el caso omiso de las numerosas correcciones fraternas; el buscar los afectos en las criaturas en vez del Creador; el que por la fuerza de los hechos uno sea idólatra aunque uno no lo quiera ni reconocer; cosas así, primero nos adormece el alma, luego nos la insensibiliza, luego nos la incapacita terminando por ser pasto de las llamas del infierno.

            Es más, se llega a escuchar cosas como estas: «Es que Señor, me estás tocando mucho las narices y me estás haciendo cabrear. ¡Es mi vida! ¿Pero qué te crees tú? Además, ya no quiero nada de ti, porque esto ‘ha sido la gota que ha colmado el vaso’, siempre entrometiéndote y estropeándome cuando yo lo estoy pasando bien». Y todo porque lo que uno pretende hacer no coincide con lo que Dios plantea o Él nos va como manifestando. Porque en nuestros planes no cabe ni el dolor, ni el sacrificio, ni los obstáculos, ni la cruz. Además, se prefiere estar inmerso en las seducciones del mundo, aún sabiendo que nos perjudican, que hacemos el mal y nos dañan, antes de luchar por ‘nadar contra corriente’ y ser tachado de ‘bicho raro’. ¿Hasta qué punto puede llegar a influir la opinión de los demás?

            Y esto es igualito que  esa oveja, encontrada por el buen pastor. Que imagen más idílica, el pastorcito con la ovejita bien sumisa siendo portada sobre los hombros del pastor. Pues no, hermanos. De ovejita sumisa nada de nada. Sino cabreada, haciendo fuerza para soltarse de los brazos, dando patadas y mordiendo al pastor, incluso haciendo sus necesidades adrede en los hombros y espalda del que la lleva. Y el pastor armándose de paciencia.  

            En la primera lectura nos habla de un episodio concreto del pueblo israelita en el éxodo.          Todos estamos en un particular éxodo, atravesando ese desierto llenos de tentaciones, de víboras y alacranes (que nos son sólo los escorpiones, sino también las personas malintencionadas, especialmente al hablar de los demás). El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob se dirige a cada uno, mirándonos directamente a los ojos y te dice: «Soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud». Dios no quiere que vuelvas a la esclavitud del pecado, porque si volvemos, al principio nos encontraremos 'muy a gustitos', muy cómodos, muy satisfechos de nosotros mismos; pero tan pronto como desaparezca los efectos causados por la anestesia de la mentira, surgirá, como un enorme gancho que desgarra cruelmente todo nuestro pecho, el constante e incesante ataque de histeria por sabernos condenados, sin remedio, a la más profunda desesperación y a la muerte eterna.

            Todos, y 'aquí  no se salva ni el Tato' estamos en este particular éxodo, y cómo les sucedía a los hebreos en medio del desierto, también nosotros anhelamos las cebollas que comíamos en la esclavitud de Egipto. Si, no se me queden extrañados porque es así. Anhelamos la vida de pecado, la vida -en palabras de San Pablo- del hombre viejo; lo anhelamos. Y lo anhelamos porque somos tan necios de dejarnos seducir por Satanás y permitimos que su maldito veneno entre en nuestra particular corriente sanguínea. Anhelamos el ser lujuriosos, el ser ladrones, el ser aprovechados, el ser inmorales, el ser idólatras porque se nos presenta como lo mejor, lo más fácil, lo más cómodo y lo que no genera conflicto con el mundo actual. Y somos tan necios de anhelar aquellas cebollas que comíamos estando sometidos bajo el yugo de la esclavitud de Egipto. Mas viene Jesucristo y con su Palabra nos lanza un rayo iluminándonos: «Entrad por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran en él» (Mt 7,13). Cristo te exorciza directamente a tí diciéndote: «¡Vive en la Verdad, abandona la mentira! ¡Conviértete!». Y Cristo es la Verdad.  

            San Pablo ya nos lo dice muy claro en su primera epístola a los Corintios: «Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados –judíos o griegos–, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios». Dicho con otra palabras, que no pensemos que ser cristiano es una cosa facilona de estar con una vida sin problemas, con una conciencia relajada y haciendo y diciendo lo que a uno le venga en gana. San Pablo nos dice 'que nos pongamos las pilas', 'que empecemos a espabilar y a salir de nuestro particular letargo', que 'no estamos dando el do de pecho en nuestra vida como cristianos que somos'. El pueblo de Israel no sólo reconoce a Dios en los acontecimientos del pasado, sino que también es un Dios del presente que continúa operante en la historia. ¡Cristo Jesús es el Señor! y es Jesucristo el que se quiere hacer presente en tu historia, en tu día a día, en tus cosas cotidianas, desea adentrarse en lo más profundo de tu alma para sanar esas heridas de las que tú mismo te proteges, te las ocultas porque te avergüenzas de tenerlas. Es que se ríen de mí en el trabajo, en la universidad, en el instituto porque me manifiesto como cristiano; y eso que no de un modo muy valiente. Es que esto, ya está profetizado en la Escritura. La Palabra ya nos lo está manifestando: escándalo para los judíos y necedad para los gentiles. Pero si tú le eres fiel obtendrás esa fuerza de Dios y esa sabiduría de Dios que engendra una felicidad que nadie ni nada te la podrá arrebatar.

            Dios tiene poder para liberarte ahora y siempre. Israel nos ha mostrado en la Escritura que tiene motivos para fiarse de Dios, su Soberano. La pregunta que te lanzo es: ¿Crees que Dios, a través de Jesucristo y en su Espíritu, puede librarte de tus ataduras ahora y siempre?