sábado, 31 de enero de 2015

Homilía del Domingo IV del tiempo ordinario, ciclo b

 
 
DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo b
Lectura del libro del Deuteronomio 18, 15–20
Sal 94, 1-2. 6-7. 8-9
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 7, 32-35
Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 21-28
            Estamos en una época en la que necesitamos a personas valientes. Personas que se presenten como una alternativa, pero que a la vez ‘son elementos incómodos’  porque  –como se precia todo buen profeta- denuncia el pecado de los otros. Pero esto tiene un ‘efecto boomerang’ ya que uno lanza o se presenta como testigo de Cristo, cuyo testimonio resulta molesto pero a su vez uno, al descubrir el pecado ajeno se empieza a avergonzar, con mayor intensidad, del propio. Es que para sanar primero hay que detectar dónde reside la infección. Es entonces cuando el Señor te está educando para que seas humilde, para que tu soberbia sea abajada y tu amor propio y ese orgullo sea eliminado.
            Moisés nos dice que «el Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo, de entre tus hermanos». El profeta es un lugarteniente y embajador de Dios que recibe el encargo de anunciar la Palabra que reciba de Dios. El profeta de nuestros tiempos no es inmune a las severas dificultades de ser fiel en medio de un contexto hostil. El profeta sufre por ser fiel a Cristo. Satanás disfruta, lo goza viendo cómo sufre el profeta y le anima para que el desánimo sea la nota dominante. Lo curioso de todo esto es que Dios se manifiesta al profeta recordándole que la fuerza procede de lo alto, que no sea ingenuo, que no tontee con el mal, que no se ponga en ‘ocasión de peligro’… Recordemos, pasemos por el corazón, aquellas palabras de San Pablo cuando escribe a la comunidad cristiana de Roma diciéndoles que «tened en cuenta en qué tiempo estamos: ya es hora de despertarnos del sueño, porque ahora está más cerca de nosotros la salvación que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada y el día está cerca; por lo tanto, dejemos a un lado las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz» (Rom 13,11-12).
            Jesucristo quiere que nos adentremos en un camino hermoso hacia la madurez. Un cristiano que se mueve en su vida con opciones paganas se asemeja a esa fruta que por mucho que esté en el árbol no puede ser aprovechada, se desecha al no llegar a ser lo que estaba llamada a ser. Y cuando uno va madurando va rompiendo con cosas o aspectos del pasado. En Israel es muy importante el tema de la escucha. La escucha de una palabra cargada de vida y de salvación. La dificultad reside cuando uno quiere escuchar otra cosa distinta y por eso orienta sus oídos hacia otras direcciones diversas.        
            En todo el Señor ha de estar en el centro. Llegará momentos en que esto resulte muy molesto porque tener cerca al Señor implica experimentar el romper con muchas cosas o comportamientos que resultan muy normales para el mundo. Esto es lo que supone la madurez, desechar lo que perjudique -aunque pueda apetecer- y acoger todo aquello que ayude a crecer -aunque suponga esfuerzo, renuncia y mucha dedicación. En el momento en que permitimos que Cristo entre de lleno en nuestro ser todo cambia radicalmente en nuestro mundo, cambia la visión del matrimonio y de la familia cristiana, cambia las relaciones sociales, cambia hasta la misma economía, ya que nos damos cuenta cómo todo lo que pensamos, hacemos o decimos es para construir el Reino de Dios.
            Cuenta el Evangelio que el espíritu inmundo que estaba poseyendo a aquel pobre hombre conocía quién era Jesús, «el Santo de Dios». Es que resulta que todo contacto con Jesucristo nos va liberando del Maligno, nos 'desdemonizan', nos liberan. Pero a la vez que hacemos una apuesta sin reservas por Cristo, sabemos que la persecución,  la marginación e incluso el martirio se van a poder dar en nuestra vida porque el mundo rechaza a todos aquellos que no son como ellos.

domingo, 25 de enero de 2015

Homilía del Tercer Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo b

DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo b

LECTURA DEL LIBRO DE JONÁS 3,1-5.10
SALMO 24
LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 7, 29-31
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 1, 14-20
 
            Todos los presentes hemos sido bautizados y disfrutamos de la gran suerte de tener entre nosotros la presencia de Jesucristo resucitado. Es precisamente Jesucristo el que se acerca hasta tu propia vida -con sus miserias, pecados, virtudes y aciertos- y te dice: «¡Sígueme!». Y uno, que es consciente de sus miserias, porque conoce su propio pecado, le responde: «¿Quieres que yo te siga?, ¿por qué te has fijado en mí?». Y Jesucristo, que es muy claro y  no se anda con rodeos, te advierte que si quieres seguirle, primero tienes que hacer una cosa previa: Entrar en un proceso de conversión. Ni yo ni nadie puede decir que es cristiano y hacer lo que a uno le da la gana.

            Es preciso que Cristo se vaya colando en el corazón. Y se irá colando en la medida en que le vayamos tomando en serio. Es que resulta que Jesucristo no es ese niño indefenso. Es el Hijo de Dios. De tal modo que cuando Cristo irrumpe en la vida de uno, a uno se le va descubriendo una realidad nueva y muy diferente de la que el resto del mundo se desenvuelve. Cuando llamó a sus apóstoles para que le siguieran les estaba planteando un proyecto de plenitud: 'llegar a la estatura humana a la que Dios nos ha creado'. Es que resulta que todos aquellos que hacemos caso a la Palabra de Dios y que deseamos seguirle -y para ello ponemos todos los medios a nuestro alcance- sabemos que estamos hechos para un amor más grande. Cuando Jonás fue a Nínive y estando allí se puso a gritar que «¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!» les estaba diciéndoles y diciéndonos que el único que puede dar respuesta a los deseos del corazón humano es Cristo. Que los demás son simplemente sucedáneos y como sucedáneos lo único que haríamos sería cimentar nuestra vida en una mentira. Y uno puede vivir durante un tiempo en la mentira, pero no puede permanecer en la mentira porque se terminará quebrando por dentro y el corazón destrozado en mil y un pedazos.

            Ahora bien, si anunciamos otra forma más bella de vivir ¿porqué a nosotros nos cuesta tanto 'romper con la inercia' de nuestra vida de hombre viejo?. Realmente ¿estamos permitiendo que Cristo se vaya colando en nuestro corazón o hacemos como con los niños pequeños dejándolos en una guardería bien controlados para que no les pase nada allí durante la ausencia de los padres? Tal vez creamos, de un modo muy ingenuo, que todas las cosas que tenemos en mente y los proyectos que están ideándose salen adelante con nuestras propias fuerzas. Y esto no es así, porque antes de lo que uno espera ya se encuentra estampado con el muro de las limitaciones personales. Y a todo esto, resuena un anhelo profundo del corazón: yo deseo que mi vida sea el mayor bien para tí, Señor.

sábado, 10 de enero de 2015

Homilía del Bautismo del Señor, ciclo b


EL BAUTISMO DEL SEÑOR 2015
LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS 42, 1-4.6-7
LECTURA DEL LIBRO DEL HECHO DE LOS APÓSTOLES 10, 34-38
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 1, 7-11

            Hermanos, nuestra vida se funda en algo cierto, en la Palabra de Dios. Nos fundamos en algo que no puede mentir. Es cierto que las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la experiencia humana. Se puede pensar que el Señor pide cosas imposibles y que nos hace mantenernos en una constante lucha frente a todo lo que el mundo nos presenta como delicioso y apetitoso y que nosotros sabemos que es dañino, pero que hay algo en nuestro interior que -aún sabiendo que nos hace mal- lo puede anhelar. Pero la certeza que da la Luz Divina es mayor de la que da la luz de las cosas, experiencias y sensaciones que vemos y se nos cuelan por todos lados. Algunos pueden decir que esto de la fe es adherirnos a lo que no hemos visto, en cambio de las cosas, experiencias y sensaciones del mundo yo las percibo con claridad; y claro, se puede llegar a pensar 'más vale pájaro en mano que cientos volando'. ¿Para qué me voy a sacrificar 'soportando a mi esposo' pudiendo estar con otro que me dé lo que yo quiero? ¿para qué voy a ser honrado en el uso del dinero ajeno si luego no me van a dar lo que yo quiero? ¿para qué voy a esforzarme en el trabajo si haciendo trampas consigo lo mismo y nadie se va a dar cuenta? Hermanos, así es como piensa el mundo, porque el mundo no ha conocido a Cristo. Cuando quitamos a Dios del medio nos adentramos en las tinieblas y aunque intentemos apuntalar el particular edificio de nuestra vida con maderos es un intento en vano porque todo se derrumba.

            Nosotros no creemos en las verdades de fe reveladas por Dios porque estas verdades nos cuadren. Uno lo cree porque es Dios quien lo está revelando y Dios tiene la autoridad y Dios no se puede equivocar. La razón última de la fe de un cristiano es que Dios me lo ha revelado ya que Dios es infalible. Ni yo ni nadie puede someter nuestra adhesión a Cristo dependiendo si las cosas que Cristo me dicen me cuadran o no me cuadran porque no es de mi sensibilidad, o porque me parece que no me apetece. La rebeldía ante Dios no da lugar. Ante Dios no cabe ni pensar el decir que le sigo porque esto me convence o esto no me convence. No olvidemos que estamos hablando de Dios y no de cualquier cantamañanas o charlatán. No podemos olvidar de quién estamos hablando y con quien estamos tratando, con el mismo Dios. Tenemos la gracia de tener a la Sagrada Escritura, la cual es revelación de Dios, y ni yo ni nadie puede decir 'esto sí', 'esto no', este capítulo yo le quito porque hiere mi sensibilidad o me siento denunciado por esas palabras y esto se tendría que ser cambiado.

            La razón última de la fe no está en mi razón; sino en la confianza que le otorgo a Dios y la fe se apoya en Él. Sólo cuando el corazón humano se rinde ante Dios, en un acto humilde, es cuando nace la fe. Muchos fueron los milagros que Jesús realizó y muchos de ellos ante multitudes -como la multiplicación de los panes y de los peces o la resurrección de Lázaro, entre otros-, muchos fueron testigos directos de los milagros y unos se convirtieron y otros no, porque mientras el corazón no esté limpio para adorar no hay nada que hacer.

            Al ser bautizados entramos a formar parte de una dinámica de entender la existencia que difiere mucho de lo que se nos ofrece por ahí. Nuestro motivo de creer es otorgar nuestra confianza a la autoridad de Dios. Es verdad que hemos nacido en un contexto determinado cultural, social, religioso, económico...y que ese mismo contexto nos condiciona. Todos los hombres y mujeres a lo largo de la historia han quedado condicionados por las filosofías reinantes, por la cultura de aquel momento o por las carencias de cualquier tipo. A nosotros nos condiciona el ambiente que se respira pero no nos determina. Nos condiciona, pero no nos determina. Es nuestra fe en Cristo, es nuestro apoyarnos en Cristo, es nuestro recostar nuestra vida en Cristo lo que nos permite vivir no determinados. La fe nos libera del engaño de este mundo porque nos ofrece una sabiduría que nos hace ver más allá. El Señor a través del profeta Isaías nos habla de la eficacia del Espíritu de Dios en tu persona y lo que se nos invita a que hagamos a los demás se nos pide también que se lo permitamos a hacer al Espíritu en cada uno, y todo «Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas». Muchas veces hemos visto películas ambientadas en la Edad Media con aquellos señoriales castillos protegidos con fosas llenas de agua, con su puente elevadizo y su puerta principal de hierro que por medio de poleas se elevaba y se bajaba para abrir y cerrar respectivamente. Cristo es aquel que sostiene esta puerta para que todos aquellos que depositen su confianza en Él puedan ser guiados e iluminados con los criterios divinos y así, aunque uno se tenga que agacharse bastante e incluso gatear, pueda atravesar mencionada puerta para que, aun viviendo condicionado por lo que uno está rodeado no sea sin embargo determinado.

Quiénes son y de dónde vienen los nuevos cardenales

El Papa Francisco en Santa Marta: Quien no ama no es libre

domingo, 4 de enero de 2015

Homilía de la Epifanía del Señor 2015

EPIFANÍA DEL SEÑOR 2014

LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS 60, 1-6
SALMO 71
LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS EFESIOS 3, 2-3a 5-6
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 2, 1-12

            Me van a permitir que les ayude a acercarse a la Palabra de hoy empezando con una pregunta que les deseo hacer: ¿Hasta qué punto la persona de Jesucristo tiene influencia en nuestra vida cotidiana? Dicho con otras palabras, ¿la presencia de Jesucristo en tu día a día tú lo valoras, lo estimas, lo cuidas? Porque puede ser que digamos que ‘somos cristianos’ pero no tengamos a Cristo presente porque lo  hayamos sustituido por una imagen de Dios elaborada a nuestro antojo.  ¿Tiene o no tiene influencia Cristo en tu vida?

         Podemos llegar a pensar, y por eso se puede actuar de un modo en concreto, que ser cristiano consiste en ‘hacer cosas’ para ‘estar a bien con Dios’, como uno tiene que estar a bien con ‘Hacienda’ porque hay miedo a una sanción económica. Tampoco nuestra relación con Jesucristo se debe de asemejar a las dosis de comida que damos a sus horas a los peces en sus acuarios para que se mantengan fuertes y sanos. Venimos a la iglesia, estamos en la Eucaristía, nos confesamos una vez al año –como está mandado-, es decir vamos como administrando las dosis de comida ‘a esa particular pecera’ y llegamos a vivir de tal modo que estamos convencidos que somos cristianos y vivimos como cristianos. Sin lugar a dudas alguien podrá estar pensando: «Encima que venimos nos dicen esto, pues peor estarán los que ni siquiera hacen lo que nosotros hacemos». Hermanos, hacéis muy bien estando aquí. Sin embargo el Señor desea que todo nuestro ser sea para Él. La dificultad radica en que nos hemos acostumbrado a hacer siempre lo mismo y la rutina puede llegar a sofocar el amor.

Se hace necesario que toda nuestra existencia -que suele estar en tinieblas a oscuras- sea rodeada por el señorío de Cristo; es preciso que los diversos aspectos de nuestra vida cotidiana sea cristianizada. En palabras del profeta Isaías –en la primera de las lecturas-: «Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti». Es fundamental que Jesucristo ejerza su señorío en todo nuestro ser. A modo de ejemplo: Puede ser que tal vez ni hallamos caído en la cuenta que Cristo puede ser que tenga una palabra o una aportación luminosa acerca de los programas de televisión que solemos ver o incluso del uso de los teléfonos móviles o de cualquier otro cachivache. O puede ser que Cristo te esté indicando para iluminarte haciéndote entender que estás teniendo unos gastos innecesarios, de los cuales puedes prescindir sin problemas, para poder ayudar a un hermano necesitado. O en tus particulares tinieblas brille su luz para que descubras que has adquirido unos hábitos malos –de beber, de trasnochar, de jugar, el tomar sustancias nocivas, el estar pegado todo el día al ordenador, al televisor, al móvil o a la Tablet- que están esclavizando y dificultando la convivencia en el hogar y el diálogo sincero y fluido con tu esposa o esposo o hijos. O puede ser que estés descuidando tu relación como esposa o como esposo y cómo estás a lo tuyo no te des cuenta cómo va degenerando ‘ese amor primero’. Si Cristo ejerce su señorío nos va ayudando a desenmascarar nuestro pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios.

El caso es que cuando uno se enfrasca en su propia realidad, en ‘su propio mundillo’, nos aislamos tanto de los demás como de Dios. Y cuando uno se enfrasca en su propia realidad y empieza a entender su vida como un ‘vivir para sí mismo’, buscando ‘su felicidad’, yendo tras ‘sus propios intereses’, persiguiendo ‘su propio confort’ los demás, si no hacen lo que uno desea o si no se comportan como uno pretende, se convierten en obstáculos a los que me cuesta amar o incluso ‘tiro la toalla’ porque no consigo que los demás hagan lo que yo digo o piensen como yo pretendo. Si uno entra en esta dinámica perversa de que cada cual ‘viva su vida’ como quiera y todos aquellos que no cuadren con mi forma de ser los rechazo, si uno se comporta así es un síntoma muy evidente de que esa persona no se está dejando influenciar por Jesucristo. Sin embargo Cristo desea con todas sus fuerzas que rompas de lleno con esa dinámica enfermiza para que, parafraseando al profeta ‘veas al Señor radiante de alegría y tu corazón se asombre y se ensanche’.

Además San Pablo cuando escribe a la Comunidad de Éfeso nos recuerda que la vida con Cristo es más vida y vida auténtica, de la que merece la pena, de la de exquisita calidad. Nos alienta diciéndonos «que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y participes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio». Nosotros somos esos a los que San Pablo ‘llama gentiles’. Nosotros estamos llamados a estar junto a Cristo, a dejarnos enriquecer con su presencia. Los Magos de Oriente se dieron cuenta que esa estrella les iba a conducir hacia algo extraordinario. Fueron dóciles, se fiaron y se pusieron en camino pasando penas y calamidades en el trayecto. Y cuando esa luz de la estrella les llevó hasta la otra Luz que es Cristo -tal y como dice el Evangelista San Mateo-«Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas, lo adoraron: después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra».

Los Magos de Oriente sí que se dejaron influir por aquel Niño pobre acostado junto a José y a María. Nada ya fue como antes, ahora hay una razón potente para afrontar las dificultades tanto las serias como las cotidianas: Saber que hay un Cielo y que allí se nos espera.

 

Mons. D. Ricardo Blazquez, Arzobispo de Valladolid, ¡¡¡¡NUEVO CARDENAL!!! (a partir del minuto 15)

sábado, 3 de enero de 2015

Homilía del Domingo II después de Navidad


DOMINGO II DESPUÉS DE NAVIDAD
LECTURA DEL LIBRO DEL ECLESIÁSTICO 24, 1-4.12-16
SALMO 147
LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS EFESIOS 1, 3-6.15-18
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 1, 1- 18

            Recuerdo que cuando éramos pequeños, con cualquier tormenta de aire o de agua se iba la luz en la casa del pueblo de mis abuelos. Solía ocurrir de noche. Mi abuela ponía una vela prendida en el centro de la mesa de la salita y todos los que estábamos dispersos por toda la casa nos reuníamos allí. Era un momento mágico, entrañable. Allí reunidos en torno a la luz proporcionada por la vela desaparecían los miedos y temores por la oscuridad e incluso nos dedicábamos a hacer sobras con las manos que quedaban proyectadas en el techo. Fue trascurriendo el tiempo, uno va creciendo, espabilando y ‘abriendo los ojos’ y descubre que los miedos y temores ya no lo genera la oscuridad ni una vela prendida es la solución para disiparlos.

Humanamente siempre se tiende a buscar ‘las seguridades’; aquellas cosas que ‘por el hecho de tenerlas’ nos generan serenidad, o por lo menos creemos que nos proporcionan ‘estabilidad’. Uno empieza su carrera universitaria ya pensando en las salidas laborales en el futuro; uno entabla una relación sentimental de noviazgo con esa persona en concreto porque estar cerca de ella genera felicidad; uno acepta un determinado puesto de trabajo con la esperanza de poder vivir con cierto confort; uno se va afanando en buscar como ‘velas prendidas en el centro de la mesa de la salita’ para que los temores y miedos se desvanezcan. Sin embargo, si se dan cuenta uno termina depositando todas sus seguridades en ‘uno mismo’, en su estudios, en su pareja, en su matrimonio, en su trabajo… Y uno mismo es sumamente frágil e inconsistente, de tal modo que nuestras seguridades no dejan de ser simplemente espejismos, como castillos de arena en las playas marinas.  

            A todo esto irrumpe el Señor en tu vida y te envía un mensaje al centro de tu corazón para orientarte sobre dónde has de tener puestas tus seguridades: «La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre».  Con otras palabras; Jesucristo te alumbra en tu realidad concreta. Sin embargo hay más, no solamente nos alumbra personalmente a cada uno, sino que también «vino a su casa (…) y a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios». Además el mismo San Pablo, cuando escribe a la comunidad de los Efesios, ya les importe esta bellísima catequesis:

«No ceso de dar gracias a vosotros, recordándoos en mi oración, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos».

            Hermanos, nosotros no somos los ‘fabricantes’ de nuestras propias seguridades ya que para que algo sea seguro es preciso que alguien mucho más poderoso que uno me pueda garantizar y proteger para que las cosas pueden mantenerse tal y como están, o incluso perfeccionar. El Señor ya nos avisa en su palabra cuando nos dice:

            «Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros. Pero si viene otro más fuerte que él y lo vence, le quita las armas en que confiaba y reparte sus despojos. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama» (Lc 11,21-23).

            Nos podemos casar con la mujer más atenta, delicada, espectacular, femenina, inteligente y con un millón de adjetivos calificativos positivos, pero como Dios no esté en esa relación, esa relación ‘hará aguas por todos lados’. Y lo mismo es aplicable con los que son novios o esposos con sus novias o esposas. Un obispo o un presbítero como deposite su seguridad en las personas que le rodean o en los planes de pastoral o en el ajetreo de las actividades o en sus propias fuerzas, se terminará convirtiendo en estéril, no evangelizará, no podrá engendrar a nuevos hijos a la fe porque su ministerio se ha vuelto ‘soso’ y ‘su luz’ se ha sofocado.

            Entonces ¿dónde podemos encontrar esa ‘vela prendida en el centro de la mesa de la salita’ que nos pueda proporcionar algo que sepamos que no nos va a fallar y que sea en sí mismo ya seguro? La respuesta a esta pregunta se encuentra dentro de un gran regalo entregado durante estos días navideños: La respuesta es JESUCRISTO. Jesucristo es nuestra seguridad. Él es esa vela prendida en el centro de la mesa de la salita que «hasta de noche me instruye internamente» (Sal 15, 7b). Y nos instruye, y nos enseña el camino de la vida. Cierto es que el Señor no nos va a quitar los problemas, berrinches y dificultades que nos encontremos en nuestra vida; pero sí los podremos afrontar 'a la luz de su Palabra' y 'con los dictados y criterios emanados de su Sabiduría'. Lo que resulta muy complicado es depositar toda nuestra seguridad en Cristo cuando nos falta la fe. Eso es tanto como quitar el amarre del puerto de una barca de remos para navegar y estar los tripulantes, desde dentro de la barca, agarrando con todas sus fuerzas los amarres fijados en el mismo hormigón del puerto. Si ponemos en Cristo nuestra confianza 'lo hacemos con todas las de la ley'. Porque puede ser que el mismo Señor, al ver que aunque estemos a su lado no terminamos de fiarnos de Él nos llegue a decir: «¿También vosotros queréis marcharos?». De nosotros depende el contestar como lo hizo San Pedro: «Señor, ¿a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna». (Jn 6, 67-68).