viernes, 29 de agosto de 2014

Homilia del Domingo XXII del Tiempo Ordinario, ciclo a


DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a

LECTURA DEL LIBRO DE JEREMÍAS 20, 7-9
SALMO 62
LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 12, 1-2
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 16- 21- 27

            Jesucristo constantemente nos plantea nuevos desafíos. No quiere a unos cristianos que estén hibernando como hacen los osos en invierno; ni tampoco a los esclavos por la rutina. Jesucristo quiere corazones ardientes, -en palabras del profeta Jeremías- corazones 'seducidos', a enamorados que, apenas el amado manifiesta un deseo, todo lo demás se deja para volcarse de lleno en ese nuevo proyecto. Jesucristo exige a sus discípulos, a todos aquellos que somos enviados -y aquí nadie se libra- que nos presentemos con un nuevo estilo de vida, el estilo que corresponde a la novedad del Reino y a las urgencias de su anuncio. El primer anuncio ha de ser la vida del enviado. Ustedes han oído como yo lo que San Pablo escribe a la comunidad cristiana en Roma: «No os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente». Podemos llegar a creer que somos libres y que no tenemos ataduras. Sin embargo al acercarnos a Cristo descubrimos la verdad de nuestra vida, y junto con la verdad se nos muestra nuestras miserias. Son demasiadas las ataduras que estamos soportando siendo preciso y urgente la ruptura con el dominio de lo mundano. Aquel que tiene su corazón como un ascua encendida, incandescente al tener al Santo Espíritu que le va insuflando va, misteriosamente, descubriendo como uno se convierte en alumno que se queda ensimismado, con la boca abierta', entusiasmado al empaparse de las lecciones que la misma Sabiduría divina nos imparte y a lo que a uno mismo le enriquece. Es entonces cuando uno entiende porque María, la hermana de Lázaro, quedaba encandilada por las palabras de Jesucristo mientras su hermana Marta se afanaba con las tareas de la casa.

            Ahora bien, quien quiera de verdad y seriamente el Reino de Dios y llamar a la conversión tiene que comenzar viviendo con Jesús y como Jesús. Y esto de fácil no tiene nada, porque uno arrastra una serie de vicios y tiene una serie de inercias procedentes del mundo. Es decir, que las catequesis del Demonio, de un modo u otro, se han calado en nosotros hiriéndonos seriamente y Cristo, médico de las almas y de los cuerpos, nos ha de sanar. El Salmo Responsorial de hoy nos habla de la experiencia de un enamorado de Dios; de alguien que tiene «sed de Dios», de alguien que se siente como la tierra reseca, agostada por la sequía. De alguien que sabe que únicamente Dios puede calmar plenamente esa sed.

            Hace poco una responsable del Camino Neocatecumenal -en el marco de un eco preparación de la Liturgia de la Palabra- comentaba que 'una vez que uno vive dentro de la Iglesia ya no puede abandonarla porque estaría andando totalmente desencajada al no compartir los valores del mundo'. Y hermanos, cuando uno tiene el corazón ardiente porque Cristo reside en su alma ya poco importa no tener alforja ni dinero, ir de casa en casa sin ningún tipo de apoyo logístico ni sentirse uno 'un bicho raro' ante el mundo porque uno únicamente anhela estar apoyado en la providencia del Padre que «sabe lo que necesitamos» aún antes de que se lo pidamos.

             Nosotros, los que somos sus discípulos hemos de asumir las consecuencias de serle fiel en la vida cotidiana. Sin embargo nosotros seguimos a Cristo no sólo con la cabeza, sino que también hay algo más profundo. A esta experiencia el profeta Jeremías lo llamaba 'seducción'; «Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir». No se trata de estar anestesiados o con un 'lavado de cerebro', como la famosa fábula o leyenda de 'El flautista de Hamelín' que tocando tras de él iban las ratas y los niños después. Lo nuestro nace la de intimidad con el Señor en un tiempo progresivo de conocimiento.     

            Según mi opinión el problema de nuestra sociedad -uno de los tantos- es que los marcos de referencia religiosos, han sido desacreditados o degradados. Todo lo religioso es empujado a ocupar un ámbito estrictamente privado, con escasas posibilidades de incidir en el ámbito público no pudiéndose presentar como un marco de referencia posible para seguir. Se da una gran pérdida del horizonte del sentido. Hay una frase muy actual que dice así: «vive el mundo a tu manera». Esto lleva a una vida vivida con intensidad pero que evita la más mínima reflexión, una ocupación absoluta y ruidosa de todo el tiempo que haga imposible centrarse en uno mismo para conocerse mejor, para repensar lo más importante. Pues yo quiero vivir el mundo, no a mi manera, sino al ritmo del Espíritu Santo.

viernes, 22 de agosto de 2014

Homilía del Domingo XXI del Tiempo Ordinario, ciclo a

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a

LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS 22, 19-23
SALMO 137
LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 11, 33-36
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 16, 13- 20

            ¿Qué le pasa hoy al profeta Isaías? Realmente, me está dando miedo. Parece como si se hubiera hartado por algo y empieza a manifestar un enfado monumental. Y cuando se enfada, realmente a uno le entra el miedo en el cuerpo. ¿Qué habrá hecho ese mayordomo de palacio, ese tal Sobná para merecer tal severo castigo? Es destituido del cargo y se le arrebata sus poderes para dárselo a otro. Este mayordomo de palacio tiene que haber hecho algo muy serio para haber tenido semejante reprimenda y castigo. Pues sí hermanos, se merece mencionado castigo. Este señor estaba en una situación privilegiada, en la corte del rey, y se aprovecha de su situación para su beneficio personal y olvida las obligaciones hacia los demás que tal situación implica. Es una persona insensible porque se ha dedicado a 'vivir para sí' y cuando uno 'vive pensando en uno mismo y en sus beneficios' siempre salen perjudicados aquellos que no les queda más remedio que terminar resignándose.

            Porque, por desgracia, siempre nos encontramos a personas que, aún teniendo que ser más humildes por la carga del peso que llevan sobre sus hombros a causa de la responsabilidad asumida, se creen que todos tenemos que 'estar danzando' en torno a ellos. Lo único que les falta es que les ofrezcamos incienso como a los falsos ídolos. Es que resulta hermanos, que esto Cristo lo denuncia: Uno recibe poderes para servir y no para servirse. Cuando Jesucristo entrega el poder de 'las llaves' a una persona se le exige, con gran severidad, un proceso de conversión al Señor que puede conducirle al martirio. El que es llamado para servir está exhortado a asemejarse a un fósforo, a una cerilla que es prendida para ofrecer fuego generando la luz de Cristo Jesús a todos los hermanos. ¿Ahora entienden porque el profeta Isaías estaba enfadado? Conociendo las razones de su enfado yo también las comparto.

            A continuación ha sido proclamado el Salmo responsorial que ha puesto 'la guinda' en el pastel. Dice: 

                                               «El Señor es sublime, se fija en el humilde,

                                               y de lejos conoce al soberbio».

            O sea, bien claro nos lo dice: Dios conoce de lejos al soberbio. Una sentencia de San Agustín reza así:

            «La soberbia no es grandeza, sino hinchazón;

            y lo que está hinchado parece grande pero no está sano».

            ¿Que le pasaba a este mayordomo de palacio, a ese tal Sobná del que nos habla el profeta Isaías? Que tenía un falso espíritu de servicio,      QUE ES SOBERBIO. Tenía tan ajustada la máscara de la soberbia que uno no sabía distinguir donde acababa esa máscara y dónde empezaba su rostro, su cara. Es como si la máscara hubiera echado raíces hasta abarcar toda su cabeza. Este mayordomo podía perfectamente aparentar ser una persona abnegada y muy generosa que daba la impresión de que nunca pensaba en sí misma; sin embargo llegaba a manifestar, con gran pena «si no fuera por mí, nada se haría, soy el único que hace algo» y es más, si alguien tomase la iniciativa para hacer algo se constituiría, automáticamente, en su enemigo. O podía tener un falso espíritu de generosidad, aparentando una persona generosa, que lo regala todo, siendo obsequios magníficos, aparatosos y lujosos. Ahora bien, que todo lo que da lo hace para que los demás vean su generosidad, llegando a humillar muchas veces al que lo recibe. Si a este mayordomo de palacio le hubiéramos podido hacer un escáner o una resonancia magnética a su alma hubiéramos podido sacar una gran lección para no caer en sus mismos errores.

            Y como no podía ser de otra manera, San Pablo nos ha dado una grandísima lección. Una lección de la que a mí me ha quedado 'un tanto cortado'. Con un tacto exquisito nos he hecho una corrección fraterna en toda regla. Puede dar la  impresión de que San Pablo 'viene suave' y que 'no mate ni a una mosca', pero sólo lo parece. San Pablo canta a la sabiduría divina y haciendo esto nos está revelando la verdad de nuestra situación personal. Nosotros pidiendo todo el rato explicaciones a Dios, quejándonos de Él porque las cosas no nos salen, porque nuestras expectativas no se cumplen, incapaces de perdonar de corazón al hermano, con una despensa de odios abarrotada, nos encontramos con la carta de San Pablo y 'se nos cae la cara de vergüenza'. Nos hemos creído los más generosos de todos, los más buenos, los más cumplidores, aquellos que tomamos las decisiones más acertadas porque pensamos que nuestros criterios de pensar y actuar son los mejores, y resulta que hemos estado perdiendo el tiempo al no estar contando con la sabiduría de Dios. San Pablo nos dice que dejemos de actuar como estamos actuando. Que lo único que se nos pide es que acojamos con amorosa humildad la Palabra de Dios, que interioricemos la predicación; que sigamos con sencillez de corazón sus caminos. Y la verdad es que a uno 'le queda fuera de juego' porque eso ni se lo esperaba. De tal modo que hay que reconocer que cuando uno tiene 'montado el chiringuito' pensando en servirse, en obtener el máximo de beneficio, en conseguir méritos, en ir adquiriendo prestigio ante los demás, al leer la carta de San Pablo uno se da cuenta que cada uno 'vamos a lo nuestro' y, para remate fiesta, creyendo que estamos viviendo dentro de los márgenes aceptables por Dios. Todos nosotros, participamos en mayor o menor manera, del modo de proceder de aquel mayordomo de palacio que nos relata el profeta Isaías.

            A lo que viene Jesucristo y te lanza una pregunta muy directa a ti: «¿Quién decís que soy yo?». Si yo reconozco que Cristo es el Mesías, el Señor, el Ungido, toda mi existencia debería de gravitar en torno a Él. Y si no gravita en torno a él, y si no gira alrededor de Cristo ¿en torno a quien estoy girando?

sábado, 16 de agosto de 2014

Homilía del Domingo XX del Tiempo Ordinario, ciclo a


DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a

LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS 56, 1. 6-7
SALMO 66
LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 11 13-15. 29-32
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 15, 21-28

            San Pablo estaba totalmente convencido y decidido en colaborar con el proyecto de Dios. Estaba inmerso en ese ambiente misionero y movilizaba los corazones para que todos fueran responsables en la evangelización. Pero con una matización muy importante: San Pablo para que a nadie 'se le subiese los humos a la cabeza' ni se creyera 'el rey del mambo' o que la soberbia enturbiase los ojos de la mente les dice que Dios no es propiedad de nadie; que son ellos los que se tienen que acercar a Dios, que no tienen nada conseguido; que Dios es de todos. Es que nos podemos encontrar con gente que dice «yo tengo a todos los hijos bautizados, hechos la Primera Comunión, se han confirmado... han hecho todo en la Iglesia».  A lo que vendría San Pablo y nos lo refutaría diciendo «¿Qué me estás contando?¿acaso tienes más privilegios ante Dios que aquel hermano tuyo que aún no ha podido escuchar el mensaje de la divina revelación?» Ante Dios nada valen las medallas o los galones ya que «ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en los abismos, y toda lengua proclame, Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre» (Flp.2,10-11).  Con Dios no nos vale lo de la 'cartilla de vacunación' que tienen los niños, que se tienen que vacunar cada determinado espacio de tiempo tanto de Hepatitis B, Difteria, Polio, Varicela o otras tantas que se ponen. Nosotros no funcionamos en la vida espiritual con esa 'cartilla de vacunación'... el bautismo, la primera comunión, la confirmación...En las cosas de Dios no funcionan así. Ante Dios toda nuestra vida ha de ser un constante ejercicio de opciones personales y consolidadas para acercarnos, cada vez más, a Él.

            San Pablo se nos ha puesto un tanto provocativo. Quiere provocarnos...quiere provocarnos la respuesta de la fe. Nos dice «haré honor a mi ministerio, por ver si despierto emulación en los de mi raza y salvo a alguno de ellos». Pueden ser muchas las veces que nos conformamos con decir que somos cristianos y que asistimos al culto pero Cristo no es el motor fundamental que mueve nuestros deseos y acciones. Parece como si la mayoría de las cosas que nos pueden suceder o nos planteamos fueran respuesta a nuestros intereses, a lo que nos conviene a nosotros, dejando esa oportunidad de responder 'desde la fe' fuera de juego. Por ejemplo, ante un esposo que ha sido infiel a su esposa, lo que 'le pide el cuerpo' es, o bien romper o bien echárselo en cara siempre que se pueda como arma arrojadiza cuando lo desee. Pero si permitimos que Dios diga una Palabra en todo esto, con toda la seguridad la fe ayudará a un nuevo planteamiento para solucionar el problema. La fe no es solamente para ponerse de rodillas en la Iglesia sino también para tener en cuenta que toda nuestra existencia ha de estar sostenida por Dios.

            Hermanos, ¿y dónde se nos ayuda a entender nuestra vida sostenida por Dios? En una sociedad dominada por la increencia y en unas iglesias que también son territorio de misión ¿cómo ayudar a entender la vida desde la fe? Si el cristianismo en nuestros pueblos está amenazado de extinción es porque las parroquias son incapaces de evangelizar. ¡Son demasiados los jóvenes que se ausentan habitualmente de la Eucaristía dominical y en sus hogares el gran ausente es Jesucristo! Y las parroquias son incapaces de evangelizar debido a la precariedad y mediocridad de su fe, debido, por tanto, a que ellas están necesitadas de evangelización. Nos estamos acostumbrando a lo mediocre y el Demonio nos está ganando totalmente la partida. Pobrecito el presbítero o el laico que se atreva a plantear al Párroco la urgente necesidad de empezar a evangelizar en la parroquia porque sale 'escopetado' por la puerta. No podemos seguir conformándonos en mantener únicamente lo que tenemos, del mismo modo que ya en nuestros hogares no tenemos la corriente a 125 vatios o ya no nos desplazamos con carros o carretas tiradas por animales.

            Hermanos, pongámonos todos a rezar al Espíritu Santo, con todas las fuerzas de nuestro corazón, para que suscite a un grupo de personas, presididas por el Obispo, que se entreguen de verdad al Señor y al servicio de la Evangelización. Dispuestas a dejar la vida en el empeño, sin miedo a las dificultades del mundo y de las terribles persecuciones internas de la propia Iglesia, sin más pretensiones ni aspiraciones que servir al Señor con la vida entera en la primera línea de la evangelización. Y ojalá el Señor Jesús nos pueda decir como a aquella mujer cananea: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas».

jueves, 14 de agosto de 2014

Homilía de la Asunción de la Virgen María


LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA, 15 de agosto de 2014

            Hermanos, tenemos la gran suerte de que Dios nos habla como amigos. Jesucristo nos dice que «En adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su señor. Desde ahora os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre» (Jn 15,15). El siervo no sabe lo que piensa su amo. Al siervo se le manda que haga tal o cual cosa y se acabó, no hay que darle ningún tipo de explicaciones ni de razones del por qué. Hace lo que se le manda y chitón y sin entender nada. Sin embargo a nosotros nos llama amigos, porque todo lo que hace el Padre nos lo comunica a nosotros.

            Supongamos que el amo ordena al siervo que todos los días y a la misma hora lleve un pesado paquete a una dirección en concreto y que lo deje a la puerta, que llame a la puerta y que se vaya corriendo sin esperar a que abran, el amo no tiene por qué darle razones ni el otro tiene derecho a pedirlas. En cambio si lo hiciese un amigo, tan pronto como tuviera ocasión le explicaría que en esa casa vive una familia muy pobre y que si supiesen de quien lo reciben, tal vez se corriera el riesgo de que no aceptasen la comida que lleva dentro el mencionado paquete. El amo no tiene que estar contando intimidades al siervo. Sin embargo al amigo no se le trata como mero enviado; es cierto que el amigo también tiene que obedecer, pero no es una obediencia servil, sino una obediencia de amistad, una obediencia que parte de una comunicación porque a él el amo le abre su corazón y le cuenta su intimidad.

            Ahora bien si Dios nos abre su corazón no es porque lo necesite. Si lo hace es porque está movido exclusivamente por el amor. Dios abre su intimidad porque te ama. Dios no se mueve por el cotilleo, cosa que sí que caracteriza a nuestra sociedad, tanto el cotilleo como la indiscreción: o sea, la tentación de hablar más de lo debido. Ahora bien, Dios se comunica exclusivamente por amor. La Santísima Virgen tiene mucha experiencia de todo esto. Ella, en el canto del Magníficat nos lo comenta: «Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia». Dios, movido exclusivamente por su gran amor, se nos revela, se produce la revelación. Y movido por su gran amor le ha llevado a la encarnación, le ha llevado a estar con nosotros. Además, la clave de la revelación está en invitarnos a estar en comunión con Dios, el tener una relación del 'tú a tú' con Dios. La Santísima Virgen María este tipo de relación con Dios la tenía a diario, recordemos que ella es la hija predilecta del Padre, modelo de entrega a Dios, discípula predilecta de Cristo.

            Mientras nuestra religiosidad sea de masas, en el sentido de que nos escondemos en las manifestaciones colectivas y de ese modo no estamos manifestando realmente la espiritualidad personal y estamos evitando la relación del tú a tú y eso genera una carencia de comunicación personal con Dios y es que resulta que ante Dios tenemos que quedarnos a solas delante de Él. El escuchar la revelación es insuficiente mientras no tengamos una relación de intimidad de tú a tú con el Señor. Que las únicas seguridades sean las palabras que Dios te dirige y ponte a escucharle para responderle personalmente. Esto fue lo que hizo la Santísima Virgen, escuchar en ese tú a tú al Señor para responderte con todo su corazón sin reservarse absolutamente nada.

domingo, 10 de agosto de 2014

Homilía del Domingo XIX del Tiempo Ordinario, ciclo a


Domingo XIX del Tiempo Ordinario, ciclo a

LECTURA DEL PRIMER LIBRO DE LOS REYES 19, 9a. 11-13a
SALMO 84
LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 9, 1-5
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 14, 22-33

            Las lecturas de este domingo lanzan una pregunta: ¿Dónde se manifiesta Dios? Parece que el Señor no se revela en los acontecimientos extraordinarios, ni en el huracán, ni en el ruido, ni en el viento, ni en el terremoto, ni en el fuego, sino en la brisa tenue, en el susurro, en el silencio de la noche y en el nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia.

A Jesucristo se le encuentra y se le sigue en el seno de la Iglesia. Ahora bien, el cristiano realiza su vocación en la Iglesia en comunión con todos los bautizados. Estamos en un contexto cultural donde esto de ‘la comunión’ no se lleva, es más lo que está en alza es todo lo contrario. La cultura actual subraya que el hombre es autónomo, que es autosuficiente. Dice un sabio refrán que «quien se tiene a sí mismo por maestro tiene a un tonto por discípulo». Los valores en alza en nuestros días son la autodeterminación, la autorrealización. Es decir, que está en alza todo aquello que suponga sacudirse todo tipo de tutela porque es juzgado y mal visto con recelo y bajo sospecha como si se te tratasen como un niño, como un infantil. El ideal máximo que se plantea esta cultura es el ‘se tu mismo’, tu auto- realízate, sé rebelde y no tengas dominio propio. Es más, se insiste que el hecho de que alguien te dirija desde fuera es tanto como anular o frustrar tus propias potencialidades. Se pueden dar perfectamente cuenta cómo en estos planteamientos mundanos no se manifiesta Dios, es más, no aparece ni en pintura la presencia divina. Estos planteamientos vigentes en nuestra sociedad son demoledores para la vida cristiana y se nos están colando en la Iglesia. En el fondo hay una ingenua concepción de la naturaleza humana donde se sostendría que el hombre tendría en sí mismo todo aquello necesario para su plenitud y la realización del hombre se conseguiría buceando en nuestro interior y desarrollando esas capacidades que tienes personalmente. Si se dan cuenta en este tipo de planteamientos y concepciones la ausencia de Dios es total. Según esta concepción madurar sería no recibir nada de fuera, sino simplemente explotar al máximo lo que ya tienes dentro de ti. Pero todo esto rezuma inconsistencia en sí mismo, ya que los talentos se nos han dado y se desarrollan gracias a los estímulos que vienen de fuera de nosotros mismos. Una persona, por muchos talentos que tenga como no tenga unos puntos de referencia que le eduquen, que le animen sería tanto como no tener esos talentos.

Ahora bien, la fe nos da un conocimiento especial porque sabemos que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios y que llevamos su huella impresa en nosotros y sabemos que no podemos alcanzar la plenitud sin el auxilio de la gracia, sin la redención de Jesucristo. El ideal del hombre no es el hombre autónomo, sino el hombre en comunión. Aquel que entiende que ha de encontrar su plenitud en Cristo y con sus hermanos. Es encontrase uno mismo pero fuera de uno mismo, con los demás; realizarse a través del olvido propio. Es decir si quieres realizarte a ti mismo tienes que salir de ti mismo y en la comunión con los demás madurarás. El hombre maduro no es aquel no que necesita dirección, sino aquel que es movido por el Espíritu Santo. Por el contrario el inmaduro es aquel que es arrastrado por sus pasiones. Dense cuenta de San Pablo, modelo de hombre maduro en la fe que tiene su conciencia «iluminada por el Espíritu Santo», guiada por el Espíritu Santo, movida por el Espíritu Santo.

El hombre no puede entender el sentido de la existencia sin la Palabra de Dios. La Palabra de Dios da la clave de interpretación a la existencia. Muchas personas me dicen «yo hablo con Dios pero no me responde, ¿cómo se yo lo que Dios me dice?». Pues lee la Palabra de Dios porque ahí tienes una guía y una respuesta concreta. Ahí ves cómo Dios se manifiesta. O ¿es que acaso de que otro modo pensabas que te iba a hablar Dios? La Palabra de Dios es una guía muy concreta donde Dios ilumina mis pasos. Es un modo eficaz donde Dios se revela con claridad. Y esta Palabra nos llama constantemente a la comunión con los hermanos, a ir avanzando por el sendero de la corrección fraterna, del encuentro, de compartir desde las experiencias,  la comprensión y la aportación mutua. Y como Dios está en medio de todo esto surgen las experiencias que nos engrandecen. Todo del prójimo se aprovecha en nuestra vida, todo nos sirve de provecho; sus virtudes y sus defectos. Sus virtudes porque aprendemos muchas cosas buenas de las personas que están junto a nosotros. Pero también sus defectos ya que forman parte del plan de Dios para que uno se vaya puliendo, purificando, para ir ganando en capacidad de superarse y para poner en práctica aquello de ‘sufrir con paciencia los defectos del prójimo’. Todo queda integrado en una especie de plan de Dios que nos purifica, que nos va puliendo.  

Además de la Iglesia recibimos la gracia de los sacramentos que nos sostienen en el camino. La Iglesia no sólo nos muestra el ideal de Cristo, sino que también nos alimenta para poder vivir ese ideal. Aquí también se manifiesta Dios. La Iglesia como madre alimenta a sus hijos, como por un cordón umbilical, por el que nos proporciona la vida, nos entrega a Cristo a través de los sacramentos.

Además, de la Iglesia aprendemos el ejemplo de la santidad. De hecho lo que queda al final, en la historia de la Iglesia, es la vida de los santos. ¿Alguien se acuerda qué obispo tuvo Santo Domingo de Guzmán o San Juan María Vianney?, pues ni nos acordamos de eso, lo tendríamos que consultar en las enciclopedias. De quien nos acordamos son de los santos. Los que han quedado para siempre son los santos, de lo contrario lo vamos olvidando de nuestra memoria. Lo que queda de la Iglesia son sus ejemplos de santidad; es lo que la Iglesia nos propone como modelo de imitación. Pues aquí tenemos otra manifestación bien clara y patente de Dios. Hermanas, lo que perdura en la historia es la santidad. Sabemos que aquí en esta tierra la santidad vende poco; pero nosotros somos ciudadanos del Cielo y lo nuestro es andar, constantemente y sin cansarnos, acercándonos a Cristo Jesús, nuestro Señor.

sábado, 2 de agosto de 2014

Homilía del Domingo XVIII del Tiempo Ordinario, ciclo a


DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS 55, 1,3: SALMO 144;LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 8,35.37-39; SAN MATEO 14, 13- 21

           

            El pan y el vino son un símbolo de los dones de Dios en la naturaleza. Es cierto que Cristo los empleó para transformarlos en su Cuerpo y en su Sangre, pero sin embargo no deja de ser símbolos de los dones de Dios. El pan y el vino siguen significando la bondad de la creación. Es verdad que el pan, una vez consagrado, no es pan sino apariencia de pan; es cierto que el vino, una vez consagrado, no es vino, sino apariencia de vino, es decir, se conservan únicamente los accidentes, pero sustancialmente ahí ya no hay pan, sino el Cuerpo de Cristo.

            Sobre el Altar ponemos unos dones de Dios. Todo es don, todo es gracia. El aire que respiras, el agua que bebes, el sol que calienta y alumbra; todo es don y gracia divina. La Eucaristía nos recuerda que vivimos del regalo, que estamos rodeados de regalos. Y que malo es que uno se acostumbre a vivir rodeados de regalos y podemos insensibilizarnos y no podemos dejar de dar gracias a Dios por todo. Celebrar bien la Eucaristía es tener en cuenta que todo lo que nos rodea es don de Dios. Ya nos lo recuerda el Salmo responsorial:

«Los ojos de todos te están aguardando,

tú les das la comida a su tiempo;

abres tú la mano,

y sacias de favores a todo viviente»

Ya lo dice San Pablo también empleando esta expresión «En Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hechos 17,28). Lo mismo que un pez está rodeado de agua o un ave volando está rodeado de aire, así nosotros estamos rodeados por los dones de Dios. Nosotros no ofrecemos a Dios nada que Él no nos haya dado previamente. Todo es un regalo de Dios. Si yo a Dios le ofrezco el esfuerzo del estudio o la capacidad de superación en mi trabajo y en la Eucaristía dominical todo esto se le ofrece al Señor hay que caer en la cuenta que antes de ser mi ofrenda ha sido un don de Dios a ti. El don de Dios para que tú tengas la capacidad de trabajar; el don de Dios para que tú tengas la capacidad de estudiar.

            Es verdad que el hombre tiene que trabajar para conseguir el vino. Ha de vendimiar, ha de seguir todos y cada uno de los pasos hasta ser capaz de elaborar el vino. Es verdad que el hombre tiene que trabajar en el arar la tierra, el sembrar, en la siega, en el moler el trigo, en el amasar el pan, en el cocer el pan. Es que esta creación es al mismo tiempo un don gratuito de Dios y una llamada a la colaboración del hombre. Es más, nuestro propio refranero ya lo recoge: «A Dios rogando y con el mazo dando». Es tanto como decir, todo es regalo y al mismo tiempo todo es tarea. Ahora bien, dejamos de colaborar con Dios tan pronto como el Demonio empieza ‘a campar a sus anchas’ en nuestras vidas. Sin embargo aquellos que ponen en Dios toda su confianza tienen experiencia de las esperanzadoras palabras de San Pablo: «Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor Nuestro».

Cuando Jesucristo les dice a sus discípulos «dadles vosotros de comer» a toda aquella multitud les está diciendo que la colaboración con la gracia divina no tiene ningún tipo de límite. Se ha de colaborar sin condiciones, sin límites, con todas las fuerzas y dedicación con la gracia que viene de lo alto. En esta vida todo es don de Dios, pero no sólo nos lo da, sino que también nos hace partícipe de ese regalo que Él nos está dando. ¿Qué es más, dar a un hombre el pescado o dar la caña para que él lo pesque? Dios no solamente nos da el pescado, sino que previamente nos ha dado la caña para que lo pesques. Esto es lo que Dios hace con nosotros. Dios no solamente nos da los dones, sino que también nos hace colaboradores con la tarea de la Creación y esto dignifica al hombre mucho más. Una madre no es mejor madre por ordenar y hacer todo a su hijo, ya que nunca aprenderá, será perezoso, no valorará las cosas y se creerá lo que no es. Una madre será buena madre cuando le rodea de ternura y de cariño pero también hace que el niño ponga también la mesa, haga su cama, vaya a por recados a la tienda de la esquina, que pele las patatas o la fruta, es decir, le hace colaborar en lo que él mismo va ha recibir. Eso mismo es lo que dice el ofertorio de la Misa: «Fruto de la tierra y del trabajo del hombre», don gratuito de Dios y al mismo tiempo participación.