sábado, 26 de octubre de 2013

Homilía del Domingo XXX del Tiempo Ordinario, ciclo c


DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c

LECTURA DEL LIBRO DEL ECLESIÁSTICO 35, 15b- 17.20-22a:

SALMO 33;

LECTURA DE LA SEGUNDA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A TIMOTEO 4, 6-8. 16-18;

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 18, 9-14
            Las personas tenemos una memoria muy selectiva. Muchas veces sólo nos acordamos de lo que nos interesa. Seguro que si a alguno le hemos prestado dinero aún nos acordamos de no haberlo recuperado e incluso la cantidad que era y la excusa que nos dieron cuando nos lo pidieron. Pero hay otra cosas que se nos olvidan o no las recordamos tal vez porque no las hemos sabido valorar en su justa medida.

            El libro del Eclesiástico –en la primera de las lecturas- está recordando al pueblo de Israel que ellos han estado oprimidos y esclavos en Egipto. Que han sufrido hasta límites insoportables. Y que este pueblo oprimido ha experimentado la liberación de Dios. Es más, en su memoria –tanto colectiva como personal- han de tener muy presente este hecho salvífico, de elección y de amor de Dios. Cuando uno recuerda las maravillas obradas por Dios en uno, uno tiene presente a Dios con una actitud agradecida. ¿Qué sucede cuando a uno se le olvida lo que Dios ha hecho por él y por el pueblo? ¿Qué sucede entonces? Lo que pasa es que somos presa del Demonio al caer en el pecado. Algunos ciudadanos del pueblo hebreo al no recordar que ellos habían sufrido la opresión y que Dios les había sacado de esta constante dolorosa humillación empiezan a oprimir a los pobres, a los más desfavorecidos. Por eso la Sagrada Escritura nos hace el urgente llamamiento a no olvidarnos de las acciones del Señor.

            Al olvidar las acciones salvíficas que Dios ha ido obrando en la vida personal se llega a caer en el absurdo, ya que se puede llegar a pensar que uno hace méritos para que luego el Señor te los tenga que agradecer. Nos olvidamos de los regalos de Dios y nos creemos con derechos ante Él por haber realizado cosas o haber hecho méritos por algo. En este absurdo cayó el fariseo de la parábola, se dedicó a ponerse medallas ante Dios: «"¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo».

            Mas cuando uno, con corazón agradecido al Señor, mantiene la memoria de la historia de salvación que Dios ha realizado en nuestra persona y recuerda el paso de Dios es entonces –como dice el salmo responsorial- brota de nuestros labios la bendición y la alabanza.

            San Pablo cuando está escribiendo a Timoteo le está diciendo que la experiencia de ese combate por mantener la fe ha ido creando en él un modo de entender la vida. Ha dado la vida por Cristo –y está orgulloso de esto- gastándola día a día e instante a instante para que todos le conozcan. San Pablo recuerda cómo el Señor le ha ayudado y hace memoria de los momentos de encuentro que ha tenido con el Señor. Y San Pablo lo hace realizando un acto de profunda humildad porque sabe de dónde le había sacado el Señor, ya que era perseguidor –al principio- de los cristianos. Todos nosotros sabemos de dónde nos ha sacado el Señor; de nuestros pecados y miserias. Ha desbordado con nosotros su amor y siempre ha estado, y se mantiene atento, a la voz de nuestras súplicas.

sábado, 19 de octubre de 2013

Homilía del domingo XXIX del tiempo ordinario,ciclo c



DOMINGO XXIX DELTIEMPO ORDINARIO, ciclo c
LECTURA DEL LIBRO DEL ÉXODO 17, 8-13; SALMO 120;
 LECTURA DE LA SEGUNDA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A TIMOTEO 3,14- 4,2;
 LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 18, 1-8
           
            ¿Cuál es el motor de nuestra actividad humana? ¿Es acaso la preocupación por obtener unos ingresos económicos en casa? ¿Es acaso el mantener un status social, una imagen, un nivel de vida determinado? Y de ser así ¿de dónde obtenemos las fuerzas? ¿Acaso de nuestro temperamento, habilidades y aptitudes? Son muchas las personas que se han adentrado en este pozo sin fondo, un pozo que por mucho que uno se empeñe, no se consigue sacar de él ni una gota de agua. De hecho, muchas veces nuestras familias o nuestras comunidades cristianas no son testimonio de Cristo porque nos creemos autosuficientes para sacar las cosas adelante, y lo que sucede es que nos hundimos cada vez más en el fango.

            Si el motor de nuestra actividad no está fundado en la relación personal con Cristo, en ese ‘tú a tú’ con el Señor estaremos perdiendo de un modo miserable todo el tiempo. Muchas de las crisis –algunas de ellas muy serias- se deben, en gran parte, a que nuestra oración es escasa, mediocre y débil. ¿Cómo voy a perdonar la herida causada por la grave ofensa que me ha ocasionado mi marido o mi esposa sino acudo a Jesucristo que es el médico de las almas? ¿Cómo me voy a reponer de esa grave ofensa y cómo voy a recuperarme sino acudo a quien tengo que acudir? ¿Cómo voy a acertar con una decisión –sea importante o no- sino lo discierno en la oración?

            Muchos cristianos no saben de la importancia de la oración. Nadie se ha preocupado de hacerles sentir y ver una relación íntima y personal con Dios. En el evangelio de hoy se nos ofrece una catequesis sobre cómo ha de ser nuestra oración: con confianza, insistente, con esperanza y creyendo siempre que Dios nos escucha atentamente. El soberbio pedirá una sola vez y al no cumplirse su petición, la abandonará, molesto. Por eso para acercarse a Dios es preciso crecer en humildad, reconociendo que lo que uno obtiene es un regalo de Dios.

            En la escena de la batalla de Moisés y Josué contra Amalec – en la primera de las lecturas- se manifiesta el poder de la oración. La imagen de Moisés en actitud de orar con los brazos extendidos hacia el cielo es todo un modelo de cómo orar. No podemos abandonar nuestra sintonía con Dios, siempre tenemos que estar disponibles para Él para que Él nos ayude en nuestros proyectos. 

miércoles, 16 de octubre de 2013

Encuentro Papa con el Camino Neocatecumenal




Vídeo: Discurso de Benedicto XVI en la audiencia con el Camino Neocatecumenal


Noticias - Camino Neocatecumenal


1Sábado, 21 de Enero de 2012 17:18

Queridos hermanos y hermanas, Este año tengo la alegría de conocerlo y compartir con ustedes este momento de enviar a la misión. Un saludo especial a Kiko Argüello, Carmen Hernández y el Padre Mario Pezzi, y un saludo afectuoso a todos vosotros: sacerdotes, seminaristas, familias, educadores y miembros del Camino Neocatecumenal. Su presencia hoy es un testimonio visible de su compromiso con la fe gozosa vida, en comunión con toda la Iglesia y con el Sucesor de Pedro, y al ser heraldos valientes del Evangelio.



Catequesis del Camino Neocatecumenal en Palencia


sábado, 12 de octubre de 2013

Homilía del domingo XXVIII del tiempo ordinario,ciclo c



DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c
            LECTURA DEL LIBRO SEGUNDO DE LOS REYES 5, 14-17; SALMO 97; LECTURA DE LA SEGUNDA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A TIMOTEO 2, 8-13; LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 17, 11-19

            En una de las guardias como Capellán del hospital me llamaron por el busca porque un señor, de mediana edad que estaba enfermo, quería conversar. Durante el transcurso de ese diálogo me comentó cómo le había sorprendido gratamente un compañero de trabajo, del cual, en el pasado, tenía una imagen muy negativa. Trabaja en un despacho de abogados. Para él, antes, era una persona seria y distante. De hecho siempre evitaba tomar el café con él o iniciar un diálogo aunque fuese de un tema muy banal.  Resultó que durante la noche empezó a tener un lumbago e hizo todo lo posible por acudir a su puesto de trabajo. Y aunque no se quejaba del dolor agudo, su rostro delataba su sufrimiento. Y aunque eran unos cuantos en ese bufete de abogados solamente uno se interesó por él. Con su propio coche le llevó a Urgencias del hospital, le acompañó hasta que le llamaron. Le hicieron una ecografía y se quedó esperando para no dejarlo solo. Llamó a su familia para informarlos y terminaron dejándole en observación unas cuantas horas. Llegó su familia y se encargaron de él. Al día siguiente al no acudir al trabajo le telefoneó preocupándose por su estado de salud. Y este enfermo me comentaba lo mal que lo estaba pasando por haberse comportado de un modo tan injusto con él en el pasado. Le estaba muy agradecido y este hecho había marcado un antes y un después en la relación con este compañero.  
            Lo mismo nos pasa con Dios. Él nos da la oportunidad de poder vivir otro día, nos proporciona la vitalidad para afrontar la jornada, nos pone en el camino a personas que nos aman y nos odian, nos suministra la valentía para encararnos ante los desafíos y nos regala los talentos para que los pongamos en juego y así podernos ganar el sustento diario. Cuando uno va despertando de su particular ‘letargo espiritual’ y va descubriendo los incontables detalles de amor que Dios derrocha con cada uno es entonces, y solo entonces, cuando uno lo pasa mal por haberse comportado de un modo tan injusto con el Señor en el pasado.
            En todo este contexto, Naamán el Sirio –en la primera de las lecturas-, no sólo dice «Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel», sino que además manifiesta la firme voluntad de ofrecer únicamente holocaustos y sacrificios sólo al Dios de Israel. Naamán desea manifestar su agradecimiento a Dios teniéndole muy presente durante toda su vida para que todo el mundo sepa el desbordante amor que Dios le ha manifestado.
            Sin embargo resulta que San Pablo en la segunda carta a Timoteo da unos cuantos pasos más adelante y le dice y nos dice: «Haz memoria de Jesucristo». Dicho con otras palabras, «Acuérdate de Jesucristo», o sea «une tú corazón al de Cristo», aproxima tu corazón a Cristo.  Permite que toda tu existencia sea calentada por la presencia de Jesucristo, que Él sane tus heridas y te instruya en sus sendas. Nosotros damos gracias a Dios anunciándolo a nuestros hermanos con nuestro comportamiento.

sábado, 5 de octubre de 2013

Homilía del domingo XXVII del tiempo ordinario. ciclo c

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HOMILÍA DEL DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c

LECTURA DE LA PROFECÍA DE HABACUC 1, 2-3; 2, 2-4;  SALMO 94;

LECTURA DE LA SEGUNDA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A TIMOTEO 1, 6-8. 13-14;

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 17, 5-10

 Habacuc –el profeta- se queja a Dios de que el mal triunfe. Habacuc se hace eco del malestar reinante. Por lo visto la situación interna del país era extremadamente delicada, se describe como sin ley y sin derecho donde se daba toda clase de crímenes y de violencia. Ante esto el profeta Habacuc protesta, cuestiona, se enfrenta a Dios. Le dice: « ¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio, sin que me escuches?» e incluso protesta con estas palabras «¿Por qué me haces sentir la maldad, mientras tu contemplas impasible la opresión?». Habacuc no entiende el modo de proceder de Dios. La acción de Dios en la historia se le hace incomprensible, por eso está tan quejoso. ¿Se dan cuenta cómo el profeta Habacuc y cada uno de nosotros tenemos mucho en común? Nos sobreviene una enfermedad o una desgracia y enseguida nos quejamos a Dios y le decimos que no nos quiere, que nos ha dejado de su mano.

            ¿Acaso Dios guarda silencio desentendiéndose de nosotros? ¿Cuál es la respuesta de Dios?. Vamos a recordar su respuesta, ya que nos la ha dado en el último versículo de la primera lectura de hoy. La respuesta es: «El malvado sucumbirá, pero el justo vivirá por su fidelidad» (Hab 2,4). Nos enseña a esperar contra toda esperanza, que nunca ‘tiremos la toalla’, que siempre y en todo momento tengamos depositada en Él toda nuestra existencia, con toda la confianza y sin reservarnos nada. Jesucristo fue sumamente fiel al Padre incluso estando cosido al madero de la cruz. Nos dice el Evangelio que en el Huerto de los Olivos, Jesucristo «preso de su angustia, oraba más intensamente, y le entró un sudor que chorreaba hasta el suelo, como si fueran gotas de sangre» (Lc 22,44). Jesucristo también sufrió el silencio de Dios en esos momentos crueles en extremo y dolorosos hasta niveles insoportables; sin embargo RESUCITÓ de entre los muertos y ESTÁ VIVO. El mal obra su propia perdición. Y la catequesis que nos ofrece el profeta Habacuc es la de esperar contra toda esperanza siendo fieles a Dios siempre y en todo momento, aunque no lo entendamos.

            San Pablo cuando escribe a Timoteo le dice que «Dios nos ha proporcionado un espíritu de fortaleza, de amor y buen juicio» y que no nos debemos de avergonzar de dar testimonio de Jesucristo. Es más que la confianza ha de estar puesta en el poder de Dios. Recordemos que San Pablo, cuando escribe esta segunda carta a Timoteo está ahora en la cárcel y presiente cercana su muerte. Y San Pablo,  aun sabiendo que sus días ‘en esta tierra están contados’ se mantiene firme y entero haciendo una llamada ardiente y apasionada a ser fieles a Jesucristo. Los cristianos no nos debemos de acobardar ni sucumbir ante la prueba. Nosotros, en palabras de San Pablo’ vivamos en fe y amor en Cristo Jesús’, sabiendo y experimentando,  en cada uno de nosotros,  la acción del Espíritu Santo. Muchas veces no entenderemos el modo de proceder de Dios, por eso, como los discípulos, también nosotros le decimos: «Auméntanos la fe».